jueves, 22 de noviembre de 2018

Giorgio Germont. Capítulo 5

El secreto de Olga
Novela

Por Giorgio Germont

5. Así comenzó todo según Clarissa

Era la primavera de 2009. Clarissa estaba en el estacionamiento de los apartamentos Gardenview con la cajuela del auto abierta bajando sus compras. David llegó en ese momento y se ofreció a ayudarla. Clarissa Heidi Kane era una joven de veinticuatro años, maestra de primaria. Vivían en el mismo edificio de apartamentos; ella en el 3-C y él en el 2-B. Tenía pelo negro largo ondulado y usaba gafas. Sus ojos eran muy grandes, de color azul. Bajo sus ropas un poco holgadas escondía un físico sensual que a ella no le gustaba acentuar. David estaba de buen humor. Cuando subían juntos las escaleras cargando el mandado, le hizo un comentario.
Conocí a una nueva amiga.
Le pidió su opinión. Ella sintió un pinchazo de celos y apenas si logró esbozar una leve sonrisa.
Qué bien, ¿quién es ella? ¿dónde se conocieron?
Él balbuceó con inseguridad y finalmente le contestó.
No nos hemos conocido, ha sido solamente por la computadora. Ella está en Moscú.
—¡Una rusa! —exclamó Clarissa con desconcierto—. ¿Y qué negocios tienes tú con una rusa? le dijo bruscamente y sintió que se sonrojaba, avergonzada por su atrevimiento.
David aclaró que al principio recibió un correo electrónico de alguien desconocido. Era ella, la rusa, de nombre Olga. Una joven que quería venir a los Estados Unidos de visita. Comentó que al principio fue solamente chateo, y así descubrió que era muy simpática y que luego le había enviado su foto. Era una chica muy joven y guapa. Ella había decidido hacer su plan para llegar en mayo. Clarissa notó que hacía mucho tiempo que no veía a David tan contento y entusiasmado.
—¿Mayo dices? Mayo está a la vuelta de la esquina. ¿Ya investigaste sus antecedentes policíacos, David?
No.
Yo te recomendaría que lo hicieras. ¿O tal vez ya accediste a hospedarla?
David asintió lentamente con la cabeza sin decir palabra. Volteó la mirada hacia el piso y no pudo ver la cara de desencanto de Clarissa por la noticia que a ella le pareció desagradable. Llegaron al apartamento 3-C, Clarissa abrió la puerta y le arrebató la bolsa de papel con apios y zanahorias que David llevaba.
—Dame acá, yo puedo con esto, gracias, suerte con tu amiga la rusa. Se oye fascinante, ya veremos en qué queda todo.
No había terminado el comentario y ya había cerrado la puerta. David ni siquiera tuvo oportunidad de despedirse. Se quedó con el adiós en los labios. Cuándo bajó a su apartamento se dirigió de inmediato a la computadora en el estudio. Allí lo esperaba un nuevo mensaje de Olga Sobolova. Era una nota breve y muy alegre:

David, aquí está la copia de mi reservación de la aerolínea. Estoy muy emocionada. Vamos a ser muy buenos amigos. Gracias por considerar ser mi patrocinador. Luego te envío el formulario para que lo firmes. Así con tu patrocinio me dan la visa de turista.

Al mensaje lo acompañaba la copia de un itinerario aéreo.

Sobolova, Olga M. - Sheremetyevo International Airport - 18:00 SVO 14:35 IAH. 28 hrs., 35 min. 1st. una escala, Ámsterdam. - Requerimientos: - Visa / Pasaporte.

David se desplomó sobre su cama. Puso sus manos detrás de la nuca y los ojos en el infinito. “¡Mmmh! Mayo siete, Dios mío, son treinta y nueve días que tengo que esperar.Mientras miraba la pintura gris del techo de su dormitorio deseó tener visión de rayos X para ver a través del edificio y llegar con su mirada a Moscú, donde estaría Olga.
“Tú y yo buenos amigos David.” Así le había prometido la joven en su intento muy rudimentario de hablar inglés en los breves mensajes grabados que le había enviado a su computadora. David estaba feliz. El dulce recuerdo de la voz de Olga lo hizo sonreír.
“Sí, Olga, espero ser tu amigo y mucho más, pensó David. Ojalá que no tengas inconveniente en aceptarme así con un problemita que yo tengo, querida Olguita. Después te lo cuento.
Espantó de su mente el asunto del problema. Le fastidiaba pensar en ello. No quería un solo nubarrón sobre su día de felicidad y tampoco esperar treinta y nueve días para escuchar de nuevo el embrujo de la voz de Olga, quien debería estar llegando al aeropuerto hoy, esta misma noche. Así la podría recoger y traer de inmediato a su casa, al nidito de los dos.
—Olga —se dijo a sí mismo en voz alta, pronunciando el nombre que sonaba delicioso—, Olga, ven aquí, cariño, abrázame, ¿qué esperas?
Cuando el despertador sonó a las 05:30 de la mañana, David ya estaba despierto. En Moscú eran las 05:30 de la tarde. Olga no tenía Internet en su casa y usaba los servicios de un cibercafé. Se habían citado para chatear a las seis. Exactamente a las 06:00 apareció un mensaje.

Dobreja Outra David, buenos días.

Tuvieron una sesión muy divertida de chateo. El cibercafé se llamaba Bibliiteka, localizado en el centro comercial Lotte. Un sitio céntrico en Moscú; cerca de la intersección de circuito Smolensky con el Kutuzov prospekt. Olga se lo describió como una cafetería para jóvenes frecuentado por parejas. Venían ahí a usar las computadoras por una modesta suma y además tomar café o tal vez una cena ligera de sándwiches y repostería. Café o vodka. Ofrecían también el servicio de cabinas de teléfono de larga distancia internacional. De hecho por 43 rublos por minuto se podía lograr una llamada a los Estados Unidos. Olga comentó por escrito que ella estaba dispuesta a hablar con él.

No te puedo llamar yo, son más de 200 rublos por cinco minutos. Es demasiado caro para mí. Aquí estoy en Bibliiteka. Llama si quieres. Primero marcas el código internacional de Rusia número 7, luego el área de Moscú 495 y el número del café es 648 6878. Les das mi nombre y me pasan la llamada a una de las cabinas. ¿Qué dices? ¿Quieres? Aquí te espero.

David decidió llamarla. Se conectó con la compañía telefónica AT&T y le asistieron en la llamada.
Pree-viet, hello, dijo la voz de Olga—. ¿How are you Duhvid? ¿Me escuchas?
David se prendó de inmediato de la voz de Olga. Tenía un timbre de contralto, voz fuerte pero a la vez amable y con tono de sinceridad. Aunque le temblaba un poco por los nervios del momento. A él le pareció simpática su forma de decir Duhvid en lugar de David. Olga se disculpaba por su inglés tan deficiente, pero él la animó.
No es tan malo Olga, te das a entender. Sí te entiendo. Ella le preguntó a qué se dedicaba.
Soy maestro de música en una secundaria.
—Oh Duhvid , qué coincidencia, yo también uchitel, maestra de primaria. Mi padre fue músico, violinista en la sinfónica, qué coincidencia.
Charlaron animadamente por doce minutos. Lo supo él después, cuando revisó su cuenta de AT&T: llamada internacional Rusia código 7, Moscú 495, 12:35 minutos 472.81 rublos, o sea, 16.05 dólares. David se vistió para ir al trabajo y en el camino iba cantando una tonadilla, muy contento, sonriente y con la mirada hacia el infinito. Había sido una mañana excepcional y su día apenas si comenzaba.
El viento de marzo arrastró el mes con mucha prisa. Los días soleados de abril iluminaron el calendario. Una tarde, David subía las escaleras saltando los escalones de dos en dos, vestía un atuendo deportivo y de pronto escuchó detrás de él una voz femenina.
Hola vecinito, no te he visto en años, ¿dónde te escondes?
Era Clarissa. Se detuvo y charlaron un rato. Él se disculpó mil veces por su distracción, no le había hablado porque estaba ocupado en el trabajo revisando exámenes trimestrales y luego acudía las tardes al gimnasio. Ella lo tuvo que interrumpir y le preguntó sin tapujos.
—¿Qué novedades hay de esa mujer, tu amiga, la rusa? ¿Tiene planes de venir finalmente?
—Sí, llega el 7 de mayo.
En las últimas seis semanas David había tenido una transformación asombrosa. En su piso no había una sola partícula de polvo. Barrió, pasó la mopa, aspiró la alfombra y le dio shampoo. Lavaba los trastes a diario para estar acostumbrado a una nueva rutina de limpieza. En otro aspecto, emocional y mentalmente, se había preparado por si acaso las cosas no marchaban del todo bien. Había la posibilidad de que Olga y él no se entendieran. Se prometió a sí mismo no deprimirse si eso sucedía. Compró unos pantalones nuevos, camisas y zapatos. El primero de mayo, a las 06:00 de la mañana David aguardaba en la computadora a que entrara Olga a la página de internet para conversar. No hubo seña de su amiga. La esperó casi treinta y cinco minutos pero se vio obligado a salir al trabajo pues ya era muy tarde. Estaba muy consternado por la ausencia de Olga. No se lo podía explicar. Entre clase y clase en el trabajo, usó la computadora de la biblioteca y trató de contactarla un par de veces sin éxito. Cuando terminó sus clases lo intentó una última vez, pero ya eran las 03:00 de la madrugada en Moscú. Esa noche no pudo dormir. Al despertar, se conectó a las 05:45 y encontró un mensaje de voz. Era una breve grabación que decía:

Duhvid, aquí Olga muy triste, mucho problema. Mi pasaporte no progresa en el consulado, mi visa para ir a América. Es esencial que lleve el número del pasaporte y del patrocinador, la dirección a donde voy a llegar. Yo desesperada. Busco amiga esta noche me presta dinero si puede, para terminar de pagar el trámite. No sé si funciona. Me veo obligada a cortar ahora, cibercafé es muy caro. Te mando un beso, que descanses. Olga.

Olga se escuchaba decepcionada. Había en su voz tristeza: los nervios de la impotencia. De pronto, David casi muere de susto.
“¿Y si no me llama? ¿Si deja de escribirme? ¿Qué voy a hacer? No tengo su dirección, ni un solo número de teléfono excepto el del cibercafé. Si ya no me contesta, no habrá nada que yo pueda hacer. ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Al menos debiera haberle pedido la dirección de su domicilio para escribirle a Moscú o un teléfono de su casa o alguna amiga o familiares, qué sé yo. Qué idiotez, haberlo dejado todo así, flotando en la computadora sin un solo contacto sólido.
Se fue al trabajo extremadamente preocupado por ella. Sabía, por Olga, que le habían cortado el servicio del teléfono celular. A través de sus comentarios le había hecho saber que ella era una persona de recursos limitados, que contaba con un presupuesto muy modesto. Le confesó que los planes del viaje estaban afectando seriamente su bolsillo. Este plan de viajar a Estados Unidos para verlo, de pronto parecía inalcanzable.
David se quedó pensativo y se dio cuenta por vez primera lo que esto significaba para ella. Era un giro de 180 grados en su vida. Olga se preparaba para viajar al otro lado del mundo sin conocer a fondo el idioma ni tener un solo contacto que no fuera él. ¿Cómo era posible que hubiera decidido abandonarlo todo, hacer sus maletas, ir al aeropuerto y saltar al vacío, cortar con el pasado y en un acto de fe ciega, lanzarse al aire esperando caer en los brazos de David al fin de un largo viaje? Cayó en cuenta de que juntos habían ya desarrollado un plan en el que ella iba expresamente para ir a reunirse con él. David sintió que el corazón se le detenía. Se acercó a la cuneta y detuvo el auto. Comprendió en ese instante cómo los seres humanos somos tan delicados; casi como una mariposa o un gusano o una libélula. Y era difícil aceptar la verdad de que el giro del mundo en sí es totalmente ajeno a nuestros anhelos y a las necesidades del alma y cómo el destino obstinadamente se rehusa a tomar parte en nuestros planes. Reanudó su trayecto y no pudo pensar en otra cosa en todo el día. Estos pensamientos se apoderaron de su cerebro. Tenía temor de verse suspendido en un precipicio, totalmente vulnerable. Fue un milagro que pudiera funcionar al dictar sus conferencias y revisar exámenes y tareas de sus estudiantes. La idea de la infinita vulnerabilidad ya la había encarado con brutal realismo antes.
Sabía que flotaba en las aguas de un planeta cúbico y su barca al navegar se acercaba a una catarata y nada lo podía ayudar salvo unas cuantas cápsulas: sus antídotos para la epilepsia que guardaba en la guantera del auto.
Bueno y tú, ¿qué te pasa? ¿No saludas? le espetó Clarissa mientras David ensimismado subía las escaleras a su departamento sin percatarse de que ella estaba en el pasillo.
—Clarissa, perdón, no te vi.
—¿No me viste? Si casi me tiras. ¿Qué tienes?
Me duele la cabeza ¿Tienes una aspirina?
Claro ven por ella.
Clarissa abrió de inmediato. Se sentó y tomó un vaso de agua que estaba sobre la mesa. Ella le dio dos aspirinas.
—¿Qué te pasa David?
Traigo muchos problemas pero no te puedo detener más, veo que vas saliendo.
Cayó en cuenta de que ella vestía el uniforme de las hadas, la falda de las niñas scouts. Clarissa era maestra de escultismo. Lo mostraba claramente su camisa color kaki, una corbata roja con un nudo grueso de madera, la falda de lana plisada acariciando sus torneados muslos y las botas.
Voy a mi reunión semanal. Si quieres hablamos más tarde.
—Sí, gracias le dijo David y se volvió a su apartamento para no hacerla llegar tarde. Después hablamos —agregó.
Ella volvió a las 09:30 de la noche y David le contó su tragedia: no podía establecer contacto con Olga. El proceso del pasaporte iba lento por la falta de dinero.
Esa misma noche David abrió la página de internet y le mostró a Clarissa uno de los primeros mensajes de Olga. Decía textualmente:

Hola David. Me proporcionaron tu correo en la página de solteros en busca de compañía. Tengo el deseo de que sea una dirección verdadera. Hay muchos bribones, malvados, tú lo sabes. Mira, yo soy una mujer joven de veintinueve años, de Moscú. Estoy haciendo planes para visitar América en el verano. Voy en busca de un hombre bueno que quiera formar una relación romántica en serio conmigo. Algo para largo plazo. No busco solamente un amigo para cartearme con él. No me interesa perder tiempo. Soy sincera. Aquí mando foto y te pido que por favor mandes tuya también. Necesito saber dónde vives, para poder usar tu dirección en el trámite de visa y pasaporte. Soy una mujer que disfruta la vida, me gusta bailar y estar en buena compañía, soy muy romántica y espero que tú lo seas también. Busco encontrar un hombre bueno y hacerlo muy feliz. Espero que ese hombre seas tú. Deseo que te guste mi foto y que hagas un espacio en tu corazón para mí. Un beso, Olga Sobolova. Marzo 16, 2009, Mockba (Moscú).

La foto adjunta mostraba a una joven atractiva de cabello rubio largo, una sonrisa agradable, ojos verdes, nariz respingada y cara ovalada. Tenía unas pecas en las mejillas y su cara era de gran dulzura pero a la vez enigmática.
Clarissa le prometió a David que lo ayudaría y se despidieron rápidamente. Eran casi las 11:00 de la noche.
Al regresar del trabajo la tarde siguiente encontró una nota firmada por Clarissa en la puerta:

David, ven a verme o llámame.

Había investigado los datos que le dio David y encontró una dirección asignada al negocio registrado como Bibliiteka. Una dirección moscovita en la calle Nvinsky. El mero telefónico era el mismo que David había usado. Lo marcaron, pero no hubo respuesta. David le dio las gracias por su apoyo. Se retiraron a descansar.
Mientras Clarissa estaba sentada frente a la pantalla del ordenador, una idea se cocía lentamente en su mente. Era un pensamiento incompleto, no acertaba a expresarlo; como una nube negra que amenazaba con soltar un chaparrón sobre su cabeza; era una pregunta que le hacía su corazón:
“¿Qué te pasa, Clarissa? ¿Estás loca? ¿Cómo es que per- mites que se te escape de las manos David? Tan simpático, tan bueno... guapísimo. ¿Cómo es posible que hayas renunciado al amor de este hombre tan adorable y no solo eso; lo estás empujando a los brazos de otra, de una absoluta desconocida? ¿Qué haces Clarissa? ¿Estás tonta?
El pensamiento se había esclarecido, pero no había respuesta alguna. Cerró los ojos y volvió a sus faenas, decepcionada.
Las doce campanadas de la medianoche encontraron a David parado junto a la ventana mirando hacia las copas de los álamos. La brisa intensa del golfo agitaba sus ramas. Los botes de la basura los había tumbado el aire y dos gatos metían sus garras entre las bolsas de plástico, tratando de romperlas para encontrar algo comestible. David se quedó dormido en el sofá con el televisor encendido.
A las 05:45 le tocaron la puerta. Los hermosos ojos de Clarissa se fijaron en los suyos cuando abrió. Se disculpó, pues estaba muy adormilado.
Dame un minuto.
Entró al lavabo, se echó agua en la cara y se peinó. Ella estaba ya vestida para el trabajo y se veía guapísima. David se sintió avergonzado por la bata azul que llevaba encima.
Estás vestida como para una fiesta, mujer. ¿A dónde vas? le dijo.
Ella lo ignoró por completo y le soltó con prisa lo que traía en la mente.
David, tengo una idea que pienso te puede ayudar con este problema. Yo supongo que la rusa te va a pedir dinero. Al parecer se le acabó el capital y no puede terminar de arrancar. Su patrocinio está en duda y su beca no se aprobó y el pasaporte no está listo. En resumen, necesita dinero. Si le mandas la plata, tal vez nunca vuelvas a ver ni el dinero ni a tu amiga. Yo llamé a Air France, y efectivamente, tu Olga está registrada entre los pasajeros del vuelo del viernes: Moscú a Houston, con escala en Ámsterdam. Pero es solamente una reservación. Lo que te propongo es que le compres el boleto. Que tú se lo pagues directamente a la aerolínea con una tarjeta de crédito. Si ella está diciendo la verdad, aquí estará el sábado, y si no viene, te salvaste del fraude. Te devuelven tu dinero.
Él la miro asombrado.
Qué gran idea, Clarissa. Excelente. Tienes razón. Lo voy a hacer así.
Ella sonrió y salió corriendo por el pasillo gritando. “¡Ya me voy, voy a llegar tarde!
Todavía se escuchaban sus pisadas en el mosaico cuando David le gritó:
Gracias por hacer todo esto por mí. Te lo agradezco Clarissa.
El 4 de mayo, a las 02:00 de la tarde, un correo electrónico de Olga apareció en el buzón de David.

Hola, buenos días. No había escrito porque se me acabó el dinero y no tenía servicio, perdóname. Tengo muy malas noticias. El pasaporte está retrasado, ayer esperé todo el día y después de cuatro horas me dijeron que necesito más dinero para poder obtener el documento. Ya le pedí a mi amiga aquí en Moscú y me facilitó cincuenta dólares, pero el boleto del avión son $600.00 dólares. Solo me quedas tú. ¿Me puedes prestar el dinero? Ya sé que no tengo derecho de hacer esto pero estoy desesperada. ¿Me los prestas? Cuando llegue a Houston y trabaje te los devuelvo. Me da mucha vergüenza contigo David. Lo siento.
Tengo que cortar. Ya gasté mi último kopek. Si acaso decides ayudarme, me puedes enviar un giro al Sverbank de Rusia, cuenta número 6728414381 a nombre de Olga Sobolova. Espero tu respuesta. Te mando un beso. Adiós. Olga.

A la hora que leyó el correo, ya eran pasadas las 02:00 de la mañana en Moscú y de cualquier modo Olga no tenía servicio de internet en casa. Era increíble, estaban ya tan cerca de conocerse y ahora se atravesaban estos obstáculos. Da- vid no podía creer su mala suerte.
Marcó el número de Air France pero estaba ya cerrado. Un día más perdido. Por la mañana se tomó su café, mordió con desgano una rebanada de pan tostado con una ligera capa de margarina y se fue volando al trabajo. Se le había hecho tarde. Al momento que dio la vuelta sobre la avenida Spencer Highway, el motor tosió dos veces y la maquina se murió. “Ay, Dios mío. No lo puedo creer. ¡Se acabó la gasolina!. Con tantas preocupaciones había olvidado atender los detalles más esenciales. Tuvo que poner la transmisión en punto neutro para empujar el auto y dejarlo pegado al borde de la carretera. David se apresuró y pudo tomar el autobús local que lo llevó al trabajo con un retraso de treinta y cinco minutos. La directora de la escuela, la señorita Moseley, ya había mandado a la clase a jugar en el patio del recreo. David se disculpó con ella inútilmente. La mujer le lanzó una de esas miradas que matan, dio la vuelta en silencio y se dirigió a la rectoría. David se sentó en el salón de clases vacío para calmarse un momento. Se encontraba allí un conserje lavando las ventanas. David miraba al infinito mientras el señor Washington mojaba las ventanas y luego les pasaba un mango con una hoja de goma que rechinaba horrible mientras daba brillo a los cristales.

(Continuará).



Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.

No hay comentarios:

Publicar un comentario