domingo, 18 de noviembre de 2018

Giorgio Germont. El secreto de Olga: capítulo 2

El secreto de Olga
Novela

Por Giorgio Germont

Capítulo 2: La ceremonia

El viejo edificio de cabildo de Stafford, Texas, pasó a manos privadas. Después de una restauración abrió sus puertas como salón de eventos bajo la razón social de La Plantación de Stafford. Se hallaba en la ribera sur de un antiguo camino que se había convertido en la actualidad en una autopista de cuatro carriles. La antigua Texas-90 fue una ruta vecinal que unía varios pueblos aledaños con Houston, el gigante petrolero del Sur que en su extrema voracidad se los comió a todos. La tarde del primero de septiembre de 2004 se celebraba en el establecimiento una ceremonia de compromiso nupcial. Los rayos naranja del sol se desvanecían lentamente y en su lugar aparecían los fanales de los autos y la iluminación pública.
El frente del edificio estaba dominado por dos grandes olmos que estiraban sus brazos gigantescos como protegiendo la entrada. En su fachada el edificio era una estructura a dos aguas hecha de troncos de madera con techo de tejas y un inmenso ventanal; se veían las luces de los candelabros en el interior. A los lados del edificio crecía un jardín con setos de arrayanes acentuados por las azaleas de tenue color rosa.
Al llegar al edificio, David vio a tres jovencitas uniformadas en trajes de chiffon verde y chales grises. Conversaban animadamente al frente de la entrada. Al verlo, se acercaron:
Qué guapo te ves con ese chaleco de seda y esa corbata de moño, David.
Las tres le dieron beso y siguieron conversando. En el ropero de su casa David tenía únicamente camisetas de color negro y pantalones de mezclilla. Así era su vestuario, extremadamente sencillo. No era esclavo de la moda. Sin embargo, en esa ocasión, por consejo de su madre, se había esmerado en vestirse con elegancia.
David entró al edificio. Detrás del mostrador un individuo canoso de anteojos fue quien le dio paso a la oficina privada. Era el administrador del establecimiento, el señor Traveaux, caballero de unos cincuenta años de edad, de tez rubicunda un poco obeso y afeminado que se presentó a sí mismo con un monólogo:
Bienvenido a mi hogar, Mr. Davidoff. Este recinto es como si fuera mi propia casa. Esta noche usted y su grupo son mis invitados de honor.
Acto seguido abrió una carpeta y dio paso al aspecto de negocios; una lista de los artículos a consumir esa noche: champaña, bocadillos de jamón del diablo; como platos fuertes: camarón lampreado y lomo de res asado. Un costo de cincuenta dólares por persona. Traveaux le presentó la factura de $1,950.00. David tomó el papel y aseveró que pagaría la nota después de mostrársela a Jayme, antes de cerrar la noche.
Abandonó el privado y se dirigió a la barra. Un dolor de cabeza le pulsaba en las sienes. Le hacía falta café y un whiskey doble. Se lo sirvieron y se puso cómodo en un sillón libando su bebida sobre hielo. Trató de ignorar las contracciones involuntarias del párpado izquierdo. Se puso de pie al ver entrar a Jayme vestida de blanco. Al cuello llevaba una mascada rosa y gris. Iba muy a tono con su pelo rojo que lo había peinado de lado y hacia arriba terminando en un chongo con brillantes. Lucía elegante y bella. Se acercó a darle un beso.
Qué hermosa te ves, cariño —le dijo al oído mientras ella esquivó sus labios y comentó en voz baja:
No te quiero manchar de lápiz labial mi amor.
Las chicas la rodearon muy animadas y en cosa de minutos se retiraron con ella al tocador.
Había veinte personas en la lista. Una por una se fueron presentando. Las recibieron cortésmente en la puerta David y Kurt Rhine, el padre de Jayme. Traveaux sonó una campanita, se alisó los bigotes, se ajustó los espejuelos y dijo:
Damas y caballeros, por favor pasen al salón Bowie y tomen asiento. Recuerden apagar sus teléfonos celulares y bipers.
Un pianista acariciaba el teclado con temas de jazz ligero. La concurrencia buscaba su nombre en las tarjetas en cada mesa. Los manteles blancos acentuaban el oro del vino Chardonnay y el guinda del vino Merlot. La cena comenzó y los invitados comentaban las delicias. El ruido de las conversaciones aumentó diez decibeles. Jayme estaba sentada en la mesa de honor junto al pódium. Llegaron los postres y se sirvió el café. Kurt Rhine se acercó al pódium para dar inicio a los discursos de la ocasión. El padre de Jayme era un hombre muy alto con el pelo plateado. Se ajustó los espejuelos y agradeció la presencia de todos. Explicó que ahora que Jayme había encontrado al amor de su vida, su único dolor era saber que sus propias obligaciones para con Jayme llegaban a su fin. El señor Rhine quedaba conforme solamente con saber que ella sería feliz al lado de su marido. Varias personas tenían lágrimas en los ojos. Llegó el momento para que tomara la palabra David. El futuro novio se fue acercando al pódium mientras la concurrencia lo animaba.
—¡Adelante, bravo David!
Él se acomodó los anteojos y ajustó la luz del pódium. De su bolsillo sacó un papelito doblado en cuatro partes y lo desdobló cuidadosamente. Dirigió la mirada por encima de las caras de los asistentes que esperaban escucharlo con atención y se aclaró la garganta. Sintió una tremenda presión en la sien y estiró la mano para sujetar el vaso de agua que estaba sobre el pódium, pero el vaso se escapó de sus manos y se esparció el agua. El señor Traveaux se aproximó con una servilleta en las manos, limpió la frente de Rhine y la solapa del saco y recogió el vaso. David se acercó al micrófono de nuevo. Enfocó la mirada sobre el discurso en su mano y observó una parvada de cuervos que volaban en remolino sobre el papelito blanco. Era un huracán de plumas negras que azotaba la página. Pronunció las primeras palabras:
Gamejars eo ceabelrrs...
Nadie entendió nada.
Las aves seguían volando sobre la hoja. David trató de decir algo pero esta vez se quedó mudo. Se le voltearon los ojos hacia atrás y cayó al suelo estrepitosamente. Sus anteojos se escaparon. Una exclamación de asombro brotó de las gargantas. Kurt Rhine fue el primero en asistir a David, quien había caído boca abajo. Se arrodilló junto a él tratando de voltearlo. Traveaux apareció en acción y entre varios pudieron acomodar a David boca arriba sobre el piso de parquet. Tenía la cara ensangrentada. Respiraba con dificultad, permanecía inconsciente. Vera Rhine exclamó:
Dios mío, qué horrible, ¿no hay un doctor? Alguien llame por favor a la Cruz Roja.
Los voluntarios, horrorizados, vieron la espuma con sangre que salía de su boca. Comenzaron entonces una serie de espasmos en las manos, las piernas. El cuerpo entero de David fue presa de una convulsión. Sus pies golpeaban una silla que estaba junto a él. Entre los tres más cercanos lo sujetaron de los miembros para impedir que se hiciera más daño. Por la boca, espuma y saliva chorreaban y le mojaban el cuello de la camisa. Se escuchaban las sirenas; se aproximaba la ambulancia. Las gargantas estaban secas. Las damas se tapaban la cara con las manos y contenían sus lágrimas. Los hombres volteaban para otro lado, apretaban las quijadas y los puños. Pareció una eternidad la espera del auxilio médico.
Los socorristas entraron al salón y colocaron una camilla junto al enfermo. Cuando lo pudieron examinar, ya la convulsión había cesado. David Davidoff se hallaba inmóvil y tenía la palidez de un muerto. Al subirlo en peso observaron que sus músculos estaban totalmente flácidos. La cara y su chaleco estaban ensangrentados, su respiración era ruidosa y profunda. Lo taparon con una sábana y lo sacaron del recinto en la camilla sin dar señas de vida. Tres minutos después la sirena emitió sus aullidos y se alejó esquivando el tráfico de la Texas 90. Los invitados observaban hipnotizados las luces de la Cruz Roja que se alejaba a gran velocidad.

(Continuará).



Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.

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