miércoles, 7 de noviembre de 2018

Reyna Armendáriz González. Círculo de invierno (agosto 1990)

Círculo de invierno (agosto 1990)

Por Reyna Armendáriz González

Hasta las horas anduvieron con bastón esa noche.
Fingían, alcahueteaban una charla que se prolongaba como un terco chipi chipi de verano.
Aquellas caras morenas y arrugadas sonreían a veces, pero esa mueca desdentada y tosca no desmentía la bruma antigua que brotaba de sus cuerpos.
El gran encino a sus espaldas era un apacible monstruo sobre la débil luz del fuego. Tan pálido y entero como yo en los brazos de mi padre.
Él y sus ancianos camaradas se habían cubierto con ásperas cobijas de lana de borrego. A mí me tapó con la suya y pegó mi espalda contra su pecho tibio.
La noche era helada y estaba quieta contra su voluntad. Se congelaban los pinos, las matas de cuervo seco, las manzanillas sin hojas, los madroños. 
El cielo era un ermitaño de evanescentes fulgores de hielo.
Papá decía que eran estrellas pero era hielo que caía, y que al llegar abajo se derretía en la calidez de aquellos hombres, en mis ojillos rojos por el sueño.
Fue una noche larga, pero el tiempo solo me devuelve risas, silencios efímeros, ademanes bruscos y nerviosos, palabras altisonantes, rotas con anécdotas de arrieros, de hambres y de música de pueblo.
También profundos olores de pino y búhos y lobos acechando.
Apenas recuerdo que mi padre aprovechaba cada silencio para mover la cabeza de un lado a otro con pesada nostalgia. Respiraba profundo y repetía: "¡válgame los años! ¡tábamos tan verdes todavía!"
Los demás secundaban el movimiento con una sonrisa cansada y la mirada plena de una venturosa tristeza que brillaba.
La charla continuó indefinidamente, y yo podía escuchar con todos mis cinco años, atenta y conmovida, como si estuviera respirando las palabras hasta hincharme infinito y quedarme suspendida.
No sé si cerré los ojos, pero esas voces trémulas se fueron perdiendo despacio, cual si hubieran ido extinguiéndose a la par que el fuego bajo aquel hielo nocturno.
Hoy tengo diecisiete años, los ojos cerrados, la espalda tibia todavía.




Reyna Armendáriz González es licenciada en letras españolas y maestra en educación superior. Ha dirigido durante años columnas de poesía en El Heraldo de Chihuahua y en El universitario. Textos suyos están publicados en antologías y revistas literarias y en sus libro de poemas Estuario: remotas estancias y Yace partido el puente de la niebla. Actualmente es profesora de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

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