Círculo
de invierno (agosto 1990)
Por Reyna Armendáriz González
Hasta las
horas anduvieron con bastón esa noche.
Fingían, alcahueteaban
una charla que se prolongaba como un terco chipi chipi de verano.
Aquellas caras morenas y
arrugadas sonreían a veces, pero esa mueca desdentada y tosca no desmentía la
bruma antigua que brotaba de sus cuerpos.
El gran encino a sus
espaldas era un apacible monstruo sobre la débil luz del fuego. Tan pálido y
entero como yo en los brazos de mi padre.
Él y sus ancianos
camaradas se habían cubierto con ásperas cobijas de lana de borrego. A mí me
tapó con la suya y pegó mi espalda contra su pecho tibio.
La noche era helada y
estaba quieta contra su voluntad. Se congelaban los pinos, las matas de cuervo
seco, las manzanillas sin hojas, los madroños.
El cielo era un ermitaño
de evanescentes fulgores de hielo.
Papá decía que eran
estrellas pero era hielo que caía, y que al llegar abajo se derretía en la
calidez de aquellos hombres, en mis ojillos rojos por el sueño.
Fue una noche larga, pero
el tiempo solo me devuelve risas, silencios efímeros, ademanes bruscos y
nerviosos, palabras altisonantes, rotas con anécdotas de arrieros, de hambres y
de música de pueblo.
También profundos olores
de pino y búhos y lobos acechando.
Apenas recuerdo
que mi padre aprovechaba cada silencio para mover la cabeza de
un lado a otro con pesada nostalgia. Respiraba profundo y repetía:
"¡válgame los años! ¡tábamos tan verdes todavía!"
Los demás secundaban el
movimiento con una sonrisa cansada y la mirada plena de una venturosa tristeza
que brillaba.
La charla continuó
indefinidamente, y yo podía escuchar con todos mis cinco años, atenta y
conmovida, como si estuviera respirando las palabras hasta hincharme
infinito y quedarme suspendida.
No sé si cerré los ojos,
pero esas voces trémulas se fueron perdiendo despacio, cual si hubieran ido
extinguiéndose a la par que el fuego bajo aquel hielo nocturno.
Hoy tengo diecisiete
años, los ojos cerrados, la espalda tibia todavía.
Reyna Armendáriz González
es licenciada en letras
españolas y maestra en educación superior. Ha dirigido durante años columnas de
poesía en El Heraldo de Chihuahua y
en El universitario. Textos suyos
están publicados en antologías y revistas literarias y en sus libro de poemas Estuario: remotas estancias y Yace partido el puente de la niebla. Actualmente es profesora de literatura en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua.
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