El
secreto de Olga
Novela
Por
Giorgio Germont
Capítulo 9. Churchill
Rusia
es un enigma encerrado en una adivinanza y cubierto por un manto de misterio.
Winston
Churchill
Cuando
David se presentó a dictar su primera clase estaba nervioso. Venía
recuperando su equilibrio después de haber caído
tres veces a la lona, víctima de sendos ataques de epilepsia. Cierto que ya
tenía cuatro semanas muy controlado, pero un silencioso
monstruo de cien cabezas proyectaba su sombra detrás de él cada minuto. Además
era su primera cátedra en más de tres meses con un nuevo grupo
y nueva escuela. Por suerte el tema era de su agrado y, aunque le sudaban las
manos, sabía que tan pronto como entrara en los detalles de la
charla lo más probable era que se olvidaría
de todo lo demás.
Vio
desfilar uno por uno sus alumnos; eran un total de treinta y tres. Como de
costumbre, una jovencita de pelo largo muy arregladita y con anteojos se
sentaba en la línea del frente: obviamente era el cerebrito del
grupo. Los demás jóvenes entre dieciséis
y dieciocho años se iban acomodando poco a poco entre sus amigos y amigas. Los
más creciditos entraban de últimos
y se peinaban el flequillo una vez más antes de tomar asiento. El reloj
marcaba las 08:05, el señor Davidoff se armó de valor y tomó control del aula.
—Buenos días,
mi nombre es David Davidoff y soy su nuevo maestro de Historia. Por favor,
tomen asiento. Usted caballero, el de atrás...
Se
refería a un pelirrojo con botas vaqueras que estaba en el
resquicio de la puerta mirando hacia el pasillo como si no estuviera seguro de si
entrar o marcharse.
—Cierre la puerta y tome asiento,
señor... ¿Cuál es su su apellido, por favor?
—Mulronney, Teddy Mulronney.
—Mulronney, Teddy Mulronney.
—Tome asiento, señor Mulronney.
El
chico obedeció. Luego David se dirigió a la jovencita del frente con mucha
delicadeza.
—Señorita, ¿su
nombre por favor?
—Teresa Schultz, maestro —dijo
ella muy sonrojada—. Señorita Schultz, a usted le corresponde tomar la
lista. Davidoff se acercó a ella y le entregó la lista de asistencia.
—Aquí está, lea en voz
alta los nombres de todos.
Él se dirigió a su computadora y
encendió el proyector. Se escuchaba la voz de la damita enunciando los nombres
en orden alfabético con las respectivas respuestas de los interesados.
El maestro aguardó hasta el último nombre y dio comienzo a su
charla.
—Rusia es actualmente el país más
grande del mundo. Eso puede ser una bendición o una maldición. Por una parte, la inmensidad del país
le da un poderío incalculable por las riquezas naturales y la
tradición cultural tan diversa. Por otra parte, esa diversidad y la población
tan dispersa en distancias extremas convierten a Rusia en un país
con un reto de gobernabilidad y organización que se antoja prácticamente
incontrolable. Un ejemplo muy claro de esto es la historia de la Revolución y
la guerra civil de Rusia. Los que iniciaron el proceso revolucionario, al
derrocar a la monarquía abrieron la jaula de un león y, una vez que dieron
comienzo las acciones bélicas, la guerra misma se convirtió
en una estampida de leones sin control alguno. La evolución del sistema político e ideológico de Rusia sigue siendo uno de los fenómenos más
grandes de la historia moderna. Podría compararse con un sismo o un
desplazamiento tectónico que ha durado más de setenta años.
Esa
fue su apertura del tema. David había tomado en una ocasión un
seminario sobre la Revolución bolchevique y descubrió para su asombro que la
obsesión más grande de su vida era su pasión por la historia de
Rusia. Las campañas sangrientas de la pugna revolucionaria le despertaron un
hambre intelectual acerca de los motivos y las inquietudes profundas del ser
humano en todos sus ámbitos.
—Son en total once meridianos entre
Kaliningrado y la península de Kamchatka. —Así continuó con los datos básicos de topografía y límites geográficos,
la población del enorme país y demás
detalles. Una vez que terminó de proyectar y comentar las primeras quince
diapositivas, hizo una pausa y preguntó:
—Si alguien tiene alguna duda, por
favor, con toda confianza, ¿alguna pregunta?
Los
alumnos se miraban uno a otro. No había preguntas. Eso significaba que lo
habían entendido todo a la perfección o simplemente que no
habían puesto atención al más mínimo
detalle de la charla. Davidoff dio por terminada la clase.
Nuestro
relato comenzó un día que David recibió un correo
electrónico proveniente de un portal llamado Love Net RR, que luego se trasladaba a otra página
con el mote de Romance Ruso. Venía
acompañado de la foto de una joven muy
bella y sonriente de la cual David se prendó de inmediato. El mensaje nos es
conocido y David con frecuencia visitaba la página para leer de nuevo la introducción de Olga:
Hola cariño, mi nombre es Olga. Soy
de Moscú tengo veintiséis años de edad. Quiero encontrar un
americano guapo y cariñoso. Tal vez eres tú, para yo hacerte muy feliz. Soy
una mujer buena y me gusta mucho lo romántico, Besos Olga.
Se
quedó mirando la foto, rumió en el subconsciente que Olga tenía
un leve parecido a su ex prometida Jayme.
Eran
casi las 02:00 de la mañana de un domingo cuando David se acostó a dormir depués de chatear con Olga. La computadora
se sobrecalentó y la tuvo que
apagar y meterla al refrigerador un rato. Cuando entró de nuevo a la página
de Romance Ruso, Olga ya se había retirado, había una breve nota:
David están
cerrando el cyber café, ya me voy. Mañana hablamos si
tienes tiempo. Está haciendo frío.
Me divierte mucho hablar contigo. Eres un hombre muy simpático
muy cariñoso. Descansa. Háblame mañana.
“Háblame...” David se quedó pensativo, tal vez
quería decir “escríbeme”, pues nunca habían
hablado. Todo había sido chateo y esa noche la conversación había estado muy íntima,
de mucho cariño, realmente enternecedora. Ella tenía
ganas de ir a visitarlo, conocerlo. Al mismo tiempo, detrás
del telón, David percibía que Olga estaba pasando ciertas penas, que tenía
prisa por resolver algo. Aunque no se atrevió a preguntarle directamente cuál
era el problema, la notaba tensa. Se quedó dormido y un gato que raspaba la
puerta del vecino lo despertó, ya no pudo conciliar el sueño. Oyó
de nuevo el chillido del gatito... o tal vez lo soñó.
Aquel
día en que se había quedado varado sin gasolina David
regresó por la calle portando un bidón azul de dos galones. Vertió la esencia en el tanque pero no pudo echar a andar el auto. La grúa
se lo llevó a un taller en la esquina de la calle Red Bluff con la autopista
Sam Houston.
—Cuando quemas la última
gota de gasolina —explicó
Hassan— el carburador chupa arena que hay
en el fondo del tanque; es hollín que se acumula a través
de los años.
Hassan,
el mecánico, lo había expresado así en
su cátedra de carburología mientras raspaba con el dedo del
fondo del vaso de vidrio una pasta de lodo muy fino que había obstruído los conductos del carburador. Era un modelo de 1997 del Toyota Corolla
que había pertenecido a la ex esposa de su amigo Memo
Guerrero. Con más de 150 mil millas en el odómetro, tuvo más
que suficiente tiempo para acumular lodo en cantidad.
Cuando
David salió de la gasolinera era ya demasiado tarde para tratar de comunicarse
con Olga. Se había perdido un día entero, había
abandonado cualquier esperanza de hacer contacto con ella. Olga se había
convertido en un espejismo, como el humo casi invisible del hidrocarburo que
emanaba de la bomba, el vapor de la nafta. Se estacionó y apagó
el motor sin ganas de bajarse a enfrentar la soledad de su
apartamento. Subió cansadamente las escaleras y al llegar a la puerta del 2-C
vio una notita de color rosa pegada en la puerta. Era la caligrafía
florida de Clarissa.
Cuando llegues me hablas o bajas a
mi apartamento.
Clarissa
abrió la puerta sonriente, limpiándose
la boca con una servilleta.
—¿Quieres
algo de tomar? —preguntó.
—¿Tienes
té?
—Tengo té frío en el refrigerador, sírvete tú mismo con confianza. —le dijo— ¡Wheew! qué es ese olor
tan fuerte, ¿gasolina?
David
se apartó dos pasos de ella y se disculpó.
—No te maginas el día
que tuve, no me salió bien nada.
Clarissa se
sentó a terminar de cenar. Tenía una sonrisa misteriosa. David le
preguntó:
—¿Cuál
es la novedad?
—Tengo noticias. Tu amiga esa, Olga,
es una persona de verdad, es de carne y hueso.
David
dio un salto.
—¿Hablaste
con ella?
—Claro que no, bobo. Llamé a
la aerolínea. Está registrada en la lista de pasajeros
para el vuelo Moscú-Houston. Aquí tengo el número
de Air France, les puedes llamar y dar el pago con tarjeta de crédito
por teléfono.
David
sonrió y le gritó.
—Clarissa Kane, eres un genio.
—Ella se sonrojó y ofreció su
mejilla. David le dio un beso antes de salir volando de regreso a su departamento.
El
café estaba hirviendo en la estufa. David estaba vestido,
bañado y listo para salir pero eran apenas las 05:30 de la mañana. Ya había tomado una taza de avena. La espera tan pesada
rindió un sorpresivo fruto. Cuando entró a la com- putadora a las 06:00, había
mensaje de Olga Sobolova, escrito apenas hacía tres minutos:
David querido amigo, no sé qué
hacer. Mi prima me mandó unos rublos pero no me
alcanza. Me faltan más de 500 dólares. El pasaporte está listo
pero falta pagar el boleto de avión. Estoy con las manos vacías
y muy triste. Aquí voy a estar en Bivliiteka esperando
hasta que tenga noticias tuyas. Háblame por favor.
En
uno de los intermedios entre clases David la llamó, oyó la voz dulce de Olga.
Se escuchaba muy triste, temblando.
—Tengo mucha vergüenza,
David. Me da pena que pienses que estoy tratando de extorsionarte, pero te juro
que es la verdad. Ya me gasté el último kopek. ¿Qué puedo hacer?
Él se apresuró a interrumpirla y
tranquilizarla.
—Olga, no te preocupes tengo muy
buenas noticias. Ya compré tu boleto. Está pagado. Lo compré por
teléfono con mi tarjeta. Solamente te presentas con tu
pasaporte en Air France y te dejan subir al avión.
Olga
dio un grito de felicidad.
— ¡Bo-zhe moy Dios mío! Que felicidad, amigo mío,
que inteligente mi novio americano. Gracias, David. Cuando trabaje en América
yo te lo pago. Gracias, gracias.
David
estaba apurado de tiempo, debía dar comienzo a una clase. Se
despidió apresurado y le dijo a Olga:
—Ahora cálmate,
haz tu maleta y nos vemos aquí en Houston.
Olga
respondió conmovida.
—Gracias David, Spasyba. Nos vemos luego. Dios te bendiga.
(Continuará).
Giorgio Germont estudió
medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres
novelas: Treinta citas con la muerte
(2005), Dos miserables entre la luz y la
oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de
los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente.
Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron
en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.
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