La lechuza
Por Heriberto Ramírez Luján
El bosque era un
conjunto de álamos vetustos, enormes, en el cual habitaban aguilillas y búhos,
lechuzas o tecolotes, de donde, tal vez le nació el nombre a esta ranchería, El
Tecolote. Se cuenta que los indios apaches, para llegar a las casas durante la
noche a recibir alguna clase de ayuda, se comunicaban emulando el sonido de los
búhos.
De noche para mí ese
bosque estaba vedado, pues sentía que lo habitaban toda clase de seres
malignos. De día las cosas eran distintas, uno se envalentonaba y se olvidaba
de lo que en la oscuridad pudiese ocurrir. Fue esa osadía la que llevó a Cosme,
mi hermano mayor, a intentar atrapar una lechuza en compañía de otros primos,
Chon y Pelón. Acosarla hasta obligarla a refugiarse en su nido en la oquedad de
un álamo, luego trepar por el tronco hasta dar con el agujero, meter la mano,
tantear en su interior ante el asombro de todos nosotros frente a tal
temeridad, mientras su rostro no mostraba expresión alguna.
El asombro fue
mayúsculo cuando, al sacar su mano del interior del tronco, apareció con la
lechuza y con algunas marcas de sangre provocadas por sus garras y pico. Mi
admiración en ese momento hacia mi hermano por tal acto era ilimitada. Al ver
al animal todos nos mostramos perplejos por su imponente mirada y la capacidad
de su cabeza para girar 360 grados; luego ataron el ave de una pata y la
llevaron al caserío donde despertó toda clase de comentarios, como el de que
era una bruja disfrazada de lechuza.
Por la noche se la
llevaron a las casas de arriba, donde después supe que fue apedreada, acusada
por los adultos ante la creencia de que era la encarnación del mal.
(Este cuento de
Heriberto Ramírez Luján es parte de su libro Relatos en celular, inédito).
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