Por Lucía Mendoza Cano
“Era una vez un ojo. Un ojo de
bruja… un ojo que veía muchas cosas terribles y fantásticas, adorables y
absurdas”.
Un ojo de bruja es lo que
precisamente sostengo en la mano, un ojo de bruja es lo que nos regala Elí en
esta ocasión. Un objeto que puede ser un tanto inocuo si lo confinamos en una
caja o le “permitimos” vivir en un lugar privilegiado, un librero de una sala;
un objeto que puede pasar por “inocente” en nuestro buró, aún si dura meses o
un año entero en la fila de los libros que siguen. Un libro que parece inocente
hasta que de repente, como en el cuento, algo sucede, algo como una ráfaga de
viento nos hace ver su sólida existencia, nos hace ver su brillo y su potencia.
Este ojo de bruja nos puede
mostrar cosas adorables, como la experiencia preadolescente de un niño hurgando
en esos espacios fugaces del amor, un niño descubriendo el placer y, sobre
todo, sintiendo el peso de las decisiones inexorables, pesadas, que tienen que
ver con el hecho de crecer. Cosas adorables como recuperar la inocencia y la fe
viendo a Las Tortugas Ninja y comiendo una hamburguesa.
Este ojo de bruja nos devela
también cosas terribles como la muerte que nos sorprende en una plaza y deja
para su prestigio un cuerpo al que nadie busca, la muerte en las manos de un
niño, en la indiferencia de las palomas; la muerte en los rasguños, mordidas y
lujuria de Ladiela, a muerte en el rostro hermoso pero frío de la víctima
adentro de una nevera. La muerte a la que vemos cada día con más indiferencia.
Este ojo es también un espejo en
el que podemos ver al otro y, de manera simultánea, vernos a nosotros mismos. Un
espejo que algún día no nos devuelve la imagen y nos hacemos invisibles para
los demás y los demás se hacen invisibles a nuestros ojos. Hay una frase en el
cuento “Alejandra” que ilumina este aspecto de la invisibilidad:
…nos desentendemos tanto de las otras personas
que terminamos por no verlas, se vuelven como parte del paisaje urbano,
árboles, perros o postes.
Justamente como le pasa a
Alejandra, personaje significativo del cuento Ojo de bruja, digo que es
significativo, porque es el relato en el que el narrador descubre y revela algo
sí mismo, al contarnos de Alejandra, el narrador nos cuenta su propia
experiencia.
Este libro es un ojo en el que más
que asomarnos y observar, podemos sentir lo fantástico y participar de esa
realidad desdoblada, ese vivir onírico, ese volar junto con Valeria en el Cañón
del Pegüis. Elí nos regala la certeza de que somos más que este cuerpo que nos
contiene, que también estamos hechos de palabras.
Como dice Néstor Perlongher acerca
de la literatura y por lo tanto de las palabras:
La literatura es el desvío de la norma, de lo
establecido, de lo correcto, de lo aceptado, de lo ya instituido. Una fuerza
que empuja a abrir todas las compuertas de la lengua y del pensamiento.
Es lo que hacen en el Cañón del
Pegüis los amigos de Valeria, y es a lo que invita Elí cuando sus personajes
liberan las palaras que llevan dentro, en esa especie de orgía de la sintaxis y
la gramática, en ese juego de poemas que nos podrían parecer absurdos, carentes
de sentido, surrealistas… esos poemas que dicen más del interior de los
personajes que la descripción más minuciosa.
Este libro es una señal en la que el
autor nos invita a trascender, a liberarnos, a soltar las palabras que nos
habitan sin ropajes ni artificios.
Lucía Mendoza Cano estudió la
licenciatura en letras españolas en la Facultad de Filosofía y Letras en la
Universidad Autónoma de Chihuahua. Desde hace 20 años se ha dedicado a la
enseñanza en nivel medio superior. Es mediadora de Salas de Lectura desde hace
ocho años e integrante del colectivo cultural ciudadano La Otra Feria. En 2003
obtuvo el Premio Chihuahua de Literatura que otorga el Gobierno del Estado. En
2005 publicó un libro de cuentos que lleva por título Larvario. También ganó el Premio Especial en la Categoría de
Soliloquio otorgado por La Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral
Escénica (CIINOE) de Madrid, España.
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