El
secreto de Olga
Novela
Por
Giorgio Germont
Capítulo 23.
La Dacha de Valentina
Noviembre,
2004. Sentada
en la Dacha de Valentina, Mikhailovna escribe en su diario para consolarse, como
si estuviera hablando sola.
Yo nunca exigí demasiado de la vida y San Jorge lo
sabe muy bien. Yo solo quise ser una persona normal, una madre y esposa
ordinaria. Aun después de que la FSB se llevó a Tomacz, a mi amado esposo; aun
cuando supe que no habría
de volver a verlo, encontré un remanso de paz en la oración. Acepté mi
desgracia como buena rusa, sin rebelarme contra Dios. Solamente ansiaba ser una
buena madre, cuidar de mi hijo, vestirlo, darle de comer, hacerlo feliz. Eso
era todo a lo que yo aspiraba. Y mira nada más lo que sucedió. Me duele el pecho cuando me
acuerdo del tercer día.
En esta vida no hay justicia. Por eso
corrí a
la esquina donde estaba el icono
de San Jorge y lo lancé al piso, lo quebré a
patadas. Por eso blasfemé contra mi fe. Yo qué te
hice, San Jorge? ¿Por qué permitiste que pasara esta
tragedia? ¿Dónde
estabas tú cuando
mi niño necesitaba tu protección?
¡Eres un inútil, San Jorge, un ídolo de barro, un trozo de basura!
Mikhailovna
da inicio a las tareas de un día más. Con un paño limpia los trasteros y las ventanas, limpia el fregador y la
estufa. Desarma el viejo samovar que Valentina tenía en la Dacha. Es de aluminio con
un ligero baño de plata amarillenta. Tiene dos asas grandes y está grabado con una letra “A”
en caligrafía muy elegante. Se refiere a Anastasia,
la abuela de Valentina, que murió hace muchos años. Limpia el tubo del incinerador,
saca la ceniza acumuladas. Sale un momento al patio y las esparce en la tierra.
Con un cepillo enjabona el interior y ensambla de nuevo las partes ahora
resplandecientes.
Mikhailovna
se sube a una silla y busca una bolsa de té,
halla un bote de aluminio con una tapadera roja. Lo abre y adentro esta una
bolsita de té, baja y lo deposita sobre la mesa. Ahí están las hojas secas de tilo y también cáscaras viejas de naranja. Han
perdido su aroma. Hay también
pétalos de flores en la mezcla para el brebaje. Se
pregunta cuántos años han estado ahí dormidas. Mete la mano en el bote y
al fondo se topa con una bolsita de hule. La saca y reconoce un grupo de
monedas viejas de metal oxidado. Monedas de cinco y veinte y cincuenta kopeks.
En total hay treinta rublos en la bolsa. Solo Dios sabe cuántos años se tardó para juntarlos Valentina. Mikhailovna se siente de pronto
culpable con la finada. Se avergüenza de estar hurgando entre sus
cosas, la vida privada, los enseres. Decide guardar todo exactamente como
estaba, cierra la bolsa. Llena el bote y le pone la tapadera roja. Lo vuelve a
colocar donde ha estado por tantos años. Decide que en realidad hoy no quiere
tomar el té.
Por
la noche el viento agitaba las ventanas, la casa estaba fría. Se sentó a llorar en el sofá pero tenía los ojos secos; se le habían agotado las lágrimas. El ventarrón chiflaba a través
del marco de la ventana, hacía varios días que planeaba sellarlas. Había pensado pedirle al mecánico del taller que le prestara un
rollo de tela adhesiva, pero su voluntad para salir a la calle y darle la cara
al sol se ha agotado. Prefiere caminar en el patio y rezar o leer los salmos ahí dentro de la Dacha.
En
la oscuridad, el reloj de la cocina marca las 04:15. La insistencia de los números neón de color rojo le causan
fastidio. Un ruido se escucha en el callejón, se levanta asustada y va a la
ventana, unos frascos se caen al suelo y se hacen añicos. Alguien está ahí afuera forcejeando. Se puso un sueter y se enredó la
cabeza en el chal. De nuevo se atrevió a mirar, alzando las cortinas, y escuchó
un aullido salvaje y desesperado. Ahora sí lo pudo ver; lo vió subiendo al bote
de la basura, es un gato pardo, un animal grisaceo y estragado, se le ven las
costillas. El felino busca entre la basura algo para matar el hambre.
Suspira
con tranquilidad y se dirige a la cocina. Destapa el jarro y toma un trago de
agua. Por un momento le da las gracias al intruso porque la hizo olvidar por un
instante el dolor que le penetra el pecho a cada minuto. Sobre la mesa del
comedor esta la lonchera del niño, ahí está
esperando a que ella la llene de
frutas y unas rebanadas de pan y un huevo duro para el almuerzo escolar. El
amor de su vida desapareció hace ya dos meses.
Por
la mañana Zémfira
pasó a visitarla. Le trajo noticias, todo
acerca del hombre de Nur Pashi, el checheno que han interrogado los jueces en
Vladikavkaz. Era lo único
de lo que hablaban en el pueblo: el juicio, los asesinos, los que planearon el
asalto y salieron con vida. El demonio Basayev.
—Son Basayev y este llamado Nur Pashi.
—Eso es todo, ¿no es verdad? —le preguntó a
Zémfira. La mujer guardó silencio.
De su corpiño sacó un billete, cien rublos:
De su corpiño sacó un billete, cien rublos:
—Toma, para que te ayudes —le dijo. Ella se negaba a a aceptarlo
pero Zémfira le doblo los dedos y le apretó el puño muy fuerte.
—Tómalo, por favor.
—Spasyba —le respondió Mikhailovna, y le dio tres besos
en las mejillas. Se despedían en la puerta pero Zémfira
no daba un paso, Mikhailovna la miró a los ojos.
—¿Qué pasa, hay algo más?
Los
tristes ojos de Zémfira se veían aún más caídos que de costumbre. Le temblaban
los labios.
—Mi Vladimir me contó que lo vieron salir corriendo, al
monstruo.
—¿A quién?
—A Mitya.
—¡Mitya!
¿Qué hacía él
ahí?
—Era parte del grupo. Mi Vladimir lo vio alejarse de
la escuela cuando explotaron las bombas, se escapó. Ahora dicen que está en
Bakú.
—Dios mío, cómo
puede ser. ¿Ese monstruo era parte del grupo?
Zémfira simplemente asintió con la cabeza.
—¡Boshe
moy! —gritó
Mihkhailovna—. ¿Cómo
es posible que ese cobarde haya sobrevivido y todos nuestros muertos ya están enterrados? ¡Aghhh, no lo puedo
soportar!
Dio
un tremendo alarido de desesperación y dejó a Zémfira
sola en la puerta, se lanzó corriendo entre la maleza gritando:
—¡No puede ser, Dios mío, no puede ser!
(Continuará).
Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su
profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas
recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK
AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de
la primera, titulada Mis encuentros con
la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por
Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.
No hay comentarios:
Publicar un comentario