lunes, 24 de diciembre de 2018

Giorgio Germont. La Dacha de Valentina

El secreto de Olga
Novela

Por Giorgio Germont

Capítulo 23. La Dacha de Valentina

Noviembre, 2004. Sentada en la Dacha de Valentina, Mikhailovna escribe en su diario para consolarse, como si estuviera hablando sola.
Yo nunca exigí demasiado de la vida y San Jorge lo sabe muy bien. Yo solo quise ser una persona normal, una madre y esposa ordinaria. Aun después de que la FSB se llevó a Tomacz, a mi amado esposo; aun cuando supe que no habría de volver a verlo, encontré un remanso de paz en la oración. Acepté mi desgracia como buena rusa, sin rebelarme contra Dios. Solamente ansiaba ser una buena madre, cuidar de mi hijo, vestirlo, darle de comer, hacerlo feliz. Eso era todo a lo que yo aspiraba. Y mira nada más lo que sucedió. Me duele el pecho cuando me acuerdo del tercer día. En esta vida no hay justicia. Por eso corrí a la esquina donde estaba el icono de San Jorge y lo lancé al piso, lo quebré a patadas. Por eso blasfemé contra mi fe. Yo qué te hice, San Jorge? ¿Por qué permitiste que pasara esta tragedia? ¿Dónde estabas tú cuando mi niño necesitaba tu protección? ¡Eres un inútil, San Jorge, un ídolo de barro, un trozo de basura!
Mikhailovna da inicio a las tareas de un día más. Con un paño limpia los trasteros y las ventanas, limpia el fregador y la estufa. Desarma el viejo samovar que Valentina tenía en la Dacha. Es de aluminio con un ligero baño de plata amarillenta. Tiene dos asas grandes y está grabado con una letra “A” en caligrafía muy elegante. Se refiere a Anastasia, la abuela de Valentina, que murió hace muchos años. Limpia el tubo del incinerador, saca la ceniza acumuladas. Sale un momento al patio y las esparce en la tierra. Con un cepillo enjabona el interior y ensambla de nuevo las partes ahora resplandecientes.
Mikhailovna se sube a una silla y busca una bolsa de té, halla un bote de aluminio con una tapadera roja. Lo abre y adentro esta una bolsita de té, baja y lo deposita sobre la mesa. Ahí están las hojas secas de tilo y también cáscaras viejas de naranja. Han perdido su aroma. Hay también pétalos de flores en la mezcla para el brebaje. Se pregunta cuántos años han estado ahí dormidas. Mete la mano en el bote y al fondo se topa con una bolsita de hule. La saca y reconoce un grupo de monedas viejas de metal oxidado. Monedas de cinco y veinte y cincuenta kopeks. En total hay treinta rublos en la bolsa. Solo Dios sabe cuántos años se tardó para juntarlos Valentina. Mikhailovna se siente de pronto culpable con la finada. Se avergüenza de estar hurgando entre sus cosas, la vida privada, los enseres. Decide guardar todo exactamente como estaba, cierra la bolsa. Llena el bote y le pone la tapadera roja. Lo vuelve a colocar donde ha estado por tantos años. Decide que en realidad hoy no quiere tomar el té.
Por la noche el viento agitaba las ventanas, la casa estaba fría. Se sentó a llorar en el sofá pero tenía los ojos secos; se le habían agotado las lágrimas. El ventarrón chiflaba a través del marco de la ventana, hacía varios días que planeaba sellarlas. Había pensado pedirle al mecánico del taller que le prestara un rollo de tela adhesiva, pero su voluntad para salir a la calle y darle la cara al sol se ha agotado. Prefiere caminar en el patio y rezar o leer los salmos ahí dentro de la Dacha.
En la oscuridad, el reloj de la cocina marca las 04:15. La insistencia de los números neón de color rojo le causan fastidio. Un ruido se escucha en el callejón, se levanta asustada y va a la ventana, unos frascos se caen al suelo y se hacen añicos. Alguien está ahí afuera forcejeando. Se puso un sueter y se enredó la cabeza en el chal. De nuevo se atrevió a mirar, alzando las cortinas, y escuchó un aullido salvaje y desesperado. Ahora sí lo pudo ver; lo vió subiendo al bote de la basura, es un gato pardo, un animal grisaceo y estragado, se le ven las costillas. El felino busca entre la basura algo para matar el hambre.
Suspira con tranquilidad y se dirige a la cocina. Destapa el jarro y toma un trago de agua. Por un momento le da las gracias al intruso porque la hizo olvidar por un instante el dolor que le penetra el pecho a cada minuto. Sobre la mesa del comedor esta la lonchera del niño, ahí está esperando a que ella la llene de frutas y unas rebanadas de pan y un huevo duro para el almuerzo escolar. El amor de su vida desapareció hace ya dos meses.
Por la mañana Zémfira pasó a visitarla. Le trajo noticias, todo acerca del hombre de Nur Pashi, el checheno que han interrogado los jueces en Vladikavkaz. Era lo único de lo que hablaban en el pueblo: el juicio, los asesinos, los que planearon el asalto y salieron con vida. El demonio Basayev.
Son Basayev y este llamado Nur Pashi.
Eso es todo, ¿no es verdad? le preguntó a Zémfira. La mujer guardó silencio.
De su corpiño sacó un billete, cien rublos:
Toma, para que te ayudes le dijo. Ella se negaba a a aceptarlo pero Zémfira le doblo los dedos y le apretó el puño muy fuerte.
—Tómalo, por favor.
Spasyba —le respondió Mikhailovna, y le dio tres besos en las mejillas. Se despedían en la puerta pero Zémfira no daba un paso, Mikhailovna la miró a los ojos.
—¿Qué pasa, hay algo más?
Los tristes ojos de Zémfira se veían aún más caídos que de costumbre. Le temblaban los labios.
—Mi Vladimir me contó que lo vieron salir corriendo, al monstruo.
—¿A quién?
—A Mitya.
—¡Mitya! ¿Qué hacía él ahí?
Era parte del grupo. Mi Vladimir lo vio alejarse de la escuela cuando explotaron las bombas, se escapó. Ahora dicen que está en Bakú.
Dios mío, cómo puede ser. ¿Ese monstruo era parte del grupo?
Zémfira simplemente asintió con la cabeza.
¡Boshe moy! —gritó Mihkhailovna—. ¿Cómo es posible que ese cobarde haya sobrevivido y todos nuestros muertos ya están enterrados? ¡Aghhh, no lo puedo soportar!
Dio un tremendo alarido de desesperación y dejó a Zémfira sola en la puerta, se lanzó corriendo entre la maleza gritando:
¡No puede ser, Dios mío, no puede ser!
(Continuará).


Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.

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