El Complot
Por Raúl Sánchez Trillo
Yo le había prometido corregir mis
textos hasta desportillarme el alma, o más bien me lo había prometido a mí
mismo un poco en honor a la circunstancia en que nos conocimos. Lo recuerdo
bien, cómo iba a olvidar aquel día en que caminaba por el campus universitario
con un pay de manzana en a mano. Debí haberme visto ridículo, pero mi debilidad
de carácter no me permitió negarme a aceptar ese obsequio que una queridísima
amiga, heroína de mil recetas, me zampó en la mano casi con sadismo.
Cuando sucedió el encuentro me
dirigía rumbo al auditorio de la universidad, donde deberíamos presentar un
examen masivo todos los que quisiéramos mantener nuestro título profesional en
regla. La vi de lejos; la verdad en ese momento no llamó para nada mi atención.
Era solo un bulto más entre un grupo que se amontonaba en la puerta lateral,
como no queriendo entrar porque de hacerlo tendrían que ocupar los lugares de
enfrente. Digo que no le puse atención porque me encontraba pensando, a un
mismo tiempo, en cuatro asuntos diferentes: uno, la redacción de una columna
que entregaba trimestralmente a una revista de literatura; dos, mi último poema
titulado Naturalización del dolor,
tres, el examen que me disponía a presentar y que, entre paréntesis, deseaba
fuera nada más otra forma de sacarnos dinero por parte de las autoridades
educativas, y, cuatro, dónde chingados dejaba aquel sabroso, pero a todas luces
fuera de lugar, pay de manzana.
En esas estaba cuando el destino la
arrojó en mi brazos: en el preciso instante que nuestros trayectos se cruzaron,
alguien nos bañó con una manguera y, por un extraño reflejo, solté el pay y la
abracé, contemplé unos instantes su rostro que era un camafeo y acto seguido,
quizá también por otro extraño reflejo, ella posó sus labios en los míos, luego
me llamó por mi nombre confesándose lectora mía.
Todo esto, visto hoy a distancia como
si se tratara de un video en la casetera de mi memoria, me hace pensar que en
el mes de febrero de este año fui víctima de un complot.
De no haber caído en las garras de
esa misteriosa criatura, tal vez hubiera entregado a tiempo mi columna para el
número de quinto aniversario de la revista Azar.
Se trataba de uno de los proyectos más ambiciosos desde que me entregué a la
férrea disciplina de la escritura trimestral. Desde hace aproximadamente cinco
años había leído Homenaje a Cataluña,
obra en la que George Orwell narró su participación en la Guerra Civil
Española, y donde se encuentra el sustrato real que dio origen a la famosa
novela 1984. Me parecía interesante
destacar este hecho puesto que hace 10 años, cuando la novela cobró relevancia,
no se hizo ninguna relación entre las dos obras mencionadas. Orwell, quien se
había enlistado azarosamente en la milicia del Partido Obrero Unificado
Marxista (POUM), se vio envuelto en un complot urdido por los comunistas
españoles con la finalidad de eliminar a las otras fuerzas de izquierda que
participaban en la guerra civil.
El complot consistía en acusar de
troskistas a los militantes del POUM y luego generar una causa por traición,
para posteriormente extender la purga hacia las demás organizaciones,
principalmente las anarquistas, que deseaban mantener la revolución social en
el conflicto español, algo que no agradaba para nada al camarada Stalin, quien
dictaba línea a todos los partidos comunistas del mundo y había decidido
sacrificar la revolución española en aras del socialismo en un solo país.
El cuento es que Orwell fue herido en
el cuello por una bala perdida y retirado del frente a la retaguardia en donde,
sin voz a causa de la herida, hubo de protagonizar una peligrosa huida antes de
que lo desaparecieran junto con muchos otros de los miembros del POUM. Una vez
a salvo en Inglaterra pudo darse cuenta que todo lo que había vivido en España
no solo no aparecía con fidelidad en los periódicos, sino que estos habían
falseado los hechos de acuerdo a la línea e intereses de los comunistas.
Dar a conocer la verdad acerca de
aquellas primeras purgas de la Guerra Civil Española fue la principal razón que
llevó a Orwell a escribir Homenaje a
Cataluña. En esta obra expone que la acusación de troskismo contra el POUM
era inventada. El libro comienza con una descripción de la Barcelona de esos
años que resulta ser muy semejante a la de Oceanía, el ficticio lugar donde se
desarrolla la trama de 1984. Los
elementos que Orwell tomó de su experiencia española para construir esa novela
fueron la tergiversación de la historia, el enemigo inventado –los troskistas–,
la omnipresencia de Stalin y las condiciones de vida en una economía de guerra.
Estos se convertirían respectivamente en El Ministerio de la Verdad, Golstein
El Gran Hermano y Oceanía en guerra perpetua. A ello agréguese el incipiente
invento de la televisión (Orwell escribió 1984
en 1948) y se tendrá en la tele pantalla el instrumento de control de la
sociedad autoritaria que nuestro autor imaginó.
Estos eran los apuntes que tenía en
enero para la redacción de mis Notas anárquicas.
La idea era aprovechar que habían pasado 10 años del 1984 de Orwell. Se trataba entonces de exponer hasta qué grado sus
predicciones se habían cumplido y luego intentar relacionarlo con otro tipo de
literatura conocida como cyberpunk, la cual curiosamente surgió en 1984. El
cyberpunk, un ¿sub género? de la ciencia ficción, se ubica en la realidad
virtual como espacio imaginario para el desarrollo de sus historias. En una
muestra publicada por un suplemento dominical el 2 de enero de 1994 aparecía la
ciudad de México bajo una lluvia de copos fecales. En este bendito año de dios
no solo interesábamos al primer mundo con el TLC, sino que también andábamos ya
en las páginas de la nueva ciencia ficción, solo que a estos sueños –y de la
lluvia de las sociedades del futuro– vinieron a librarnos los disparos provenientes
de los fúsiles indígenas del sureste. Nos partían literalmente el monitor.
Aunque también presenciábamos la guerra desde la pantalla del televisor, con
los intentos de siempre de tergiversar los hechos. Ahora Orwell, el cyberpunk y
los nuevos zapatistas se relacionaban por el arte de la televisión. Y por si
esto fuera poco, el posible material para mi columna se vio acrecentado unos
meses después cuando el asesinato de Luis Donaldo Colosio se convirtió en el
magnicidio más video grabado y televisado de la historia.
Si dije que su rostro era un camafeo
fue porque a pesar de los meses que conviví con ella aún no lo puedo describir.
Siempre he sido mal fisonomista pero el embeleso que me producía el misterio de
su rostro acentuó más esta limitación. Su tez era blanca, finamente salpicada
por agradables pecas; sus labios y dientes grandes, parecía tener todo el
tiempo entrecerrados los ojos, por lo que no estoy seguro ni de su tamaño ni de
su color. Ahora que reflexiono sobre aquel encuentro cada vez me convenzo más
de que no actuó sola. ¿Quién fue el tipo que nos bañó con la manguera?, ¿por qué
me llamó por mi nombre y pudo reconocerme si solo escribo cada tres meses en la
revista Azar?, además Azar no publica las fotos de sus
colaboradores como lo hacen otras revistas, y ¿dónde quedó el pay de manzana?
Todos estos cuestionamientos no me
los hice al principio, en parte por el hechizo de su beso y en parte porque
pensé que se trataba de un incidente más de los que suelen ocurrirnos a la
Pantera Rosa y a mí. Dijo llamarse Cristina. De noche parecíase a una de esas
visiones que me visitan con frecuencia entre las dos y cuatro de la madrugada
cuando, según Tournier, los rayos negros del sol bañan la tierra y los
espíritus de los muertos amados –y los no amados también– vienen a vernos para
recordarnos que pertenecemos a su mundo. Cristina me inició en un juego
aparentemente inofensivo que pronto se me convirtió en un vicio del que ahora,
que me he dado cuenta de su perversa finalidad, huyo espantado. A los primeros
días de que iniciamos nuestra relación comencé a olvidarme de todos mis más
acariciados proyecto. Lo único que deseaba era entregarme a la contemplación de
su rostro y a la práctica de esa caricia en la que Cristina era una experta. Mi
poema Naturalización del dolor
desapareció de la lista de motivaciones cotidianas, a pesar de que el editor de
Azar había mostrado un interés
inusitado en que continuara trabajando esa pieza poética. Por Cristina hice a
un lado dos de los más importantes propósitos de año nuevo: escribir textos de
más de dos cuartillas, lo que lograría con mi colaboración Orwell, el cyberpunk
y los neo zapatistas, y publicar por fin en la sección de poesíade la revista,
esto último gracias a mi poema en el que, a partir de mi asistencia a una
función de Los Enanitos Toreros, recreaba con metáforas estridentistas el
rictus doloroso en el rostro de un payaso, además de dedicarse a esa dolorosa
profesión de enano. Tan solo me faltaba resolver un problema relacionado con el
ritmo de mi texto: debía lograr que mis lectores sintieran vibrar en su cabeza
las notas de una rola del Creedence, Molina,
para ser más preciso, porque pensaba dedicarle mi trabajo a Francisco (el
mango) Molina por el estoicismo con que ha soportado su calvicie. Pero el vicio
al que Cristina me había vuelto adicto impidió que coronara estos mis más caros
anhelos.
Ahora que prácticamente estoy
viviendo en la clandestinidad por temor a que Cristina me localice y termine su
misión, repaso las notas que a fines de febrero había escrito sobre los nuevos
zapatistas:
Una vez que la prensa independiente
realizó una amplia cobertura de los acontecimiento de Chiapas, se pudo apreciar
con cierta claridad sobre qué bases estaba enraizado el EZLN. Es una guerrilla
inédita en la historia de los movimientos armados contemporáneos de
Latinoamérica. Un ejército guerrillero que tiene como base social a las
antiquísimas comunidades indias. La declaración de guerra y las incipientes
batallas que libraron contra el Ejército Mexicano fueron la respuesta de la
sociedad antigua contra la sociedad posmoderna. La sociedad antigua no ha
podido ser erradicada de nuestro contexto nacional, aún y cuando los proyectos del
Estado liberal siempre han estado encaminados a ello.
Pudiéramos distinguir tres momentos
en que la sociedad antigua se ha manifestado con violencia ante la asfixia a
que se ha visto condenada: uno, la rebelión campesina de Chalco encabezada por
Julio Chávez López, como reacción a las medidas liberales del presidente Juárez
que propiciaron el despojo de tierras de las comunidades indígenas –esta
insurrección fue solucionada por la vía militar arrasando aldeas completas para
acabar con la base social de los guerrilleros de Chávez–; dos, la rebelión de
Emiliano Zapata, continuación de la de Calco durante el régimen e Díaz, quien
se consideraba sucesor de Juárez y de la tradición liberal, y, tres, la
rebelión de Chiapas contra las medidas económicas de los nuevos liberales y la
acumulación de opresión y agravios sobre las comunidades indígenas.
De la sociedad antigua los anarquistas
han extraído sus propuestas de organización social. Kropotkine propone la
reorganización de la sociedad en pequeñas comunas autosuficientes y federadas
entre sí, algo que, en el proceso de consulta por el EZLN para los acuerdos de
paz, podemos ver que se da en las comunidades indígenas de Chiapas.
Por otro lado, recuérdese que el lema
de Tierra y Libertad fue bandera de los campesinos anarquistas españoles y
rusos, que Ricardo Flores Magón difundió en México y que de ahí pasó de forma
natural a los zapatistas.
En suma, este fin de siglo se ve
marcado por otro enfrentamiento entre la sociedad antigua y la moderna, entre
neo zapatistas y neo liberales.
El proyecto neoliberal ofrece una
organización mega, basada en la industrialización para el consumismo, el
crecimiento desmesurado de las ciudades y la explotación irracional de los
recursos naturales. Con ello el enriquecimiento de una élite y el trabajo alienado para los demás. Para mantenerse
necesita de los órganos represivos del Estado y de otras formas de control más
“legales” como la democracia representativa, con su laberinto de fraudes y
corrupción de los políticos sin excepción de partidos.
La sociedad antigua, con todo y la
marginación centenaria a que ha sido sometida, posee valores rescatables: la
práctica del apoyo mutuo entre sus miembros; una organización social pequeña en
la cual es posible el ejercicio de la democracia directa, la que no delega la
toma de decisiones en “políticos” que pronto se convierten en parásitos; una
federación de estas sociedades y la integración de ellas a la naturaleza. ¿Qué
le falta? Le falta la producción suficiente de satisfactores para todos sus
miembros. ¿Por qué? Porque la sociedad
antigua no tiene cabida en los esquemas de la sociedad moderna y esa es
la gran bronca que tendrán que enfrentar los nuevos zapatistas.
Decidí deshacerme de Cristina porque
me estaba convirtiendo literalmente en un desalmado. Un terrible impulso me
mantenía lejos de los templos: siempre que pasaba por ellos me daban ganas de
patear a los mendigos. En otra ocasión hice que un ciego cruzara la calle con
el semáforo para peatones en rojo. Me agandallaba a los vendedores de chicles bajándome
del camión sin pagarles, aunque salía tablas porque tenía que pagar otro pasaje
al pulpo camionero, ello me hacía gozar más mi maldad.
El inicio de este comportamiento
coincidió con la primera vez que Cristina me sometió a aquella caricia. Quizá
sea necesario aclarar, antes de continuar con esta narración, que esa mujer
dominaba varias lenguas vivas y una que otra muerta y que la razón de su
presencia en Chihuahua se debía a un trabajo que venía realizando en secreto; este
consistía en descifrar los dibujos de múltiples cacerolitas de Paquimé que se
encontraban arrumbadas en un museo de la ciudad.
Según ella, en las grecas negras y
terracota de las susodichas cacerolas se encontraba escrita toda la teoría
erótica de esa antigua cultura, algo así como el Kama Sutra de los Indios
Pueblo o el Aranga Ranga de Aridamérica.
Enterado, pues, de su dominio casi
marcial de las artes eróticas, no tuve menos que recordar la película El amante bilingüe, de Juan Marsé,
cuando una noche murmuró al oído: quiero proponerte algo. Su propuesta me dejó
atónito. Se trataba aparentemente de algo ingenuo.
Déjame beber tu aliento –me dijo– y
sus ojos parecieron entrecerrarse más. Me convenció la vehemencia con que expuso
sus sólidos argumentos mientras jugueteaba con uno de los pelos que me salían
de la oreja izquierda. El núcleo central de su argumento era que en esta época
de acrobacias sexuales, fellatio, sadomasoquismo, coprofilia, licantropía,
habíamos olvidado la caricia principal de los amantes: el beso. El mayor
placer, asentó como corolario a su teoría, se alcanza cuando el amante bebe el
aliento del amado.
No sé si sería sugestión pero el
jueguito me produjo un ignoto placer. Nunca llegamos al coito, pero para qué si
aquella práctica me enloquecía. A veces, sin aliento alguno, volvía a la
siguiente noche para entregarme a sus besos, pues mi desalmada concepción del
mundo y de la vida me llevaba a pensar que me estaba ahorrando una muy buena
lana en condones. Pero la felicidad no puede ser eterna, el amado, por pasivo
que sea, siempre descubre los engaños de su amante. Zabludosky tuvo la culpa.
El asesinato de Luis Donaldo Colosio
me hizo recordar de pronto la columna que tenía que entregar para el número 16
de la revista Azar. El ojo de la
televisión estaba presente y nos trasladó desde los primeros minutos al
mismísimo lugar del atentado. La tele, la imagen, el cyperpunk, la
telepantalla, Orwell, el control, la mentira disfrazada, pensaba mientras veía
a Zabludosky aproximando teorías y descubriendo
la ubicación del asesino Un video cassette, se dice, video destapó al sucesor
de Colosio. La aparición de otra video filmación echó por tierra la hipótesis
del asesino solitario y fortaleció la del complot.
Un complot interno, ¿para fabricarse
un mártir?, ¿autogolpe?, ¿auto desestabilización? No cabe duda, el Estado es
cabrón pero son más cabrones los alienados que andan subidos en él. Estaba
viendo pues cómo se ubicaban los complotados, cómo avanzaban, cómo le abrían
paso al asesino y cómo saltaban los sesos de Colosio, cuando intuí que yo
también era víctima de un complot. Mi cualidad de recordar en flash back,
adquirida durante los años en que me desempeñé como acomodador en un cine, me
permitió ver de nuevo a todo color y en cinemascope mi encuentro con Cristina.
Ahí estaba ella platicando momentos
antes con el tipo que nos bañó con la manguera. Los que se amontonaban en la
puerta lateral sonreían con complicidad y saboreaban de antemano mi pay de
manzana, sobre el que se arrojaron como aves de rapiña cuando vieron que caí en
las garras de esa desalmadora de hombres.
Lo que aún no alcanzo a comprender es
por qué a mí. ¿Qué oscuros intereses pude haber afectado? ¿Cómo? ¿Cuándo?
¿Dónde? No, no encuentro motivos suficientes para que Cristina se haya ensañado
conmigo de esa manera. Hasta hoy, confieso que hace tiempo realicé como
ejercicio escolar un audio vidsual sobre vampirismo, en el que di a conocer la
existencia de varias sociedades vampíricas, entre ellas la que rinde culto a
Miss Lucy Westenra, la primera víctima del conde Drácula en Occidente, pero el auditorio
con que conté fue muy limitado; he propiciado ejercicios de escritura
automática con mis alumnos; dos o tres veces he jugado con la tabla ouija;
prendí una vela negra que compré en el mercado con la leyenda “muerte a mis
enemigos”, pero como no tengo ninguno, todos ellos gozan hasta ahora de cabal
salud.
Ojalá todo esto no fuera más que una
fabulación, un pretexto de mi parte para no entregar colaboraciones serias a Azar. Ojalá se tratara solo de eso, pero
temo que llegue la noche y con ella el sueño y aunque Cristina no es
precisamente una usurpadora de cuerpos, tengo el presentimiento de que si
duermo vendrá para someterme a sus besos y en el último hálito se robará mi
alma.
(Esta crónica de Raúl Sánchez Trillo
es parte de su libro Notas anárquicas,
inédito).
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