sábado, 8 de diciembre de 2018

Luis David Hernández: JChM

En la foto Luis David Hernández, Óscar Robles, Maya Bejarano y Víctor Díaz

Chávez Marín, cronista y poeta
(Texto para ser platicado)
Presentación del libro Te amo Alejandra crónicas

Por Luis David Hernández

Reseñar o comentar textos de Jesús Chávez Marín me resulta bastante grato, no tanto por estar sentado aquí frente a ustedes sino por el simple hecho de releerlos.
Chávez Marín me ha comentado algunas veces que él se conformaría con llegar a ser un buen redactor, es decir, manejar el lenguaje con corrección. Así de sencillo. Aspiración bastante modesta y ya superada si nos asomamos hoy a su gratificante y relajada escritura.
Decide regalarnos hoy un puñado de sus mejores crónicas escritas entre 1985 y 1994. Muy pocas para mi gusto.
Por qué un género periodístico, por qué la crónica, por qué la crítica.
Chávez, frenético lector de literatura de calidad, sobre todo narrativa y crónica, se mete en este último género y lo disfruta tanto que se casa con él y hasta la fecha no lo abandona.
La parte medular de sus críticas, el sustento fundamental, sin duda alguna es el manejo del humor. Humor exquisito, hiriente, espontáneo, cáustico, ácido, incomodo; humor, espejo de sus mismos hábitos lingüísticos cotidianos: las pláticas de Chávez Marín son chispeantes crónicas orales de increíble y lúcida espontaneidad.
Algunos amigos comunes, Óscar Robles y Víctor Díaz, siempre coincidimos en que si Chávez escribiera lo que platica –chistes, anécdotas, recuerdos de familia, rollo cotidiano, simple conversación intelectual, lo que sea– sería un prolífico escritor y un fino humorista.
Supongo que su perspectiva literaria, su talento para la crítica no es fortuito. Lo respalda un gran bagaje intelectual que se remonta a sus lecturas en el Seminario Conciliar de Chihuahua; después viene la experiencia en la Escuela de Filosofía y Letras; más adelante su constante relación con todos o casi todos los grupos de escritores de nuestra ciudad será decisiva para que aparezcan en revistas y periódicos sus textos que empiezan a incomodar a muchos y divertir a otros más.
Su ansia por estar al día en la literatura más reciente habrá de influir en su preparación no planeada. Leer para divertirse y ya. Sin duda hay admiración y una influencia saludable de algunos literatos periodistas como Vicente Leñero, Jorge Ibargüengoitia, García Márquez, y a veces sus escritos también me recuerdan a Tito Monterroso.
Tesón, ¿disciplina por manejar el lenguaje? y un enorme patrimonio libresco en comunión franca con su sensibilidad tan peculiar para reírse de la vida y de las cosas marcarán los rasgos de su estilo literario.
Te amo, Alejandra, colección de dieciocho textos, se lee con mucho sufrimiento. Abundan la evocación y la nostalgia. La infancia feliz (perdida) la gente sencilla y buena, la armonía del planeta, los poetas simples, son utopías que se anclaron, y para siempre, en el pasado.
Te amo, Alejandra también se lee con trágica alegría. Critica, describe y despedaza los ambientes intelectuales de nuestro rancho grande. Aquí llega a los extremos: ciertos grupos culturales son víctimas de su humor cáustico y con otros es demasiado benévolo, casi tan generoso como con sus amigos o su familia.
Te amo, Alejandra también se lee con mucho optimismo. Hablo en particular de ese bellísimo texto “Las comunistas regresamos” que nada tiene que ver con el título sino con el amor, la libertad, la salvación. Yo lo hubiera escogido para cerrar el plaquete.
Te amo, Alejandra también tiene felices momentos líricos, donde el tono elegíaco lleva las de ganar. El cronista se hace poeta y nos regala momentos bucólicos tan simples y directos que dan ganas de escribir así, tan bonito.
Al hablar ahora de su poesía de entre líneas recuerdo dos anécdotas que me hacen pensar que Chávez es un poeta que no se atreve a serlo.
Una de ellas se remonta a la época de aquel dañadísimo grupo Aura. Resulta que a Óscar Robles le dio por juntarnos en el restaurante Nayos a las nueve de la mañana todos los sábados a revisar y corregir nuestros textos –imagine si no andábamos mal–. Pues en una de esas aburridas reuniones estábamos revisando algunos poemas;  que si la rima, que si el ritmo, que las imágenes, todos esos rollos que mal aprendimos en la Escuela de Filosofía y Letras, y pues ningún texto pasaba el veredicto riguroso: ni un poema servía. Entonces, Jesús Chávez sacó su poema enorme, ¡siete hojas papel cebolla! Al verlo nos asustamos y pensamos –sin decirlo, claro– que nunca acabaría aquel maratón talleresco. Pero resultó que nuestro crítico había escrito un poema –en partes nada más– sorprendente y de gran lirismo. Entonces, alguien socarronamente me dijo al oído: “mira, este nos jodió y eso que no es poeta”. Los poetas del grupo eran Óscar Robles y Héctor Contreras.
La otra anécdota tiene como escenario la colonia Las Granjas, calle Acacias n. 3, donde yo viví un año o dos. Era vecino de Jesús. Afortunadamente casi no nos visitábamos. Pues una mañana llego súper acelerado. Platicó dos horas sin cesar de no se qué tanta barbaridad. Se tomo ocho cafés –me tenía todo aturdido y no hallaba como decirle que yo quería seguir durmiendo, cuando de repente sacó de la bolsa de su camisa de mezclilla una especie de agenda donde traía escritos setenta y ocho haikús y me puso a leerlos todos. No recuerdo si todos los había escrito él.
Ahora, al releer estas crónicas redescubro y recuerdo a nuestro poeta egoísta.
Hace un buen rato, un grupo de amigos –bastante dañados por cierto– jugando siempre nos hacíamos esta pregunta: ¿Si tú fueras escritor que obra te hubiera gustado escribir? Las respuestas dependían de los gustos personales, del estado de ánimo y de otros factores; a veces la exageración se hacia presente; por ejemplo decía alguien: “a mí me hubiera bastado con inventar el titulo de una obra de Rulfo”, “a mí una novela de José Agustín”, otro ya instalado en el insufrible fanatismo: “a mí una frase de García Márquez y suicidarme”.
Hoy, sin temor a exagerar o a equivocarme aprovecho para decirle a nuestro autor que me hubiera gustado escribir algunos textos de esta bellísimo plaquete.
Chávez Marín, Jesús: Te amo Alejandra. Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 1995. (Tercera edición Doble Hélice Ediciones, México, 2010).
Diciembre 1995.



Luis David Hernández estudió letras españolas en la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, se ha dedicado al teatro, la enseñanza y la producción editorial. Como actor y director formó parte en el elenco de muchas obras de teatro, sobre todo en la época clásica de Fernando Saavedra. Es autor de numerosos textos literarios que están publicados en los suplementos Aura, Letras al margen y ProLogos. Relatos suyos aparecen en el libro colectivo Rocío de historias, cuentistas de Filosofía y Letras.

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