En la foto Luis David Hernández, Óscar Robles, Maya Bejarano y Víctor Díaz
Chávez Marín, cronista y poeta
(Texto para ser platicado)
Presentación del libro Te amo Alejandra crónicas
Por Luis David Hernández
Reseñar o comentar textos de Jesús Chávez Marín me resulta bastante grato,
no tanto por estar sentado aquí frente a ustedes sino por el simple hecho de
releerlos.
Chávez Marín me ha comentado algunas veces que él se conformaría con llegar
a ser un buen redactor, es decir, manejar el lenguaje con corrección. Así de
sencillo. Aspiración bastante modesta y ya superada si nos asomamos hoy a su
gratificante y relajada escritura.
Decide regalarnos hoy un puñado de sus mejores crónicas escritas entre 1985
y 1994. Muy pocas para mi gusto.
Por qué un género periodístico, por qué la crónica, por qué la crítica.
Chávez, frenético lector de literatura de calidad, sobre todo narrativa y
crónica, se mete en este último género y lo disfruta tanto que se casa con él y
hasta la fecha no lo abandona.
La parte medular de sus críticas, el sustento fundamental, sin duda alguna
es el manejo del humor. Humor exquisito, hiriente, espontáneo, cáustico, ácido,
incomodo; humor, espejo de sus mismos hábitos lingüísticos cotidianos: las
pláticas de Chávez Marín son chispeantes crónicas orales de increíble y lúcida
espontaneidad.
Algunos amigos comunes, Óscar Robles y Víctor Díaz, siempre coincidimos en
que si Chávez escribiera lo que platica –chistes, anécdotas, recuerdos de
familia, rollo cotidiano, simple conversación intelectual, lo que sea– sería un
prolífico escritor y un fino humorista.
Supongo que su perspectiva literaria, su talento para la crítica no es
fortuito. Lo respalda un gran bagaje intelectual que se remonta a sus lecturas
en el Seminario Conciliar de Chihuahua; después viene la experiencia en la
Escuela de Filosofía y Letras; más adelante su constante relación con todos o
casi todos los grupos de escritores de nuestra ciudad será decisiva para que
aparezcan en revistas y periódicos sus textos que empiezan a incomodar a muchos
y divertir a otros más.
Su ansia por estar al día en la literatura más reciente habrá de influir en
su preparación no planeada. Leer para divertirse y ya. Sin duda hay admiración
y una influencia saludable de algunos literatos periodistas como Vicente
Leñero, Jorge Ibargüengoitia, García Márquez, y a veces sus escritos también me
recuerdan a Tito Monterroso.
Tesón, ¿disciplina por manejar el lenguaje? y un enorme patrimonio libresco
en comunión franca con su sensibilidad tan peculiar para reírse de la vida y de
las cosas marcarán los rasgos de su estilo literario.
Te amo,
Alejandra, colección de dieciocho textos, se lee con mucho sufrimiento. Abundan la
evocación y la nostalgia. La infancia feliz (perdida) la gente sencilla y
buena, la armonía del planeta, los poetas simples, son utopías que se anclaron,
y para siempre, en el pasado.
Te amo,
Alejandra también se lee con trágica alegría. Critica, describe y despedaza los
ambientes intelectuales de nuestro rancho grande. Aquí llega a los extremos:
ciertos grupos culturales son víctimas de su humor cáustico y con otros es
demasiado benévolo, casi tan generoso como con sus amigos o su familia.
Te amo,
Alejandra también se lee con mucho optimismo. Hablo en particular de ese bellísimo
texto “Las comunistas regresamos” que nada tiene que ver con el título sino con
el amor, la libertad, la salvación. Yo lo hubiera escogido para cerrar el
plaquete.
Te amo,
Alejandra también tiene felices momentos líricos, donde el tono elegíaco lleva las
de ganar. El cronista se hace poeta y nos regala momentos bucólicos tan simples
y directos que dan ganas de escribir así, tan bonito.
Al hablar ahora de su poesía de entre líneas recuerdo dos anécdotas que me
hacen pensar que Chávez es un poeta que no se atreve a serlo.
Una de ellas se remonta a la época de aquel dañadísimo grupo Aura. Resulta
que a Óscar Robles le dio por juntarnos en el restaurante Nayos a las nueve de
la mañana todos los sábados a revisar y corregir nuestros textos –imagine si no
andábamos mal–. Pues en una de esas aburridas reuniones estábamos revisando
algunos poemas; que si la rima, que si
el ritmo, que las imágenes, todos esos rollos que mal aprendimos en la Escuela
de Filosofía y Letras, y pues ningún texto pasaba el veredicto riguroso: ni un
poema servía. Entonces, Jesús Chávez sacó su poema enorme, ¡siete hojas papel
cebolla! Al verlo nos asustamos y pensamos –sin decirlo, claro– que nunca
acabaría aquel maratón talleresco. Pero resultó que nuestro crítico había
escrito un poema –en partes nada más– sorprendente y de gran lirismo. Entonces,
alguien socarronamente me dijo al oído: “mira, este nos jodió y eso que no es
poeta”. Los poetas del grupo eran Óscar Robles y Héctor Contreras.
La otra anécdota tiene como escenario la colonia Las Granjas, calle Acacias
n. 3, donde yo viví un año o dos. Era vecino de Jesús. Afortunadamente casi no
nos visitábamos. Pues una mañana llego súper acelerado. Platicó dos horas sin
cesar de no se qué tanta barbaridad. Se tomo ocho cafés –me tenía todo aturdido
y no hallaba como decirle que yo quería seguir durmiendo, cuando de repente
sacó de la bolsa de su camisa de mezclilla una especie de agenda donde traía
escritos setenta y ocho haikús y me puso a leerlos todos. No recuerdo si todos
los había escrito él.
Ahora, al releer estas crónicas redescubro y recuerdo a nuestro poeta
egoísta.
Hace un buen rato, un grupo de amigos –bastante dañados por cierto– jugando
siempre nos hacíamos esta pregunta: ¿Si tú fueras escritor que obra te hubiera
gustado escribir? Las respuestas dependían de los gustos personales, del estado
de ánimo y de otros factores; a veces la exageración se hacia presente; por
ejemplo decía alguien: “a mí me hubiera bastado con inventar el titulo de una
obra de Rulfo”, “a mí una novela de José Agustín”, otro ya instalado en el
insufrible fanatismo: “a mí una frase de García Márquez y suicidarme”.
Hoy, sin temor a exagerar o a equivocarme aprovecho para decirle a nuestro
autor que me hubiera gustado escribir algunos textos de esta bellísimo
plaquete.
Chávez Marín, Jesús: Te amo Alejandra.
Editorial Universidad Autónoma de Chihuahua, México, 1995. (Tercera edición
Doble Hélice Ediciones, México, 2010).
Diciembre 1995.
Luis David Hernández estudió letras españolas en la Escuela de Filosofía y
Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, se ha dedicado al teatro, la
enseñanza y la producción editorial. Como actor y director formó parte en el
elenco de muchas obras de teatro, sobre todo en la época clásica de Fernando
Saavedra. Es autor de numerosos textos literarios que están publicados en los
suplementos Aura, Letras al margen y ProLogos. Relatos suyos aparecen en el libro colectivo Rocío de historias, cuentistas de Filosofía
y Letras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario