El
secreto de Olga
Novela
Por
Giorgio Germont
Capítulo 26. San
Vasily El Bendito
Descansaron
en el hotel la sobremesa del almuerzo y se dispusieron a asistir a la función
de las 06:00 en la Iglesia ortodoxa de San Vasily El Bendito. Era el punto de
reunión de los ex patriados rusos de la localidad. Tiene decorada la cúpula un poco al estilo de la
catedral de Moscú,
con colores rojos y verdes en patrones espirales. El festival ya había dado comienzo. Tuvieron dificultad
para encontrar estacionamiento y al fin entraron al recinto. Al pasar por el
interior de la iglesia vieron una inmensa fotografía de un templo con siete torres
blancas y tres domos dorados. David hizo un alto y le preguntó a Olga que si
era San Vasily El Bendito.
—No —le dijo ella—, es El Cristo Redentor, la que está a las orillas del río
Moskba.
Los fieles se arrodillaban en un pequeño altar en la parte trasera de la nave principal, donde un lector sentado en el suelo con un pequeño micrófono oraba con el público. Se escuchaba su voz gangosa y rítmica que decía:
Los fieles se arrodillaban en un pequeño altar en la parte trasera de la nave principal, donde un lector sentado en el suelo con un pequeño micrófono oraba con el público. Se escuchaba su voz gangosa y rítmica que decía:
Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos será el reino de los cielos,
bienaventurados los mansos,
porque ellos poseerán la tierra,
bienaventurados los que tienen
hambre y sed de jus-ticia
porque ellos serán saciados...
El
festival estaba en su apogeo. Salieron al jardín por la puerta de la sacristía en donde mucha gente ya estaba
reunida alrededor del pastor, un clérigo barbón de lentes con un tocado de tres picos y una
sotana negra. El jardín tenía setos y mesas de picnic donde ya
se colocaban viandas. Le presentaron a David a varios hombres rusos y las
mujeres se dirigieron hacia donde estaban los preparativos, los ingredientes en
unas mesas. David pensó que reconocía a un barbudo pelirrojo. No estaba
seguro pero sospechaba que lo había visto en la página aquella de la computadora que
visitaba Olga. Raiza lo introdujo.
—Mira David, él
es Boris Rostov, el presidente del grupo.
El
pelirrojo era un inmenso fortachón con manos como garras. Le estrechó la mano,
casi le quiebra los dedos, y se despidió al instante siguiendo a otros rusos
que lo buscaban.
David
se quedó donde uno de ellos. Un tal Sasha lo llevó a ver cómo la carne cruda
se preparaba.
—Te voy a mostrar cómo se prepara la carne asada al
estilo ruso —le
dijo—.
Se pone desde el día
anterior a curar en kefir. ¿Sabes
lo que es el kefir?
David
contestó que no lo sabía y escuchó la disertación entera. A lo lejos veía cómo Boris saludaba a Olga
efusivamente, le daba sus tres abrazos y luego le enroscaba un brazo por la
cintura diciéndole algo al oído. Lo que le pasó desapercibido
fue que al saludarla Boris le puso en la mano a Olga una nota con un nombre y
una dirección. Ella la tomó y se la guardó rápidamente dentro del corpiño. En eso Raiza se acercó con ellos y llevaban una
conversación muy animada con muchos ademanes entre los tres. También miró David a una mujer muy delgada que vestía una túnica color azul turquesa muy larga.
La mujer tenía
lentes y pelo largo canoso. David trató de acercarse donde Olga para averiguar
de qué hablaba con Boris, pero Sasha lo tomó del brazo y lo
arrastró de nuevo a la mesa donde el cocinero sacaba el puerco del tazón lleno
de kefir y
condimentos.
—Mira, David, aquí está el detalle importante —le dijo.
Olga
estaba muy atenta en la mesa del fondo a lo que decía el pelirrojo Boris. Si David
pudiera entender ruso esto es lo que hubiera escuchado, lo que Raiza le dijo al
oído a Olga: “Dice Boris que era preciso verte en
persona. Le tienen intervenido el teléfono ¿entiendes? Está bajo una vigilancia muy estrecha.” Ese era el tema que discutían mientras David aprendía a cocinar como si fuera un ruso
de verdad.
Muy
a su pesar, David observó cada detalle de cómo se preparan las agujas de carne
de puerco antes de colocarlas sobre las brasas. El humo se le metía en los ojos, la carne asada ya
empezaba a cocerse. El olor a carne al calor de las brasas era intenso. David
volteaba donde Olga y apenas la podía ver en medio del grupo que la
rodeaba. Solamente se veía
el color azul turquesa del vestido de la mujer canosa; alguien más que David no alcanzaba a distinguir estaba detrás de Olga y la tenía abrazada. Raiza se acercó de
pronto y le dijo a David:
—Aquí está el Chorny
perets y lavrovny, gránulos de pimienta negra y hojas de laurel para la
carne. Te va a saber a gloria, David.
Raiza
acentuaba que solamente faltaba el vodka para darle a todo el punto final, pero
no podían
tomar alcohol en la iglesia. Así pasó
la tarde y finalmente abandonaron el jardín. Después
de tomar los refrigerios pasaron de nuevo por la nave principal y aún estaba el sermoneador leyendo a
los creyentes, en su mayoría mujeres cubiertas con pañoletas negras con las
manos juntas en el pecho y la cabeza agachada. Resonaba la voz adormecedora del
lector:
Más
tú, Jehová, eres un escudo alrededor de mí;
eres mi gloria, el que levanta mi cabeza.
eres mi gloria, el que levanta mi cabeza.
(Continuará).
Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su
profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas
recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK
AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de
la primera, titulada Mis encuentros con
la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por
Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.
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