jueves, 13 de diciembre de 2018

Giorgio Germont. Soñar despierto

El secreto de Olga
Novela

Por Giorgio Germont

Capítulo 16. Soñar despierto

Qué hermoso sería si todo lo que uno quiere, todo lo que desea el corazón, se pudiera lograr. La vida sería perfecta, Olga sería perfecta, David sería perfecto. Desde los primeros días la llegada de Olga había sido una ocasión de inmensa alegría. La compañía de ella, después de haber viajado más de nueve mil quinientos kilómetros para reunirse con él, colmó de felicidad los días de David.
Un momento, hablamos de los días, sí, pero las noches... Eso fue otra cosa. Los nervios de fracasar frente a ella se apoderaron de David, lo hacían temblar. Los efectos de sus medicamentos y su enfermedad lo tenían paralizado. Se alejó del lecho de Olga desde el principio por temor a no poderla satisfacer, debido a su impotencia.
Le aceptaba unas leves caricias y participaba en el preámbulo amoroso, pero en el momento de la verdad... Oh dolor, David no se atrevía a cruzar ese río del amor y encontrarse con un fracaso, ahogarse en esa corriente. Inventó una serie de excusas banales, que si "por respeto, para conocernos mejor, para esperar al momento idóneo, para no apresurar las cosas". El propio David negaba la oportunidad de llevar su relación con Olga a un nivel más íntimo. Estaba prendado de ella, la deseaba con el alma, pero no podía vencer los inconvenientes, obstáculos que se antojaban irremontables. Le daba su beso de buenas noches, la dejaba en pijamas en la habitación y regresaba al estudio, a laborar en sus proyectos personales hasta altas horas de la noche.
Para David esos primeros días y semanas en Pasadena, cuando Olga llegó de Moscú, se plasmaron en su memoria como si fuera un espejismo, un invento absoluto de la imaginación.
Primeramente le dejó el recuerdo de algo maravilloso. Olga era como una pequeñita sonriente, una recién nacida. Sus pestañas tan rizadas y largas, sus ojos verdes cristalinos brillaban. Como el día que le dijo: “Oh...América, que país tan hermoso.David la escuchó en silencio. Estaban sentados en un parque adyacente a la bahía de Nassau. Era un remanso natural, un lago poblado de patos, un parque rodeado de palmeras y árboles de plátano. Los sauces llorones estiraban sus ramas, hundían las puntas de las hojas en el agua. Los gansos graznaban y alzaban el vuelo en grupo. Olga se chupaba los dedos mientras se deleitaba con un sándwich. Era carne de puerco en salsa barbecue. Así los recibió el atardecer, disfrutando placenteramente. Al entrar al apartamento, Olga se retiró a descansar y se quedó dormida. David vio las noticias en la tele y luego tocó por un rato el Theremin antes de quedarse dormido en el sofá.
—¿Cuál es nuestro plan del día de hoy Duhvid? —preguntó muy animada Olga un sábado que el sol deslumbraba por la mañana.
Su pronunciación tan peculiar del nombre, a David le causaba gracia. Ella estaba de pie ante el dintel de la habitación. Le explicaba algo mientras cepillaba su sedosa cabellera; la teoría de cómo una verdadera dama debe planear bien su día. Era importante primero que nada esmerarse en el aseo personal y la apariencia, porque la dama debe verse siempre bien. Pero no solamente verse bien a solas frente al espejo. Más allá de eso, ella debe verse mejor que otras mujeres, otras hembras que uno se pueda encontrar en la calle, en la tienda, mujeres que tal vez de una manera disimulada admiran a su acompañante y se lo quieren robar. Tal vez el hombre también las mira a ellas, le llaman la atención, las desea por un micro instante mientras pasan por la acera. Por eso Olga le preguntaba a David que dónde estaba la báscula. Él dijo que no tenía. Olga dijo:
—¿Nunca te pesas tú mismo? Bueno, como eres tan delgado, no la necesitas. Pero una mujer siempre debe preocuparse por su figura, es un compromiso diario. Si no, después se va a sentir deprimida y frustrada. La mujer debe sentirse sexy para lograr atraer a su pareja.
David la escuchaba con una media sonrisa en los labios. Olga hablaba sin parar como un muñequito de cuerda. David tenía en las manos una partitura que le pretendía mostrar, una pieza para piano muy antigua. Se disponía a tocarla pero obviamente no era el momento adecuado. Esta era la hora de la bellezay la música podía esperar. Olga trató de mostrarse enojada, se puso las manos en las caderas y las meneó.
—¿Piensas que este cuerpo tan sexy es una casualidad? No señor, la mujer debe trabajar en su cuerpo diariamente, es un menester que ocupa las veinticuatro horas. Tsely den le decía en ruso. Todo el día, —repetía acentuando sus palabrastsely den.
David se divertía escuchando a Olga exponer sus teorías.
El piano puede esperar le dijo David—. Yo estoy listo para salir cuando tú termines de embellecerte. Vamos al Wal Mart y compramos una báscula, no te preocupes ¡Pero apúrate!
Olga se sonrió y torció la nariz diciendo:
No señor, tampoco me apresures. La belleza debe de atenderse con esmero y paciencia. Cuando termine será cuando ya me sienta que estoy hermosa para ti. Necesito lucir esplendorosa para ir al Walsmart.
Desapareció por la puerta del baño y permaneció allí treinta minutos más mientras David leía el periódico.
—¿Me subes la cremallera por favor, cariño?
Por fin salieron y disfrutaron un día de compras en lo que se convirtió en la tienda favorita de Olga, el Walsmart, como decía ella. Encontró muchos artículos de ropa para dama pero no quiso causar muchos gastos. Salieron de la tienda solo con la báscula.
Unos días después al regresar del trabajo, David se topó con una notita de Olga, que decía.

Salí a dar una vuelta, vuelvo más tarde. Besos. Olya.

David se sentó a ver las noticias con un vaso de escocés en la mano y la esperó. Así estaba sentado en el sofá, descansando, cuando se abrió la puerta. Era Olga.
Hola, mi amor. ¡Tengo sorpresa!
Eso dijo y le dio un beso en la boca. Traía una bolsa de papel en la mano. Había visto en la calle anuncios de una venta de ropa usada, un garage sale, tan popular entre los americanos. De la bolsa sacó varias prendas que había comprado y se las modeló una por una. En esa tarde cálida y tranquila, escocés con hielo en la mano, David pudo apreciar por vez primera la hermosa silueta de su huésped. Olga tenía un torso esbelto y una cintura estrecha. Sus piernas eran largas y torneadas, el amplio busto llenaba las copas de una blusa color rosa con cuello de colegiala y listones en las mangas. Las sandalias de piel y la falda corta de lino acentuaban sus amplias caderas. Y luego vino aquel conjunto marinero de azul y rojo, con la blusa ajustada sobre sus senos. Ella le modeló las prendas en la sala con movimientos de coquetería y él se quedó sin habla. No podía apartar la vista de la modelo.
Solamente gasté nueve dólares. ¿Lo puedes creer? ¡Qué ganga!
Ella se lo mostró todo, de frente y de perfil, David temblaba de la emoción sentado allí; por más que la deseaba sentía temor de que la impotencia le arruinara los planes.
Por la tarde Olga estaba sentada en el escritorio de la computadora, sonriente, muy animada.
—¿Qué haces, reina? le preguntó David.
Estoy chateando con mi amiga Raiza.
—¿Quién es Raiza?
Era una amiga rusa que Olga había localizado. Vivía en Austin, capital de Texas. Se habían conocido hacía años, en Rusia. La apreciaba mucho. Raiza le insistía que fuera a visitarla.
David se metió a la ducha y le gritó bajo el chorro del agua.
—¿Qué hay de cenar? Tengo mucha hambre.
Con el ruido de la regadera no escuchó la respuesta. Solamente se deleitó al sentir el torrente de agua caliente en la cara y el olor a lavanda de su de jabón. Disfrutaba llegar sudoroso de su ejercicio y darse una ducha antes de cenar. Se sentía como un hombre nuevo. La cena fue una chuleta de puerco con vegetales salteados en salsa. David apreció el delicioso sazón en las manos de Olga. Ella se despidió. Se dirigía a San Pancracio, la iglesia cristiana ortodoxa de Pasadena. Olga había conseguido en la iglesia algo así como un empleo. Daba catecismo los sábados y clases de ruso para principiantes entre semana. Sus alumnos eran los pequeños de inmigrantes latvios y ucranianos obreros de la clase popular que asistían a la parroquia los domingos. Le pagaban poco, solamente propinas, pero le servía a la rusa de ocupación y le ponía unos cuantos billetes en la bolsa.
David se sentó a tocar el piano. Disfrutaba su momento a solas. Se acercó a la computadora y entró a revisar sus correos. Al abrirla estaba prendida en un sitio que él no había visto nunca. En la primera página estaba la foto de un hombrón pelirrojo corpulento. Tenía una barba muy gruesa y pelo largo. Su nariz abultada, el ceño fruncido, de cejas muy gruesas; una mirada penetrante. Todos los textos estaban escritos en alfabeto cirílico. De tal manera que David solamente pudo entender el nombre de Boris, lo demás era como si estuviera en chino. Dio vuelta a las páginas y se topó con otros hombres de características similares. Fotos de hombrones corpulentos, algunos portando un rifle, vistiendo chamarras de comandos, vestiduras de guerrilleros. Algunas fotos los mostraban en camiseta sin mangas, para lucir su musculatura, con bíceps y hombros y pectorales muy abultados, levantando pesas. Al avanzar las páginas de nuevo, se topó con otra escritura ininteligible pero pudo, sin embargo, reconocer en ella signos arábicos.
Se quedó muy confundido de cuál sería la inclinación de Olga hacia este tipo de página. Concluyó que tal vez era una página de tipo romántico, sexual, un portal para romance con guerrilleros. El hallazgo lo dejó incómodo. Él sabía que Olga estaba en ayuno sexual ya por varias semanas y la pudo justificar de esa manera pero no sin sentir que le quemaban los celos el pecho. No se detuvo a pensar por qué Olga pudiera escoger este tipo de hombres de aspecto agresivo, fortachones armados y corpulentos. Lo analizó introspectivamente y decidió seguir en su rutina personal, respetar la privacidad de Olga, a sabiendas que no eran en realidad amantes ni prometidos. No habían hecho planes entre ellos para reafirmar su relación ni para intentar una relación más íntima. David decidió guardar silencio y respetarle a ella su espacio. No por eso dejaba de sentir terribles celos de ese Boris, cualesquiera que fuera su apellido, el pelirrojo del portal.
David se hubiera asombrado de saber la verdad. Saber que el sitio virtual era una central de mercenarios a sueldo. Soldados profesionales en busca de fortuna a base de su experiencia en combate; un currículum muy valioso en el mundo de hoy, infiltrado de terrorismo y violencia.
(Continuará).

 
Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.

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