El
secreto de Olga
Novela
Por
Giorgio Germont
Capítulo 16.
Soñar
despierto
Qué hermoso
sería
si todo lo que uno quiere, todo lo que desea el corazón, se pudiera lograr. La
vida sería
perfecta, Olga sería
perfecta, David sería
perfecto. Desde los primeros días la llegada de Olga había sido una ocasión de inmensa alegría. La compañía de ella, después
de haber viajado más
de nueve mil quinientos kilómetros para reunirse con él, colmó de felicidad los días de David.
Un
momento, hablamos de los días, sí, pero las noches... Eso fue otra
cosa. Los nervios de fracasar frente a ella se apoderaron de David, lo hacían temblar. Los efectos de sus
medicamentos y su enfermedad lo tenían paralizado. Se alejó del lecho de Olga desde el principio por temor a
no poderla satisfacer, debido a su impotencia.
Le
aceptaba unas leves caricias y participaba en el preámbulo amoroso, pero en el momento
de la verdad... Oh dolor, David no se atrevía a cruzar ese río del amor y encontrarse con un
fracaso, ahogarse en esa corriente. Inventó una serie de excusas banales, que
si "por respeto, para conocernos mejor, para esperar al momento idóneo,
para no apresurar las cosas". El propio David negaba la oportunidad de
llevar su relación con Olga a un nivel más íntimo. Estaba prendado de ella, la
deseaba con el alma, pero no podía vencer los inconvenientes, obstáculos que se antojaban irremontables.
Le daba su beso de buenas noches, la dejaba en pijamas en la habitación y
regresaba al estudio, a laborar en sus proyectos personales hasta altas horas
de la noche.
Para
David esos primeros días
y semanas en Pasadena, cuando Olga llegó de Moscú, se
plasmaron en su memoria como si fuera un espejismo, un invento absoluto de la
imaginación.
Primeramente
le dejó el recuerdo de algo maravilloso. Olga era como una pequeñita sonriente,
una recién nacida. Sus pestañas tan rizadas y largas, sus
ojos verdes cristalinos brillaban. Como el día que le dijo: “Oh...América,
que país
tan hermoso.” David
la escuchó en silencio. Estaban sentados en un parque adyacente a la bahía de Nassau. Era un remanso natural,
un lago poblado de patos, un parque rodeado de palmeras y árboles de plátano. Los sauces llorones estiraban
sus ramas, hundían
las puntas de las hojas en el agua. Los gansos graznaban y alzaban el vuelo en
grupo. Olga se chupaba los dedos mientras se deleitaba con un sándwich. Era carne de puerco en
salsa barbecue. Así los
recibió el atardecer, disfrutando placenteramente. Al entrar al apartamento,
Olga se retiró a descansar y se quedó dormida. David vio las noticias en la
tele y luego tocó por un rato el Theremin antes de quedarse dormido en el sofá.
—¿Cuál es nuestro plan del día de hoy Duhvid? —preguntó muy animada Olga un sábado que el sol deslumbraba por la
mañana.
Su
pronunciación tan peculiar del nombre, a David le causaba gracia. Ella estaba
de pie ante el dintel de la habitación. Le explicaba algo mientras cepillaba su
sedosa cabellera; la teoría de cómo una verdadera dama debe planear
bien su día.
Era importante primero que nada esmerarse en el aseo personal y la apariencia,
porque la dama debe verse siempre bien. Pero no solamente verse bien a solas
frente al espejo. Más allá de
eso, ella debe verse mejor que otras mujeres, otras hembras que uno se pueda
encontrar en la calle, en la tienda, mujeres que tal vez de una manera
disimulada admiran a su acompañante y se lo quieren robar. Tal vez el hombre
también las mira a ellas, le llaman la atención, las desea
por un micro instante mientras pasan por la acera. Por eso Olga le preguntaba a
David que dónde estaba la báscula. Él dijo que no tenía. Olga dijo:
—¿Nunca te pesas tú mismo? Bueno, como eres tan delgado,
no la necesitas. Pero una mujer siempre debe preocuparse por su figura, es un
compromiso diario. Si no, después se va a sentir deprimida y
frustrada. La mujer debe sentirse sexy para lograr atraer a su pareja.
David
la escuchaba con una media sonrisa en los labios. Olga hablaba sin parar como
un muñequito de cuerda. David tenía en las manos una partitura que le
pretendía
mostrar, una pieza para piano muy antigua. Se disponía a tocarla pero obviamente no era
el momento adecuado. Esta era “la hora de la belleza” y la música podía esperar. Olga trató de mostrarse enojada, se puso las manos en las
caderas y las meneó.
—¿Piensas
que este cuerpo tan sexy es una casualidad? No señor, la mujer debe trabajar en
su cuerpo diariamente, es un menester que ocupa las veinticuatro horas. Tsely
den —le decía en ruso—. Todo el día,
—repetía acentuando sus palabras— tsely
den.
David
se divertía
escuchando a Olga exponer sus teorías.
—El piano puede esperar —le dijo David—. Yo estoy listo para
salir cuando tú termines
de embellecerte. Vamos al Wal Mart y compramos una báscula, no te preocupes ¡Pero apúrate!
Olga
se sonrió y torció
la nariz diciendo:
—No señor, tampoco me apresures. La belleza debe de
atenderse con esmero y paciencia. Cuando termine será cuando ya me sienta que estoy
hermosa para ti. Necesito lucir esplendorosa para ir al Walsmart.
Desapareció
por la puerta del baño y permaneció allí treinta minutos más mientras David leía el periódico.
—¿Me
subes la cremallera por favor, cariño?
Por
fin salieron y disfrutaron un día de compras en lo que se convirtió en la tienda
favorita de Olga, el Walsmart, como decía
ella. Encontró muchos artículos
de ropa para dama pero no quiso causar muchos gastos. Salieron de la tienda
solo con la báscula.
Unos
días
después al regresar del trabajo, David se topó con una
notita de Olga, que decía.
Salí
a dar una vuelta, vuelvo más tarde. Besos. Olya.
David
se sentó a ver las noticias con un vaso de escocés
en la mano y la esperó. Así estaba
sentado en el sofá,
descansando, cuando se abrió la puerta. Era Olga.
—Hola, mi amor. ¡Tengo sorpresa!
Eso
dijo y le dio un beso en la boca. Traía una bolsa de papel en la mano.
Había
visto en la calle anuncios de una venta de ropa usada, un garage
sale, tan popular entre los americanos.
De la bolsa sacó varias prendas que había comprado y se las modeló una por
una. En esa tarde cálida
y tranquila, escocés con hielo en la mano, David pudo
apreciar por vez primera la hermosa silueta de su huésped. Olga tenía un torso esbelto y una cintura
estrecha. Sus piernas eran largas y torneadas, el amplio busto llenaba las
copas de una blusa color rosa con cuello de colegiala y listones en las mangas.
Las sandalias de piel y la falda corta de lino acentuaban sus amplias caderas.
Y luego vino aquel conjunto marinero de azul y rojo, con la blusa ajustada
sobre sus senos. Ella le modeló las prendas en la sala con movimientos de coquetería y él
se quedó sin habla. No podía apartar la vista de la modelo.
—Solamente gasté nueve dólares. ¿Lo
puedes creer? ¡Qué ganga!
Ella
se lo mostró todo, de frente y de perfil, David temblaba de la emoción sentado
allí; por más que la deseaba sentía temor de que la impotencia le
arruinara los planes.
Por
la tarde Olga estaba sentada en el escritorio de la computadora, sonriente, muy
animada.
—¿Qué haces, reina? —le preguntó David.
—Estoy chateando con mi amiga Raiza.
—¿Quién es Raiza?
Era
una amiga rusa que Olga había localizado. Vivía en Austin, capital de Texas. Se
habían
conocido hacía años,
en Rusia. La apreciaba mucho. Raiza le insistía que fuera a visitarla.
David
se metió a la ducha y le gritó bajo el chorro del agua.
—¿Qué hay de cenar? Tengo mucha hambre.
Con
el ruido de la regadera no escuchó la respuesta. Solamente se deleitó al sentir
el torrente de agua caliente en la cara y el olor a lavanda de su de jabón.
Disfrutaba llegar sudoroso de su ejercicio y darse una ducha antes de cenar. Se
sentía
como un hombre nuevo. La cena fue una chuleta de puerco con vegetales salteados
en salsa. David apreció el delicioso sazón en las manos de Olga. Ella se
despidió. Se dirigía a San Pancracio, la iglesia
cristiana ortodoxa de Pasadena. Olga había conseguido en la iglesia algo así como un empleo. Daba catecismo los
sábados
y clases de ruso para principiantes entre semana. Sus alumnos eran los pequeños
de inmigrantes latvios y ucranianos obreros de la clase popular que asistían a la parroquia los domingos. Le
pagaban poco, solamente propinas, pero le servía a la rusa de ocupación y le ponía unos cuantos billetes en la
bolsa.
David
se sentó a tocar el piano. Disfrutaba su momento a solas. Se acercó a la
computadora y entró a revisar sus correos. Al abrirla estaba prendida en un
sitio que él no había visto nunca. En la primera página estaba la foto de un hombrón
pelirrojo corpulento. Tenía
una barba muy gruesa y pelo largo. Su nariz abultada, el ceño fruncido, de
cejas muy gruesas; una mirada penetrante. Todos los textos estaban escritos en alfabeto cirílico. De tal manera que David solamente
pudo entender el nombre de Boris, lo demás era como si estuviera en chino. Dio
vuelta a las páginas
y se topó con otros hombres de características similares. Fotos de hombrones
corpulentos, algunos portando un rifle, vistiendo chamarras de comandos,
vestiduras de guerrilleros. Algunas fotos los mostraban en camiseta sin mangas,
para lucir su musculatura, con bíceps y hombros y pectorales muy
abultados, levantando pesas. Al avanzar las páginas de nuevo, se topó con otra
escritura ininteligible pero pudo, sin embargo, reconocer en ella signos arábicos.
Se
quedó muy confundido de cuál sería la inclinación de Olga hacia este tipo de página. Concluyó que tal vez era una
página
de tipo romántico,
sexual, un portal para romance con guerrilleros. El hallazgo lo dejó incómodo. Él sabía que Olga estaba en ayuno sexual
ya por varias semanas y la pudo justificar de esa manera pero no sin sentir que
le quemaban los celos el pecho. No se detuvo a pensar por qué Olga
pudiera escoger este tipo de hombres de aspecto agresivo, fortachones armados y
corpulentos. Lo analizó introspectivamente y decidió seguir en su rutina
personal, respetar la privacidad de Olga, a sabiendas que no eran en realidad
amantes ni prometidos. No habían hecho planes entre ellos para reafirmar su relación
ni para intentar una relación más íntima. David decidió guardar silencio y respetarle a ella su espacio.
No por eso dejaba de sentir terribles celos de ese Boris, cualesquiera que
fuera su apellido, el pelirrojo del portal.
David
se hubiera asombrado de saber la verdad. Saber que el sitio virtual era una
central de mercenarios a sueldo. Soldados profesionales en busca de fortuna a
base de su experiencia en combate; un currículum muy valioso en el mundo de hoy,
infiltrado de terrorismo y violencia.
(Continuará).
Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su
profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas
recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK
AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de
la primera, titulada Mis encuentros con
la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por
Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.
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