Homenaje a José Fuentes Mares
Por Luz Ernestina Fierro Murga
Fuentes Mares un hombre paradójico en sus querencias y afectos, en sus
aversiones y discrepancias. Crítico permanente de la realidad, cuya óptica
cobraba formas dialécticas, siempre polémicas, jugaba con los razonamientos y
la lógica de quien se ha formado en la dualidad del pensamiento de filósofo y jurista,
menuda mecha –no cabe duda– alumbraba su espíritu; un espíritu litigante, denunciante,
incluso dictatorial. Su forma de escribir denota la voz de quien ostenta no su
verdad, sino La Verdad. De ahí que se escucha esa voz decir
Hasta volverme
ceniza compartida,
¡que no duerma el
fuego![1]
Un tema, siendo de su interés, era el ideal pretexto para construir un
texto, sobre todo si de juzgar la historia mexicana y su devenir se trataba.
Personas y sucesos no escaparon de su adjetivación, clara y directa. La
metáfora, definitivamente no es su territorio, sino el lenguaje que no pretende
estética, sino la franca, sencilla y abierta expresión de lo que él juzga como
los hechos y sus consecuencias, de ahí que no escapa a su narrativa, y es parte
de su estilo, el constante enjuiciamiento.
Dice, por boca de Blas Pavón:
… Como se ha hecho
costumbre entre nosotros a la hora de escoger candidatos para los puestos
públicos. … Por tener que escoger entre dos o tres imbéciles, respiramos
tranquilos cuando se resuelve por el menos malo. Y a continuación aseguran que
‘faltan hombres’ y asentimos. Pero asentimos por pereza política y moral, …
Cuando nos sometemos dócilmente al menos malo de los cretinos nos declaramos
implícitamente un pueblo inferior…[2]
Siempre me ha
irritado la pretensión de concebir a Dios a imagen y semejanza del hombre,
aunque se diga que es el hombre quien está hecho a imagen y semejanza de su
Creador. … Hace varios años, al concurrir a la presentación de la cinta Jesus Christ Super
Star, salí asqueado de la sala.
Y continúa su reprobación hacia el constructo de Dios, hasta decir:
Desde muy joven
siento viva repulsión hacia quienes se proponen convertir mis relaciones con
Dios en meros trámites burocráticos. Dejé de ser católico practicante al caer
en la cuenta de que los templos están llenos de burócratas, empeñados en
acelerar los trámites administrativos para ganar la vida eterna…
He vivido mi fe
cogida con alfileres, pero exageraría si hablara de angustias, pues no
experimento agonías al estilo de Unamuno.[3]
Encontramos, pues, al hombre que, desde joven, evidenció una
intelectualidad perceptiva y ambiciosa que supo interrelacionar y apuntalar su
formación de abogado con la filosofía, binomio que todo abogado, y cualquier
disciplina, debería vivenciar para el ejercicio de su vocación, si bien no en
todos palabra y conocimiento encuentran
tierra fértil; mas en Fuentes Mares no solo atinaron a caer en tierra fecunda,
sino prolífica y generosa, de ahí que, más que hablar de años en él, por él
hablan sus libros, sus ideas, pensamientos, argumentaciones, juicios, e incluso
prejuicios, creencias que –equivocadas o no– acuden a la ciencia factual como
sustento.
La Universidad Nacional Autónoma de México, y grandes maestros, despertaron
la vocación y la sensibilidad del alumno en el manejo de la palabra que dio
sentido a su oficio y a su vida; al igual que lo dotaron de una impecable y
organizada técnica para ejercer el derecho y, la obligación de hablar y de
escribir correctamente, al igual que un inconmensurable amor por el arte.
El uso de la argumentación y de la oralidad, indispensables para la
defensa y el ataque jurídicos, lo utiliza para convertirse en un historiador
que, jugando con la diacronía y la sincronía, enjuicia y busca comprender el
proceder humano en el seno de una cultura específica: La mexicana.
Fuentes Mares, valiéndose de métodos y técnicas, intenta ir más allá de
lo que a simple vista se cree ver para descubrir lo que él considera la
verdadera intencionalidad del proceder de los personajes históricos; así, en Y México se refugió en el desierto, refiere
acerca del momento en que Maximiliano de Habsburgo recibía la “Corona de
México”:
Mientras Vidaurri se
refugiaba en Torreón, Juárez, en Monterrey, advertía que la crítica situación
tornábase angustiosa … ¡Qué ridícula mentira! Los mexicanos, como pueblo, no
habían deseado jamás a nadie, y muchos menos que a nadie a un príncipe
extranjero. Lo habían deseado los mismos que en México han hecho por largo
tiempo el papel de supremos electores, el ‘partido’, la secta, el grupito al
acecho de la cosa pública, los que en un episodio explotan la buena cuna y en
el siguiente las inclinaciones de la plebe. Pero México, el pueblo, era un
rebaño miserable, y lo es hoy en gran medida todavía.[4]
Acérrimo en sus críticas, directo en su adjetivación, se puede o no
estar de acuerdo con lo que escribe, pero, ciertamente, en mucho, le acompaña
la razón.
En el mismo libro, Y México se
refugió en el desierto, de 1953[5],
expresa:
… Chihuahua es un
paisaje desalmado y solo. Es una tierra sin agua … Como los líquidos, los
organismos y las almas se ajustan a su continente, adoptan su forma, proclaman
sus virtudes y miserias. Aquí y acullá pueblos sin imaginación y sin canción
es, sin habla casi, Como sus hombres.
Por otra parte, en Cadenas de soledad,
refleja su crítica hacia el obrar del periodismo:
… Los periódicos nos
llenan todos los días la cabeza con grandes conflictos que, por lo regular,
nacen en sus respectivas redacciones. Viven del escándalo, y cuando no lo
encuentran a modo, lo provocan. O lo imaginan, como cuando principian sus
grandes titulares: ‘Se dice que el Presidente de los Estados Unidos…’; o bien
‘Se sospecha que el Primer Ministro de Egipto…’. Cuando no pueden otra cosa,
acuden al anonimato: ‘Aseguran viajeros procedentes de Berlín que…’, y todo lo
demás por el estilo.[6]
Su ética profesional, su seguridad para externar lo que sentía, pensaba
y creía, fueron factores que, igual que influyeron para ser elegido en diversos
cargos, también le impidieron asentarse en ellos por mucho tiempo.
Fuentes Mares ofrece tonalidades claro-oscuras en la narrativa histórica
que otros han planteado como verdad absoluta, al apartarse de la verdad oficial.
Y no solo se ocupa del proceder de personajes como Miramón, Juárez, Poinsset,
Cortés, y otros, sino que también voltea su mirada a educadores como Gabino
Barreda, describiendo con gran sobriedad las técnicas por este utilizadas para
tener éxito en una reforma educativa para México.
Gran parte de su tiempo lo dedicó a la figura del presidente Benito
Pablo Juárez García, cuyo actuar disecciona merced a las investigaciones
realizadas, lo que le robustece y califica, pues detrás de su escritura de
historiador, invariablemente se esgrime la mirada y el análisis del jurista, y
es, precisamente, esta formación, la que, en mi opinión, le impide abordar
géneros literarios como la novela y el teatro, pues su narrativa no puede
escapar al crítico historiador.
En su novela El crimen de la Villa
Alegría refiere Fuentes Mares en la contraportada “El libro es historia en
parte, solo en parte como todo casi. No he pretendido relatar la vida de nadie
en particular… solo me propuse crear un mundo de ficciones sobre un mundo de
realidades”.[7] En este texto su estilo no
destaca, se siente forzado, a diferencia de la forma en que su escritura fluye cuando
aborda la historia o el ensayo, lo que enfatiza su enamoramiento por comprender
ese que él llama el mundo de realidades.
Sus textos enmarcan constantes muy marcadas: El tiempo y el ser como
tejedores de historia; y en todos, implícito o explícito, su necesidad de
discurrir sobre la existencia, el deber ser del ser, al igual que sobre el significado y el sentido de la vida.
Así, en Las memorias de Blas Pavón,
expresa:
El tiempo permanece,
y las historias pasan… ¡Cómo te admiro, tiempo! No te comprendo, pero te
admiro. Tal vez haya una razón para no entenderte, y es que la edad –la edad
del hombre, mi edad en suma– es una forma de estar y no un modo de ser. Tal vez
por eso sí entienda la historia, que es una forma de estar en el tiempo, y
desde luego la forma exclusiva de estar en el mundo.[8]
Al leer sus cavilaciones, es inevitable evocar a Heidegger, y su Ser y tiempo.
En otro fragmento de Blas Pavón,
Fuente Mares cavila:
Como la historia del
hombre me parece juego de niños que crean centauros nuevos, prefiero hablar de
la historia en el hombre, fincada en experiencias individuales. Me inclino por
esta historia que se goza y se padece. Sus accidentes resultan del lugar, el
minuto y la circunstancia. … Ahora veo que es el tiempo en el hombre, no el
tiempo del hombre. … Nadie me arrebatará la convicción de que la historia nos
sirve para vernos pasar.[9]
Sus discursos sobre el futuro de la Universidad de Chihuahua son
vigorosos, apasionados y desconocidos, en el Informe semestral, abril de 1959, puntualiza:
Procurémonos una
mística que alimente la lucha por el futuro y nos coloque por encima de las
cosas que se nos mueren todos los días. Superemos las servidumbres que
empequeñecen la vida y amemos a la Universidad con pasión perfectible, seguros
de que en ella –en esta como en todas–, se ventila hoy nuestra viabilidad como
mexicanos de futuro, aptos para la responsabilidad de la inteligencia.[10]
La literatura de Fuentes Mares revela un constante trabajo de
investigación con rigor científico y profesional, una escritura desafiante que
desvela políticas de estado no reveladas. Por ello, acercarse a sus obras
requiere un previo barniz histórico de México.
Vale citar las acerbas críticas a los ex presidentes de México, como
Luis Echeverría y Gustavo Díaz Ordaz, o al comportamiento de Carmen Romano de
López Portillo, sin temor a la poderosa réplica.
Describe el carácter del chihuahuense, que finca sus expectativas en
tres elementos: viento, lluvia y esperanza, de ahí que con humor afirme que,
pese al desierto, los de Chihuahua “… siempre andamos navegando…”
Revela al lector que la Nueva guía
para descarriados procede de un antiguo texto de Maimónides. Cruda rudeza
encontramos en su obra de teatro Su
Alteza Serenísima, pues no existe otra forma de entender la política
mexicana.
En Las mil y una noches mexicanas
el sarcasmo y el humor negro visten su obra.
Hombre culto, con fuertes convicciones, volcó en sus obras su postura,
sus convicciones y su moral. Por eso vale repetir, a 32 años de su muerte, y a
una centuria de su nacimiento, que Fuentes Mares, con su legado, demuestra que
comprendió la historia como una forma de estar en el tiempo y de estar en el
mundo frente a la vida, y que la edad del hombre es una forma de estar y no de
ser.
Justo es evocar y reconocer a la mujer que ayudó al crecimiento del
hombre: siempre a su lado, siempre dispuesta, apoyó, trabajó con él y para él,
y lo acompañó en su aventura de ser y de estar en el mundo: Emma Peredo de y en
Fuentes Mares; así como a sus hijos, quienes fueron formados en circunstancias
que hoy hacen historia.
Gracias, Verónica, por el llamado a acompañarte en esta mesa. Gracias, a
los buenos amigos, Raúl Sánchez Trillo y Jesús Chávez Marín, por su confianza.
Kovadloff afirma: “Los hombres somos paridos dos veces: una por la madre
y otra por los ideales.”, los de Fuentes Mares guiaron oficio y vocación “… que
no duerma el fuego…”
Gracias.
Chihuahua, Chih., septiembre 21 de 2018
[1]
Fuentes Mares, José, Intravagario,
México, Grijalbo, 1985, Primera estación, Los años de aprendizaje)
[2]
Fuentes Mares, José, Las memorias de Blas Pavón, de los últimos virreyes al
primer Don Porfirio, México, Océano, 1985, p. 112,
[3]Intravagario,
p. 25
[4]
Fuentes Mares, José, Y México se refugió en el desierto. Luis Terrazas,
Historia y destino, Jus, México, 1954, p. 91
[5]
Citado en Emma Peredo de Fuentes Mares, José Fuentes Mares, Chihuahua, un país
singular, 1987, p. 19
[6]
Fuentes Mares José, Cadenas de soledad, novela selecta para desesperados, 1958,
p. 39)
[7]Fuentes
Mares, José, El Crimen de la Villa Alegría, 1983
[8]
Fuentes Mares, José, Las memorias de Blas Pavón, De los últimos virreyes al
primer Don Porfirio, México, Océano, 1985, pág. 15
[9]
Fuentes Mares, José, Las memorias de Blas Pavón, De los últimos virreyes al
primer Don Porfirio, México, Océano, 1985, pp. 18 y 19
[10]Fuentes
Mares, José, Ensayos y discursos, Chihuahua, Chih., Colección Flor de
Arena-UACH, 2002, pp. 125-126
Luz Ernestina Fierro Murga es licenciada en letras españolas, tiene maestrías en administración,
en administración de recursos humanos y en educación. También doctorado administración.
Fue profesora en la Universidad Autónoma de Chihuahua y actualmente lo es en la
Universidad La Salle. Pertenece al Comité Editorial de la revista Simiyá de la ULSA. Es miembro de los
Comités de Ética y de Investigación en la Unidad de Investigación en Salud. Ha
producido varios libros tanto de su autoría personal como en coautoría, así
como artículos científicos, el más reciente publicado en la revista Simiyá, sobre la tanatología y el acompañamiento.
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