En la foto Giorgio Germont, de playera azul
El
secreto de Olga
Novela
Por
Giorgio Germont
Capítulo 22.
Mitya
El
31 de agosto por la tarde, Soslan y Varvara se preparaban para volver a la escuela.
Mikhailovna estaba sola, alguien tocó la puerta.
—Da, da —dijo— ¿Quién
es?
Una
voz gutural respondió como un rezongo.
—Soy yo.
Era Mitya. Abrió la puerta de inmediato, a ella no le agradaba que los vecinos lo vieran entrar a su casa. —Previet, hola.
Era Mitya. Abrió la puerta de inmediato, a ella no le agradaba que los vecinos lo vieran entrar a su casa. —Previet, hola.
El
hombre entró de prisa y cerró la puerta detrás de sí. Levaba un paquete en las manos, lo puso sobre la
mesa. Era un costado de cerdo, tocino y chorizos. Olga le ofreció un vaso de
vodka. Mitya lo tomó de un golpe. Le sirvió otro. Él
preguntó.
—¿Dónde está el niño?
Le
explicó que estaban a dos cuadras, en la casa de Valentina. Mañana era el primer
día
de escuela, estaban preparando los útiles.
—¿Que
te trae por acá, Mitya?
Hace mucho que no he sabido nada de ti.
—Salí fuera —respondió.
—Fuera, sí, pero ¿a dónde?
—Tblisi —mentía, pues había estado en escondites secretos en
Grozny y en Xhurikau con Mufti y Pokolnikov.
Ella
no le creyó, dudaba que Mitya pudiera cruzar a Georgia, y menos aún a Tblisi, pero no quiso discutir
con el hombre. Se dio vuelta y abrió el paquete. Tomó
un cuchillo y comenzó a cortar rebanadas de chorizo sobre una tabla de madera. Ella
le dijo sin enojo:
—Yo siento que lo nuestro ya se ha terminado.
Sintió sus brazos, unos brazos poderosos
que la abrazaron por detrás. Se sintió presa, trató de liberarse.
—Espera, espera un momento...
El
hombre la dejó ir y puso cara de enojo.
—Mañana me voy —dijo.
Ella
lo miró a la cara.
—Pero si apenas acabas de regresar. ¿A dónde
vas ahora?
—Voy a salir fuera por una temporada, no tengo más detalles.
Ella
dio dos pasos atrás
y puso la carne en la nevera. Sin mirarlo a la cara comenzó un monólogo.
—No sé a qué has
venido. Hace tanto que no nos vemos de verdad que no queda nada entre nosotros.
Ni siquiera tenemos de qué hablar.
No
había
terminado de decir eso cuando lo oyó decir:
—Mikhailovna, no seas así. Hace mucho que no te veo y ahora
me dispongo a salir de nuevo. Sabes bien que te extraño mucho.
Él se acercó y trató de darle un
beso. El aroma del hombre era muy fuerte, hacía varios días que no tomaba un baño;
tenía la barba muy crecida. Ella olfateó
su aroma al instante y volteó la
cara con disgusto. Él le tomó la cara entre las manos y le
plantó a fuerzas un beso en los labios. Le besó la nariz y la frente, le buscó la
boca. Ella se resistía
y profirió una queja:
—Mmmh. ¡Déjame
en paz!
El
hombre le cruzó la cara de una bofetada con el revés
de la mano. Ella se quedó fría. Aquella inmensidad de hombre la presionó fuertemente
contra la pared. Ella llevaba puesto un vestido color verde. Él le besó el cuello, aspiró el olor de su pelo. Ella estaba
tiesa, sin devolver ni una sola de sus caricias. Mitya se agachó y le puso las
manos atrás
de las rodillas. La levantó en vilo. La empujó contra la pared y apretó su
miembro contra los muslos entreabiertos de Mikhailovna. Ella le puso las manos
en el pecho, lo empujó para desasirse de él. El hombre la soltó un instante y
la puso en el suelo. Se desabrochó el
cinturón y dejo caer sus ropas al piso.
—No, espera un momento —dijo ella—, ¿quién
te dijo que me puedes hacer esto? ¡Estás loco! Déjame
en paz, no ves que estoy sangrando. Es mi semana, ¡déjame ir!
Ella
lo cacheteó con fuerza y él le devolvió el insulto con una
fuerte bofetada. Le alzó la falda, le rompió su prenda íntima, la levantó en vilo de nuevo y ella sintió el pene erecto.
—¡Eres
un monstruo! —le
gritó.
Por
la fuerza, la venció, se tuvo que rendir, la penetró en contra de la pared; ahí en la cocina. Ella sintió que su
cuerpo flotaba sostenido por aquellas manazas que le atenazaban los glúteos. Dejó de forcejear y se recargó en la pared. El consumó el
acto de esa manera. Sus manos la sostenían por completo. Ella no estaba preparada
pero sintió cómo el entraba muy adentro y le causó un tremendo dolor.
—¡Aagghh!,
eres un salvaje.
El
hombre arqueó su pelvis una y otra vez. Rugía como un oso en un coito salvaje,
hasta que dio un grito de placer y la bañó por dentro. Ella se puso muy roja,
había
perdido todo el control. Al terminar su placer, el hombre la puso en el piso.
Ella lo empujó con fuerza, le temblaban las piernas.
—Suéltame, bruto, déjame ir.
Corrió al baño.
El hombre se quedó solo en la cocina y profirió un grito de disgusto.
—Hert voz mi. ¡Me manchaste de sangre!
—Hert voz mi. ¡Me manchaste de sangre!
Profirió maldiciones mientras se subía los pantalones ensangrentados.
Ella se encerró en el baño, se aseó
como pudo con una toalla húmeda. Escuchó ruidos de trastes en la cocina. Tenía ganas de llorar. Se vio al espejo
y tenía
la cara amoratada. Después de que terminó de limpiarse se
escuchó un portazo. Se asomó a la cocina, no había nadie, Mitya se había marchado. La botella de vodka vacía estaba sobre la mesa, un plato y
un tenedor sucios encima del fregador. Sobre el mostrador estaba el frasco de
Schucrut frío
que él había
sacado de la nevera, allí lo guardaba siempre. El olor rancio
del repollo y la cebolla fermentados le penetraron el olfato. Se desplomó sobre
la silla y comenzó a sollozar de dolor y de rabia, ese salvaje la había violado y después
se había
servido un plato de comida antes de salir tranquilamente a la calle sin despedirse,
sin pedir perdón, sin decir palabra. Se dio una ducha y a los veinte minutos
llegaron Valentina, Varvara y Soslan. El niño se asustó al verla golpeada y le
preguntó:
—¿Que
te pasó mamá? ¡Mira
tu cara!
—Me caí en el baño, mi rey, me pegué en
la cara. No te preocupes, ve a tu cuarto, saca tu ropa. Mañana es un día muy importante.
Ella
había
llorado mucho, tenía
los labios hinchados y un moretón en el ojo izquierdo. Le contó el incidente a
Valentina, lloraron juntas. Valentina estaba lívida de rabia. Mikhailovna dijo que
no podía ir así a la ceremonia en la mañana. Le pidió
a Valentina si los llevaba a los dos.
—Yo los llevo. Después
de esto, quédate a descansar en casa, necesitas serenarte, esto
es un abuso intolerable. Tienes que hablar con la policía, hacer un reporte.
Se
miraron a los ojos, las dos sabían muy bien que la policía no haría nada. Además de que era peligroso enfrentarse
a ese monstruo canalla, Dmitry. Solamente le quedaba tragarse su rabia y su
vergüenza.
(Continuará).
Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su
profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas
recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK
AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de
la primera, titulada Mis encuentros con
la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por
Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.
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