domingo, 23 de diciembre de 2018

Giorgio Germont. Mitya

En la foto Giorgio Germont, de playera azul
El secreto de Olga

Novela

Por Giorgio Germont

Capítulo 22. Mitya

El 31 de agosto por la tarde, Soslan y Varvara se preparaban para volver a la escuela. Mikhailovna estaba sola, alguien tocó la puerta.
Da, da dijo— ¿Quién es?
Una voz gutural respondió como un rezongo.
—Soy yo.

Era Mitya. Abrió la puerta de inmediato, a ella no le agradaba que los vecinos lo vieran entrar a su casa. Previet, hola.
El hombre entró de prisa y cerró la puerta detrás de sí. Levaba un paquete en las manos, lo puso sobre la mesa. Era un costado de cerdo, tocino y chorizos. Olga le ofreció un vaso de vodka. Mitya lo tomó de un golpe. Le sirvió otro. Él preguntó.
—¿Dónde está el niño?
Le explicó que estaban a dos cuadras, en la casa de Valentina. Mañana era el primer día de escuela, estaban preparando los útiles.
—¿Que te trae por acá, Mitya? Hace mucho que no he sabido nada de ti.
—Salí fuera —respondió.
Fuera, sí, pero ¿a dónde?
—Tblisi —mentía, pues había estado en escondites secretos en Grozny y en Xhurikau con Mufti y Pokolnikov.
Ella no le creyó, dudaba que Mitya pudiera cruzar a Georgia, y menos aún a Tblisi, pero no quiso discutir con el hombre. Se dio vuelta y abrió el paquete. Tomó un cuchillo y comenzó a cortar rebanadas de chorizo sobre una tabla de madera. Ella le dijo sin enojo:
Yo siento que lo nuestro ya se ha terminado.
Sintió sus brazos, unos brazos poderosos que la abrazaron por detrás. Se sintió presa, trató de liberarse.
Espera, espera un momento...
El hombre la dejó ir y puso cara de enojo.
—Mañana me voy dijo.
Ella lo miró a la cara.
Pero si apenas acabas de regresar. ¿A dónde vas ahora?
Voy a salir fuera por una temporada, no tengo más detalles.
Ella dio dos pasos atrás y puso la carne en la nevera. Sin mirarlo a la cara comenzó un monólogo.
No sé a qué has venido. Hace tanto que no nos vemos de verdad que no queda nada entre nosotros. Ni siquiera tenemos de qué hablar.
No había terminado de decir eso cuando lo oyó decir:
—Mikhailovna, no seas así. Hace mucho que no te veo y ahora me dispongo a salir de nuevo. Sabes bien que te extraño mucho.
Él se acercó y trató de darle un beso. El aroma del hombre era muy fuerte, hacía varios días que no tomaba un baño; tenía la barba muy crecida. Ella olfateó su aroma al instante y volteó la cara con disgusto. Él le tomó la cara entre las manos y le plantó a fuerzas un beso en los labios. Le besó la nariz y la frente, le buscó la boca. Ella se resistía y profirió una queja:
—Mmmh. ¡Déjame en paz!
El hombre le cruzó la cara de una bofetada con el revés de la mano. Ella se quedó fría. Aquella inmensidad de hombre la presionó fuertemente contra la pared. Ella llevaba puesto un vestido color verde. Él le besó el cuello, aspiró el olor de su pelo. Ella estaba tiesa, sin devolver ni una sola de sus caricias. Mitya se agachó y le puso las manos atrás de las rodillas. La levantó en vilo. La empujó contra la pared y apretó su miembro contra los muslos entreabiertos de Mikhailovna. Ella le puso las manos en el pecho, lo empujó para desasirse de él. El hombre la soltó un instante y la puso en el suelo. Se desabrochó el cinturón y dejo caer sus ropas al piso.
No, espera un momento dijo ella—, ¿quién te dijo que me puedes hacer esto? ¡Estás loco! Déjame en paz, no ves que estoy sangrando. Es mi semana, ¡déjame ir!
Ella lo cacheteó con fuerza y él le devolvió el insulto con una fuerte bofetada. Le alzó la falda, le rompió su prenda íntima, la levantó en vilo de nuevo y ella sintió el pene erecto.
—¡Eres un monstruo! le gritó.
Por la fuerza, la venció, se tuvo que rendir, la penetró en contra de la pared; ahí en la cocina. Ella sintió que su cuerpo flotaba sostenido por aquellas manazas que le atenazaban los glúteos. Dejó de forcejear y se recargó en la pared. El consumó el acto de esa manera. Sus manos la sostenían por completo. Ella no estaba preparada pero sintió cómo el entraba muy adentro y le causó un tremendo dolor.
—¡Aagghh!, eres un salvaje.
El hombre arqueó su pelvis una y otra vez. Rugía como un oso en un coito salvaje, hasta que dio un grito de placer y la bañó por dentro. Ella se puso muy roja, había perdido todo el control. Al terminar su placer, el hombre la puso en el piso. Ella lo empujó con fuerza, le temblaban las piernas.
—Suéltame, bruto, déjame ir.
Corrió al baño. El hombre se quedó solo en la cocina y profirió un grito de disgusto.
Hert voz mi.
¡Me manchaste de sangre!
Profirió maldiciones mientras se subía los pantalones ensangrentados. Ella se encerró en el baño, se aseó como pudo con una toalla húmeda. Escuchó ruidos de trastes en la cocina. Tenía ganas de llorar. Se vio al espejo y tenía la cara amoratada. Después de que terminó de limpiarse se escuchó un portazo. Se asomó a la cocina, no había nadie, Mitya se había marchado. La botella de vodka vacía estaba sobre la mesa, un plato y un tenedor sucios encima del fregador. Sobre el mostrador estaba el frasco de Schucrut frío que él había sacado de la nevera, allí lo guardaba siempre. El olor rancio del repollo y la cebolla fermentados le penetraron el olfato. Se desplomó sobre la silla y comenzó a sollozar de dolor y de rabia, ese salvaje la había violado y después se había servido un plato de comida antes de salir tranquilamente a la calle sin despedirse, sin pedir perdón, sin decir palabra. Se dio una ducha y a los veinte minutos llegaron Valentina, Varvara y Soslan. El niño se asustó al verla golpeada y le preguntó:
—¿Que te pasó mamá? ¡Mira tu cara!
Me caí en el baño, mi rey, me pegué en la cara. No te preocupes, ve a tu cuarto, saca tu ropa. Mañana es un día muy importante.
Ella había llorado mucho, tenía los labios hinchados y un moretón en el ojo izquierdo. Le contó el incidente a Valentina, lloraron juntas. Valentina estaba lívida de rabia. Mikhailovna dijo que no podía ir así a la ceremonia en la mañana. Le pidió a Valentina si los llevaba a los dos.
Yo los llevo. Después de esto, quédate a descansar en casa, necesitas serenarte, esto es un abuso intolerable. Tienes que hablar con la policía, hacer un reporte.
Se miraron a los ojos, las dos sabían muy bien que la policía no haría nada. Además de que era peligroso enfrentarse a ese monstruo canalla, Dmitry. Solamente le quedaba tragarse su rabia y su vergüenza.
(Continuará).


Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.

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