Alzheimer
Por Martha Estela Torres Torres
—Hola, maestra, ¿cómo está? He
estado pensando en usted.
—¿Por qué?, a ver, platíqueme —responde la maestra, al otro
lado de la línea.
—Pues no sé. A veces se me vuela el sueño y paso horas sin dormir
pensando en los pendientes, especialmente de hablarle. Pero
ni modo que llame en la madrugada.
—Ah, pues no, a esa hora estoy en el séptimo cielo… No hay ninguna grúa
que me mueva.
—Ay, maestra qué ocurrencias.
Se entretienen platicando por teléfono de varias cosas: salud, exámenes
médicos, la situación del país, aborto, homosexualidad, de Facebook. Y así siguen
media hora más platicando de jóvenes difíciles, tiempos conflictivos. De pronto
dice la maestra, intrigada:
—Disculpe, una pregunta indiscreta…
—Sí, claro, dígame
—Pues ¿con quién hablo?
—Pues conmigo, maestra. ¡Soy yo!
—Siempre te conozco, pero ahora no. ¡Qué barbaridad!, ¿quién eres?
—Soy Mariana.
—Claro, si tú fuiste mi mejor alumna, ¿cómo no te conocí? Con razón se
me hacía raro que de esa escuela alguien pensara diferente.
—¿Y por qué no me pregunto antes? Es que yo no fui su alumna.
—Estaba tratando de adivinar, descubrirte a través de lo que platicamos,
pues nadie piensa como yo, salvo tú. Pero no te reconocí. Primero creí que eras
la directora del plantel, pero ella está de acuerdo con homos y con abortistas,
así que no. Después pensé que eras la secre
de mi marido, pero no. Ella platica de moda y farándula; tampoco podrías ser
ella. Después creí que eras mi comadre, que por cierto hace mucho que no me
llama. Pero menos; ella platica de Juvencio, que se le fue el descarado con otra.
—Ay, maestra, qué mala que no me reconoce, si ya platicamos tanto. Oiga,
pero usted no tiene esposo o ¿sí?
—Pues lo tuve. Pero tú eres inconfundible, la verdad, lo que pasa es que
ahora ando un poco distraída. No sé qué me pasó. ¿Y cómo están tus hijos?
—No tengo hijos, maestra.
—Ay no, ¿pues qué no te casaste el año pasado?
—No, acuérdese que Víctor se fue al otro lado y tuvimos que suspender la
boda. ¡Todavía lo extraño!
—Pues que se regrese y se casan, total, ¿cuál problema?
—Es que si viene, después no lo dejarían regresar a California, ya ve,
con esas medidas contra los migrantes.
—Pobre de ti, mi´jita. Yo sé
lo que es quedarse sola en este mundo.
—Ya ve, entonces no tiene marido. ¿Se le olvidó eso?
—No, qué va, si siempre he tenido muy buena memoria, es solo una
distracción.
—Pues si usted lo dice.
—Salúdame pues a tu mami, dile que estaban muy ricas las empanadas que
me trajo el domingo.
—Maestra, acuérdese de que mi mamá vive en Monterrey.
—¿Cómo tan lejos?, ¿pues cuándo se fue?
—Siempre hemos vivido allá, pero ahora yo ando buscando trabajo, por eso
quiero visitarla.
—¿Pues qué no eres Mariana Rocha?
—No, maestra, soy Mariana Garza, del mero Monterrey. Por cierto ¿cuándo
vamos?, la invito para que vea a mi mami y salude a la familia.
—¡Claro que no! ¿Yo qué voy a hacer con una desconocida, si no sé ni quién
eres? Debo colgar. ¡Hasta luego!
—Oiga, maestra, no me corte. ¡Soy su ahijada!
Martha
Estela Torres Torres tiene licenciatura en letras españolas y maestría en
humanidades. Entre sus libros publicados están: Hojas de magnolia, La ciudad de los siete puentes, Arrecifes de sal,
Cinco damas y un alfil, Pasión
literaria y Árboles en mi memoria,
Seis lustros de letras y La cólera del aire. Actualmente es
profesora de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras y editora en la
Universidad Autónoma de Chihuahua.
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