jueves, 17 de octubre de 2019

Alberto Carlos. La hermandad del buen retiro

Arte de Alberto Carlos

La hermandad del buen retiro

Por Alberto Carlos

A estas alturas (o bajuras) ser presidente de nuestra República debe ser pavoroso. Querer serlo y empeñarse en serlo por la vía de campañas electorales agotadoras, me parece el colmo del masoquismo. Como están las cosas, querer gobernarnos, tirarle al Gran Hueso, es un caso patológico. Nada más de pensar en uno mismo con futuro de inmediato presidente, se achina el cuero, se retuerce el intestino, se contrae el diafragma y se siente la boca seca, amarga y desabrida. ¡No, qué va! la cosa no está para buñuelos.
Si en estos momentos el PRI me propusiera la candidatura para la presidencia, agarraría rumbo a la frontera de mojado, me fingiría loco o me declararía nacido en Alemania Oriental para sacarle al bulto a como diera lugar. No es para menos. No sé si don Miguel de la Madrid, a estas horas, podrá conciliar el sueño y tener apetito.
Sin embargo, cada final de sexenio se alborota la gallera. Por lo menos todos los del gabinete se sienten presidenciables y les ataca el corre-ve-y-dile por debajo de cuerda. Se suelta el maratón de los encapuchados en busca de las aguas del Jordán para ser ungidos Mesías.
Si somos una raza comedora de chile, mientras más picoso mejor, no tiene nada de extraño suponer en cada mexicano un masoquista clavado y en cada ministro lo mismo a nivel superior. Solo así se explica el afán de arrimarse al martirologio, esa silla tan deseada que ha dado al traste con las mejores posaderas.
No hay más que ver (las fotos hablan) cómo entra un presidente electo, más puesto que un calcetín, y cómo sale hecho cisco, amen de convertirse en árbol caído del cual muchos harán leña para calentar sus frustraciones. Ya vimos cómo le tupieron a don Luis y cómo empiezan a tirarle a los bajos a don José, sin menoscabo de haberse declarado él mismo tan devaluado como dejó nuestra moneda. Menos mal que piensa retirarse a pintar, lo cual no es mala terapia.
Aquí entra lo del buen retiro. El mismo gobierno debía preocuparse ya por construir un asilo para expedientes, en donde reciban una terapia intensiva reconstituyente, a salvo de visitas inoportunas de los que fueron de su propio equipo, para que no los alboroten de nuevo. Los internos dedicarían el tiempo a su hobby favorito sin mayores problemas. Don José a pintar caballos y don Luis a recitar monólogos de largo metraje, por ejemplo. Lo difícil sería internar a don Miguel Alemán, salvo como turista, porque no le afloja a la chamba, su particular terapia, y no piensa jubilarse ni con sueldo completo. De todas maneras, sería muy bien recibido como decano visitante.
Naturalmente, la construcción del retiro, para que salga a todo dar, correría a cargo de Ramírez Vázquez, autor de magníficos museos, y el nuevo Miguel colocaría la primera piedra ante la presencia solemne de sus futuros moradores. Una vez inaugurado el recinto, descubierta la placa correspondiente y dichos los discursos del rigor, los moradores tomarían posesión de sus habitaciones al son de las golondrinas, lo cual sería enternecedor hasta las lágrimas.
Queda pues, como una sugerencia desinteresada, esta genial idea de un servidor.
De nada.

Septiembre 1982


 


Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas, avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.

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