Arte de Alberto Carlos
La hermandad del buen retiro
Por Alberto Carlos
A estas alturas (o bajuras) ser presidente de nuestra
República debe ser pavoroso. Querer serlo y empeñarse en serlo por la vía de
campañas electorales agotadoras, me parece el colmo del masoquismo. Como están
las cosas, querer gobernarnos, tirarle al Gran Hueso, es un caso patológico.
Nada más de pensar en uno mismo con futuro de inmediato presidente, se achina
el cuero, se retuerce el intestino, se contrae el diafragma y se siente la boca
seca, amarga y desabrida. ¡No, qué va! la cosa no está para buñuelos.
Si en estos momentos el PRI me propusiera la
candidatura para la presidencia, agarraría rumbo a la frontera de mojado, me
fingiría loco o me declararía nacido en Alemania Oriental para sacarle al bulto
a como diera lugar. No es para menos. No sé si don Miguel de la Madrid, a estas
horas, podrá conciliar el sueño y tener apetito.
Sin embargo, cada final de sexenio se alborota la
gallera. Por lo menos todos los del gabinete se sienten presidenciables y les
ataca el corre-ve-y-dile por debajo de cuerda. Se suelta el maratón de los
encapuchados en busca de las aguas del Jordán para ser ungidos Mesías.
Si somos una raza comedora de chile, mientras más
picoso mejor, no tiene nada de extraño suponer en cada mexicano un masoquista
clavado y en cada ministro lo mismo a nivel superior. Solo así se explica el
afán de arrimarse al martirologio, esa silla tan deseada que ha dado al traste
con las mejores posaderas.
No hay más que ver (las fotos hablan) cómo entra un
presidente electo, más puesto que un calcetín, y cómo sale hecho cisco, amen de
convertirse en árbol caído del cual muchos harán leña para calentar sus
frustraciones. Ya vimos cómo le tupieron a don Luis y cómo empiezan a tirarle a
los bajos a don José, sin menoscabo de haberse declarado él mismo tan devaluado
como dejó nuestra moneda. Menos mal que piensa retirarse a pintar, lo cual no
es mala terapia.
Aquí entra lo del buen retiro. El mismo gobierno debía
preocuparse ya por construir un asilo para expedientes, en donde reciban una
terapia intensiva reconstituyente, a salvo de visitas inoportunas de los que
fueron de su propio equipo, para que no los alboroten de nuevo. Los internos
dedicarían el tiempo a su hobby favorito sin mayores problemas. Don José a
pintar caballos y don Luis a recitar monólogos de largo metraje, por ejemplo.
Lo difícil sería internar a don Miguel Alemán, salvo como turista, porque no le
afloja a la chamba, su particular terapia, y no piensa jubilarse ni con sueldo
completo. De todas maneras, sería muy bien recibido como decano visitante.
Naturalmente, la construcción del retiro, para que
salga a todo dar, correría a cargo de Ramírez Vázquez, autor de magníficos
museos, y el nuevo Miguel colocaría la primera piedra ante la presencia solemne
de sus futuros moradores. Una vez inaugurado el recinto, descubierta la placa
correspondiente y dichos los discursos del rigor, los moradores tomarían
posesión de sus habitaciones al son de las golondrinas, lo cual sería
enternecedor hasta las lágrimas.
Queda pues, como una sugerencia desinteresada, esta
genial idea de un servidor.
De nada.
Septiembre 1982
Septiembre 1982
Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas,
avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su
vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas
y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la
literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la
calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el
suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de
Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.
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