Arte de Alberto Carlos
Las glorias de mi compadre
Por Alberto Carlos
Mi compadre Nacho, jugador de dominó de tiempo
completo, priista de ratos libres y aviador de medio tiempo, en la última
cargada se quedó chiflando en la loma. Sus modestos ingresos, provenientes de
arañar aquí y allá una corta feria en las oficinas del gobierno, con la única
obligación de proclamar “Mi jefe” a los titulares, le fueron cortados de golpe
y porrazo mientras, le dijeron, se regulariza este cuento de la austeridad y la
moralización.
En su juventud, mi compadre Nacho fue boticario, todo
un experto recetador de pócimas, ungüentos y cataplasmas, cuando todavía no
campeaban las de patente. Tenía un ojo clínico bien acreditado entre la
clientela. Desgajaba un cotorreo sabroso, documentado con la vida y milagros de
la por entonces pueblerina ciudadanía. Junto con una dosis de ruibarbo
purgante, unos sobres de polvos para el cólico hepático y una bebida de
hierbanís con miel virgen para el insomnio, los pacientes adquirían un
sustancioso chisme sobre la viuda Mercedes y el abonero Jalil, cuyas visitas
comerciales prolongábanse más de la cuenta en casa de la desconsolada viuda. De
cómo, un dos de noviembre, los chamacos encargados de limpiar la tumba del
difunto marido de la Meche, al remover la tierra descubrieron un par de
protuberancias córneas que tenían, en parte, despostillada la base de la cruz
de granito, por la fuerza del empuje al crecer en la misma proporción del pago
de abonos por la todavía apetitosa doña Mercedes.
Especulaciones aparte, lo cierto es que mi compadre
aprovechó el fluir de clientes de todas las categorías para cimentar sus
relaciones públicas, (políticas, principalmente) colgar la bata de boticario y
dedicarse a vivir del cuento, vale decir, de la polaca. Desde su debut en el
PRM como pegador de propaganda en los postes, con un efímero relumbrón allá por
los cuarentas, figurando como diputado local suplente, hasta la fecha, no ha
vuelto a dar golpe en trabajo alguno, aparte, claro, de las mil y una
comisiones encomendadas a su diligente infanterismo por canchanchanes de
escritorio que descargan en mi compadre tareas tales como repartir sombreros
con siglas, fletar camiones de acarreados, distribuir pancartas, y controlar la
repartición de tortas a las masas priistas concentradas en plazas de armas de
las cabeceras de municipios.
Mi compadre ya se echó el primer sablazo post electoral
y espera confiado el desenlace de la primera purga burocrática anunciada para
ver si, mientras menos burros más olotes, agarra por ahí un tentempié para
capotear el temporal mientras pasa la onda moralizante y austera.
Las cosas volverán a su cauce normal, dice mi compadre,
pues lo normal, remacha, es lo tradicional y las tradiciones ¡qué caray! o se
respetan, o nos quedamos sin folklore en detrimento del turismo, fuente de
divisas.
Por lo que se ve, mi compadre Nacho es un optimista
redomado, cuya filosofía, un tanto acomoditicia le permite sobrellevar las penas
en este pícaro mundo, sin menoscabo de su dignidad ciudadana.
Espero, compadrito, se te haga justicia, sobre todo,
por lo concerniente a la mengua de mi presupuesto, gracias a la inflación y a
tus regulares sablazos.
No es por nada, pero...
Marzo 1983
Marzo 1983
Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas,
avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su
vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas
y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la
literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la
calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el
suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de
Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.
Muy interesante, sencillo y realista de aquellos tiempos.
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