A diente pelón
Por Alberto Carlos
Expresivamente, lo que nos distingue a los animales es
la risa, o la sonrisa. No sé si los animales se rían de nosotros para sus adentros,
pero no lo demuestran. Bastantes razones tendrán para ello. Los animales
gruñen, gimen, pero jamás sonríen.
Lo que distingue a los niños, de los ancianos, es que
los chiquitines ríen con frecuencia y la momiza con cuentagotas. Lo mismo
distingue a los funcionarios norteamericanos de los hispanohablantes. Los hijos
del Tío Sam se reirían hasta de una tragedia griega, mientras los hijos de la
Madre Patria nada más se ríen de los chistes colorados, y en privado.
Cuando veo en la televisión una entrevista o careo
entre un descendiente de Washington y un descendiente de Bolívar, el güerito se
la hecha a diente pelón desde que comienza hasta que acaba; el trigueñito
mantiene su cara de espantasuegras durante todo el videotape.
En uno y en otro caso, es desesperante ver cómo las
expresiones no checan con los temas. Se está hablando de las matanzas en El
Salvador, y el míster sonríe como si le estuvieran contando las aventuras del
pato Donald. Se habla del bonito asunto de la amistad entre los pueblos y el sureño
aparece como si escuchara El brindis del
bohemio.
Por un lado, la máscara sonriente del estudioso de relaciones
públicas, del buen vendedor; por el otro, la máscara avinagrada del que estudió
cómo ser solemne y darse a respetar. A mí me causa pánico la estudiada sonrisa
de aquel, y me ataca una risa nerviosa al ver la forzada solemnidad de éste. El
gabacho se ve como Fred Astaire bailando un tap-tap en Viet Nam y el
hispanoamericano parece Lola Flores echándose un cante jondo en una fiesta de
quince años. ¡Cuidado con ambas mascaritas!
Estas elucubraciones no pretenden ser un sico socio análisis;
simplemente las apunto por si mi colega de la editorial de este diario, el
licenciado Arturo Rico Bovio, que le rasca muy bien y muy en serio a las
profundidades, agarra el tema y se avienta un buen rollo a su manera enjundiosa
y trascendente. Es buena onda ¿no? Yo nada más chapaleo en la superficie de las
alborotadas aguas a la manera del tenor que imita... Qué pasó, ya me estoy
fusilando a don Ramón. Mejor la dejo ahí.
Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas,
avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su
vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas
y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la
literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la
calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el
suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de
Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.
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