sábado, 26 de octubre de 2019

Alberto Carlos. A diente pelón

A diente pelón

Por Alberto Carlos

Expresivamente, lo que nos distingue a los animales es la risa, o la sonrisa. No sé si los animales se rían de nosotros para sus adentros, pero no lo demuestran. Bastantes razones tendrán para ello. Los animales gruñen, gimen, pero jamás sonríen.
Lo que distingue a los niños, de los ancianos, es que los chiquitines ríen con frecuencia y la momiza con cuentagotas. Lo mismo distingue a los funcionarios norteamericanos de los hispanohablantes. Los hijos del Tío Sam se reirían hasta de una tragedia griega, mientras los hijos de la Madre Patria nada más se ríen de los chistes colorados, y en privado.
Cuando veo en la televisión una entrevista o careo entre un descendiente de Washington y un descendiente de Bolívar, el güerito se la hecha a diente pelón desde que comienza hasta que acaba; el trigueñito mantiene su cara de espantasuegras durante todo el videotape.
En uno y en otro caso, es desesperante ver cómo las expresiones no checan con los temas. Se está hablando de las matanzas en El Salvador, y el míster sonríe como si le estuvieran contando las aventuras del pato Donald. Se habla del bonito asunto de la amistad entre los pueblos y el sureño aparece como si escuchara El brindis del bohemio.
Por un lado, la máscara sonriente del estudioso de relaciones públicas, del buen vendedor; por el otro, la máscara avinagrada del que estudió cómo ser solemne y darse a respetar. A mí me causa pánico la estudiada sonrisa de aquel, y me ataca una risa nerviosa al ver la forzada solemnidad de éste. El gabacho se ve como Fred Astaire bailando un tap-tap en Viet Nam y el hispanoamericano parece Lola Flores echándose un cante jondo en una fiesta de quince años. ¡Cuidado con ambas mascaritas!
Estas elucubraciones no pretenden ser un sico socio análisis; simplemente las apunto por si mi colega de la editorial de este diario, el licenciado Arturo Rico Bovio, que le rasca muy bien y muy en serio a las profundidades, agarra el tema y se avienta un buen rollo a su manera enjundiosa y trascendente. Es buena onda ¿no? Yo nada más chapaleo en la superficie de las alborotadas aguas a la manera del tenor que imita... Qué pasó, ya me estoy fusilando a don Ramón. Mejor la dejo ahí.



Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas, avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.

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