el libro de las cosas
perdidas
La plaza de España
Por Giorgio Germont
Roma, 2 julio 1990. Sucedió que una
tarde en Roma después de una breve siesta en el hotel salimos a la calle. Era
mi plan explorar el area cerca de la “Scalinata di Trinita de i Monti”. Dimos
unos pasos por la acera, el sol estaba perdiendo fuerza en el horizonte.
Descendimos a la estación del metro. Ibamos de pie en el carro sintiendo el
bamboleo del tranvía sobre los rieles, asidos a los pasamanos metálicos. Se
escuchó el anuncio que aguardábamos, ‘Piazza di Spagna’. Saltamos a la calle
entusiasmados. Los edificios de estilo Toscano con paredes de estuco y techos
de teja se iluminaban en tonos de color dorado y el Sienna quemado. Con mapa en
mano, zapatos tennis y pantalones de mezclilla nuestra apariencia clamaba a
gritos que éramos turistas americanos. Cargábamos nuestras identificaciones y
un poco de efectivo en un bolso ajustado a la cintura..
Al ir por la calle
nos vimos tentados por el menú delicioso de los vendedores en las aceras. Birra
Nastro Zurro y panini San Remo para mi y panini Caprese y una botella de agua
para Cristina, mi esposa. Disfrutamos la cena de pie y nos acercamos a “la
Fontana de la barcaccia”. Justo a esa hora los romanos habían salido a
socializar en su acostumbrada “passegiata” vespertina. Abundaban los turistas,
nos fuimos acercando a la gran escalinata con mucha precaución pues era bien
sabido que había los asaltantes se mezclaban entre la gente. Subimos a la
explanada y admiramos las torres y el frontispicio de la hermosa Iglesia de la
Trinidad del Monte que data del 1500. Admiramos por sobre los techos, al ocaso,
una vista Romana sin igual. Esta llamada colina “De i Pincio” es más alta que
las otras pero no es una de las siete colinas de Roma pues se encuentra fuera
de los muros de la ciudad antigua. La tarde era templada pasamos un momento muy
romántico. Yo abrazaba a mi esposa por la espalda, mientras miraba de reojo con
precaución. Suspirábamos en silencio disfrutando el panorama desde la parte más
alta de la plazuela.
Iniciamos el
descenso y pasamos frente al palazzo di Spagna, antigua embajada Ibérica que le
da su nombre a la plaza.
—Yo prefiero que
tomemos un taxi —dijo Cristina
—Mi amor por qué no
exploramos un poco, y luego tomamos el metro de vuelta al hotel ?
Me miro con
reticencia pero le insistí y acepto a seguirme. El mapa me orientaba a seguir
recto por la Vía Condotti, en ángulo recto con la fuente que desembocaba a la
gran avenida, Mario de i Fiori. Suspiré satisfecho al sentir el orgullo viril
de conquistar Roma con el mapa en la mano, apunté hacia el Poniente con un
dedo.
*
Dei Condotti es una
vía muy larga que llega a la ribera Oriente del Tíber. A su inicio está un
pórtico. Al momento de iniciar el recorrido se encendieron dos lámparas color
ámbar en las esquinas. La entrada es un cobertizo de unos 200 metros de largo,
un pasaje. Al fondo se alcanzaban a las luces de los autos circulando sobre la
avenida. Al momento que entramos al oscuro pasaje noté sobre la izquierda a una
dama corpulenta que tomó la misma dirección que nosotros y se mantuvo caminando
pegada a la pared. Al mismo tiempo, un hombre apareció sobre la derecha fumando
un cigarrillo. Era un gitano moreno, de patillas gruesas y mostacho espeso.
Tenía el pelo largo y negro. Era de media estatura y metió la mano derecha en
la bolsa de su saco. Seguimos avanzando y escuché la voz muy ronca del hombre.
Hizo un comentario en un idioma desconocido para mí, ciertamente no era
italiano. Fue un breve comentario que le hizo a la mujerona en una voz muy
gruesa. Ella respondió con un monosílabo. Seguimos en camino y escuché varios
comentarios entre ellos. Cristina me lanzó una mirada de consternación. Nos
vamos adentrando al oscuro pasaje y nos sigue la pareja de maleantes apretando
el paso.
*
Habíamos hecho el
viaje a la ciudad eterna con motivo del campeonato de futbol Italia 90 y los
eventos asociados a este. Yo tenía boletos para asistir al partido de la
Squadra Azzurra, los anfitriones, contra los Estados Unidos, en el estadio
olímpico. Al mismo tiempo habíamos asistido a participar en el campeonato
mundial de Futbol en la Medicina, un evento que se realiza cada cuatro años en
paralelo a la copa de la FIFA. Un grupo de deportistas habíamos asistido a
representar a los Estados Unidos en la contienda.
*
Vi de pronto los
ojos desorbitados de mi esposa al escuchar el eco del intenso taconear de la
compinche y las zapatillas del gitano.
—Voy a contar a
tres y corre con todo lo que tengas —le dije—. Uno, dos y tres.
Para salvar el
pellejo despegamos en una carrera desesperada, sin mirar atrás. El empedrado
estaba húmedo pero los tennis tenían buena tracción. Los maleantes arrancaron
también tras de nosotros y gritaban en su idioma sabrá Dios qué cosa. Cristina
es una atleta sin igual. Campeona ecuestre de salto, gran aficionada del
gimnasio y la piscina. Yo me había entrenado por seis meses para asistir a la
competencia. A mis 38 años estaba en buena condición física. Era el guardameta
del equipo. Avanzamos encarrerados rumbo al viale. Los oíamos resollar
pesadamente tras de nosotros en la oscuridad.
Nos dimos a correr
y correr hasta alcanzar la Mario de i Fiori, una gran avenida muy alumbrada,
concurrida por todas partes, con hartos peatones en las aceras. Hice la seña y
se paró un taxi. Antes de subir volteamos a la salida a de ‘I Condotti’ y
apenas iban saliendo los gitanos tosiendo. Se les veía pálidos y faltos de
oxígeno, sin resuello. Nos metimos al taxi y tomamos asiento.
—Idiota, te lo dije
que no era el momento de andar explorando, testarudo. Casi nos matan por tu
culpa. Por qué nunca me escuchas, necio.
Se me subieron los
colores a la cara y me mordí la lengua.
—Tienes razón,
perdóname. Se acabó la exploración. Este sitio está infestado de bribones en
busca de estúpidos como yo. Tuvimos suerte de salir con bien.
Poco a poco
recobramos el aliento y la brisa nos reanimó mientras pasábamos por un bello
hemiciclo peatonal muy alumbrado, la Piazza de la Repubblica, camino de regreso
al Grand Hotel de Roma.
Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su
profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas
recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK
AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de
la primera, titulada Mis encuentros con
la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por
Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.