miércoles, 15 de septiembre de 2021

Ajusco blues fragmento III Arturo Aldama López

 

los martes

Ajusco blues

fragmento

 

 

III

 

 

Por Arturo Aldama López

 

 

Finalmente, alguien se asomó por uno de los balcones de la casa de huéspedes: era una figura alargada con bata de dormir la que gritó preguntándole a Andy a quién buscaba. Después de identificarlo, Dora, la hija de una famosa cantante de ópera venida a menos, se puso sus chanclas y un rebozo, bajó las escaleras y abrió la puerta de la vieja casona.

¡Qué horas son estas para tocar la puerta, oiga! ―dijo entre serio y broma.

Pero solo son las ocho de la noche, señorita Dora dijo Andrés, siguiéndole la corriente a Dora―. ¿Cómo está Anita?

Pásele, pásele, ya sé quién es usted. ¿Esos discos que trae ahí son de ópera? ―preguntó Dora, analizando de pies a cabeza a Andy. ¿Sabe?, mi mamá cantaba ópera en Nueva York. Uh, era rete buena.

Bueno, algo me había dicho Arturo, qué fabuloso debió haber sido cantar en Nueva York. Estos discos no son de ópera, pero qué interesante lo que me cuenta de su mamá. No conozco mucho de ópera, es otro mundo, un universo aparte, pero cómo me hubiera gustado escuchar cantar a su mamá.

Ya casi no canta, está vieja, pero si algún día se viene más temprano, le digo que le cante un aria de Madame Butterfly, ¡Era su ópera favorita!

Bueno, ya sabe cómo llegar al cuarto de Arturo, ¿verdad?, lo dejo, tengo que ver la telenovela de la noche, ¿no la ha visto?, está muy buena.

Dora se despidió y caminó hacia su cuarto, Andy subió por la escalera que conducía hacia la azotea.

Ella se detuvo a observar el living room de la vieja casona que, además, se parecía a un escenario de teatro; un gran candelabro colgaba del techo del centro de la sala, había muebles viejos y parecía una escenografía de ópera, Cerró los ojos y respiró profundamente.

De repente doña Ana Colmenares, su mamá, apareció en el escenario de ese teatro de ópera, las luces se apagaron y una sola luz iluminó el cuerpo de doña Ana, inmediatamente inició el canto del aria “un bel di”, de Madame Butterfly, de Pucini.

 

“Un bel di vedremo, levarsi un fil di fumo sul extremo”

 

La voz de Ana Colmenares retumbó en el teatro, la gente aplaudió, “man non tanto”; solo algunos bravos, muchas toces grotescas. Alguien comentó en voz baja que Ana ya no tenía la misma voz, que estaba vieja. Esta vez ya no hubo lluvia de claveles, solo lágrimas en las mejillas de la Colmenares que pronto limpió, cuando tuvo la menor oportunidad. Agradeció a quien todavía le aplaudía, y miró hacia el cielo, desafiante, orgullosa, nadie tenía que saber lo que sentía su corazón en ese momento.

Las luces se apagaron y los gritos del público se los fue tragando la oscuridad del teatro de la ópera de Nueva York. Dora entró corriendo al camerino, abrazó a su madre, las dos lloraron. Ana Colmenares miró de nuevo hacia el cielo, y secó sus lágrimas.

Dora, es hora de regresar a México, ya estoy vieja, mi voz ya no es la misma, debo de partir antes de que me abucheen en el teatro.

Dora y su madre se abrazaron y tiempo después llegaron a vivir a la casa de huéspedes de la calle de Río Niágara.

Dora abrió los ojos y secó sus lágrimas, se apresuró a llegar a su cuarto para ver la telenovela de la noche, desapareció como un fantasma, flotando por los pasillos de la vieja casa de huéspedes.

Un fuerte portazo que se escuchó hasta el Ajusco, rompió el silencio de la sala de la vieja casona colonial de Río Niagara.

 






Gastón Arturo Aldama López cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es egresado de una infinidad de conciertos de las salas del Palacio de Bellas, la sala Netzahualcoyotl, y gran amigo de notables compositores y melómanos. Actualmente vive con Mariane y sus dos hijos, surca los aires con orgullo y gusto como sobrecargo en American Airlines.

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