En
la Noche Todos los Santos
Por Viviana Mendoza Hernández
Ahora
que en las huertas se ven las calabazas crecer en espera de la noche de Todos
los Santos también conocida como Halloween y el otoño se acerca con sus cambios
de color, recuerdo las veces en que vi las enormes hojas de la planta cubrir
las flores amarillas que fueron una ensalada en la casa, y al dueño del vivero
que cuidó de las ventas no logradas y consiguió que la calabaza creciera en
todo su esplendor.
Lo
conocí antes de saber su nombre, todo paciencia, sonrisas y humo de cigarro.
Con una amable y alegre muletilla que he olvidado y muchos consejos para cada
planta que le compraban.
El
señor Peña fue alguien extraño que me recordó a la gente de campo que conocí
cuando era pequeña.
Me
regaló plantas silvestres que arrancó de raíz, cuando le dije que me gustaban
por su forma de girasol enano, y la puso en una maceta con tierra renovada, un
par de árboles nativos que nadie le habría comprado y una bienvenida, aunque
nada le comprara.
Sabía
yo habría de volver por más y más plantas.
Se
volvió una terapéutica adicción ir a visitarlo durante estos años, antes y
durante la pandemia.
¡Claro
que te estoy hablando en pasado!
Con
un poco de la tristeza que nos deja el fin de la primavera.
De
los otros recuerdos de su vivero están los perros que me recibían mientras él
atendía alguna otra clienta: Bruno el posesivo enano dorado que amaba que le
acariciaran las orejas, y Junior, el genio de los envases vacíos y las pelotas
viejas.
Permíteme
ahora mezclar la realidad con las leyendas.
Bruno
se adelantó al señor Peña en el camino a Mictlán, se fue como pasa como casi
todos los perros que vagan sin correa. Unos días desaparecido, un llamado a la
comunidad para encontrarlo y descubrir que la muerte llegó a su cuerpo con el
impacto de las ruedas de un conductor distraído.
Por
gratitud a su memoria, no mostraron a nadie esa evidencia.
Pasaron
las semanas, subieron y bajaron las alertas de la epidemia.
El
invierno llegó.
Se
fue el señor Peña.
Un
cáncer que había negado extendió sus raíces hasta debilitarlo. Tal como pasa
con la mala hierba cuando nos descuidamos.
Llegó
un nuevo año y los clientes regresamos, también don Prisci, su amigo, que
extiende el vivero al caminar con las plantas en un carro.
Su
familia tuvo que explicarnos la ausencia.
Ellos
siguen buscando mantener su legado.
Las
estaciones continuaron su paso.
La
bella y florida primavera, con sus brotes esmeralda y el multicolor de los
campos, el caluroso verano con la lluvia tan desesperada que alimentó los
frutos de un otoño que apenas se está asomando.
Esta
vez sin el tren de flores amarillas y anchas hojas de la calabaza en la huerta
macetera, ni las redondas promesas de las que se quedaron en el terreno abierto
entre las plantas en oferta.
El
año se va, el invierno se acerca.
Pronto
será tiempo de dejar el altar para los que son recordados.
Algo
como ese en la esquina de la sección de plantas de interior, donde la foto del
señor Peña aún muestra su gusto por las piedras y recibir a quienes buscan algo
verde y vivo para sus espacios.
Se
acerca la noche de Todos los Santos y es posible que él regrese con el
viento que se cuela entre las ramas y juega con las hojas que se están secando.
Se
asome a las casas de su familia y pruebe algún bocado.
Quiero
apoyarme en la tradición mexicana.
En
esa donde los niños reciben calaveras de azúcar blanca.
Levantar
un caballito de mezcal y brindar por los ausentes.
Y,
si pasa por mi casa, en su camino al otro lado
decirle ¡Hasta
siempre don Vicente!
como
si lo estuviera saludando.
Viviana Mendoza Hernández es licenciada en letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Escritora, periodista y fotógrafa, ha publicado la novela Buscando una vida normal y numerosas colaboraciones literarias en varios medios. Actualmente es reportera gráfica para varios medios digitales e impresos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario