Foto Pedro Chácón
El pequeño Billy
Por José Alejandro García Hernández
Antes de llegar a casa, mi papá y yo le pedimos a mi madre que detuviera la camioneta para ir a rentar unas películas. Como el videocentro quedaba a unas calles de la casa, papá le dijo que nosotros regresábamos a pie.
Como era un videocentro independiente, teníamos la posibilidad de encontrar películas muy viejas, de esas mexicanas que solo pasaban por el canal nueve. Yo aprovechaba para rentar algún videojuego de Nintendo.
Mi mamá esperaba que nosotros llegáramos con una bolsa de plástico cargada con casetes de VHS y algunas frituras del Oxxo. Además de eso, escuchó un pequeño “MBeeeh”. La sorpresa para mi mamá fue de lo más bizarra, puesto que nosotros regresamos del videocentro con un chivo.
Billy fue el nombre que se me ocurrió para el pequeño animalito. Lo acomodamos en el patio, pensando que sería un buen espacio para que creciera. Pocos días antes de la llegada de nuestro nuevo integrante, mamá se había peleado con la vecina debido a que tenía un gallinero en su patio, el cual apestaba también a nuestro jardín. Se quedó sin argumentos ahora que teníamos en el nuestro a otro exótico y oloroso animal.
Desafortunadamente nuestro perro no aceptó a Billy y trató de morderlo. La solución rápida fue guardarlo en su casita y dejar a Billy correr y brincar en el patio. Estaba muy contento por nuestra nueva mascota: le daba comida, jugué con él y recogí sus extraños desechos con forma de bolitas Nesquik. Poco después mi perro también aprendió a aceptarlo.
Tristemente, el espacio para que se desenvolviera era pequeño, y por eso mis papás decidieron que lo llevaríamos con mis tíos abuelos de la Colonia Guadalupe para que estuviera en un patio amplio, de los antiguos, con mucha tierra. Lo vi correr y noté que estaba muy contento. Así pude conservar al pequeño Billy.
Pasaron los años y supe después que nos lo habíamos comido en alguna reunión familiar un domingo por la tarde.
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