Rollos cortos
Cine para gourmets (primera de dos partes)
Por Raúl Herrera
¡Qué lástima que el cine de ahora, lleno de efectos especiales hechos en computadoras y movimientos rápidos y excesivos, con diálogos cada vez más huecos, estén alejando a los jóvenes del buen cine y sobre todo del cine mudo, que es en blanco y negro y no tiene voces que se escuchen! Y es que se tiene la idea errónea de que el cine mudo es aburrido y lento. Aburrido no, porque cuenta historias interesantes; lento jamás, porque ante la imposibilidad de poner a los personajes a dialogar por largo tiempo en pantalla, hay más movimiento; de hecho, como afirmaba Alfred Hitchcock, la llegada del sonido y la posibilidad de incluir largas escenas de diálogos rompieron la narrativa rápida que había alcanzado el llamado cine “mudo”.
En el cine “mudo”, o “silente”, era imperativo que la acción se impusiera, los personajes siempre estaban haciendo algo, lo que menos hacían era hablar, no lo necesitaban, las expresiones de sus rostros, los movimientos de sus cuerpos, lo decían todo. En realidad, el cine “mudo” nunca fue mudo, pues nació así, sin la posibilidad de poder hacer audibles las voces de sus protagonistas y, por lo tanto, en su época solo se le llamaba “cine”, y jamás le faltó sonido, siempre tuvo música que lo acompañase, en vivo y muchas veces con partituras creadas especialmente para cada filme.
Este cine llegó a ser tan perfecto que sentó las bases del cine actual, la manera en que se estructura una historia, la colocación de cámaras y luces, los movimientos, encuadres y travelings, en años y años de práctica y error que derivaron en verdaderas obras maestras.
Y hablando de obras maestras, hoy voy a comentar el filme Luces de la ciudad, un manjar especial para los gourmets del buen cine, en mi opinión la mejor película de Chaplin, la que contiene todo lo que hace de Chaplin un maestro del cine: gags sí, pero también logra que la trama y los personajes impulsen la acción (algo completamente nuevo en las comedias); uso innovador del sonido (pues la película se filmó cuando el cine ya era sonoro). Esto hizo que el filme tardara casi tres años en ser terminado, algo que no había pasado antes con ninguna de las películas de Chaplin.
Para mí, Luces de la ciudad es el mejor ejemplo del mejor cine “mudo”. No creo estar errado al considerarla mi favorita de entre las grandes obras de Chaplin, pues en una entrevista de 1973 con el director Peter Bogdanovich, el director y actor, confesó que Luces de la ciudad era la favorita de entre sus películas. De hecho, a menudo es declarada «la más chaplinesca» de sus cintas porque une todas sus fortalezas: lo alto y lo bajo, lo serio y el slapstick.
En esa película Chaplin usa su cámara para expresar sus pensamientos políticos. A medida que el vagabundo se mueve entre los mundos de ricos y pobres, Chaplin destaca los problemas de la división de clases. Luces de la ciudad inició el movimiento de Chaplin tanto hacia películas más políticas como hacia una vida más política. En 1936, Tiempos modernos expresó sus inquietudes sobre la industria y la sociedad. Y en 1940 Chaplin utilizó El gran dictador para criticar su oposición a Hitler.
Para cuando Chaplin estrena Luces de la ciudad, ya había sido aclamado como uno de los grandes creadores de la pantalla. En esa película podemos ver la invención y la humanidad que coexisten en su cinematografía.
Chaplin lanzó tres películas mudas después de que el sonido llegara a los cines: El circo, de 1928, Luces de la ciudad de 1931 y Tiempos modernos de 1936. Y ya que esta última era más un híbrido entre silenciosa y sonora. Luces de la ciudad fue en realidad la última película “muda” de Chaplin, y es apropiado que su último esfuerzo silencioso fuera también su mejor película. Aunque La quimera del oro, Tiempos modernos e incluso El gran dictador tienen sus defensores, Luces de la ciudad, por su mezcla de humor físico y tierna y desgarradora conmoción, no puede ser vencida. Es una joya completamente maravillosa, y una de las cinco mejores películas que la era muda tiene para ofrecer.
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