El astronauta
Por Jaime Chavira Ornelas
El viaje está turbulento, la nave se estremece al abandonar la atmosfera y mi cuerpo sufre por la presión ejercida. Sé muy bien que pronto pasará y solo espero el cambio en el campo gravitacional. Sigo en el curso trazado; mi nave toma el mando y por fin puedo relajarme, me quito el casco y siento como mis pulmones respiran el aire limpio y seco. Por la ventanilla puedo ver claramente las diferentes constelaciones y la inmensidad abrumadora del universo.
Dormí por tres horas y cuarenta y dos minutos. Reviso los sensores e indicadores, todo está normal. Estoy ya a casi quinientos mil kilómetros de La Tierra y contando. Mi destino es el planeta Marte y llegare en noventa y cinco días terrestres, es un tiempo relativamente largo pues existen otro tipo de naves que llegan en menos de sesena días terrestres. Mi rango y entrenamiento es un nivel siete. Me apego a la ley de viajes interplanetarios y a disfrutar del viaje.
Despierto de un corto descanso y oigo un extraño ruido en el área de la cocina, me acerco y no veo nada, pero se sigue escuchando un rechinido y un clic-clac. No puedo localizar la fuente de los ruidos y ya están más fuertes y me están aturdiendo. Estoy muy temeroso de que sea algo grave. Los ruidos están aumentando y trato de comunicarme a la base, pero es imposible oír que es lo que dicen. Me traslado al área de mando, pero el ruido esta ya por toda la nave. Me pongo los audífonos, pero no escucho nada; la comunicación se ha cortado. Ahora si estoy en pánico, pues ya ni mi dispositivo digital funciona. Abro el compartimiento de emergencias y presiono el botón de S.O.S. Inmediatamente la nave se apaga y yo caigo como una piedra al suelo y el ruido cesa. De pronto el silencio es ensordecedor y lúgubre, mis oídos duelen. Siento el sudor frio por todo el cuerpo y surgen mil preguntas en mi cabeza. Escucho una voz robotizada que me recomienda mantener la calma, dice que ya están trabajando para corregir el problema.
Veo las estrellas y se ven tan indiferentes, tan alejadas, pero tan cerca, el sentimiento de soledad está invadiendo mi pequeño cuerpo. Este cuerpo que en la Tierra se cataloga como grande y atlético, aquí se siente tan pequeño y frágil. Me pregunto: ¿Por qué nos cambiamos a Marte? ¿Por qué soy tan arrogante? ¿Por qué creo que el dinero me dará la libertad en Marte? ¿Por qué se fue primero mi familia? ¿Qué hago aquí perdido en el cosmos y sin esperanzas? ¿Qué es la vida y por qué tan complicada? Me siento tan inútil y vulnerable. Pasaron ya veintiocho horas y aún nada. La frase robótica de “mantener la calma” me tiene harto y la cancele. La nave sigue sin rumbo y mi mente sigue traicionándome, me recuerda una frase que me dijo mi abuela: “A la mente solo dale de comer, pero no le hagas caso.” y creo que eso aplica muy bien en este momento.
Solo quedan ochenta y tres horas de oxígeno y he perdido toda esperanza de ser rescatado. Afuera solo puedo ver la belleza del universo, pero percibo su frialdad e indiferencia; parece estar sin vida, solo ahí, tan solitario, tan triste como un espejismo letal. Recuerdo cuando de niño jugaba en los charcos que dejaba la lluvia de julio, mis pies descalzos refrescándose; esa agradable sensación de tener todo el tiempo para estar vivo y sin problemas, los fieles amigos y la comida casera esperando en la vieja cocina. Después, de adolescente, pensaba que el mundo era solo mío y que nunca me haría viejo, así que me la pasaba de fiesta. Pero el tiempo pasó y sí envejecí; tomé decisiones buenas y malas, disfruté las buenas y pagué caro las malas. Pero ahora, perdido y sin tiempo ni comida casera, los amigos desaparecieron, las fiestas se olvidaron y dejé ir a mi familia a un planeta lejano porque estaba muy ocupado haciendo dinero, dinero que ahora no me sirve de nada. Siento un cansancio agudo y mis párpados pesan una tonelada.
Últimas noticias: El magnate del entretenimiento Pancho Lugo se presume perdido en el espacio desde hace más de 60 días. Despegó de la base de Ávalos el día 5 de mayo de 2037 con rumbo al planeta Marte, pero perdió comunicación días después de su despegue. No se ha podido localizar la nave, por lo tanto, se presume desaparecido. Su gran fortuna, la cual obtuvo por la fabricación de robots payasos, cómicos y actores de renombre (todo con plataforma de inteligencia artificial), está en juego. Su esposa Lupita quedó a cargo de su familia, la cual se creía que estaba en Marte, pero no era así; estaban en casa de los abuelos maternos. Les mandamos un abrazo y resignación por su fatal pérdida.
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