Un sombrero
Por Ricardo Morales
Mi madre ‒recién cumplidos los 88‒ está sentada en su sillón, viendo la TV. Afuera se ve por el ventanal la llovizna pertinaz de estos días. Yo llego por un costado, pongo mi cuello sobre su cabeza, y me presento, con voz fingida: “Hola, ya llegué… soy tu sombrero… y doy consejos… ¿quieres uno?
Ella ‒siguiéndome la corriente‒ contesta:
―Si, dame un consejo.
Entonces su nuevo sombrero le dice:
―Come Bien.
En respuesta se queda callada ‒y quieta‒. Y su sombrero también.
Inmóviles los dos. En la tele Minuto para ganar, con Marco Antonio Regil y una joven pareja de concursantes puertorriqueños. Mucho ruido. Entonces, entre nosotros da comienzo una especie de guerra de resistencia contra la incomodidad, porque yo no me quito, ni ella se mueve.
Le advierto:
―Soy un sombrero con mucha paciencia y aquí me voy a quedar contigo muuucho tiempo, así.
Ella dice:
―Está bien, yo también tengo mucha paciencia; quédate todo el tiempo que quieras.
Luego de eternos 40 segundos le digo:
―¿Cuántos años me quedo aquí?
―Ochenta, dice ella.
―¿Ochenta? ―le pregunto―. Eso es mucho, ya me voy
Y me quito de encima de su cabeza. Otra vez, ella ha ganado la partida. Entonces me siento en el sillón ‒a un metro y medio de distancia‒ y le digo:
―Ganaste. ¿Y sabes por qué?
―¿Por qué? ―replica ella.
―Porque tú me hiciste a mí, y no yo a ti. Esa es la ventaja que tienen los que crean a los demás… ‒como Dios‒, pueden mandar sobre ellos como si fueran monitos.
Enseguida mi Madre se ríe y dice:
―Si, es cierto. Los que llegamos aquí primero mandamos a los que vienen después, aunque lleguen como sombreros con sus consejos.
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