jueves, 11 de julio de 2024

La bola de nieve. Karly S. Aguirre

La bola de nieve

 

 

Por Karly S. Aguirre

 

 

El semestre comenzaba dentro de una semana en la Facultad y Glenda no estaba preparada para volver a clases. Había aguardado durante todas las vacaciones de invierno para que René, un ingeniero que trabajaba en Cementos de Chihuahua, con quién salía, le rompiera el corazón; incluso ella se lo pidió directamente un mes y medio antes, cuando el hombre comenzó a portarse distante.

—Si piensas dejarme, hazlo ya, así tendré tiempo para llorar y estar triste —le dijo en un tono tranquilo y mecánico.

—No estoy pensando en dejarte, es que he tenido mucho trabajo —respondió él entre dientes, sin levantar la mirada.

Tal como temía Glenda, René la terminó poco antes del regreso a clases.

Estaba destrozada. Tomaba medicamentos del refrío para quedarse dormida durante el día y no sentir la ausencia del ahora ex novio, con quien antes ya se imaginaba compartiendo el resto de la vida.

Para salir de la depresión, Glenda salió con Lucían, su mejor amigo de la universidad. Pasó por él en su viejo Altima 2000. Vestía un pantalón de mezclilla, zapatos de tacón bajo y punta redonda, una blusa negra lisa y un abrigo gris.

—María Félix tenía razón —dijo Glenda en cuando Lucían subió al auto—. A un hombre se le llora dos días y al tercero te pones tacones y ropa nueva. Así que me puse estos tacones —dijo señalando sus zapatos con tacón de cuatro centímetros de altura.

—Qué tonta eres —dijo Lucían entre risas, con un tono de ternura.

Glenda se sentía muy bien con Lucían, era como un hermano. Era foráneo, así que ella siempre estaba para él: lo llevaba a su casa después de clases y se preocupaba cuando él salía en citas con hombres de perfil no muy amistoso. Compartían su amor por la literatura, la música pop, el tarot y, por supuesto: por los hombres patanes. Siempre estaban el uno para el otro para amortiguar las caídas.

—La próxima semana no podré llevarte. Mi mamá decidió remodelar el baño de la planta baja y habrá trabajadores en mi casa haciendo ruido, así que me quedaré con mi madrina que vive rumbo al sur —explicó Glenda a Lucían

Ella fue a instalarse con su madrina desde el domingo. La casa era hermosa y amplia, inundada en la calidez de las risas de los tres pequeños hijos que tenía. Amaba pasar el tiempo con ellos, se sentía tan acogida y los momentos divertidos nunca parecían terminar, con las ocurrencias de los niños.

El lunes por la mañana toda la familia se fue a sus actividades cotidianas, los niños a la escuela y los padres al trabajo. Mientras desayunaba, Glenda recibió una llamada de su prima Norma.

—Hola, Glenda. ¿Cómo estás, linda? Te marco para preguntarte si sabes por qué tu mamá no vino a trabajar hoy.

—¿Mi mamá no fue a trabajar hoy? —preguntó Glenda confundida, ya que su madre era una mujer muy trabajadora que no faltaba al trabajo, no importaba si nevaba, llovía o si estaba enferma—. No sabía que no había ido, estoy en la casa de mi madrina.

—Bueno, intentaré comunicarme con ella. Gracias.

Glenda tuvo un mal presentimiento. Llamó a casa de su madre, pero nadie respondía. Frida, la madre de Glenda, no usaba celular, no le gustaban, así que no había otro modo de comunicarse con ella. Se tranquilizó. Pensaba que tal vez, por la remodelación del baño su madre había preferido quedarse en casa para vigilar a los trabajadores, así que continuó con su rutina, bañarse, limpiar la casa y dejar la comida lista.

La hora de ir a la escuela llegó muy pronto. Subió a su auto y puso música. A medio camino, se oyó el timbre del teléfono. Era una llamada entrante de Frida. Glenda, aliviada, atendió la llamada en alta voz.

—Glenda, hija. Solo quiero decirte que no te vayas a acercar para nada a la casa —dijo Frida con tono de urgencia.

—¿Por qué, mamá? ¿Se rompió alguna tubería? ¿La del gas?

—Ponme mucha atención, hija. Hay unos sicarios vigilando la casa. Nosotros ya nos vamos, estaremos con tu tía Estela.

—¿Qué pasó?

—Luego te llamo, ya nos vamos.

La joven sentía una urgente necesidad de vaciar el estómago, tuvo que tener mucha fuerza interna para continuar manejando sin provocar un accidente. Al llegar a la Facultad, lo primero que hizo fue llamar a la casa de su tía Estela. Su madre aún no llegaba, esperó quince minutos en el auto y entró una llamada.

—Hija, soy yo —dijo Frida.

—¿Qué está pasando, mamá? —preguntó Glenda con voz temerosa

—Es tu hermano, se metió en problemas. Se dio cuenta de que Laura lo engaña, así que la siguió hasta la casa del fulano, les tocó a la puerta y el fulano muy enojado salió a decirle que se arrepentiría de haber ido a su casa. Y que lo pagaría conmigo. Le dijo que sabe dónde vivimos, dónde trabajo, le citó las direcciones y mi nombre completo, así que por seguridad nos vinimos a la casa de tu tía Estela. Sería bueno que vinieras aquí.

Glenda tenía tres medios hermanos mayores. El mayor de todos, Julio, había heredado de su padre el gusto por la mala vida, la violencia y los impulsos a cometer estupideces sin pensar en las consecuencias. Toda la vida había traído problemas a la familia. Laura era su concubina, una mujer con la que había tenido dos hijas y un pasado lleno de problemas, pues Laura también sufría de un importante desequilibrio químico gracias a los traumas producto de haber crecido en una familia disfuncional y sin afecto.

Al llegar a casa de la tía Estela, Frida le comunicó a Glenda que iban a pasar un tiempo en Ciudad Juárez, pues Laura sabía dónde vivían todas y cada una de las personas de la familia, y posiblemente los buscarían en todas partes.

—Vamos a Juárez, con la tía Eleonor —dijo Alfonso, el menor de los medios hermanos de Glenda.

—Claro, yo puedo llevarlos a la estación de autobuses —dijo Glenda

—Nos vamos a ir en tu auto y tú vendrás con nosotros, Laura sabe dónde estudias —dijo Frida

—También da de baja tu Facebook, yo cerré mío —dijo Alfonso.

Glenda se despidió de la tía Estela, subió al auto y llegó a la casa de su madrina, que seguía vacía, para recoger la ropa que se había llevado para la semana.

De camino a Juárez, Glenda le envió un mensaje a su madrina para escribirle lo que había sucedido. El camino de cuatro horas se había hecho infinito. Glenda sentía la realidad como un sueño lúcido en donde no se puede ver la hora en ningún lado, el tiempo no existe. Entonces recordó un artículo de Internet donde se hablaba de la ley de la impermanencia, una creencia budista que nos dice que el tiempo en realidad no existe, no es lineal. El tiempo son fragmentos y lo único que tenemos es el ahora. Como el tiempo no es lineal, nada es seguro, todo puede cambiar en un instante, nada es permanente, nada perdura.

La tía Eleonor les dio refugio en su casa, pero, aunque los primos se portaban muy dulces con Glenda, ella no lograba sentirse bien.

Norma la llamó para informarle que habían ido tres tipos a buscar a Frida a la sucursal de la Junta de Aguas donde trabajaban.

—Uno de los tipos entró preguntando por tu mamá. Cuando le dijimos que no había ido a trabajar, comenzó a golpear el escritorio y a gritos nos dijo que no la escondiéramos, que esa pinche vieja se las iba a pagar. Yo me quedé paralizada, pensando en que frente al miedo alguno de mis compañeros diría que yo era su sobrina, pero nuestro jefe se encargó del asunto y los logró sacar. Todo quedó grabado con las cámaras de seguridad, así que Julio puede usar la evidencia para reforzar la denuncia.

Entonces Glenda sintió por primera vez el miedo. Durante todo el tiempo había pensado que lo había sentido, pero quizá era solo nerviosismo y ansiedad, frente a una situación que ella no podía digerir como real ¿Cómo podría? Ella no había forjado su vida por ese camino, esa historia no le pertenecía. Glenda era educada, gentil, empática, amante del arte y de los animales. El único problema que debía estar resolviendo ahora era cómo sanar su corazón roto y concentrarse en las clases.

Se dio cuenta de que si dejaba que esto le afectara en su vida entonces sí se convertiría en su historia. Sus compañeras de clase se habían portado amables y le habían enviado por WhatsApp todas las actividades, aunque Lucían había dejado de responder mensajes. Una de sus primas fue a hablar a la Facultad para explicar el problema.

A las dos semanas de permanecer en Juárez todo se había calmado, pues Julián interpuso una denuncia en contra de Gabriel Ledezma, quien para suerte de todos no era un sicario, era un pandillero de la zona periférica. Eso no lo hacía menos peligroso, pero sí más controlable ante la justicia. Alfonso y Glenda regresaron a la ciudad de Chihuahua, Frida se quedaría un tiempo más en Ciudad Juárez. Glenda volvería a la escuela y viviría en la casa de su madrina durante todo el semestre, Alfonso se quedaría en la casa junto con Julián.

Glenda llegó a su casa a recoger más ropa y pertenencias importantes; en un par de cajas echó todo. En una mochila su computadora y algunos libros, también se llevó sus plantitas de sábila con ella y un par de cactus. Mientras alistaba sus cosas, Alfonso fue a comprar algunas cosas, así que se quedó sola en la casa durante un rato. Cada vez que las puertas crujían por el aire, o que se escuchaba una explosión de escape en la autopista, se estremecía y su corazón se agitaba.

Tuvo que ir a control escolar el día que volvió a la escuela, le habían pedido copias de la denuncia que habían emitido contra el agresor para justificar las faltas. Todos se portaron amables con ella, el coordinador de la carrera fue cálido y cordial, al igual que la encargada de recibir los documentos. Eso la reconfortaba un poco, pues se sentía triste de no poder vivir en su casa, de estar lejos de su madre. Extrañaba su cama, su cuarto, el pan de la tiendita de la esquina, a sus amigos, el amanecer desde su ventana.

Sus compañeros se sorprendieron al volver a verla en clase, fueron gentiles por un tiempo, pero en realidad a ninguno de ellos le importaba como se sentía Glenda. Cuando se atrevía a compartir sus pensamientos todos la miraban con hastío, decían que se quejaba mucho y era cierto, en ese momento ella solo podía hablar de las cosas malas de la vida.

Primero se apartó de Lucían, quien se enojó con ella porque ya no podía llevarlo a su casa después de clases, pues al vivir en la casa de su madrina ya no vivía por el mismo rumbo que él. Después de las clases de Semana Santa dejaron de invitarla a las salidas y de acoplarla en los trabajos en equipo.

Jamás se había sentido tan sola en el mundo. Comenzó a tener reacciones físicas de sus emociones, colitis nerviosa, dermatitis, fatiga, pérdida de memoria a corto plazo, ansiedad al conducir. Con todo eso encima, supo que ya no podía tolerar un minuto más en esa escuela. Después de todo lo que había pasado ya no podía soportar más dolor, así que se dio de baja de la universidad.

Ahora todo eso se había convertido en su historia, pero de alguna manera sentía que darse de baja detendría esa bola de nieve de mala racha, que se había alimentado con todo a su paso.

 

 

 

 

Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. Actualmente estudia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Escribe relatos y crónicas en redes sociales.

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