Dintel de Almudena
Lluvia de julio
Por Almudena Cosgaya
La lluvia golpeaba los cristales de la Quinta Gameros con insistencia, como si intentara advertir a tres amigos que algo oscuro y sobrenatural se avecinaba. Diego, Ana y Edgar se preparaban para salir de la sala de proyección. La película había terminado, pero Ana, siempre meticulosa, recogía sus pertenencias que habían caído al suelo durante la proyección.
La atmósfera se volvió poco a poco densa, cargada de electricidad estática. Diego, el escéptico del grupo, bromeó sobre la posibilidad de que un fantasma estuviera jugando con ellos. Pero Ana, con sus ojos inquietos, no compartía su humor. Edgar, el más sensible de los tres, miraba hacia la pantalla vacía con una expresión de temor. Las luces titilaron sobresaltando a los tres amigos.
Fue entonces cuando la entidad se manifestó. No como una sombra o un espectro, sino como una voz en sus cabezas. Una voz que resonaba en las mentes, susurrando profecías y predicciones. Diego se estremeció al escucharla, mientras Ana y Edgar intercambiaban miradas de incredulidad.
“Diego, perderás algo valioso”, susurró la entidad. “Ana, tu destino está entrelazado con el de otro”. Y a Edgar le advirtió: “Tus sueños te llevarán a lugares oscuros”.
Los tres amigos quedaron paralizados. ¿Qué era aquello? ¿Cómo podían escuchar los tres ese susurro serpentino? Y lo más aterrador: ¿ocurrirían esos futuros? La lluvia seguía cayendo, y la sala de cine parecía encogerse a su alrededor. Diego intentó reír, pero su risa sonó hueca y forzada. El encargado del lugar llegó para invitarlos cordialmente a salir, pues era casi hora de cerrar.
A medida que pasaban los días, las predicciones se cumplieron: Diego perdió a su perro en un accidente trágico. Ana conoció a un extraño en una cafetería, y su vida dio un giro inesperado. Edgar, obsesionado con los sueños, comenzó a pintar visiones aterradoras que lo atormentaban.
La entidad no se detenía. Cada vez que se encontraban, les revelaba más secretos, más profecías. Los amigos se sumieron en una espiral de miedo y paranoia. ¿Eran títeres en manos de fuerzas sobrenaturales? ¿O simplemente estaban perdiendo la cordura?
Chihuahua, la ciudad que los había visto crecer, se convirtió en un laberinto de sombras. Calles desiertas, edificios abandonados y una niebla perpetua que ocultaba más de lo que revelaba. Diego, Ana y Edgar se adentraron en las profundidades de la ciudad buscando respuestas, enfrentando sus demonios. Se volvió una travesía escalofriante, pero pudieron ayudar a más de uno.
La entidad los guiaba, pero también los atormentaba. Los llevaba a lugares donde el tiempo parecía detenerse, donde las leyes de la realidad se desvanecían. Y en cada esquina, en cada callejón oscuro, sentían la presencia acechante, pero jamás vieron su forma
¿Qué quería la entidad? ¿Por qué los había elegido a ellos? Las respuestas eran esquivas, como las sombras que se movían entre los árboles del Parque El Palomar. Diego, Ana y Edgar se aferraban a su amistad, a la esperanza de que juntos podrían enfrentar cualquier cosa.
Pero la entidad no estaba dispuesta a liberarlos. Los arrastraba hacia un desenlace inevitable, donde la realidad y la pesadilla se confundían. Y mientras la lluvia seguía cayendo sobre la ciudad, los tres amigos se preguntaban si alguna vez volverían a ser libres.
Así, en esa tarde lluviosa, comenzó su viaje hacia lo desconocido. Un viaje que los llevaría al límite de su cordura, donde la línea entre lo real y lo sobrenatural se desvanece. Y mientras la entidad tejía su red de profecías, Diego, Ana y Edgar luchaban por encontrar su propio destino.
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