Dintel de Almudena
Una sonrisa salvó mi vida
Por Almudena Cosgaya
La lluvia era como un enjambre abejas con agujas golpeando contra la ventana de mi pequeño apartamento. Cada gota parecía llevar consigo un suspiro, un lamento. Serví el café, oscuro y amargo, llenando la taza de cerámica con dibujo de gatitos, su aroma mezclándose con el olor a humedad me dio la sensación de vacío. La televisión, sintonizada en las noticias, anunciaba catástrofes y conflictos. Guerras lejanas, desastres naturales, tragedias humanas. El mundo parecía un abismo y yo estaba al borde.
Miré mi reflejo en el espejo y me devolvió mi imagen con ojeras profundas y una mirada cansada. “Adiós”, susurré, como si la habitación me respondiera con eco. La gente en la calle arrastraba sus vidas, absorta en sus tormentos. El gris del día se filtraba en mi alma, asfixiándome lentamente.
Detuve mis pasos frente a un parque cerca de la oficina. Mis manos temblorosas se aferraron al borde del banco de madera. La ansiedad me apretaba el pecho, y los recuerdos, como canciones inoportunas me atormentaban. ¿Por qué seguía aquí? ¿Qué me retenía?
Fue entonces cuando lo vi: un niño pequeño, no más de cuatro años, con ojos curiosos y una sonrisa bella. Su cabello estaba empapado por la lluvia, sus mejillas rosadas brillaban como rubíes. Agitó su manita hacia mí antes de volver a los brazos de su madre. Esa sonrisa diminuta y sincera me atravesó como un rayo de sol en la tormenta. Impactó en mi alma, sacudiéndome desde las entrañas.
“¿Recuerdas cuando empezaste?”, resonó una voz en mi mente. Sí recordaba. Recordaba los sueños que alguna vez me impulsaron, las esperanzas que se desvanecieron. Debía renacer, mantener mi actitud. No temer al fracaso. No podía salir viva de la vida, pero quizás podía vivir lo suficiente para dejar atrás el miedo.
Respiré hondo, llenando mis pulmones de esperanza. La lluvia seguía cayendo, pero ahora era solo agua. La sonrisa del niño me había salvado. Y así, con una nueva determinación, decidí seguir adelante. No como un sobreviviente, sino como alguien dispuesto a vivir plenamente, sin temor. Solo se tiene una vida, después de todo.
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