Mi vida con Jorge, episodio 3
Por Sergio
Torres
La mañana siguiente, aunque clara y
brillante, no había despejado duda alguna. Me había sembrado una curiosidad que
debía ser satisfecha de alguna forma.
Intenté llamar a César mi hermano para saber
más de esta mujer que había preguntado, no por mí sino por Jorge. En los
primeros tres intentos no contestó la llamada, sus ocupaciones son algo densas,
como las mías que, absorbiéndome, me hicieron olvidar el tema. Hasta que entró
la llamada de César.
―¿Me llamaste?
―Sí.
―Dime.
Me escucho con un tercio de su atención
mientras manejaba, llegaba a la tienda por leche, ponía gasolina y entraba a su
casa, le gritaba al hijo mayor que guardara la leche en el refrigerador, uno
aprende a reconocer los sonidos cotidianos, y, tras ponerlo al tanto de la
carta, me dijo:
―Sí, recuerdo
una señora, más o menos de tu edad, cabello largo, ondulado, entrecano, ojos expresivos.
Pero no preguntó por Jorge, sino por ti.
―¿De
veras?
―Sí. Te
dejo porque aún tengo cosas por hacer.
Y sin esperar la despedida continuó:
―¡Cesar
Adrian! ¿Cuántas veces tengo que pedirte que guardes la leche? ¡Aún sigue sobre
la mesa!
En el teléfono se oyó.
―¡Ay,
mi'apá! ―de mi sobrino, y el tono de
desconexión.
Así que alguien como de mi edad había
preguntado por mí, no por Jorge, en días o semanas o años, con mi hermano nunca
se sabe porque su sentido del tiempo es, digamos, alternativo.
Esto sembró más dudas que respuestas.
Ciertamente no he tenido una vida ascética, pero el recuento de convivencias
afectivas nones tan grande como para olvidar un día entre los días, un nombre
entre los 723 posibles nombres de amores y amigas cuyos ojos se han fijado en
mí.
Habrá que ver.
A estas alturas de mi vida, a punto de
concluir un siglo azteca, soy más una colección de ayeres que una prospección
de mañanas.
Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.
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