jueves, 15 de mayo de 2025

La Hermandad

 

Foto: Pedro Chacón


La Hermandad

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

Julio Montero, ingeniero civil, hijo de otro Julio Montero y de Paquita Montero, había recibido una invitación, si no inusitada, sí especial y particular. Venía del ingeniero Pastor, un compañero de trabajo en la empresa Ingenieros Asociados S. de RL, una compañía constructora de gran prestigio.  

Ana Jovana, la esposa de Julio, toda delicadeza, cándidamente lo había alentado a aceptarla:

—Deberías de ir. Pastor es un buen hombre y se ve muy entusiasta respecto a ese grupo.

—Ese es el problema. Él habla del "grupo" al que me está invitando como si fuera una religión. Un culto.

—¡No, que va! Así es él, y el "grupo" parece ser uno de esos clubes de servicio social, como los rotarios o los leones.

—A mí me sonó más como una forma de masonería o rosacrucismo.

—Total, vé. Si no te gusta, te disculpas con Pastor y no vuelves a ir.

 

Con su esposa y su amigo enpujándolo, Julio fue. El "grupo" se reunía en un teatro abandonado junto a la Universidad. El ingeniero Pastor había pasado por él a las cuatro y media; la junta comenzaba a las cinco. Y justo a esa hora, no un minuto antes o un minuto después, la reunión comenzó.

Habían colocado una mesa larga cubierta con un mantel azul obscuro sobre el escenario y detrás de él cinco sillas. Prontamente cinco personas, todas con traje obscuro, ocuparon los lugares. Julio y su amigo se sentaron en la primera fila de butacas del teatro, enfrente de la silla central en el escenario. Julio trataba de identificar a alguno de los personajes, pero, a pesar de vivir en una ciudad pequeña, ninguno le resultó familiar. Volteó enseguida a los lados y hacia atrás y notó que habría unas treinta personas más en el local. Entonces el hombre que ocupaba la silla central tomó la palabra:

—¡Bienvenidos todos! Soy el Hermano Mayor, Rogelio Estévez, y estos —señalando a los que estaban a sus lados— son los Jueces de Advocación de nuestra Sociedad.

 

Julio se preguntaba: "qué es esto, Hermano Mayor, Advocación". Estévez casi leyó sus pensamientos y dirigiéndose a él dijo:

—No se asuste por los títulos o los nombres. No quieren decir nada fuera de aquí —y prosiguió— Además esta es una sesión de invitación. Damos la bienvenida al ingeniero Montero que se estará preguntando de qué se trata esto, nuestra Sociedad, y qué está él haciendo aquí.

Invitó entonces a uno de los jueces a definir y describir de que se trataba aquello:

—Somos —dijo emocionado el interpelado— una sociedad filosófica. No se nos tome por una religión o culto —que no estaría del todo mal, desde el punto de vista fiscal. No tenemos nada que ver con los francmasones ni con los rosacruces. Y no somos una sociedad secreta. Todo lo que somos está escrito en la Guía, que es el librito que tienen en sus manos.

 

Julio miró sus manos vacías y, como llamada por ese gesto, una guapa muchacha —la primera mujer que pudo ver entre la audiencia— le puso el librito en las manos. Prosiguió el juez:

—Y como los miembros aquí presentes ya lo saben y lo saben bien, el único precepto —por llamarlo de alguna manera— por el cual nos regimos es el de aceptar nuestra muerte lenta.  

 

Nuevamente el rostro de Julio denunciaba perplejidad. El juez pareció entonces dirigirse solo a él:

—No es como decir que comenzamos a morir justo en el momento en que nacimos. Ni una anticipación suicida. Es un compromiso que hacemos los miembros de la hermandad para morir bien y lentamente. Nuestros fundadores se inspiraron en múltiples doctrinas que enseñan a vivir bien. Pero pronto cayeron en la cuenta que si no sabemos si vamos a estar vivos mañana, es decir la vida es insegura, sí sabemos que vamos a morir. Concluyeron que mientras que es insulso prepararnos para la vida que no sabemos si la vamos a tener, es lógico hacerlo para la muerte. que tenemos la seguridad de que ocurrirá.

 

Nuevo examen del rostro de Julio.

 

—Y te preguntarás —dirigiéndose a Julio—: ¿y que pasa si vivo cincuenta años más? Pues nada, el estar listo para morir hoy te servirá mañana y pasado mañana. En eso consiste la muerte lenta. ¡Ya está!

—¡Ya está! —exclamaron todos en la audiencia. Julio casi asustado clavó la vista en el Hermano Mayor.

—¿Ya está qué? —dijo casi automâticamente.

—La declaración de principios de la hermandad. Si abres la Guía, encontrarás de la página quince en adelante el programa que te llevará a prepararte para tu propia muerte. 

 

Entonces una idea terrible surgió en su mente. Examinando a quienes estaban a su lado e inmediatamente detrás de él notó bultos debajo de sus sacos y chaquetas indicando que portaban sendas pistolas. “¿Será este un club de asesinos?” Pudo sacudirse de esa idea al ver que el ingeniero Pastor estaba muy tranquilo. Notando la creciente aprehensión de su amigo, le susurró:

—No te inquietes, esto está por terminar. 

 

Y así fue. Después de otros dos ¡ya está! los asistentes rápidamente se pusieron de pie e iniciaron la desbandada. Antes de que los ingenieros llegaran a la puerta del teatro, el Hermano Mayor Estévez se apresuró a alcanzarlos. 

—Espero que haya usted tenido una buena experiencia, lo esperamos de nuevo el jueves y hablaremos de su iniciación.

—Sí claro, gracias. 

 

Una vez que se fue, caminaron despacio hasta el estacionamiento donde habían dejado el automóvil de Pastor. Con el entusiasmo que había mostrado durante todo el episodio preguntó a Julio:

—¿Qué te pareció? ¿Alguna pregunta?

—Pues sí, dime ¿por qué estaban todos armados?

—¡Ah esto! —levantando la orilla de su chaqueta para dejarle ver la Glock 17 en su cinturón—. Veo que eres observador, ya entenderás después el significado de las armas en la Hermandad.

Julio tragó saliva, era la primera vez que Pastor usaba la palabra hermandad para lo que hasta entonces había llamado "grupo". Tan solo para no agitar las aguas, Julio volvió a la primera parte de la pregunta:

—¿Que qué me pareció? Interesante, bastante interesante.

 

Al llegar a casa, Ana Jovana con toda delicadeza, cándidamente le hizo la misma pregunta:

—Y ¿qué te pareció?

Con ella no pudo usar el político 'interesante" que había despachado a su amigo. Ella sabía de la aversión, casi una fobia, por las armas de fuego que tenía su esposo. Ahora mismo lo veía temblar al relatar el asunto. Para consolarlo, con toda delicadeza, cándidamente preguntó:

—¿Y hubo algo bueno?

Apretando el librito —la Guía— que todavía tenía en su mano: 

—Pues solo la guapa que me hizo llegar el librito.

Ella sabía de la debilidad de Julio por las muchachas guapas. Así que comentó con toda delicadeza y cándidamente, pero con una mueca burlona en el rostro:

 —Por lo menos una razón para volver...

—No lo creo, pero sé que no me dejarán en paz, ya me abrieron la puerta y no cejarán hasta verme convertido en miembro de su "hermandad ".

—Hermano Julio o Hermano Montero suena bien —humorosamente, todavía con delicadeza pero no tan cándidamente, dijo Ana Jovana sonriendo.

—No me hace gracia. ¿Y sabes tú que quiere decir advocación?

—Oh sí. Guadalupe, Pilar, Refugio son advocaciones de la Virgen. ¿Por qué preguntas? 

Explicó Julio por qué preguntaba. Ana Jovana cándidamente comento:

—Cierto, como que Ingeniero Pastor, pistolas, advocación y muchacha guapa no van bien en la misma frase. 

—¡Ya lo creo! Tendré que hablar con él. Debo decirle que se olviden de mí. 

—No tendrás que esperar mucho. —Viendo por la ventana que el carro de Pastor se estacionaba frente a la casa. En ese mismo momento descubría Ana Jovana algo en su teléfono celular con el que había estado jugueteando durante toda la conversación. Cuando Julio se encaminó abrir la puerta ella se retiró a un cuarto contiguo muy embebida en algo en su teléfono. Acababa Pastor de disculparse por volver tan pronto y ya se preparaba para continuar su labor proselitista. Julio le ofreció un vermouth y Pastor ya se acomodaba en un sillón de la salita cuando Ana Jovana volvió y sin saludar siquiera a Pastor gritó:

—¿Cómo dices que se llama el Hermano Mayor? 

—Rogelio Estévez. 

—¿Será este mismo? —preguntó mostrando a los ingenieros la pantallita de su teléfono la fotografía de un sujeto. El pie de foto decía: Rogelio Estévez sentenciado por fraude. Estévez hallado responsable de una estafa de las llamadas pirámides. 

—Eso fue hace mucho —se apresuró a decir el ingeniero Pastor— de aquello no quedó nada.

—Excepto su poder de convicción —sentenció Julio secamente. 

—Puede ser, pero yo creo que el Hermano Estévez es una prueba viviente del poder redentor y regenerador de la hermandad. Una vez que aceptas que debes prepararte para la muerte lenta, tu vida cambia. Y eso le pasó al Hermano Mayor.

—Será. Pero para mí es una razón para pensarlo mejor antes de volver.

—Como tú quieras. Dejémoslo así. Te veo en la empresa —levantándose y caminando hacia la puerta, la copita de vermouth quedó intacta en la mesita de centro.

—Hasta luego Ana. 

—Sí, adiós.

 

Y viendo a Pastor alejarse:

—Gracias mi amor. Me has salvado.

—Por lo pronto... y no pienses más en eso de la muerte lenta, mejor decide vivir tu vida. al máximo y con tu amada esposa sí es posible.

 

Epílogo:

Noticia periodística:

No se sabe si la muerte por suicidio del Ingeniero Pastor y del empresario Don Rogelio Estévez esté relacionada con la membresía de ambos en una Hermandad, algo así como un culto, que veneraba la muerte lenta y el prepararse para morir.

 


Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.

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