Foto: Pedro Chacón
La Hermandad
Por Fructuoso Irigoyen Rascón
Julio Montero, ingeniero
civil, hijo de otro Julio Montero y de Paquita Montero, había recibido una
invitación, si no inusitada, sí especial y particular. Venía del ingeniero
Pastor, un compañero de trabajo en la empresa Ingenieros Asociados S. de RL,
una compañía constructora de gran prestigio.
Ana Jovana,
la esposa de Julio, toda delicadeza, cándidamente lo había alentado a
aceptarla:
—Deberías de
ir. Pastor es un buen hombre y se ve muy entusiasta respecto a ese grupo.
—Ese es el
problema. Él habla del "grupo" al que me está invitando como si fuera
una religión. Un culto.
—¡No, que
va! Así es él, y el "grupo" parece ser uno de esos clubes de servicio
social, como los rotarios o los leones.
—A mí me
sonó más como una forma de masonería o rosacrucismo.
—Total, vé.
Si no te gusta, te disculpas con Pastor y no vuelves a ir.
Con su
esposa y su amigo enpujándolo, Julio fue. El "grupo" se reunía en un
teatro abandonado junto a la Universidad. El ingeniero Pastor había pasado por
él a las cuatro y media; la junta comenzaba a las cinco. Y justo a esa hora, no
un minuto antes o un minuto después, la reunión comenzó.
Habían
colocado una mesa larga cubierta con un mantel azul obscuro sobre el escenario
y detrás de él cinco sillas. Prontamente cinco personas, todas con traje
obscuro, ocuparon los lugares. Julio y su amigo se sentaron en la primera fila
de butacas del teatro, enfrente de la silla central en el escenario. Julio
trataba de identificar a alguno de los personajes, pero, a pesar de vivir en
una ciudad pequeña, ninguno le resultó familiar. Volteó enseguida a los lados y
hacia atrás y notó que habría unas treinta personas más en el local. Entonces
el hombre que ocupaba la silla central tomó la palabra:
—¡Bienvenidos
todos! Soy el Hermano Mayor, Rogelio Estévez, y estos —señalando a los que
estaban a sus lados— son los Jueces de Advocación de nuestra Sociedad.
Julio se
preguntaba: "qué es esto, Hermano Mayor, Advocación". Estévez casi
leyó sus pensamientos y dirigiéndose a él dijo:
—No se
asuste por los títulos o los nombres. No quieren decir nada fuera de aquí —y
prosiguió— Además esta es una sesión de invitación. Damos la bienvenida al
ingeniero Montero que se estará preguntando de qué se trata esto, nuestra Sociedad,
y qué está él haciendo aquí.
Invitó
entonces a uno de los jueces a definir y describir de que se trataba aquello:
—Somos —dijo
emocionado el interpelado— una sociedad filosófica. No se nos tome por una
religión o culto —que no estaría del todo mal, desde el punto de vista fiscal.
No tenemos nada que ver con los francmasones ni con los rosacruces. Y no somos
una sociedad secreta. Todo lo que somos está escrito en la Guía, que es
el librito que tienen en sus manos.
Julio miró
sus manos vacías y, como llamada por ese gesto, una guapa muchacha —la primera
mujer que pudo ver entre la audiencia— le puso el librito en las manos.
Prosiguió el juez:
—Y como los
miembros aquí presentes ya lo saben y lo saben bien, el único precepto —por
llamarlo de alguna manera— por el cual nos regimos es el de aceptar nuestra
muerte lenta.
Nuevamente
el rostro de Julio denunciaba perplejidad. El juez pareció entonces dirigirse
solo a él:
—No es como
decir que comenzamos a morir justo en el momento en que nacimos. Ni una
anticipación suicida. Es un compromiso que hacemos los miembros de la hermandad
para morir bien y lentamente. Nuestros fundadores se inspiraron en múltiples
doctrinas que enseñan a vivir bien. Pero pronto cayeron en la cuenta que si no
sabemos si vamos a estar vivos mañana, es decir la vida es insegura, sí sabemos
que vamos a morir. Concluyeron que mientras que es insulso prepararnos para la
vida que no sabemos si la vamos a tener, es lógico hacerlo para la muerte. que
tenemos la seguridad de que ocurrirá.
Nuevo examen
del rostro de Julio.
—Y te
preguntarás —dirigiéndose a Julio—: ¿y que pasa si vivo cincuenta años más?
Pues nada, el estar listo para morir hoy te servirá mañana y pasado mañana. En
eso consiste la muerte lenta. ¡Ya está!
—¡Ya está! —exclamaron
todos en la audiencia. Julio casi asustado clavó la vista en el Hermano Mayor.
—¿Ya está
qué? —dijo casi automâticamente.
—La
declaración de principios de la hermandad. Si abres la Guía, encontrarás
de la página quince en adelante el programa que te llevará a prepararte para tu
propia muerte.
Entonces una
idea terrible surgió en su mente. Examinando a quienes estaban a su lado e
inmediatamente detrás de él notó bultos debajo de sus sacos y chaquetas
indicando que portaban sendas pistolas. “¿Será este un club de asesinos?”
Pudo sacudirse de esa idea al ver que el ingeniero Pastor estaba muy tranquilo.
Notando la creciente aprehensión de su amigo, le susurró:
—No te inquietes, esto está
por terminar.
Y así fue. Después
de otros dos ¡ya está! los asistentes rápidamente se pusieron de pie e
iniciaron la desbandada. Antes de que los ingenieros llegaran a la puerta del
teatro, el Hermano Mayor Estévez se apresuró a alcanzarlos.
—Espero que
haya usted tenido una buena experiencia, lo esperamos de nuevo el jueves y
hablaremos de su iniciación.
—Sí claro,
gracias.
Una vez que
se fue, caminaron despacio hasta el estacionamiento donde habían dejado el
automóvil de Pastor. Con el entusiasmo que había mostrado durante todo el
episodio preguntó a Julio:
—¿Qué te
pareció? ¿Alguna pregunta?
—Pues sí,
dime ¿por qué estaban todos armados?
—¡Ah esto! —levantando
la orilla de su chaqueta para dejarle ver la Glock 17 en su cinturón—. Veo que
eres observador, ya entenderás después el significado de las armas en la
Hermandad.
Julio tragó
saliva, era la primera vez que Pastor usaba la palabra hermandad para lo que
hasta entonces había llamado "grupo". Tan solo para no agitar las
aguas, Julio volvió a la primera parte de la pregunta:
—¿Que qué me
pareció? Interesante, bastante interesante.
Al llegar a
casa, Ana Jovana con toda delicadeza, cándidamente le hizo la misma pregunta:
—Y ¿qué te pareció?
Con ella no
pudo usar el político 'interesante" que había despachado a su amigo.
Ella sabía de la aversión, casi una fobia, por las armas de fuego que tenía su
esposo. Ahora mismo lo veía temblar al relatar el asunto. Para consolarlo, con
toda delicadeza, cándidamente preguntó:
—¿Y hubo
algo bueno?
Apretando el
librito —la Guía— que todavía tenía en su mano:
—Pues solo
la guapa que me hizo llegar el librito.
Ella sabía
de la debilidad de Julio por las muchachas guapas. Así que comentó con toda
delicadeza y cándidamente, pero con una mueca burlona en el rostro:
—Por lo menos una razón para volver...
—No lo creo,
pero sé que no me dejarán en paz, ya me abrieron la puerta y no cejarán hasta
verme convertido en miembro de su "hermandad ".
—Hermano
Julio o Hermano Montero suena bien —humorosamente, todavía con delicadeza pero
no tan cándidamente, dijo Ana Jovana sonriendo.
—No me hace
gracia. ¿Y sabes tú que quiere decir advocación?
—Oh sí.
Guadalupe, Pilar, Refugio son advocaciones de la Virgen. ¿Por qué
preguntas?
Explicó
Julio por qué preguntaba. Ana Jovana cándidamente comento:
—Cierto,
como que Ingeniero Pastor, pistolas, advocación y muchacha guapa no van bien en
la misma frase.
—¡Ya lo
creo! Tendré que hablar con él. Debo decirle que se olviden de mí.
—No tendrás
que esperar mucho. —Viendo por la ventana que el carro de Pastor se estacionaba
frente a la casa. En ese mismo momento descubría Ana Jovana algo en su teléfono
celular con el que había estado jugueteando durante toda la conversación.
Cuando Julio se encaminó abrir la puerta ella se retiró a un cuarto contiguo
muy embebida en algo en su teléfono. Acababa Pastor de disculparse por volver
tan pronto y ya se preparaba para continuar su labor proselitista. Julio le
ofreció un vermouth y Pastor ya se acomodaba en un sillón de la salita cuando
Ana Jovana volvió y sin saludar siquiera a Pastor gritó:
—¿Cómo dices
que se llama el Hermano Mayor?
—Rogelio
Estévez.
—¿Será este
mismo? —preguntó mostrando a los ingenieros la pantallita de su teléfono la
fotografía de un sujeto. El pie de foto decía: Rogelio Estévez sentenciado por
fraude. Estévez hallado responsable de una estafa de las llamadas
pirámides.
—Eso fue
hace mucho —se apresuró a decir el ingeniero Pastor— de aquello no quedó nada.
—Excepto su
poder de convicción —sentenció Julio secamente.
—Puede ser,
pero yo creo que el Hermano Estévez es una prueba viviente del poder redentor y
regenerador de la hermandad. Una vez que aceptas que debes prepararte para la
muerte lenta, tu vida cambia. Y eso le pasó al Hermano Mayor.
—Será. Pero
para mí es una razón para pensarlo mejor antes de volver.
—Como tú
quieras. Dejémoslo así. Te veo en la empresa —levantándose y caminando hacia la
puerta, la copita de vermouth quedó intacta en la mesita de centro.
—Hasta luego
Ana.
—Sí, adiós.
Y viendo a
Pastor alejarse:
—Gracias mi
amor. Me has salvado.
—Por lo
pronto... y no pienses más en eso de la muerte lenta, mejor decide vivir tu
vida. al máximo y con tu amada esposa sí es posible.
Epílogo:
Noticia
periodística:
No se sabe
si la muerte por suicidio del Ingeniero Pastor y del empresario Don Rogelio
Estévez esté relacionada con la membresía de ambos en una Hermandad, algo así
como un culto, que veneraba la muerte lenta y el prepararse para morir.
Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.
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