Mi vida con Jorge, episodio 1
Por Sergio
Torres
Un día entre los días revisé mi buzón y
encontré, además de los consabidos recibos del mes, una carta. Iba dirigida a
Jorge. La dirección era correcta, pero venía sin remitente. Como tengo
alrededor de 25 años en este domicilio, decidí que tal vez estuviera dirigida a
mí, con un nombre equivocado.
Entré a casa, me senté en la silla favorita
en la cocina, cerca de la ventana, no demasiado, me gusta la luz, pero no
directa, como Cuna de Moisés. Era una carta de amor.
Jorge querido:
Hace mucho tiempo que no sabes de mí, así
como tampoco tengo idea de qué ha sido de ti en estos últimos 30 años.
Me casé, tuve hijos, que mi esposo dudó todo
el tiempo que fueran suyos, porque, como muchos culpables de infidelidad, llegó
a creer que yo tenía las mismas mañas que él. El tiempo y la genética han hecho
cumplidamente su trabajo: son la viva imagen de su padre.
La vida me llevó a encontrarme sola con mis
hijos que, si bien eran trabajadores y cumplidos, cojeaban del mismo pie que mi
exesposo. Como llegaron se fueron. La vida es breve.
Recordé la dirección de la casa de tus papás.
Decidí que tal vez te pudiera encontrar ahí, o que me dieran referencias de tu
persona. Con mucha reticencia, tu hermano César me pasó este domicilio, cosa
que agradezco.
Te escribo para saber qué ha sido de ti y te
cuento que mi vida se ha llenado de alegrías y sinsabores: he explorado los
deleites y la disciplina de la católica iglesia, de la que terminé alejándome;
intenté hacer yoga, Reiki, aromaterapia, Tzolkin, astrología, Ayahuasca y
cuanta exploración metafísica me encontraba y me sugerían los conocidos. Tú
sabes que nunca fui de muchos amigos. Y aquí estoy, tan iluminada como al
principio, con un viaje hermoso recorrido y la promesa de nuevos caminos que se
abren.
Sé que no fui la persona más amable y
generosa contigo, desaparecí de pronto, corté toda comunicación y no quise
regresar. Te dejé solo y lleno de dudas, lo sé, y me disculpo. Tuve miedo.
Para mí era imposible que alguien tan... tú…
hubiera puesto sus ojos en mí. Y que quisiera derramar sus pasiones y sueños conmigo.
La verdad, no te entendí. Tus noches frente al escritorio, escribiendo no sé
qué tantas historias que salían de la máquina de escribir o de tu pluma cuando
salíamos por un café. Nunca comprendí cómo hacías para ver poemas en una bolsa
de basura que el aire elevaba sobre el suelo sobre las casas, trazando una
estela que instantáneamente desaparecía. Cómo es que encontrabas poesía en el
riachuelo que alguna fuga formaba en la banqueta y se perdía más allá.
Me hartaba de encontrar mensajes de tus
alumnos en el contestador, pidiendo asesorías personales con voces, al menos,
coquetas, aunque, a veces, francamente atrevidas.
Nunca entendí tu fascinación por las
historias, el cómo una persona, naciera dónde naciera, llegaba a convertirse en
parte del paisaje o en un ejemplo de cómo se puede aspirar a soñar más allá de
lo evidente, cómo se puede tener esperanza a pesar de todo. No lo entiendo,
nunca lo entendí.
¿Sabes qué? Ha sido revelador para mí
escribirte estas líneas.
Te dejo para que sigas con tu vida.
Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.
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