jueves, 22 de mayo de 2025

El Animalito


 

El Animalito

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

Había estado moviendo las macetas del lugar abierto donde se encontraban, junto a la pared. Protegía las ocupadas por plantas que ella consideraba más delicadas, cubriéndolas con bolsas de plástico. Se había anunciado una helada.

Las heladas resultaban en devastación para las plantas tropicales y subtropicales.

Atareadísima, Emilia se ocupaba de mover los maceteros más grandes, cuando detrás de uno de ellos lo vió: Un animalito de grandes ojos y color parduzco. Pensó primero que se trataba de un ratoncito, pero, fijándose mejor, creyó que sería una lagartijita o un camaleón. Pensó en capturarla. Lo podría hacer fácilmente usando un vaso de vidrio, pero estaba en el patio y para encontrar un vaso necesitaría abandonar lo que estaba haciendo e ir a la cocina por él. Así que no pudo resistir la tentación y lo capturó con la mano.

¡Terrible error!

Atrapado entre sus dedos y la palma de su mano, el animalito hizo algo. Emilia diría después que había segregado una substancia pegajosa, pero pudo ser orina o saliva, nunca lo sabremos. El caso es que la mano derecha de Emilia estaba agarrotada, paralizada o acalambrada como formando un puño, y no la podía abrir.

Pensó que había aplastado al animal, pero poniendo atención lo sintió moverse, tal vez respirar. El puño estaba tan apretado que no podía ver al animalito atrapado. Trató de abrir la mano tirando de sus dedos con la otra mano, pero no lo logró, también trató de hacerlo apoyando las puntas de los dedos en el borde de una maceta, con lo cual se provocó intenso dolor, pero no pudo lograr abrir la mano.

A pocos pasos de donde estaba había una llave de agua. Pensó que un chorro de agua fría le ayudaría a abrir la mano, ya fuera por el frío mismo o porque el agua disolvería la substancia aquella que el animalito había segregado. Esfuerzo inútil.

No quedaba remedio, tendría que buscar ayuda profesional. Ya se dirigía al garage donde estaba su automóvil cuando se le ocurrió que no podría conducirlo con aquella mano invalidada. Con su mano buena, la izquierda, sacó el teléfono celular que llevaba en la bolsa del mandil. Lo colocó sobre la mesita de la entrada y con un poco de esfuerzo pudo marcar el teléfono de su amiga registrado en el directorio del aparato.

—Kati, necesito que me lleves al cuarto de emergencias.

Le explicó brevemente lo que había pasado.

—¡Voy para allá! No me tardo.

 En menos de diez minutos llegó la amiga.

—¿Y te duele?

—Es como un calambre. Duele cuando trato de moverla.

—¡Vámonos pues!

 

En el flamante Departamento de Emergencias del hospital pronto las pasaron a un cubículo donde un enfermero la pesó, le tomó el pulso, la presión arterial y le colocó un termómetro bajo la lengua. Emilia alcanzó a oír lo que el enfermero comentó al otro. 

—¡Nunca había visto algo así!

—Recuerda a una picadura de viuda negra. El espasmo muscular y el dolor se extiende del lugar del piquete hacia el cuerpo.

—Pero eso es más doloroso.

 Un tercer enfermero intervino:

—Y dice que el animal sigue ahí. ¿Será un sapo?

 Llegó el médico de turno. Era un joven galeno de mediana estatura y disposición atlética que iba enfundado en un uniforme quirúrgico de los conocidos como pitufos. Después de un examen sumario preguntó:

—¿Le han puesto hielo?

—Ella trató con agua fría.

—¿Algún problema agregado?

—No, fuera de esa extraña contractura, todo está normal.

—Ordenaré unos exámenes de emergencia para poder darle anestesia general y usar un bloqueador neuromuscular y eliminar ese espasmo, antes de que se gangrene esa mano.

 Mientras esperaban los resultados de los exámenes y preparaban a Emilia para el procedimiento, el enfermero preguntó:

—¿Qué animal piensa usted que encontraremos en esa mano?

—No sé de ningún animal que pueda causar lo que le pasa a esa mujer. No me sorprendería que la mano estuviera vacía. Que no haya nada dentro de ese puño.

—¿Ha visto usted antes algo igual?

—No.

 Llegó el anestesista. 

—Tomará solo un minuto. Un piquetito y ya.

 Emilia sintió que flotaba y diría que casi instantáneamente el calambre había desaparecido. Ya no sintió cuando el joven doctor gentil pero firmemente extendió sus dedos. 

—¿Alguien tomó una foto? ¿Qué fue pues?

 Al abrirse la mano aquella se pudo ver solo una bolita parduzca. Parecía de pelo comprimido. Después de todo había estado preso en aquel puño apretado ya por varias horas.

—¿Está vivo o muerto?

 La bolita de pelo pareció responder a la pregunta. Abriendo aquellos ojos los mismos que habían impresionado a Emilia miraba fijamente a los enfermeros y doctores presentes. Uno de ellos tomaba fotografías con su teléfono celular. El que fue a Cirugía por la cámara profesional no llegó a tiempo. El animalito se estremeció y, así como así, surgieron de su espalda unas arrugadas alitas y, también así como así, emprendió el vuelo.

Uno de los enfermeros tomó una toalla y trató de atrapar al animal. Este, al verse atacado, sobrevoló el bimbo que separaba el cubículo donde habían puesto a Emilia donde se había desarrollado toda la acción del resto del cuarto de emergencias. Como si hubiera estado allí antes o conociera de antemano el lugar, se dirigió velozmente a la salida. Un empleado de seguridad que lo vio salir disparado hacia el infinito, diría después: "Era un pájaro, tal vez un murciélago".

Emilia volvió en sí de la anestesia. Podía abrir y cerrar la mano sin dificultad, pero sentía como si hubiera tenido un animal atrapado en ella por horas.

 Las fotos del celular mostraban un objeto informe con dos ojos brillantes, nada más. El doctor especulaba que aquel animal acarreaba algún tipo de insecto o arácnido responsable de la extraña parálisis de Emilia.

 La fotogafía digital del animal tomada por el enfermero ha recibido más de 15,000 likes en Internet. Las plantas que Emilia alcanzó a poner junto a la pared, bajo el techito o proteger con bolsas de plástico sobrevivieron. Las que no, se helaron todas. ¡Aquí no ha pasado nada! Todo sigue adelante, ¡así es la vida!

 


Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.

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