Relojes
distintos
Por Marco
Benavides
A los cinco años
el verano era eterno. El tiempo se deslizaba sin prisa entre charcos,
bicicletas y las manos húmedas de fruta. No existía la prisa, todo lo que importaba
estaba al alcance del instante: un juego nuevo, una hormiga que cruzaba el
suelo, una nube con forma de dragón. El tiempo era elástico, generoso, casi
inmóvil. Uno vivía en un país sin relojes.
A los cuarenta,
en cambio, un verano es un suspiro entre obligaciones. Llega sin aviso y se va
con prisa. Entre el trabajo, los compromisos, los correos pendientes, la
cirugía del día, los informes por entregar y los silencios que uno aún no ha
aprendido a escuchar, los días se encogen. El sol entra por la ventana, pero no
alcanza a calentar. La lista de pendientes se impone sobre la contemplación. La
noción del tiempo se mide en semanas laborales, no en tardes sin rumbo. Y uno
empieza a sospechar que los relojes no solo marcan la hora: también la roban.
A los sesenta el
verano es un milagro que aún calienta los huesos. No por falta de salud, sino
por exceso de conciencia. El cuerpo aprende a ir lento, no por torpeza, sino
por sabiduría. Ya no se corre detrás del tiempo: se le invita a sentarse. Se le
ofrece una silla junto al jardín. Se le sirve café. El tiempo, al final, no es
el enemigo: es el huésped al que no supimos tratar. Y ahora que no hay tanto
que demostrar ni tantos lugares a donde ir, el tiempo vuelve a ser ancho, como
en la infancia. El niño y el anciano se dan la mano.
Uno empieza a
notar que el mismo sol alumbra de manera distinta según el momento. No porque
el astro haya cambiado, sino porque ha cambiado la mirada. Lo que antes era
paisaje, ahora es símbolo. Lo que antes se ignoraba, ahora se atesora. Un
pájaro que canta, una sombra que cruza el rostro, una conversación lenta: todo
vuelve a importar.
Cada etapa de la
vida tiene su manera de medir el tiempo. La infancia lo mide en
descubrimientos. La juventud, en urgencias. La adultez, en productividad. La
vejez, en recuerdos. Tal vez lo sabio sea no esperar a tener sesenta para
reconciliarnos con el tiempo. Tal vez haya que aprender a detenerse antes. A
contemplar. A no correr siempre detrás de algo. A volver a mirar una nube con
forma de dragón.
El mismo sol, la
misma estación, relojes distintos.
20 mayo 2025
drbenavides@medmultilingua.com
Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.
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