La lluviosa mañana del martes 31 de julio
Por Sergio
Torres
En 1973, en la lluviosa mañana del martes 31
de julio, llegué a esta manifestación terrena. En mi egoísmo, pedí atención
inmediata a todas mis molestias y deseos: comer, beber, dormir, calor, frío.
Todas eran atendidas por mi madre, mis hermanos mayores, mi abuela, mi tía.
Fui entrando a la domesticación artesanal de
la dinámica familiar, a la religión cívica de la formación escolar, a entender
que el sistema social funciona entre sombras y silencios: nadie se expresa con
la claridad que un niño de tres años: dice lo que piensa, lo que siente, lo que
necesita.
Han pasado más de 50 años desde aquel primer
martes de mi vida sobre la tierra, y aun no entiendo del todo el juego. Me
gusta la manera en que filosofía, historia y antropología nos abordan para explicar
cuanta cosa. Me asombran las teologías para las que, como hijos de Dios,
tenemos la oportunidad de hermanarnos sobre la tierra porque nos reconocemos en
la fraternidad y cómo, en el día a día, la convivencia no refleja suficiente amor,
tolerancia, respeto ni amabilidad.
Espero el día en que seamos de nuevo libres y
salvajes, claros y luminosos como cuando fuimos niños. Sin embargo, cada uno
encuentra su camino de rezar, meditar, cocinar, dibujar, bailar, cantar.
Mi camino tiene letras, música y abrazos. Mi
camino te incluye. Cada camino es el mismo, tan largo, ancho, alto y profundo
que nadie puede escaparse de andarlo; puede dejar lindas huellas y otras apenas
visibles; es posible que la luz del final nos vuelva a hermanar y comprendamos
todo. Mientras tanto, Ketchem alheyya.
Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.
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