Todas las voces
Por Guadalupe Ángeles
I
Vengo en pares, me verás danzar ligera con
mis cuatro piernas y brazos. ¿Puedes sonreírme? No salgo de las paredes, pero
te cuento en perfecta dicción la historia más dulce que no has de entender
porque no hablas mi lengua.
Pero somos hermanos en la música ¿lo sientes?
no te soltaré de ninguna de mis manos. Me sonríes porque sabes que no te
mentiría. No sé quién eres y no importa. Lo malo es nuestro destino: nos
miraremos solo tres minutos. No más. Mi sonrisa, la tuya, dicen: Vive una buena
vida.
II
Vamos a poner la razón en esto. No te diré
qué hacer. No jugaré a ser Dios. Tú, con esa mirada tuya harás la expedición
hacia lo profundo de ti. Probablemente tendrás miedo, pero, te lo aseguro, es
irracional. Esta máquina sin poleas ni necesidad de ser aceitada que eres sabe
hacer su trabajo. Solo debes permitírselo. Encontrarás figuras diversas, pero
no será ahora que empieces a sentir miedo. Estás formado de coraje. Vamos a
conocer tus límites. Bajo el sol o a plena oscuridad. Tú decides dónde. Tómate
de la mano. Enséñate a crecer. Tienes la suficiente voluntad y el valor para hacerlo.
Procede entonces. No jugaré a ser Dios.
III
Ser. Porque se ha nacido. Es aprender a amar
y a odiar a partes iguales. Es reconocerse espejo y saberse bumerang.
Enaltecerse siempre, como tarea fundamental, porque desde el momento
primero en que somos paridos ambicionamos el mundo, no lo conocemos, pero
queremos estar ahí (¿instinto de conservación?) ver paisajes, ya aprenderemos a
tomarlos o dejarlos, siempre, a ser acariciados por mares, experimentar así esa
oceánica sensación de saberse dual, atados con espinas o con diáfana seda al
corazón de quienes nos dieron cuerpo, habitarse y ser habitado al mismo
tiempo, ¿los padres como fantasmas?
Movimiento oscilante, marea inacabable, luz
de mediodía y canción de tormenta. Toda la sal del mar en nuestras lágrimas,
todo ese canto del bosque que al atardecer aterra; semilla y flor, somos
eso y tanto más, por ello, en el momento de la ira, es vital saber virar hacia
el abrazo, porque ser dos es tan importante como irse hacia la propia vida, esa
que nos fue dada o dimos solo porque la vida quiso. Aprender a estar en el
mundo en lucha inacabable y firmando siempre la paz, siempre más grande que
este esplendoroso animal de pelaje hirsuto, de bellísima mirada, bestia
incalculable hecha de amor, de oscuros secretos, de luz solar.
IV
Con la rebuscada honestidad de quien ha sido
encontrado en falta; así, con el esmirriado traje de quien resultó muy
malo para mentir, estoy aquí obligándome a la lectura (¿de las líneas de mi
propia mano?) hablando de odios ajenos como quien se prueba el uniforme de un
ejército al que no desea pertenecer, multiplicado en cientos de cobardes
quienes al mismo tiempo que cantan tristes canciones de amor, alzan la voz para
emitir himnos guerreros sin sarcasmo, en búsqueda tenaz de un significado, de
un símbolo, de un simple pretexto, porque saberse animal hecho para la nada
cuesta, de ahí la inmensa necesidad de vestir uniformes, y porque ir desnudo no
va con la moda desde hace mucho tiempo.
Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005) y Raptos (2009). Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.
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