Nada difícil
Por Guadalupe Ángeles
No hay eternidad disponible. Somos palabras como frutos de un huerto,
algo así dijiste, algo así entendí.
En la dura tarea de desaprender me regalaste un montón de palabras. A
veces sí puedo reír de mí. Cuando no eres de nadie puedes ser de todos.
Eso es verdad.
Vecinos cercanos del infierno, sin querer replicamos las voces
adoloridas; nada nuevo, tal vez efecto de un eco involuntario. Sentarse y oír
el silencio. ¿Difícil? A veces.
Demasiadas veces he dejado mi cuerpo a la orilla de recuerdos vagos, de
sonrisas difíciles. Nada como desear la muerte para odiar la vida, sin embargo,
pese a todo pasa un ángel y se recupera la compostura, se olvida uno de uno
mismo y vuelve a cantar canciones como quien se pone ese vestido que le dijeron
va bien ahora que hace calor, ahora que hace frío.
Se desaprende, se reajusta, se encomienda uno a los dioses más diversos,
si es necesario los inventa, porque de padeceres está lleno el cielo (ese que
nos dijeron que nos será dado luego de jugar al masoquista en esta tierra) de
padeceres suavizados por caricias de ala de ángel, y si será entonces, ¿para
qué esperar?, ¿por qué no reacomodar las sílabas de las escrituras –sagradas o
no–?
Intervenimos entonces el mausoleo, dibujamos lentes y orejas de marciano
a los dioses que nos dieron, le rodeamos los bigotes de espuma a los más sacros
filósofos y nos acercamos a los adoloridos miembros de esa pléyade de
sufridores sonriendo sarcásticamente; nada nos detiene, nada nos arredra,
desparasitamos nuestro espíritu y volvemos la vista hacia nuestros propios
intestinos prístinos, desecamos la ausencia, nos tragamos las lágrimas de
cocodrilo o de lechuza, de los animales varios en que nos vamos trocando.
¡Ah la brisa marina nos hace estrellas de tentáculos suaves! Nos infla
los pulmones como las alas del velero, transmuta nuestros brazos en los leños
para acunar al primer Robinson que en el imaginario pace como dulce animal enamorado
de la hierba.
El aire de la montaña nos hace correr como corren esas alimañas tiernas
que se ocultan bajo las piedras.
Somos el más taimado y feroz pintor de cuevas rupestres, cortamos las
manos de los muertos y con ellos hacemos los diseños más audaces, no porque
amemos la sangre, es solo que el arte es el que rige nuestros días, por eso,
siendo otros y como siempre el único y el mismo, vamos por las ciudades y vemos
pasar un ángel, inconscientemente entonces cantamos: “No se ha dado cuenta que
me gusta, que en mis pensamientos ella siempre ha estado, no se ha dado cuenta
que le amo, que cuando pasa la estoy mirando, que estando despierto la estoy
soñando. Que de mi vida ya se ha adueñado, que en mis pensamientos, ella
siempre ha estado”.
Es así.
Nació en Pachuca, Hidalgo fue directora de la revista Soberbia. Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.
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