los martes
Una leyenda feliz de la memoria
Por Andrés Espinosa Becerra
La existencia de libros de poesía con
peso logrado mediante el ejercicio notable de artificios estilísticos es algo
común, también lo es con aquellos libros que destacan por su claridad y estilística
al borde y sobre la piel y no en el intelecto, aunque no son numerosos. De esa
estirpe desinhibida emerge Coralillo,
lo hace portando un estandarte que es una declaración de método y forma,
depositada en el epígrafe de “Elegía para Ezequiel Martínez”, que reza: “…creaba
en largas conversaciones un lenguaje lleno de precisión y frescas imágenes, en
su habla de campesino…” (p. 38); tal es el derrotero de los libros de clara
sencillez que logran crear su magia desde un inicio; si reunimos los títulos de
las cinco partes integrantes del libro, el resultado mágico, poético, es:
Yo también estoy solo en la hora
quieta
vago junto al estanque
cifras de la ciudad
niebla del alba
todo lo que ha pasado, ¿a dónde va?
Estamos ante un caso de poesía inmediata, sin esfuerzos decorativos, poesía
desnuda que suele dejar al lector sincero en una especie de contemplación.
El narrador, embestido igualmente como
protagonista, acude a la memoria, la memoria regresa a su lado, recurso
estilístico válido, utilizado ancestralmente, se funda de esta manera el inicio
de un libro de poesía; lo anterior indica, otra vez más, que el libro en nuestras
manos es un libro real de poesía auténtica, del mismo modo lo indica “La
memoria es un destino” (p. 11). Entonces el poeta llega a los “crepúsculos que
encienden una mirada”; se completa entonces el ciclo (p. 13), aunque lo sabe,
lo dice, “te fuiste convirtiendo en una leyenda feliz de la memoria” (p. 14).
Siempre es conveniente contar con un
tempo para el desarrollo de la expresión artística, sobre todo para la música y
para la poesía que en tiempos ancestrales eran una misma expresión: poesía y
música envueltas en un mismo tempo.
De manera que Coralillo
instaura el suyo propio:
…Viviremos ese tiempo
rítmico
y fugaz
del amor
que es el tiempo del mundo… (p. 15).
Íntimamente ligado a este espacio de
desarrollo, la memoria, aparece la delicada presencia de otro locus amoenus de Coralillo:
Abril. Junto con la aparición del espacio de abril, hace lo mismo uno de los
mejores poemas de Coralillo, titulado
de la misma manera, así de artesano el asunto, “Abril”, poema de lectura
obligada para el lector atento y ávido de diestras pinceladas descriptivas, narrativas
y plásticas. Una declaración incrustada en la página 20 nos informa: “…Para
entonces las mujeres y los hombres encontraron o construyeron lugares de
refugio. Uno de esos territorios es la memoria…”
Todo un capítulo dedicado o dirigido a
la memoria. El poeta, sabedor del estado anímico, en ese momento, de su
probable lector, embarca tres versos certeros para que naveguen a través de la
posteridad:
…En el lienzo de aquel pañuelo
escribí esta carta
para que nuca me olvides…” (p. 24).
Más que repleto de imágenes y recursos
estilísticos conocidos, y que resultan eficaces para el poeta discreto y bien
intencionado, este es un libro con sorprendentes visiones que construyen
espacios para personajes, escenas, ideas centrales. Hay referencias a una
espiral, que no es otra cosa que el miedo ascendente, el miedo al otro lado de
la puerta; incluso escenas que parecen ser extraídas de una canción de los
maestros de Pink Floyd:
…Tus gritos se clavan como alfileres
oxidados
en el lado oscuro del cerebro…” (p.
31).
Se da la inclusión del mundo real del
poeta cuando se menciona el Etiqueta Negra, los Marlboro o el Parque Lerdo. Y es de agradecer la
utilización de palabras cercanas a nosotros como “Babonoyaba”, “olor de
jarillas en nuestro cuerpo”, “la espina de mezquite”. Hay momentos en que el
formato poético vira, se modifica, cambia de un formato tradicional para
nosotros, a un estilo meramente oriental, en cuyo caso, eso no desconcierta
porque se está ante un poeta que incorpora situaciones y escenas propias que
dejan atrás alguna preocupación por el formato del poema. Lenguaje
correctamente utilizado al compartir un vitral en el que gozamos de la
sinceridad de poquísimas palabras para describir, por ejemplo, la sensualidad,
el fino erotismo, o mejor dicho el erotismo, así a secas, erotismo grande y universal.
En su cuarta parte, Coralillo muestra dos poemas emblemáticos
que, posteriormente, serán tanto insignia de otro libro del autor, como el
nombre de la revista electrónica en la que realiza su trabajo como editor,
estos son: “Mápula” y el delicado poema “Soy tu hora del recreo”.
Camino al final, los versos se van
decantando y dejan al descubierto los ornamentos del hábitat del poemario,
estos son: polvo de vidrio, polvo de humo y polvo gris de la tarde. ¿Podría ser
más mítico el espacio en que habita Coralillo?
Tal vez ya no. Basta con cruzar esa región de tristeza (“La visita del ángel
ebrio” (p. 111).
Ante la fragilidad de la ciudad y del
teléfono, las palabras deben ser cuidadosas. ¿Escribir sobre el amor, para el
amor, con la desnudez de las palabras, con los recuerdos perennes de la
memoria? Pues, entre muchos otros casos, ahí está Coralillo ocupando un digno lugar con su poesía clara, sencilla,
desnuda.
(Chávez Marín, Jesús: Coralillo.
Aster Ediciones, México, 2001).
Andrés Espinosa Becerra, Córdoba, Veracruz 1958, hizo estudios de literatura hispanoamericana. Tiene tres libros de poesía publicados: Quinteto para un pretérito (1996), en coautoría con otros autores; Los días que no duermen (2004) y Una casa con silencio y patio (2019). En 1996 ganó el premio Cuauhtémoc de poesía con Domingo Siboney. Tiene algunos proyectos en espera de aparecer, como El ramalazo de los recuerdos y El árbol de los ciruelos.
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