martes, 5 de octubre de 2021

Donde esta víbora pica no hay remedio en la botica. Luis Kimball

 

Donde esta víbora pica no hay remedio en la botica

 

 

Por Luis Kimball

 

 

Entre los títulos del autor de Claroscuros de un Chihuahua musical, Te amo Alejandra y Aventuras de coctel, Coralillo destaca por su sencillez y densidad. Lo que ocurre en el libro, está resuelto o asumido:

 

En las páginas de un cuaderno escribí cartas manuscritas para personas que amo. Nunca mandé estas cartas: ahora publico algunas en este libro (p. 11: Prefacio).

 

El invitado a esta lectura de lo íntimo encontrará las cartas de un escritor que cumple las más de las veces la forma poética. Lo que parece simplemente narrado lleva un estilo formal, propio del autor: Esta literatura generada como privada reconoce al hombre de letras que no evocará el cine ni otra cosa que literatura al describir el objeto de su amor:

 

En el cristal de la mirada/ la silueta de tu fina y firme forma femenina/ Neruda dixit/ quedó grabada con tinta de amor, dolor, bienaventuranza.” (p. 13, Memoria es destino).

 

Este poeta le escribe a la familia aún en sus romanzas. Esperable cuando desde la dedicatoria aparece el árbol familiar, cosa que no puede citarse pues pertenecerá solo al propietario del libro.

Durante los pasajes va sorprendiendo con la consolidación de poemas; se siente vitalidad bien madurada con el hacer de los días: ya no necesita experimentar mucho con la forma, pues todo en él es revelación de contenidos:

 

Las mujeres que nacieron en abril/ encontraron al mundo/ recién florecido.

Cuando eran niñas/ jugaban con la tierra/ en el jardín de su casa.

La primavera/ circulaba en su sangre/ con la sutileza y la fragancia/ de la flor de cerezo.

Cuando las mujeres de abril/ Tenían cinco años/ enamoraban a la gente (p. 15, Abril).

 

Destaca que no hace por atraer la atención de nadie; inevitablemente los ligeros cambios en el orden de lo nombrado hacen inclusión (en este caso de género, al ampliar correctamente el colectivo mujer hacia la infancia), dan dulzura a lo descrito con sus adjetivos.

Jesús Chávez Marín comparte tan amablemente que resulta imposible rechazar la invitación a ver el mundo desde su óptica:

 

Salimos al valle y se vio Aldama./ Allá fuimos. Como por arte de magia/ y buena suerte apareció por el lado del sol/ una casa. La de un hombre de muchos/ talentos. Oficios. Viajes. Canciones. Trabajo. (p. 17, Daniel afortunado).

 

Desde su óptica, pues en el poemario predominan formas tradicionales europeas y el hermoso haikú de Oriente, interpreta el mundo en su propuesta: se toma la libertad de verlo todo, operar en la edición o montaje de escenas e imágenes, los datos finales que pertenecen al destino. Mire cómo en el último verso citado la puntuación establece categorías que homologan el rango de las canciones al del viaje, por ejemplo, viniendo ya de una descripción holística de lo cotidiano. Dando gusto o no, los poemas resultan inapelables:

 

“Al instante supe el porqué de ese tan exacto apellido:/ afortunado./ Así que no era solamente la abundancia de los/ bienes./ Fierro. Oro. Tierras. Fuentes. Herramienta./ Sino, sobre todo, aquella mujer la suya./ El verdadero milagro de este pueblo (p. 17; Daniel afortunado).

 

El título Coralillo, publicado por primera vez en 2001, anuncia que es poesía y lo cumple, por lo cual es normal que lleve el nombre de una víbora mortal de la región. Tras leerlo, sabrá que la mordedura fue certera.

El libro tiene la cortesía de páginas en blanco imbricadas en las secciones donde aparecen los haikús, tema obligado al hablar tanto del libro como del autor: obedece a una tradición antigua de Oriente que entiende la interacción de la poesía y cede trozos del lienzo o páginas para intervenirlos; verá que el arte de China y Japón aparece comúnmente intervenido por sus propietarios posteriores, pues sus conceptos de arte clásicos no implican la creación, sino la reproducción de la naturaleza o el entorno. Al hombre y la mujer siempre los ven inevitables, como parte del entorno.

En el extenso Estado de Chihuahua, habrá hoy cien gentes intentando un haikú y seguro sus esfuerzos serán infructíferos al rato me sumo, pero se agradecen. Dijera Servín:

¿Y quién va a imaginarse a un norteño en el solón de la plaza de Catedral que esté leyendo la poesía del Japón Imperial?

No será el único, aunque quizá el mejor conocedor; y entre los haikús memorables escritos en Chihuahua están los de Gaspar Gumaro Orozco, el maestro a quien el autor dedica un poema puntual, descriptivo y afectuoso:

 

Se llamaba Gaspar Gumaro/ Orozco./ abogado de buena escuela./ Su oficio fue la escritura de poemas./ Me enseñó a vivir: escribo. (p. 100, Gaspar Gumaro Orozco).

 

¿Qué más quisiera un maestro que ser recordado así? Y nosotros, que los abogados volvieran a escribir poemas. 

En Coralillo el poeta, como Dante, busca la guía pagana, un ideal propio, su Virgilio y su Beatriz, para asentar la visión de su literatura:

 

Busqué una orilla para encontrar el hilo,/ supe que como Ariadna habrías dejado alguno./ Y que en el extremo que entre la fronda se escondía/ habías puesto mi nombre con tu letra escolar/...” (p. 40, Cerezo roja).

 

Sujeto a cumplir las trabajos del rol de género masculino tradicional, sin caer en ese machismo discursivo al que en todo caso pertenecerá más esta reseña, el autor va mostrando por el libro cómo desde la educación por el gusto, el esfuerzo, las costumbres de convivencia, el trabajo y el respeto por lo cercano, se construye un hombre servicial y cariñoso como el padre que mira sin nostalgia protagonista o josealfrediana el momento en que camina con sus hijos de la mano, instruyéndolos en el cruce de calle por las esquinas, mientras conduce sus vidas por el paseo en que también se compra la nieve. Seguirá con el amor simple a la amada y estos amores se continúan, corresponden y alimentan en ese ciclo perfecto de las horas compartidas a turnos, aprovechando resquicios y entornando las puertas cuando la hora lo requiere:

 

Yo soy tu hora del recreo/el hombre con el que pasas algunas tardes/ cuando quieres andar contenta y joven,/ (p. 90, Yo soy tu hora del recreo).

 

Cuando se va acercando a los amores que la vida del no coleccionista colecciona, los nombra a plenitud, explica la historia como única cada vez que apenas cabe en el cuerpo, no en el tiempo:

 

Cuando ella terminaba su grácil vuelo/ solía volver al templo de su intimidad./ Parecía furiosa. Fumaba mucho./ quien fuma y canta se desgarra la garganta” (p. 88, Magdalena).

 

Este poeta contemporáneo apuesta contra la modernidad, esa cosa postrada que renuncia a morir y sostiene los actuales patrones de explotación; bien lo sabía Baudeliere, mejor lo comprendió Rimbaud: el sustrato de lo absolutamente moderno es una voz de los señores al perder los privilegios.

En poemas como Calle Libertad ocurre la maravilla de una sociedad de progreso, un crimen sangriento bien descrito y la familia que vuelve al día siguiente a comprar un helado sobre la escena trapeada del crimen, que también es la escena del helado. Así se vive en la ciudad.

Cito ejemplo de este no modernismo en un poema memorable disculpe la redundancia que dedica al padre:

 

Con tus manos trabajas, y tan intensamente./ Con los ojos mediste con precisión los espacios, Y luego caíste al vacío, al aire; el golpe fue un/ estruendo./ Alguien había dejado por torpeza la trampa.

Te ganabas la vida. El pan de tus hijos,/ padre, y algun desgraciado con su negligencia,/ dejó la lumbre suelta en un cable de luz./...” (p. 104; Pablo).

 

Así, la fórmula del Coralillo no es imponer el colorido de su piel, sino exponerlo; que el poeta vive así, desnudo, paso atrás del asceta, que sostiene aún respeto público por su figura, quizá consagrada: este coralillo, ágil serpiente mortal, aparece solo como marquesina del programa que discurre entre una normalidad pausada.

 

.../La curva mítica del reloj me señala./ Hubiera suspendido muchas horas/ para llegar a la tierra donde ella vive.

Pero Gabriela ya se alejaba en una pick-up color/ café./ Y esa noche frente al espejo, mientras cepilla su pelo/ y lava su cara/ para dormir” (p. 86, Una mujer frente a mis ojos).

 

Recuerda algo este pasaje al de Rilke de Una mujer frente al espejo pero Rilke recordaría a su vez un poema anterior, cada vez desde que Eco se mirara en el agua. Aquí la poética se nota objetivista, que entrega los bloques completos y sólidos de descripción ligera (incluye muros, incluye las tiendas, incluye banquetas). Apenas precisa libertad en el montaje, magistral como de quien conoce la visión de Dios y no busca misterios abstrayendo subjetividades de sentimientos ordinarios del ludo el poeta Chávez es amigable, pero nunca aparece jugando. Sabe que no hay que buscarle tanto a sensibilidades excéntricas de las abundan en los poemarios, pues lo más evidente siempre ha estado ahí, ocultándosenos, revelándose siempre un poco tarde.

Soy hombre de una sola mujer, declara la voz del poeta invirtiendo el tópico femenino que reza lo contrario (comprenda que la anfibología posibilitada aplica). Si uno observa lo estable de esta afirmación en los poemas amorosos dedicados a varios nombres de mujer durante el poemario, aun puede coincidir con las declaraciones de Diana Bracho en aquello de “cosa por cosa también en el amor”, con lo cual podría conformarse cualquiera.

El poemario describe cabalmente a un narrador venido de familia nuclear hasta ocupar el puesto del padre en la propia, empresa a la que rindió su éxito literario. En Coralillo los poemas van nombrando a cada uno hasta llegar a los hermanos, entendiéndose que antes y después de ello se han cumplido otras ilusiones, naturales o inevitables, quedando bastante lejos de compendios donjuanescos.

Lea Coralillo, quedará en sus recuerdos.

 

Chávez Marín, Jesús: Coralillo. Editorial Aldea Global, México, 2020, segunda edición. (Primera edición: Aster Ed. 2001).

 




Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.

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