jueves, 27 de febrero de 2025

Iconografía chihuahuense

 


Iconografía chihuahuense

 

Por Raúl Sánchez Trillo

 

Geometrías de la imaginación, diseño e iconografía de Chihuahua[1] es un libro que debe alabarse en múltiples sentidos. Apenas si se hojea, se destacan las excelentes traducciones gráficas del equipo de vectorización y digitalización que tuvo a su cargo esta tarea, que logran conservar intacta la expresividad de los petroglifos y presentan en plano o desenrollados varios de los diseños de la cerámica Paquimé.

Celebramos poder contar con este libro que conjunta una colección de diseños e iconos para la divulgación de estas manifestaciones estéticas primitivas, mismas que se encuentran dispersas en el vasto territorio del estado, y que si bien ya se han dado a conocer, aparecen en textos especializados de la antropología y la arqueología no muy accesibles para el público profano.  El libro viene a cubrir una carencia y nos empata con las divulgaciones iconográficas de otras culturas como la mesoamericana o la andina, ampliamente difundidas en volúmenes del estilo del que ahora reseñamos.

Varios son los acercamientos que pueden hacerse a estos motivos iconográficos. Uno de ellos es el que algunos historiadores del arte llaman el pensamiento plástico y que tiene que ver con el desarrollo de patrones para ver y representar la realidad, tales como las simetrías, direcciones, ritmos, proporciones. Estos se aprecian de manera incipiente en el apartado que corresponde a la gráfica y la pintura rupestre, y alcanzan un grado de excelsitud en la cerámica de Casas Grandes, donde predominan los diseños geométricos.

Aunque los logros de diseño de los petroglifos son elementales, algunos de estos poseen una gran expresividad y una fuerza simbólica que trasciende al tiempo y a la traducción gráfica de la que hablamos al principio. En cuanto a los diseños de la cerámica de los pueblos sedentarios se aprecia tras ellos ya un sistema estético de producción especializada con producción en serie, de cerámica, textileria y cestería, que demanda la ordenación de los principios de ordenamiento formal.  

Se comienza a desarrollar una estética. Y desde este campo podemos tener otro acercamiento a la iconografía chihuahuense. Dice Juan Acha que la conciencia artesana va junto con la estética, y ambas se inclinan a la belleza como primacía de lo útil, o a la fealdad y dramaticidad de las fuerzas sobrenaturales

 En el caso de los pueblos sedentarios de Chihuahua, la opción escogida es la belleza. La belleza de las formas geométricas y de figuraciones sintéticas antropomorfas o de la fauna y flora local. No aparece en el libro imagen animal o humana con restos de fealdad que manifiesten el terror del hombre ante los dioses o las fuerzas de la naturaleza. Esto a diferencia de cerámicas rituales o incluso de uso cotidiano de los pueblos de Mesoamérica.

Otra aproximación a la iconografía del libro es desde la perspectiva del arte, aproximación difícil en la que priva el debate y en la que solo pretendo esbozar algunas ideas, desde luego sin el rigor propio del ensayo, en tanto que solo se trata de reseñar.

El termino arte rupestre es un término que produce ruido tanto entre los arqueólogos como entre los historiadores del arte. Para el rigor del trabajo arqueológico resulta difícil manejarse con este, por lo inasible de la palabra arte, que conlleva a múltiples concepciones. Por ello se propone sustituirla por obra rupestre, representación rupestre, o gráfica rupestre.  Desde la gran variedad de teorías del arte, muchas de ellas niegan toda posibilidad a la existencia de un arte. En buena medida porque en estos campos ha privado el eurocentrismo que tiene como modelo a la cultura griega y sus cánones, descartando no solamente lo rupestre sino todo lo que no tenga el sello de occidental.

Hegel, por ejemplo, hablaba de tres estadios del arte: el pre arte primitivo donde predomina lo simbólico y el contenido sobre la forma; el arte clásico donde hay un equilibrio entre forma y contenido y el arte romántico, donde de nuevo se rompe el equilibrio entre forma y contenido y predomina la poesía.  Según esto pues, la iconografía de nuestros pueblos nómadas y todas las manifestaciones de los hombres primitivos serían pre arte.

Sin embargo, esta teoría del símbolo de Hegel tuvo posteriores desarrollos con Ernst Cassirer y su Filosofía de las formas simbólicas. Elaboraciones teóricas a partir de las cuales se desprenden otras concepciones del arte como una actividad de simbolización. En esta misma línea, Eugenio Trías afirma “el arte celebra el trágico e imposible encuentro de lenguaje y mundo con el cerco hermético. Deja que este ambiguamente se rebele y manifieste: logra, pues, dar cierta forma sensible a lo sagrado[2]. Y esto lo hallamos en pinturas murales y petroglifos de riqueza simbólica importante, en la que se concentran evidencias de la fe, la magia, la caza y la fecundidad. Que como dice Antonio Rojo “son los primeros atisbos de simbolización en el contexto rupestre mexicano; son imágenes que perviven como antecedentes de una ilimitada producción de símbolos y de signos que en muchos casos fungieron como fetiches proyectivos en la plástica y la producción visual”[3]

Y es en este punto en donde me atrevo a afirmar que el arte primitivo y el arte contemporáneo se tocan. (No hay que olvidar por ejemplo que el arte africano influyó para que Picasso pintara Las señoritas de Avignon antecedente del cubismo que subvirtió 7 siglos pintura).

 Ya que como dice Antonio Rojo “De la misma manera en la que los hombres prehistóricos nombran el universo, los artistas actuales se apoderan del mundo mediante imágenes y objetos activando así el potencial de lo imaginario. Esto les permite convertirse en mediadores entre el mundo real y sus simulacros. Hay una predisposición innata del ser humano a crear objetos cargados de magia que adquieren facultades metafísicas y funcionan como umbrales hacia lo inefable.”[4] Un ejemplo es la artista Marta Palau quien retoma los murales rupestres, y la cerámica primitiva para sus instalaciones y sus esculturas en una confluencia retórica de imaginarios, en la cual los rituales y la magia, eminentemente politizados, se adaptan a las diferentes problemáticas sociales actuales. Tijuana, Baja California, y en general la frontera México-Estados Unidos.

Finalmente, creo que Geometrías de la imaginación, diseño e iconografía de Chihuahua, es un libro que invita a nuestros artistas visuales a recrear e investigar sobre las manifestaciones primitivas del arte de nuestro entorno, a apropiarse de ellas y establecer un dialogo entre nuestro presente y el pasado. Sin duda alguna, muchos encontraran ahí un filón para su trabajo, tanto en el campo del diseño gráfico y la identidad visual, en el tatuaje corporal, en la publicidad, en las actividades culturales y en la elaboración de artesanías. Pues como bien se establece en los derechos reservados del mencionado libro: la utilización de las imágenes contenidas en la presente obra con fines artesanales o artísticos queda expresamente permitida.



[1] Guevara Sánchez, A. y Mendiola Galván, F. Geometrías de la imaginación, Diseño e iconografía,  Chihuahua, CONACULTA, México, 2008

 

[2] Trías, Eugenio La lógica del límite, Destino, Barcelona, 1991

[3] Rojo Betancur, Fernando Antonio. Resignificaciones del pensamiento mágico ancestral y del arte rupestre mesoamericano. La obra de arte como fetiche contemporáneo. En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/artefetiche.html, 2009

[4] Rojo, op. cit.

 


Raúl Sánchez Trillo estudió maestría en artes visuales en la ENAP/UNAM. Escribe crónicas y es profesional de la fotografía de arte. Fue director de la Facultad de Artes. También director de Extensión y Difusión Cultural y secretario general de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Publica ensayos y crónicas en redes sociales.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Tú y yo de todos los extraños posibles


Tú y yo de todos los extraños posibles

 

Por Sergio Torres

 

¿Qué tal si tú y yo, de todos los extraños posibles, nos encontramos el lunes a las 8 en Café Dulce Pecado, bebemos café, compartimos una rebanada de pastel y platicamos de lo que somos y hacemos, de lo que esperamos de la vida y, si resulta que nuestra conversación es grata, vemos si el roce también lo es? ¿Y qué tal que te gusta el aroma de mi loción y a mí el perfume de tu perfume? ¿Y qué tal si hablas en pleonasmos o eres contundente con tus ideas y tus sueños? ¿Y qué tal si soy el Juan de tu Rosita o eres la Laurita de mi Emilio? ¿Y si yo fuera tu Dulce Noviembre y tú mi Yo, antes de ti? ¿Qué sería del mundo nuestro de cada día si resultara que yo vivo Bajo el sol de Toscana mientras tú disfrutas El descanso y coincidimos en Un lugar llamado Nothing Hill?

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

Back ups

 

Foto: Pedro Chacón

Back ups

 

Por Fructuoso Irigoyen Rascón

 

Julio era un científico aficionado. Sentía una especial predilección por el futurismo y por la ciencia ficción. Esto explica al menos en parte por qué estimaba tanto su amistad con J.Q. Y digo que tal estimación requiere de una explicación pues J.Q. era un tipo de lo más seco y retraído que uno pudiera imaginarse, pero también era un científico genial y no es que todos los científicos sean secos y retraídos, pero J.Q. ciertamente lo era.

 Julio había oído que su amigo cuyo principal interés siempre había sido la biología de los procesos mentales, ahora se dedicaba a la cibernética y las computadoras. Enterarse de tal cambio -y no de fuentes muy confiables- lo motivaba hoy a visitar a J.Q. Quería tan solo saber que estaba pasando con su amigo y satisfacer su curiosidad sobre su cambio de intereses, si es que lo había habido. 

 Así se encaminó a la Universidad. Fue directo al departamento de información, allí le informaron sin problema alguno que J.Q. estaba todavía en Biología y que de hecho era director de la facultad. También le dieron indicaciones de cómo llegar a su laboratorio. Cruzando un amplio jardín y un estrecho pasillo dio con la puerta que ostentaba la leyenda: Biología de los procesos mentales. Laboratorio. y ampliación cibernética. Esto último   más abajo con un tipo de letra diferente y en letras minúsculas.

 Aunque sintió cierto escrúpulo por visitar a su amigo en su lugar de trabajo su curiosidad pudo más. Giró la perilla de bronce de la puerta y esta se abrió sin resistencia. Casi inmediatamente apareció J.Q. Llevaba una bata blanca como era de esperarse de un científico, pero parecía como si hubiera estado esperando la visita de su amigo ya que caminó rápidamente hacia él. Solo entonces observó Julio que un perrito, probablemente un terrier, marchaba al lado de J.Q.

 —¡Saluda a Julio, Candy! — Ordenó al animal.

Candy se detuvo levantando su patita delantera derecha. 

—Julio, dale una orden.

Sit, Candy, sit.

Candy se sentó obedientemente.

—Ahora tráele a Julio tu pelota.

Como impulsado por un resorte se paró en sus cuatro patitas y corrió hacia un rincón del laboratorio donde encontró su pelota y volvió con ella en el hocico. La depositó a los pies del visitante y pareció sonreír con satisfacción.

 —¿Qué te parece?

—Muy bien, es un perrito muy educado.

—¿Te sorprendería saber que su nombre no es Candy, sino Rick y que nadie le enseñó los trucos que le viste hacer?

—¿Cómo es posible?

—Al que se le enseñaron es a aquel —señaló con el dedo—, el que está en el corralito, ese es el verdadero Candy.

—¿Cómo es eso?

—¿Sabes que es un back up?

—Sí, es una copia que uno hace de algo que tienes en la memoria de la computadora en otra compu o en un disco y sirve para que no se pierdan los datos en caso…— se interrumpió y volteó a mirarlo asombrado.

—Correcto, esa es la idea. Pues por medio de un artefacto que llamamos transductor hemos logrado hacer un back up de lo que Candy había aprendido en el cerebro de Rick.

—¿Y lo que había en el cerebro de Rick?

—Ahí está todavía, mira: ¡Rick a comer!

 Y Rick también como lo había hecho Candy, impelido por un resorte, se lanzó hacia donde estaba su plato con comida. 

 —¿A dónde va todo esto?

—Mi querido amigo, habrás oído que el cerebro de Einstein, o, mejor dicho, pedacitos de él, se conservan en el Museo Mütter de Filadelfia ¿Por qué crees que el doctor Harvey quiso conservarlo? 

—Pues porque pensaba encontrar algo en la estructura anatómica de su cerebro que pudiera explicar su gran inteligencia. He leído que algunos investigadores han descrito detalles en ella que según esos sabios pudieran explicar en parte su gran inteligencia. 

—Sabrás que realmente esos detalles, como tú los llamas, han arrojado muy poca luz al respecto y por otra parte el partir el cerebro de Einstein en pedacitos y conservar estos en formalina ha terminado con cualquier posibilidad de acceder a su contenido, que es lo que les interesaba.

—Ya veo. Intentas decirme que deberían de haber tratado de hacer un back up como el de Rick y Candy.

—Desafortunadamente todavía no inventaba yo el transductor, además se hubieran encontrado con el problema que nos llevó a cambiar nuestro método.

—¿Problema?

—Sí. A pesar de algún destello de éxito al principio. Es decir, cuando tratamos de transferir las memorias de los centros cerebrales que las almacenaban en un cerebro humano a los mismos centros en otra persona algo inesperado sucedió.

—¿Qué fue ese algo?

—Parece ser que el cerebro receptor o que creíamos que sería el receptor se negaba a aceptar el flujo de nuevas memorias. Era una función censora que no esperábamos encontrar y que a pesar de múltiples intentos no pudimos sobrepasar. Por ello desistimos de crear los back ups de un centro de memoria, digamos la amígdala, en el de otra persona. De ahí surgió la idea de hacer la transferencia de memorias y otras cosas a una máquina, a una computadora. Después de todo el transductor ya había recogido la memoria, por así llamarla, biológica y la había transformado en memorias, llamémosle bits, puramente electrónicos. 

—¿Acaso has logrado hacer un back up de tus propios conocimientos y memorias?

—No sé si lo he logrado. En aquel armatoste —dijo refiriéndose a una enorme computadora que pareciera estar ahí solo estorbando el paso— debe estar mucho de lo que yo sé, pero no sabré que tanto hasta no poder transferirlo al cerebro de otro humano.

—¿Tienes ya el aparato transductor para pasar la información de la compu a otro hombre?

 J.Q. levantando su mano derecha, señaló una especie de casco que yacía tenebroso sobre una mesa al fondo del laboratorio. El artefacto recordaba al que se usa en algunos equipos de estimulación magnético nuclear transcraneana (TMS). A un lado del casco se veían unos largos y retorcidos cables que obviamente lo conectarían a la computadora-armatoste que ya habíamos mencionado cuando se fuera a usar el casco.

 —Está casi listo, estamos a punto de probarlo.

             Un impulso no buscado, como una momentánea inspiración casi inconsciente, llevó a Julio a pronunciarse.

—Tú sabes que siempre te he admirado y que me gustaría saber todo lo que tú sabes.

—¿Quieres ser tú el voluntario que todavía no buscamos?

 En una forma casi tan mecánica como la declaración de su amigo, tomó el casco y lo colocó en la cabeza de Julio. Lo movió con suavidad hacia atrás y hacia adelante. Con un suave movimiento circular terminó de ajustarlo de manera que no se moviera y luego lo aseguró con unas cintas elásticas que colgaban a ambos lados del artefacto. Finalmente, enchufó al casco los dos cables que por el otro extremo estaban conectados a la computadora. 

 —¿Listo? Cinco, cuatro, tres, dos, uno. —contaba mientras accionaba un interruptor que recordaba a los detonadores de bombas que aparecen en las películas.

—Vamos. A ver qué pasó. Hagamos una prueba simple, resuélveme esta ecuación cuadrática —gritó emocionado mientras escribía en un pizarrón dispuesto con ese fin una complicada fórmula matemática.

 Julio lo miraba con una expresión alucinada, fijándose mejor era como la de un perro aguardando la orden del amo.

 —¿Cómo te sientes? — preguntó J.Q.

 Julio extendió su brazo derecho y lo dejó caer como lo había hecho Candy al saludarlo. 

 —¡No puede ser!

 Julio oyó esta última palabra ser como sit y se sentó.

 —Solo falta que traiga la pelota. — Dijo J.Q. que no se percató de haber pensado en voz alta.

 Y Julio, ahora Candy, poniéndose en cuatro patas corrió a buscar la pelota.

 


Fructuoso Irigoyen Rascón, autor de Cerocahui, una verdadera épica de la región, es médico con especialidad en psiquiatría, con una vasta y brillante práctica profesional. Es autor, además, de los libros Tarahumara Medicine: Ethnobotany and Healing among the Raramuri of Mexico y Nace Chihuahua, Gabriel Tepórame y Diego Guajardo Fajardo, los forjadores.

martes, 25 de febrero de 2025

Mi amor es un viaje de ida

 

Foto Pedro Chacón

Mi amor es un viaje de ida

 

Por Sergio Torres

 

Mi amor es un viaje de ida. Amo la manera en que la gente encuentra la manera de hacer lo que ha de hacer. Me fascino con la manera en que los niños aprenden a hablar y a decir lo que quieren decir. Amo ver a la gente platicar, observar con detenimiento la manera en que caminan, cómo comen, cómo se quitan el pelo de la cara, cómo juegan, cómo se miran cuando están enamorados, cómo se miran cuando ya no se aman. Amo ver cómo los amigos se abrazan, se platican, hacen contacto visual y se tocan a veces se golpean‒, y cómo ese hablar y reír y sentarse por horas a ver películas juntos o a leer o a hacer nada se convierte en el pasar de la vida y en el recuerdo y en la eternidad contenida en un apretón de manos lleno de emociones. Amo la vida como es, no encuentro nada qué ponerle, nada qué quitarle. Tal vez combinaría los ingredientes de la mía de una manera distinta, más brillante, más emocionante, más amorosa, más generosa. Tal vez la dejaría como está, con todas sus deficiencias y sus carencias, sus egoísmos y sus pesares... tal vez mis palabras no le signifiquen nada a la mujer que hoy quiero porque no la voy a estar queriendo como la quiero hoy para siempre, aunque sigo queriendo a la niña de mi primer beso, a la mujer de mi primera vez, a la mujer de mi primer hijo, a la mujer de mi primer infarto... las quiero distinto que en su momento, pero las quiero porque digo que a todos quiero y mucho, y es cierto. Amo la felicidad que se consigue con tan poco como la voluntad de ser feliz.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

Niño loco


 

Niño loco

 

Por Mario Lugo

 

Fue en uno de esos veranos aciagos de mi niñez. Juárez no existía, era solo un pequeño territorio que escondía misterios ahí nomás tras lomita porque todos sabíamos que el Panteón estaba allá rumbo al oriente de lo que intuía, se desplegaba, una ciudad polvosa, árida, apenas perturbada por algunos matorrales que se aferraban a las lomas rebanadas para dar un poco más de espacio para que se avecindarán mas y mas colonos, paracaidistas aguerridos que llegaban a la ciudad, como aun llegan en nuestros días, de otros lugares del sur. Mi abuela, que llegó a la ciudad desde la frontera de Durango con Chihuahua, nunca se consideró del sur, y cuando algo se perdía u ocurría alguna tragedia que leía en periódicos viejos o que escuchaba como parte de las pláticas entre vecinos su frase favorita era “de seguro fueron esas gentes que llegaron del sur”.

Para mí, que era un niño de diez u once años, los cuatro lados que rodeaban nuestra naciente colonia eran solo misterio, hundidos en lo que fueron un conjunto de arroyos entre lomas. Esos lados eran otros mundos, amenazantes y según mi mente infantil, despoblados entre lomas y cerros lejanos, y mucho muy allá, el otro lado, El Paso, Texas, que desde entonces aprendí a pronunciarlo como El Paso, Tejas, tan temible como otras colonias nacientes al poniente y al sur el gran Cerro Juarez, único lado que nos retaba a todos los niños para ser explorado, sobre todo porque entre él y nosotros se encontraba el lugar de los grandes tesoros: el basurero municipal.

Por las noches, el único resplandor lejano eran las luces de El Paso. Todo lo demás era oscuridad, apenas alumbrado por la luz de los aparatos que escapaba de los jacales y casuchas. Si, éramos pobres. Mi padre desde que yo era niño se ausentaba por meses para luego regresar con dólares y unos botecitos de aluminio llenos de monedas norteamericanas que nos entregaba a mi y mis hermanas para que gastáramos. Eran días de alegría. Pocos, pero muy felices. Vivíamos esa felicidad furtiva que en un abrir y cerrar de ojos desaparecía para dejarnos otra vez llenos de necesidad y en espera de la vuelta de mi padre otra vez. Desde ese entonces mi madre me dejaba en la espalda la responsabilidad de ser el hombre de la casa. Usted es el hombre de la casa, mijito. Usted está a cargo cuando su papá no está.

Durante una de sus ausencias, mi hermana más pequeña, Raquel se llamaba, de apenas seis o siete meses, enfermó gravemente. Al nacer les advirtieron a mi mamá y a mi papá que la bebe había nacido con una afección en su conducto digestivo, pero que era muy pequeña para intervenirla. Entre los tres y seis meses habría que operarla. La falta de dinero impidió que siguieran las recomendaciones y la niña enfermó de súbito. Parecía tener problema para tragar y se le cortaba la respiración. Transcurrieron noches de desvelo hasta que la niña agravó.

Quizá por ser la más pequeña puedo decir que la adorábamos. Su risa trajo felicidad y plenitud en nuestras dificultades de sobrevivencia. Ya se sentaba e intentaba desplazarse. Mi mamá le construyo una mecedora con una cobija y un par de piezas de madera que colgadas de las vigas del cuarto permitían arrullarla y dormirla cuando por algún motivo despertaba. Con ella, con Raquel, aprendí que la gloria existe por los besos que le robaba de sus mejillas risueñas. Creo que ella nos amaba. Éramos su mundo. Cuando llegábamos de la escuela íbamos directamente hacia ella. Ese mismo amor lo redescubrí con mis hijas y mi hijo, y ahora en mi vejez con mis nietas y mi nieto. Es la verdadera felicidad.

Pero negros nubarrones de desgracia llegaron durante un atardecer. Raquel empeoró. Mi mamá mando a una de mis hermanas a llamarme, pues yo jugaba con otros dos chiquillos en le callejón lleno de tierra y hoyancos a un lado de mi casa. Cuando entré, mi mamá lloraba y trataba inútilmente de animar a la niña. Ahí estaba Raquel sostenida por mi mamá sobre sus rodillas tratando de mantenerla de pie. No mi niña, no, le rogaba, pero Raquel respiraba con dificultad. Me acerqué desesperado tratando de ayudar, pero mi hermanita entornaba sus ojos y en momentos el negro adorable de sus ojos se iba. Mi mamá la seguía sacudiendo y suplicaba, pero había poco que hacer.

Corre, ve a buscar un carro que nos lleve al hospital, pero pronto.

¿A dónde mamá?

A la Velarde, por ahí pasan carros, ve. Para al primero que pase. Ya voy yo tras de ti. ¡Corre!

Corrí enloquecido. Llegué a la calle miserable y polvosa y me paré en medio haciendo señas con los brazos. Pasó un carro viejo y en lugar de parar aceleró y viró para no atropellarme, mientras me insultaba.

Cuando mi mamá se aproximaba se detuvo un carro tripulado por una pareja ya madura.

¿Qué pasa, niño loco? ¿No ves que te podemos atropellar? me gritó la mujer.

Es mi hermanita, está muy grave contesté y señalé a mi mamá que se disponía a abrir la puerta de atrás del vehículo.

No sé que dijo de manera arrebatada mi mamá, pero su angustia surtió efecto en esas personas. Apenas cerraba la puerta cuando el carro avanzó a toda marcha entre la polvareda de la calle y la oscuridad naciente de ese mal día.

Mi madre regresó sola casi a la media noche.

Cómo está la niña, mamá.

Mal, hijo ―contestó llorosa. Mañana en la mañana me acompañas para ver como sigue. No me dejaron estar con ella. Me dijeron que la dejara, que ya la estaban atendiendo.

Esa noche fue larga, de esas noches que no queremos vivir. A las cuatro de la mañana mi mamá preparó la tina de lamina y corrió la cortina para bañarse. Antes de que me tocara para despertarme pregunté ¿ya nos vamos? Si, hijo. El hospital está lejos y vamos caminando. Dios quiera que tu hermanita esté mejor. Dio instrucciones a mi hermana mayor, de entonces once o doce años. Les das algo de comer a tus hermanas y se van a la escuela. Al rato venimos.

Llegamos al hospital cuando clareaba la mañana.

Espérate aquí, me dijo. No te muevas hasta que yo salga. ¿Oíste?

El hospital general en aquel tiempo se había construido recientemente. Su ladrillo rojo y diseño moderno me parecía un odioso Hospital inhóspito, cruel.

Ya entrada la mañana, mi mamá salió por la parte donde se encontraba el anfiteatro. Lloraba inconsolable. No supe que hacer.

Murió desde anoche y yo sabía, yo lo sentí me dijo, pero soy una pendeja.

Lloramos juntos. A mi edad yo no podía hacer nada más. Yo apenas era un niño loco, como me dijo la mujer que acompañaba al hombre de aquel carro café y viejo que llevo a mi hermana a morir entre tumbos por calle Rafael Velarde de aquel tiempo.

No se qué fue mas doloroso: si lo que nos esperaba los días siguientes o lo que ya había ocurrido.

Han pasado sesenta años y siento muchas veces que sigo siendo aquel niño loco en varios momentos que me han tocado vivir, cuando me he enfrentado a cosas de la vida que son más fuertes que yo.

 


Mario Lugo estudió letras españolas en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Es autor de los libros Empezar a morir, El amor entre las ruinas, Fuentes Mares en tonos intermedios y Detén mis trémulas manos. Desde los años ochenta del siglo pasado escribe una columna de reseñas literarias llamada Armario, publicada en periódicos y revistas de Chihuahua.

lunes, 24 de febrero de 2025

Metaliteratura

 


Metaliteratura

 

Por Guadalupe Ángeles

 

Conocí a Graciela en la Secundaria, era una muchacha alta y vivaz. Nos empezamos a juntar en los recreos para ver a los muchachos jugar futbol, no sabíamos entonces que esa fiebre por meter goles solo volveríamos a verla en los partidos de los mundiales. 

     El hambre de nuestros compañeros por ser campeones era gemela de la nuestra por habitar el mundo de manera plena. Así fue que me convertí en veterinaria y tengo ahora la cadena de tiendas para mascotas más grande de esta ciudad en la que ambas crecimos.     

     Graciela, por su parte, cumplió su sueño de ser escritora. Actualmente vive en Barcelona y todavía intercambiamos correos electrónicos. Cuando es posible, nos reunimos en alguna parte del mundo y pasamos algunos días junto al mar, del que ambas estamos enamoradas.

     En nuestras últimas conversaciones electrónicas percibí cierta tristeza en mi amiga. Al preguntarle la razón, primero trató de minimizar el problema, luego me relató brevemente algunos hechos de su vida que yo no conocía y recordó cierta inquietud que rondó por nuestra adolescencia por algún tiempo: la verdadera naturaleza del Amor (así, en mayúsculas).

     Después de comentarle mi actual percepción del asunto, ella me envió un largo mensaje que finalmente logró tranquilizarme, pues, luego de leerlo, sé que ya está lista para empezar a planear nuestras próximas vacaciones.

     Aquí su mensaje:

     

Si el Amor sea eso lo que sea pierde vigencia en la vida, ¿queda algo?

     Pensemos en desiertos. Parecería que la palabrita esa es sinónimo de vida. Cierto, estoy buscando un aire un poco más ligero, en realidad, estoy tratando de respirar; "no soy el aire" es el título de una canción que anuncia al rechazado su ingreso a la tierra ignota del desamor.

     Así de trágico, la desmesura es (ha sido siempre) la marca de mi estilo.

     Me ha sido tan bien vendida esta mercancía metafísica que a punto estaría del suicidio si no hubiera sabido, desde siempre, que el verdadero líder, a cargo de absolutamente todo, es el cerebro, o la razón, no entidades equivalentes, pero casi. En esta ciencia del raciocinio, siempre se tiene el mismo problema: la terminología. Así que no me preocupo demasiado si determinada palabra significa tal cosa u otra, afortunadamente este no es un texto científico, es más, diríamos que es antagónico a eso; si fuera necesario describirlo... pero bueno, mi tarea no es esa, sino hacerlo. Me he forzado a poner en palabras esto, creo que era necesario.

     Si se diera el caso de que un cuadro pudiera mirarse a sí mismo y procediera, tras esa mirada, a explicarse, dejaría de ser un cuadro e instantáneamente se transformaría en una máquina, un tanto extraña pero totalmente inútil para los amantes del arte.

     Lo mismo pasa aquí: se habla a menudo de la "funcionalidad del texto", no me opongo a ello ni lo considero un desatino, al contrario. La cuestión es que, cuando uno observa un cuerpo bello, no le importa en qué máquinas trabajó (y cómo) su propietario en el gimnasio. Es lo mismo. Uno no necesita saber que existe el azul Prusia o el verde agua para disfrutar la belleza de un cielo reproducida en una pintura.

     Disiento de mí, eso se nota, y precisamente ese es el pecado, el despropósito que ejemplifica, como un doble mensaje crea paisajes esquizofrénicos.

     Valga. Es difícil descreer o confesar que, lejos de la propia piel, un concepto puede ser validado a cabalidad.

     Estoy en esa parte del camino hacia la muerte en el que las preguntas han pasado a ser meros juguetes, y no es que cuestionarse sobre asuntos morales sea innecesario, sino que hay respuestas que nacieron con nosotros, solo hay que volver la atención a la conciencia y verlas, escucharlas.

     Quien afirma que es fácil vivir, no se equivoca. Lo difícil es aceptar los retos que implica y, ya sabemos, eso de considerar la dificultad proviene de algunas reflexiones rudimentarias. Por ello me divierte esa frase: "El sentido común es el menos común de los sentidos", y aunque, a criterio de los más populares en esta época, pueda parecer políticamente incorrecto u ofensivo, yo celebro su burlona socarronería, su ácida puntualidad. Alude, sobre todo, a esa emoción, o quizá debiera decir ambición, que nos fabricaron a los de nuestra generación en la infancia: la de ser únicos en nuestra especie: tener el gato más hermoso, la conversación más interesante, la pasión más profunda.

     Aquí vuelve la serpiente a morderse la cola, creando el círculo perfecto. Es razonable (nos hicieron creer, nos enseñaron a desear) sentir profundamente.

     El problema fue que la vida y sus exigencias a ras del suelo pedían otra cosa, algo mucho más sencillo y menos emocionante: ser realistas.

     Así aprendimos a vivir en un penduleo que a ratos se antojaba sublime y a ratos era simplemente increíble.

      Porque aprendimos a vivir en la contradicción, so pena de tratarnos de farsantes.

     Tragedia y farsa, formas de vivir la misma historia dos veces (no lo digo yo, que conste), acaso ello explique que una generación construya estatuas monumentales, viene la siguiente y los destruye. Las fotos de cabezas de héroes rodando por la tierra ya son imágenes comunes.

      Nunca mataría a un ser humano (me incluyo). No por instinto de supervivencia, o no solo por eso, sino porque amo la vida signifique esto lo que signifique.

 


Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005), Raptos (2009) y No es luz, mas enceguece (2023). Ha colaborado en ÁgoraEl FinancieroEl InformadorEl OccidentalLa Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y EspéculoPremio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación. Actualmente radica en Guadalajara.