Templanza
Por Guadalupe Ángeles
Quienes estarán en el
estrado no son puntuales, se puede entender: andarán atorados en el tráfico que
en estos días se pone más endemoniado que de costumbre.
Cuando al fin se ven satisfechos
nuestros esfuerzos por llegar aquí a esta hora, vemos entrar por una puerta
trasera a los participantes: Y aunque es un solo miembro de ese pequeño
conglomerado por quien estamos presentes, conservamos la mesura y escuchamos a
la maestra quien nos cuenta al tomar la palabra, por puro protocolo creo, que
esta Cátedra que ella dirige, y hoy nos trae a la querida escritora, existe
gracias a la generosidad de dos escritores quienes, al obtener becas vitalicias
por parte del gobierno de este país, donaron las mismas y con ambos montos se
creó la Cátedra que lleva el nombre de otro gran escritor.
Enseguida escuchamos a otra escritora y, si esto fuera un concierto, podríamos
decir que es la telonera, y lo que mejor se le ocurre hacer es hablarnos de su
síndrome de abstinencia, ya que se declara adicta a la lectura de las novelas
de la otra grande, a la que venimos todos a escuchar, y como su mal es curado
cada dos años con la aparición de una nueva novela de esta autora, no tiene
demasiado que decirnos, lo cual nosotros le agradecemos profundamente.
La invitada inicia su conferencia refiriéndose a sus bisabuelos y nos dice que
precisamente, “Escribir es mirar el mundo”, una toma de posición, y atribuye
esta noción a que en su infancia fue de esas niñas que siempre fue elegida para
ser árbol y no ángel en las pastorelas que las monjas organizaban en su
escuela, de ahí que no mira igual el mundo un árbol que un ángel. Así, como
lectores, sentimos una profunda alegría cuando un libro habla de nosotros
(afirma), lo que, dicho sea de paso, es lo que hace todo buen libro. Ella da
una especial importancia a las imágenes que capta al ver el mundo, pues se vale
de estas visiones para crear historias a partir de esa mirada atenta a la
realidad. Nos comparte su recuerdo al recibir esa gran obra, La Odisea, en un
cumpleaños como regalo de su abuelo, y empezar la lectura en primera persona;
así, ella vivió todas las aventuras narradas en esas páginas junto a Ulises, y
fue así que al matar Odiseo a los pretendientes de Penélope, ella fue feliz,
pues también ella mataba a todas las monjas que en su infancia la condenaron a
ser árbol y no ángel ‒como toda niña soñaba‒, pero no solo esa muerte ocurría, sino todas las
muertes que la injusticia del mundo necesita para transformarse en justicia.
Nos refiere que también
vivió en su imaginación ese momento inolvidable, en el que Robinson descubre la
planta de trigo en su isla, y luego hace un horno, y luego hace pan. Frente a
nosotros reflexiona que leer, ese lujo de la imaginación, puede transformarse
en escribir. Y cuando ello ocurre, nos dice, es hacer lo mismo que hizo al
cruzar el espejo Alicia; es en este momento que nos confiesa que la Memoria es
palabra clave en su escritura, porque la memoria es una creación, pues cada
quien construye su propia memoria. Afirma rotundamente que es sabido que el
robo de recuerdos se da no por maldad, sino por la belleza y emoción de esos
recuerdos robados. Concluye que el trabajo de un narrador es construir la
memoria, pues roba, invade, manipula la memoria de los demás.
Sí, el gran tema de su obra es la memoria, la personal y la colectiva, pues
escribir, aquí y en China, es luchar contra el olvido, y como las herramientas
son el pensamiento y la historia, mantener el pensamiento ocupado en cosas como
cocinar o construir pequeños muebles para las casas de muñecas, deja la mente
libre para dar luz a esas historias que a ella le ha sido dado escribir a
través de los años. Su homenaje fue entonces a otra gran escritora, quien fue
carpintera de esos muebles diminutos hechos para habitar casas de muñecas, y
agrega que ella misma cocina con su madre, pues esa pequeña parte del cerebro
que procura no cortarse los dedos mientras corta verduras, da la libertad
necesaria a la otra gran parte del cerebro que hace al novelista.
Nos cuenta una anécdota que, según todo lo que hoy nos ha dicho, pudiera ser
cierta o no (sin que ello importe demasiado): siendo niña, una vez vio en una
de esas revistas llamadas “femeninas” la fotografía de una mulata nada
atractiva y le preguntó a su madre qué hacía ahí esa persona sin el brillo
necesario para figurar en tal publicación. Su madre le dijo el nombre de esa
singular mujer: Josephine Baker, una bailarina a la cual su abuela vio en un
teatro bailando con una falda de plátanos. Al escuchar esto, ella comprendió
que la más moderna de entre ellas tres resultó ser la abuela, debido al mundo
lleno de secretos y formas sociales para cuidar en el que por esos años las
tres vivían; secretos que los niños querían saber al mirar sobre los muebles de
la casa fotografías de personas que no conocían, que habían muerto, y de cuyas
historias no era permitido hablar. Seguramente de esa prohibición nació su
inquietud por dar forma a la historia de su país, a partir de esas anécdotas y
de las imágenes de esas personas desconocidas fue que se fue creando su
memoria, pues, afirma, la memoria define quiénes queremos ser, a quién nos
queremos parecer, y ante ello, nuestra autora ha escrito sobre los conflictos
de identidad de las mujeres de su generación.
Para finalizar, menciona
que, como en las obras de teatro, aquellas en las que el público aplaude con
gran entusiasmo y luego se va a cenar, tales obras son olvidadas muy pronto, en
cambio, aquellas obras en las que el público aplaude no muy convencido, pensando
en que no sabe muy bien qué siente, son las obras que tienen “una sustancia
afín al corazón humano”, frase dicha por un autor norteamericano a
propósito de la obra de Stanislavski; por tanto, es aspiración de todo escritor
lograr novelas hechas con esa sustancia.
Aplaudo respetuosamente, me retiro en silencio, hago tiempo dejando pasar a la
muchedumbre hacia afuera. No es que no esté convencida de haber sido víctima de
una o varias mentiras, da igual, vine como los demás a ser testigo del encanto
de la escritora. Aprender o no de ella es otra cosa, estar de acuerdo con sus
afirmaciones también es opcional. En esta ciudad, durante dos semanas al año,
se nos ha convencido de que es importante contemplar lo más cerca posible el
“espectáculo de la inteligencia”. Lo confieso, vine a eso. El culto a la
personalidad me trajo también, no niego que reconozco el talento de la
invitada, sería necio de mi parte. Me voy en paz, aunque la novela de mi vida
sigue dormida en mi interior. No tengo prisa por escribirla. Su tiempo de
gestación no depende de mi voluntad, y como quiero que sea un ser vivo que
venga al mundo saludable, espero lo que se tenga que esperar.
Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la
revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005), Raptos (2009) y No es luz, mas
enceguece (2023). Ha colaborado en Ágora, El Financiero, El
Informador, El Occidental, La Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y
en las españolas: Babab y Espéculo. Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.
Actualmente radica en Guadalajara.