A
los niños del mañana
Por Marco
Benavides
A las 8:15 de la
mañana del lunes 6 de agosto de 1945, el cielo sobre Hiroshima estaba
despejado, ignorante del dolor que lo atravesaría. En segundos, una ciudad de
niños, ancianos, comerciantes y soñadores quedó envuelta en fuego y sombra. Más
de 70,000 vidas fueron arrancadas instantáneamente, y miles más comenzaron una
lenta agonía entre ruinas, quemaduras y silencio.
El arma que
destruyó lo que parecía eterno se llamó Little Boy. Nada tenía de
inocente. Su luz cegadora, más brillante que mil soles, congeló el tiempo. Las
sombras humanas quedaron grabadas en piedra, como testigos mudos de un dolor
que aún hoy nos alcanza.
Hiroshima no era
un objetivo militar. Era un hogar. Era alegría. Era vida cotidiana. Lo que
desapareció aquel día fue mucho más que una ciudad. Fue una parte de la
humanidad. Los hibakusha, los supervivientes, cargaron el peso de la historia.
Vieron el cielo volverse púrpura, los ríos llenarse de cuerpos y los corazones
romperse en pedazos. Su dolor no solo fue físico, sino emocional y espiritual.
Hablan aún, en voz baja, para que no olvidemos, para que aprendamos.
Ochenta años
después, Hiroshima sigue recordando. En sus calles resuenan ecos del pasado,
pero también promesas de futuro. El Parque Conmemorativo de la Paz se alza como
una herida abierta que no se deja cerrar por el olvido. La Cúpula Genbaku,
esqueleto de concreto y memoria, desafía el tiempo. Cada año, faroles de papel
flotan por el río, llevando susurros de esperanza, de amor, de compromiso.
En Occidente,
muchos ven Hiroshima como historia cerrada. En Japón sigue latiendo. Las
escuelas enseñan paz, no venganza. Los hibakusha hablan a los niños, no para
traspasarles el horror, sino para cultivar compasión. Lo vivido no pide odio,
pide humanidad. Su mensaje: Que nadie más sufra así.
La amenaza
nuclear no se extinguió con la Segunda Guerra Mundial. Hoy existen miles de
armas más poderosas que aquella. Algunas, listas para ser usadas. El riesgo
persiste. Por eso también debe persistir el recuerdo. Porque la historia nos
advierte, pero también enseña que incluso los paisajes arrasados pueden
florecer otra vez.
Hiroshima, verde
y vibrante, vive. Es prueba de la resiliencia humana. El dolor sembró raíces de
sabiduría, de compromiso y de paz. Las cicatrices no se borran, pero pueden
transformarse en jardines si las regamos con esperanza.
Hoy a los que
partieron ofrecemos promesas. A los hibakusha, nuestra escucha y gratitud. Y a
los niños del mañana, una historia que duele pero que llena de esperanza.
Chihuahua, 6 agosto
2025
Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.