lunes, 15 de diciembre de 2025

Mi ritual de Navidad

 


La columna de Bety

Mi ritual de Navidad

 

Por Beatriz Aldana

 

Bueno, aquí voy... y seré el Grinch navideño. Aquí expondré el por qué, curiosamente, soy solicitada, o, más bien dicho, muy invitada tanto para los preparativos como para las compras, incluso para casi todas las Posadas, que en realidad son fiestas de convivencia previas a la Nochebuena y a la Navidad, pero, infortunadamente, no se me hace alusión, o, más bien, no se me pregunta en dónde pasaré las fiestas. Pienso que es para evitar hacerme invitación a pasarlas en casa de alguien. Y comprendo perfectamente que son días para pasar en familia totalmente, y yo en realidad solo soy amistad. O, lo más seguro, todos suponen que yo tengo una familia y una casa en donde pasarlas con gente cercana.

Es por ello que me asalta esa imperceptible, o, más bien perceptible tristeza a la que yo llamo, tal vez equivocadamente, depresión estacional.

Bueno, no quisiera continuar con este no muy agradable tema, pero sí lo finalizare de esta forma: Para pasar de la mejor manera y solitariamente mi Nochebuena, adorno mi casa con todos los objetos alusivos a la fecha, con muchas luces, decorando cada habitación, y no se diga mi mesa donde degusto lo que tengo en mente preparar, que será esto:

Rebanadas de pechuga de pavo ahumado, acompañadas de puré de camote; ensalada compuesta de lechuga, espinacas, tomate cherry, zanahoria en bastoncitos, fresas en rodajas, espolvoreadas con nuez troceada. De bebida un delicioso vino rosado cuya marca es Pink. Por supuesto, sin faltar los buñuelos y para rematar el delicioso ponche, todo esto acompañada de mis cinco sillas vacías pero llenas con el recuerdo espiritual de mis seres más queridos-

A las 12:00 recibo con toda mi fe a ese niño llamado Jesús, el cual primero arrullo y después lo llevo a cada rincón de mi casa haciendo oración de agradecimiento por todos los dones recibidos a lo largo del año.

No quiero dejar de comentar que me hago acompañar deleitándome con la música que por fortuna tiene a bien una televisora transmitir en Nochebuena con la Orquesta Sinfónica de Minería.

En fin, inicié mi crónica de una manera un tanto triste, y sin embargo, al compartir mi periplo navideño me doy cuenta de que soy una gran amiga de mí misma, y que sin duda alguna Jesús, ese pequeñito que viene cada 25 de Diciembre para reafirmar fe, y, por supuesto, abrir mente y corazón a este milagro que se llama vida.

 


Beatriz Aldana es contadora y siempre ha trabajado en la industria y en corporativos comerciales. Gran lectora, escribe y produce crónicas de video en sus dos blogs de Facebook, además de La columna de Bety en Estilo Mápula.

lunes, 8 de diciembre de 2025

Presentimientos

 


La columna de Bety

Presentimientos

 

Por Beatriz Aldana

 

Noviembre y diciembre, meses que yo quisiera saliesen de mi calendario. Ahora expondré mi argumento sobre esto: A temprana edad, y de eso hace ya muchos ayeres, se me dijo en casa: Mamá Jesusita ya no sobrepasara diciembre. Esto, dicho por una de mis hermanas mayores.

Y ciertamente: Mi mami falleció a las 5:10 de la tarde del lunes 22 de diciembre de 1969.

Como si fuese una premonición, empecé a temer los finales de cada año, siempre con esa pequeña punzada en mi corazón, y, efectivamente, al pasar el tiempo, precisamente en esos dos meses han terminado su caminar por este sendero de Dios las personitas que más han significado en mi, hasta el sol de hoy, ya larga vida. Entre ellos, mi hermano, el gran artista del pincel Sergio Alberto; mi hermana Lucila; mi sobrino, más bien, mi hijo del corazón, Daniel Eduardo, arteramente asesinado por un sujeto al parecer celoso de la galanura y extrema buena vibra, o como comúnmente se dice, el ángel que de sobra tenía Dani.

También una de mis mejores amigas, a la cual adopté cuál si fuese una hermana por la estrecha y continúa convivencia que teníamos: María de Lourdes, a quien de cariño le llamábamos Luly.

Y cómo dejar de mencionar a mi amigo desde la adolescencia Sergio Enrique, quien en múltiples ocasiones me acompaño con sus acordes de guitarra, mis interpretaciones de melodías de Los Beatles en mis shows en las escuelas primarias en aquellos lejanos tiempos. Él por fortuna aún vive, pero ahora sin un miembro importante e indispensable para su movimiento, una extremidad inferior, con la probabilidad nada halagueña de que también tengan que cercenarle (horrible verbo) su otro miembro inferior.

En fin, para no entristecer y ser ese Grinch que amargue estas festividades tan sagradas y de tanta magia y espiritualidad, suspenderé mi recuento de pérdidas de fin de año, que en mucho contribuyen a esa tristeza y lágrimas tempraneras que me asaltan en estos no deseados para mí meses de noviembre y diciembre que no dejan de ser hermosos para la generalidad, pero por desgracia no para mí.

Vaya mi recuerdo más sentido para quienes tanto significaron en mi vida.

Pero quien más dejó una huella, no, más bien un tatuaje de vacío y soledad fue ella, mi madre, aquel tristísimo 22 de diciembre de 1969 que letras  arriba ya mencioné, y, curiosamente cada año mismo día me empieza un resfrío intenso con sintomatología poco común, creo yo provocando por una baja de defensas lógicas. Por esa llamémosle depresión estacional.

 


Beatriz Aldana es contadora y siempre ha trabajado en la industria y en corporativos comerciales. Gran lectora, escribe y produce crónicas de video en sus dos blogs de Facebook, además de La columna de Bety en Estilo Mápula.

El Dakota: el sueño que se volvió pesadilla

 



El Dakota: el sueño que se volvió pesadilla

 

Por Raúl Sánchez Trillo

 

La noche en que John Lennon cayó frente al Dakota no fue solo el fin de un hombre, sino el derrumbe de una época. José Emilio Pacheco lo entendió con lucidez: The dream is over, escribió, como si la frase de Lennon se hubiera convertido en epitafio colectivo. El sueño de los sesenta la utopía de paz, música y comunión se quebró en un disparo que resonó como eco de otras tragedias. (Inventario publicado en la revista Proceso, No. 215, 15 diciembre 1980).

El Dakota, edificio de piedra y sombras, ya estaba marcado por la ficción. Allí Polanski filmó Rosemary’s Baby, la novela de Ira Levin convertida en película de culto. En sus muros se incubó la paranoia: la sospecha de que el hogar podía ser invadido por fuerzas invisibles, de que la inocencia era apenas un disfraz para el horror. Pacheco lee esa coincidencia como un signo: el mismo espacio que albergó la ficción del satanismo se convirtió en escenario real de la violencia.

Polanski, director de esa cinta, conoció en carne propia la irrupción del mal: Sharon Tate, su esposa, fue asesinada por la secta de Charles Manson. La contracultura, que prometía amor y libertad, engendró su monstruo. Manson es la máscara oscura del hippismo, la prueba de que la utopía podía volverse pesadilla. Pacheco traza la línea: Levin imagina la conspiración, Polanski la filma, Manson la ejecuta, Lennon la padece. El Dakota es el punto de cruce, el mapa donde ficción y realidad se confunden.

Así, la muerte de Lennon no es un hecho aislado: es el último eslabón de una cadena de horrores que clausura los sesenta. Fitzgerald había dicho que los años veinte terminaron con el crack del 29; Pacheco sugiere que los sesenta terminan con el disparo en Nueva York. El edificio Dakota se convierte en símbolo de esa clausura: un espacio donde la utopía se disuelve en paranoia, donde la música se interrumpe por la violencia, donde el sueño se transforma en epitafio.

 


Raúl Sánchez Trillo estudió maestría en artes visuales en la ENAP/UNAM. Escribe crónicas y es profesional de la fotografía de arte. Fue director de la Facultad de Artes. También director de Extensión y Difusión Cultural y secretario general de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Publica ensayos y crónicas en redes sociales.

Flit

 


Antes/ 07

Flit

Archivo Raúl Herrera

miércoles, 3 de diciembre de 2025

Los detectives salvajes, digresiones

 


Los detectives salvajes, digresiones

 

Por Raúl Sánchez Trillo

 

Fatalmente no pude cumplir el propósito de terminar de leer Los detectives salvajes, la novela de Roberto Bolaño cuya lectura inicié en unas vacaciones decembrinas. El libro quedó olvidado en la sala de espera de un lavado de autos. Mis intentos eran ya más bien por disciplina, por no dejar un libro a medias, pues la novela nunca logró atraparme del todo. ¿Pero qué me llevó al mencionado libro de Bolaño? La curiosidad por ese universo literario en el que se confunden autor y personajes, lo que estos tienen de real o de mito.

Es interesante el poder de la literatura y del creador para construir mitos y personajes. Ejemplo de ello es la noticia que José Emilio Pacheco dio en su columna Inventario sobre el destino de la hija adoptiva de José Donoso. Tras terminar la biografía de su padre, Correr el tupido velo, Pilar Donoso se suicidó, como siguiendo el guion escrito por Donoso en un proyecto de novela donde anotó: “una mujer encuentra los diarios de su padre y se suicida”. La biografía de Pilar es una especie de ajuste de cuentas con su padre adoptivo y una búsqueda de identidad, pues ella fue modelada por su influyente padre como personaje de sus novelas. Es una biografía dolorosa, patética.

Terrible resulta dejar escritos confesionales sobre los secretos más oscuros que todos guardamos: en este caso, el matrimonio por conveniencia del escritor y su esposa él para ocultar su homosexualidad, ella para abandonar la soltería, además de las opiniones dictadas por el enojo hacia su esposa, su hija y su familia. Aunque también muestra facetas interesantes de Donoso, quien acuñó y promovió desde la cátedra el término “boom latinoamericano”: sus procesos creativos y maníacos, las pistas sobre escenarios reales fantaseados en sus escritos, la anécdota que dispara la construcción de una novela. Pero lo que queda al final es que Donoso trazó el derrotero que su hija siguió, culminando con la publicación de la biografía y el suicidio de la autora.

Coincidente con la lectura de Correr el tupido velo, cayó en mis manos un ejemplar de la revista Tierra Adentro, donde se hablaba de Alcira Soust, poetisa uruguaya que se convirtió en leyenda en 1968. Durante la ocupación del Ejército Mexicano en Ciudad Universitaria, Alcira pasó quince días escondida en un baño, tomando agua del inodoro y comiendo papel sanitario. Hasta nuestra provincia llegó aquella anécdota y mil más sobre actos heroicos de la juventud. La proeza de Alcira, junto con otras, se esfumó con el tiempo y pasó al imaginario. Esa chica, la única que aparece en la foto que se tomaron los infrarrealistas junto al Lago de Chapultepec, se convirtió en uno más de los miles de personajes que el trauma del 68 dejó y que se diseminaron por todo el país.

Personalmente me tocó conocer varios mitómanos que presumían ser sobrevivientes de Tlatelolco. No sé si aún deambula por las calles de Chihuahua un enigmático y silencioso tipo, a quien nos referíamos como “el bolchevique”, que de pronto descubríamos en las conferencias y tal vez esté en espera de que alguien escriba un cuento inspirado en él. Cientos de personajes de esa época esperan ser literaturizados: los que integraron grupúsculos trotskistas o maoístas, radicalistas verbales, los que se fueron a vivir a las comunas jipitecas, los que se quedaron arriba después de Avándaro, los que se volvieron místicos o hare krisnas, los que jugaron al poeta maldito e hicieron de la incomprensión social su coartada para el alcoholismo y la mediocridad.

Alcira fue un arquetipo de personaje producto de la represión del 68: desadaptada, entre loca e iluminada, se convirtió en musa de la calle. Vivía en edificios universitarios o en cualquier rincón que le proporcionaban temporalmente los amigos, hasta que un buen día desapareció. Muchos años después volvió como protagonista de la novela de Bolaño Los detectives salvajes y como personaje absoluto en Amuleto, también en la puesta en escena Alcira, la poesía en armas, fantástica como su vida misma. Esa fue una de las razones por las que quise leer Los detectives salvajes.

Aunque hay otras por las cuales tendré que retomar de nuevo la novela y terminar de leerla. Bolaño fue mi contemporáneo; desde luego, no lo conocí, aunque en esta lejana provincia escuchamos hablar de los infrarrealistas, grupo de poetas de vanguardia fundado por él, con antecedente en los estridentistas, que en ocasiones boicoteaban lecturas de poesía… hasta que un buen día les tocó un escritor que sabía karate. Pero la razón más importante está contenida en el discurso que leyó al recibir el premio Rómulo Gallegos:

 

En gran medida todo lo que he escrito es una carta de amor o de despedida a mi propia generación, los que nacimos en la década del cincuenta y los que escogimos en un momento dado el ejercicio de la milicia, en este caso sería más correcto decir la militancia, y entregamos lo poco que teníamos, lo mucho que teníamos, que era nuestra juventud, a una causa que creíamos la más generosa de las causas del mundo, pero que en realidad no lo era. De más está decir que luchamos a brazo partido, pero tuvimos jefes corruptos, líderes cobardes, un aparato de propaganda que era peor que una leprosería. Luchamos por partidos que de haber vencido nos habrían enviado de inmediato a un campo de trabajos forzados. Luchamos y pusimos toda nuestra generosidad en un ideal que hacía más de cincuenta años que estaba muerto, y algunos lo sabíamos, y cómo no lo íbamos a saber si habíamos leído a Trotski, o éramos trotskistas, pero igual lo hicimos, porque fuimos estúpidos y generosos, como son los jóvenes, que todo lo entregan y no piden nada a cambio, y ahora de esos jóvenes ya no queda nada, los que no murieron en Bolivia, murieron en Argentina o en Perú, y los que sobrevivieron se fueron a morir a Chile o a México, y a los que no mataron allí los mataron después en Nicaragua, en Colombia, en El Salvador. Toda Latinoamérica está sembrada con los huesos de estos jóvenes olvidados.

 

Por eso siento como una obligación generacional leer a Roberto Bolaño, aunque no termine sus obras.

 


Raúl Sánchez Trillo estudió maestría en artes visuales en la ENAP/UNAM. Escribe crónicas y es profesional de la fotografía de arte. Fue director de la Facultad de Artes. También director de Extensión y Difusión Cultural y secretario general de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Publica ensayos y crónicas en redes sociales.

lunes, 1 de diciembre de 2025

Sergio Alberto

 


La columna de Bety

Sergio Alberto

 

Por Beatriz Aldana

 

28 de noviembre. Una pregunta ronda constante en mi mente: ¿Por qué razón se tienen que adelantar los grandes, los talentosos, los que aportan a nuestro espíritu, a nuestra contemplación?

Así, un día como hoy, hace algunos ayeres, cerró sus ojitos para siempre, y con tristeza lo digo, como mueren los elegidos para el arte: Él solo, casi en el abandono.

Por una circunstancia casual, ni yo estuve esa madrugada para estrechar su mano y despedirnos.

Para decirle: ¡Vuela alto, hermano, adorna el cielo con tu magnificente trabajo de artista!

Pero, sin duda alguna, tarde o temprano tomarás mi mano de hermanita menor, tú, el mayor. Y contigo nuestra mamá Jesusita. Y Alberto, nuestro papá.

Ellos dos sonreirán al ver llegar junto a ellos a sus consentidos.

Un recuerdo escrito en memoria del artista del lápiz, del óleo, de la tinta china, de la acuarela: Mi hermano, C.P. Sergio Alberto Aldana Arriaga.

Descanse en paz.

 


Beatriz Aldana es contadora y siempre ha trabajado en la industria y en corporativos comerciales. Gran lectora, escribe y produce crónicas de video en sus dos blogs de Facebook, además de La columna de Bety en Estilo Mápula.