martes, 15 de enero de 2019

Giorgio Germont. Buscarla

El secreto de Olga
Novela

Por Giorgio Germont

Capítulo 32. Buscarla

Clarissa contestó el teléfono, tenía semanas sin noticias de David y Olga. Ignoraba que habían salido de la ciudad. David le hizo el resumen de su situación tan desesperada y le dijo:
No tengo a nadie más a quien recurrir.

El receptor se quedó en silencio momentáneamente. Luego ella dijo:
—¡En qué lío tan gordo te has metido, David!, ya lo platicaremos después. Por lo pronto, ¿en qué puedo ayudarte?
Después de colgar, David se dirigió a la estación de policía e hizo el reporte del robo de su auto y su billetera. Le tomaron huellas digitales y obtuvo una credencial de identificación temporal. Clarissa le envió dinero, un giro telegráfico al Western Union. Cuando sonaron las 04:00 de la tarde, David se encontraba sentado en la terminal de autobuses Greyhound esperando la salida de las 05:25. Tenía en su poder un boleto a Houston que le costó nueve dólares. En una bolsa de papel traía todas sus pertenencias, dos camisas y un par de zapatos extra.
El policía le había dicho que para reportar el auto precisaba la firma del dueño del vehículo en la cédula de registro. Ese era Memo Guerrero, su amigo, el dueño del auto que se lo había vendido en abonos, aunque aún no terminaba de pagárselo. Ese era solamente uno más de los miles de detalles pendientes que cargaba en la mente.
En la terminal la televisión aullaba las noticias del día y una joven trataba de controlar a una nenita de escasos tres años mientras amamantaba a un pequeño de meses en sus brazos. Observó a la joven madre ensimismada en sus tareas, ajena al mundo entero y su mente se transportó al rostro de Olga. ¿Tenía otros hijos Olga? ¿Era casada? Las interrogantes se apilaron en su mente. Tenía más preguntas que respuestas. Comprendió que en su afán de respetarle su privacidad, se había quedado en la oscuridad. No tenía la menor idea de quién era Olga; le había abierto la puerta de su corazón a una desconocida. Habían pla- neado juntos el futuro de una vida llena de amor, pero misteriosamente ella se había convertido en un espejismo.
Cuando se recostó en su propia cama en Pasadena, su morada de condición humilde había cobrado gran importancia. Cuando se vio en la lluvia, sin auto, con los bolsillos vacíos, su apartamento de Pasadena le pareció un palacio digno de un rey.
Cuando le dio carga al celular abrió la línea y tenía varios mensajes. Uno era de Hawaii, ofertas para un crucero a las islas de ensueño; otro del banco, su cuenta de cheques estaba sobregirada; y el último, un mensaje del 281 469 3868, el celular de Olga. Se le cortó la respiración al oír entre la estática la voz tem- blorosa de su amada:

“David, cuando escuches este mensaje ya me habré marchado. Hay algo que tengo que hacer, ojalá lo puedas entenderme. Es algo muy importante para mí. Quisiera volver y quedarme contigo, eres un hombre adorable. Disculpa mis errores, sakhar. Te quiero mucho. Adiós”.

Eso era todo. En cinco segundos, en un mensaje tan breve se había vaciado el total de su emoción. Escuchar así la voz de su prometida lo dejó frío, no hubo alusión alguna al secuestro. Se había grabado a las 05:30 AM del día anterior. David concluyó que obviamente fue dictado en el trayecto. Tal vez mientras Boris iba al volante, pues se escuchaba en el ambiente el motor del auto y el tráfico de la autopista. Al revisar los demás mensajes encontró un brevísimo adiós de ella.

"Lo siento, surgió algo muy importante, hay algo que preciso resolver. Tal vez nos vemos después. Te quiero mucho. Olga”.

Se preocupó por ella pues sabía que la visa estaba por expirar y una desavenencia con la ley le podía resultar en un gran daño. La podrían arrestar o deportar. Marcó el número en repetidas ocasiones pero se encontraba apagado. Le dejó un recado:

“Olga, soy David. Estoy muy preocupado por ti. ¿Quién te secuestró? ¿Dónde estás? Por favor, háblame lo más pronto posible”.

Trató de llamarle. Dos intentos más y siempre con el mismo resultado. Llamó por teléfono a Memo Guerrero para lo del auto y se topó con una sorpresa. Memo no podía creer la aventura por la que pasaba David pero le comentó que el Toyota tenía un GPS, un aparato que él mismo le había insertado. David preguntó por qué. Memo titubeó un poco pero al fin le dijo:
—¿Te acuerdas de que el carro yo se lo compré a mi ex, a Patricia? ¿Te acuerdas de ella? Por eso fue que la dejé. Yo sospechaba que salía con otro y ella lo negaba. Le puse el GPS al auto y los encontré juntos.
Dios mío.
David quedó impactado, guardó silencio.
—Así pasó —añadió Memo—, por eso estacioné el auto al garaje y no lo quise volver a ver.
Dos días después, conversando en el departamento con Clarissa, ella perdió la paciencia y dio rienda suelta a las frustraciones acumuladas.
—Te lo advertí —dijo—, que no tenía sentido que buscaras romance en la internet y mucho menos con una extranjera, ¡una rusa! ¿Qué sabías tú acerca de ella, de su pasado? ¡Nada! ¿Sabe Dios qué equipaje emocional pudiera cargar sobre la espalda esa mujer? Imposible que ella te lo fuera a contar todo. Lo siento mucho por ti, David, pero yo te lo advertí.
David le confesó que estaba muy preocupado pues habían conocido en Austin a unos rusos de muy mal aspecto, especialmente un tal Boris. Tal vez la había secuestrado y estaba inmiscuida en algún negocio turbio, algo de espionaje o drogas, no sabía qué pensar.
Por eso estoy preocupado le dijo David—, solo Dios sabe qué peligros corre Olga.
Clarissa le echó una mirada muy intensa y comentó.
Ya lo ves, hasta qué punto te ha engañado esa zorra. Es ridículo que estés preocupado por ella, ¿cómo puedes ser tan inocente? ¿Es que acaso ella está preocupada por ti? Claro que no, ella logró lo que quería, te utilizó, te robó y te tiró en el bote de la basura. Y aun así ¿tú estás preocupado por ella? Disculpa, pero es desmedida tu inocencia, David. ¡Es increíble!
Clarissa se tomaba la cabeza con incredulidad y apuraba el último trago de su café. Él se quedó callado y solamente asintió con la cabeza decepcionado. Le dio la razón.


David decidió rescatar a Olga sin informar a la policía. Paró en la tienda de electrónicos, la Radio Shack. El dependiente le dijo que el localizador global geo positional tenía un radio de unas 50 millas, pero no había garantía de que funcionara, pues era un modelo descontinuado. A David no le importó nada, compró el detector y baterías nuevas, las cargó en su tarjeta de crédito. Esta aventura lo había vaciado por completo. Se le había agotado el efectivo.
El viernes compró lo esencial para preparar unos sandwiches para el viaje. Pensaba salir a Jasper en la mañana. Clarissa había aceptado llevarlo después de mucha insistencia.
Cuando entró a su apartamento, la máquina contestadora tenía un mensaje; era de Clarissa.

David, salí a una fiesta, es el cumpleaños de mi hermana. No voy a tardar mucho, vuelvo a eso de las diez. Estás loco, este viaje que quieres hacer es una locura; pero si ya lo decidiste, yo te acompaño, nos vamos en mi auto. Adiós”

David se sonrió y suspiró profundamente.


Salieron a Jasper el viernes al amanecer. Tomaron la ruta 59 al norte. Clarissa al volante, David en silencio. Pasaron por Cleveland, Livingston, Woodville, comunidades boscosas de la zona texana que se encuentra en lo que se denomina El gran bosque, una inmensa cordillera de colinas de media altura poblada de una variedad muy rica de flora y de fauna. En el Lago de Livingston dieron vuelta a la derecha, hacia el Este rumbo a Louisiana. Clarissa hacía esfuerzos para entablar conversación, pero David estaba en un estado de ánimo hermético. Solamente de vez en cuando se enganchaba en el diálogo. Al salir de Woodville, el localizador global empezó a dar avisos. Los dos se estremecieron y el resto del camino con los ojos muy abiertos se enfocaron en el aparatito con su luz verde y su marcador de la señal que cada vez se hacía más fuerte. Temblaban de la emoción cada vez que chillaba la chicharra.
Al llegar al poblado de Jasper cruzaron un arroyo y vieron una pista de aterrizaje muy grande a mano derecha rodeada de unos caseríos de hangares y bodegas. Al pasar por el sitio, la señal del aparato subió a lo máximo. David quería parar ahí pero Clarissa lo convenció de llegar primero a un hotel, estaba muy cansada. Sugirió varias veces que se dirigieran a la estación de policía, pero David se negó rotundamente.
Tomaron un almuerzo en un restaurante local que era como una bodega inmensa con mesas de aluminio. Platicaron con la mesera y le preguntaron si había una comunidad rusa en la zona. Ella hizo una cara de extrañeza total, con su acento ranchero les dijo que no. En la gasolinera corrieron con mejor suerte. El dependiente les informó que hacía varias semanas habitaba en la zona un hombrón muy fuerte que parecía ruso, allí lo veían de vez en cuando cargando gasolina en su Mercedes Benz color negro. Les comentó que el primer día el ruso buscaba vodka y que se había mostrado muy sorprendido al saber que Jasper es condado abstemio. Para comprar licor es preciso viajar 34 millas hasta la línea divisoria del siguiente condado.
David le pidió a su amiga parar en el Walmart y compró unos binoculares. De ahí se dirigieron de nuevo casi al atardecer al aeropuerto y prendieron el GPS. El aparato se volvió loco al acercarse a la pista aérea. Fueron adentrándose en el caserío humilde que rodeaba la pista y se estacionaron a tres cuadras de donde David reconoció la parte trasera de su Toyota. Estaba estacionado en una cabaña de mal aspecto, al margen del camino, en la calle Cypress. Esperaron una hora, Clarissa estaba muy impaciente y asustada. De pronto, a lo lejos, con los binoculares pudieron observar a Olga que salía de la casa y abría el maletero del auto. Luego se le acercó el acompañante, un hombrón fuerte, muy alto, con barba, en camiseta sin mangas. Le ayudó a bajar unas cajas del maletero del auto. A la vez se le acercó, la abrazó y le dio un beso mientras la sujetaba con sus manazas de la cintura y le daba palmadas en el trasero. Se volvieron a meter en la cabaña.
David estaba rojo de ira. Era un desconocido, no era el Boris que lo mataba de celos.
—¿Quién diablos es ese monstruo? ¿Cómo fue que la secuestró el muy desgraciado?
Clarissa lo miró asombrada y le dijo:
Yo la veo muy contenta. No está secuestrada, parece que se conocen bien esos dos.
(Continuará).


Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.

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