El
secreto de Olga
Novela
Por
Giorgio Germont
Capítulo 32.
Buscarla
Clarissa
contestó el teléfono, tenía semanas sin noticias de David y
Olga. Ignoraba que habían
salido de la ciudad. David le hizo el resumen de su situación tan desesperada y
le dijo:
—No tengo a nadie más a quien recurrir.
El receptor se quedó en silencio momentáneamente. Luego ella dijo:
El receptor se quedó en silencio momentáneamente. Luego ella dijo:
—¡En
qué lío
tan gordo te has metido, David!, ya lo platicaremos después.
Por lo pronto, ¿en qué puedo ayudarte?
Después
de colgar, David se dirigió a la estación de policía e hizo el reporte del robo de su
auto y su billetera. Le tomaron huellas digitales y obtuvo una credencial de
identificación temporal. Clarissa le envió dinero, un giro telegráfico al Western Union. Cuando
sonaron las 04:00 de la tarde, David se encontraba sentado en la terminal de
autobuses Greyhound esperando la salida de las 05:25. Tenía en su poder un boleto a Houston
que le costó nueve dólares. En una bolsa de papel traía todas sus pertenencias, dos
camisas y un par de zapatos extra.
El policía le había dicho que para reportar el auto precisaba la firma del dueño del vehículo en la cédula de registro. Ese era Memo Guerrero, su amigo, el dueño del auto que se lo había vendido en abonos, aunque aún no terminaba de pagárselo. Ese era solamente uno más de los miles de detalles pendientes que cargaba en la mente.
El policía le había dicho que para reportar el auto precisaba la firma del dueño del vehículo en la cédula de registro. Ese era Memo Guerrero, su amigo, el dueño del auto que se lo había vendido en abonos, aunque aún no terminaba de pagárselo. Ese era solamente uno más de los miles de detalles pendientes que cargaba en la mente.
En
la terminal la televisión aullaba las noticias del día y una joven trataba de controlar
a una nenita de escasos tres años mientras amamantaba a un pequeño de meses en
sus brazos. Observó a la joven madre ensimismada en sus tareas, ajena al mundo
entero y su mente se transportó al rostro de Olga. ¿Tenía otros hijos Olga? ¿Era casada?
Las interrogantes se apilaron en su mente. Tenía más preguntas que respuestas.
Comprendió que en su afán
de respetarle su privacidad, se había quedado en la oscuridad. No tenía la menor idea de quién
era Olga; le había
abierto la puerta de su corazón a una desconocida. Habían pla- neado juntos el futuro de
una vida llena de amor, pero misteriosamente ella se había convertido en un espejismo.
Cuando
se recostó en su propia cama en Pasadena, su morada de condición humilde había cobrado gran importancia. Cuando
se vio en la lluvia, sin auto, con los bolsillos vacíos, su apartamento de Pasadena le
pareció un palacio digno de un rey.
Cuando
le dio carga al celular abrió la línea y tenía varios mensajes. Uno era de
Hawaii, ofertas para un crucero a las islas de ensueño; otro del banco, su
cuenta de cheques estaba sobregirada; y el último, un mensaje del 281 469 3868,
el celular de Olga. Se le cortó la respiración al oír entre la estática la voz tem- blorosa de su
amada:
“David,
cuando escuches este mensaje ya me habré marchado. Hay algo que tengo que
hacer, ojalá lo
puedas entenderme. Es algo muy importante para mí. Quisiera volver y quedarme contigo,
eres un hombre adorable. Disculpa mis errores, sakhar.
Te quiero mucho. Adiós”.
Eso
era todo. En cinco segundos, en un mensaje tan breve se había vaciado el total de su emoción. Escuchar
así la
voz de su prometida lo dejó frío, no hubo alusión alguna al secuestro. Se había grabado a las 05:30 AM del día anterior. David concluyó que
obviamente fue dictado en el trayecto. Tal vez mientras Boris iba al volante,
pues se escuchaba en el ambiente el motor del auto y el tráfico de la autopista. Al revisar
los demás mensajes encontró un
brevísimo adiós de ella.
"Lo
siento, surgió algo muy importante, hay algo que preciso resolver. Tal vez nos
vemos después. Te quiero mucho. Olga”.
Se
preocupó por ella pues sabía que la visa estaba por expirar y
una desavenencia con la ley le podía resultar en un gran daño. La podrían arrestar o deportar. Marcó el número en repetidas ocasiones pero se encontraba
apagado. Le dejó un recado:
“Olga,
soy David. Estoy muy preocupado por ti. ¿Quién te secuestró? ¿Dónde estás? Por favor, háblame lo más pronto posible”.
Trató de llamarle. Dos intentos más y siempre con el mismo resultado.
Llamó por teléfono
a Memo Guerrero para lo del auto y se topó con una sorpresa. Memo no podía creer la aventura por la que
pasaba David pero le comentó que el Toyota tenía un GPS, un aparato que él
mismo le había
insertado. David preguntó por qué. Memo titubeó un poco pero al fin
le dijo:
—¿Te
acuerdas de que el carro yo se lo compré a mi ex, a Patricia? ¿Te acuerdas de ella? Por eso fue
que la dejé. Yo sospechaba que salía con otro y ella lo negaba. Le
puse el GPS al auto y los encontré juntos.
—Dios mío.
David
quedó impactado, guardó silencio.
—Así pasó —añadió Memo—, por eso estacioné el
auto al garaje y no lo quise volver a ver.
Dos
días
después, conversando en el departamento con Clarissa, ella
perdió la paciencia y dio rienda suelta a las frustraciones acumuladas.
—Te lo advertí —dijo—, que no tenía sentido que buscaras romance en
la internet y mucho menos con una extranjera, ¡una rusa! ¿Qué sabías
tú acerca de ella, de su pasado? ¡Nada!
¿Sabe Dios qué equipaje
emocional pudiera cargar sobre la espalda esa mujer? Imposible que ella te lo
fuera a contar todo. Lo siento mucho por ti, David, pero yo te lo advertí.
David
le confesó que estaba muy preocupado pues
habían
conocido en Austin a unos rusos de muy mal aspecto, especialmente un tal Boris.
Tal vez la había
secuestrado y estaba inmiscuida en algún negocio turbio, algo de espionaje
o drogas, no sabía
qué pensar.
—Por eso estoy preocupado —le dijo David—,
solo Dios sabe qué peligros
corre Olga.
Clarissa
le echó una mirada muy intensa y comentó.
—Ya lo ves, hasta qué punto
te ha engañado esa zorra. Es ridículo que estés
preocupado por ella, ¿cómo
puedes ser tan inocente? ¿Es que acaso ella está preocupada por ti? Claro que no,
ella logró lo que quería, te utilizó, te robó y te tiró en el bote de la basura. Y aun así ¿tú
estás preocupado por ella? Disculpa,
pero es desmedida tu inocencia, David. ¡Es increíble!
Clarissa
se tomaba la cabeza con incredulidad y apuraba el último trago de su café. Él
se quedó callado y solamente asintió con la cabeza decepcionado. Le dio la razón.
David
decidió rescatar a Olga sin informar a la policía. Paró en la tienda de electrónicos, la Radio Shack. El dependiente le dijo
que el localizador global geo positional tenía un radio de unas 50 millas, pero
no había garantía de que funcionara, pues era un
modelo descontinuado. A David no le importó nada, compró el detector y baterías nuevas, las cargó en su tarjeta
de crédito. Esta aventura lo había vaciado por completo. Se le había agotado el efectivo.
El
viernes compró lo esencial para preparar unos sandwiches para el viaje. Pensaba
salir a Jasper en la mañana. Clarissa había aceptado llevarlo después de mucha insistencia.
Cuando
entró a su apartamento, la máquina contestadora tenía un mensaje; era de Clarissa.
“David,
salí a una fiesta, es el cumpleaños de
mi hermana. No voy a tardar mucho, vuelvo a eso de las diez. Estás loco, este viaje que quieres
hacer es una locura; pero si ya lo decidiste, yo te acompaño, nos vamos en mi
auto. Adiós”
David
se sonrió y suspiró profundamente.
Salieron
a Jasper el viernes al amanecer. Tomaron la ruta 59 al norte. Clarissa al
volante, David en silencio. Pasaron por Cleveland, Livingston, Woodville,
comunidades boscosas de la zona texana que se encuentra en lo que se denomina “El gran bosque”, una inmensa cordillera de colinas
de media altura poblada de una variedad muy rica de flora y de fauna. En el
Lago de Livingston dieron vuelta a la derecha, hacia el Este rumbo a Louisiana.
Clarissa hacía
esfuerzos para entablar conversación, pero David estaba en un estado de ánimo hermético.
Solamente de vez en cuando se enganchaba en el diálogo. Al salir de Woodville, el
localizador global empezó a dar avisos. Los dos se estremecieron y el resto del
camino con los ojos muy abiertos se enfocaron en el aparatito con su luz verde
y su marcador de la señal que cada vez se hacía más fuerte. Temblaban de la emoción
cada vez que chillaba la chicharra.
Al
llegar al poblado de Jasper cruzaron un arroyo y vieron una pista de aterrizaje
muy grande a mano derecha rodeada de unos caseríos de hangares y bodegas. Al pasar
por el sitio, la señal del aparato subió a lo máximo. David quería parar ahí pero Clarissa lo convenció de llegar primero a un hotel, estaba muy cansada. Sugirió
varias veces que se dirigieran a la estación de policía, pero David se negó rotundamente.
Tomaron
un almuerzo en un restaurante local que era como una bodega inmensa con mesas
de aluminio. Platicaron con la mesera y le preguntaron si había una comunidad rusa en la zona.
Ella hizo una cara de extrañeza total, con su acento ranchero les dijo que no.
En la gasolinera corrieron con mejor suerte. El dependiente les informó que hacía varias semanas habitaba en la
zona un hombrón muy fuerte que parecía ruso, allí
lo veían de vez en cuando cargando
gasolina en su Mercedes Benz color negro. Les comentó que el primer día el ruso buscaba vodka y que se
había
mostrado muy sorprendido al saber que Jasper es condado abstemio. Para comprar
licor es preciso viajar 34 millas hasta la línea divisoria del siguiente
condado.
David
le pidió a su amiga parar en el Walmart y compró unos binoculares. De ahí se dirigieron de nuevo casi al
atardecer al aeropuerto y prendieron el GPS. El aparato se volvió loco al
acercarse a la pista aérea. Fueron adentrándose en el caserío humilde que rodeaba la pista y se
estacionaron a tres cuadras de donde David reconoció la parte trasera de su
Toyota. Estaba estacionado en una cabaña de mal aspecto, al margen del camino,
en la calle Cypress. Esperaron una hora, Clarissa estaba muy impaciente y
asustada. De pronto, a lo lejos, con los binoculares pudieron observar a Olga
que salía
de la casa y abría
el maletero del auto. Luego se le acercó el acompañante, un hombrón fuerte, muy
alto, con barba, en camiseta sin mangas. Le ayudó a bajar unas cajas del
maletero del auto. A la vez se le acercó, la abrazó y le dio un beso mientras
la sujetaba con sus manazas de la cintura y le daba palmadas en el trasero. Se
volvieron a meter en la cabaña.
David
estaba rojo de ira. Era un desconocido, no era el Boris que lo mataba de celos.
—¿Quién diablos es ese monstruo? ¿Cómo fue que la secuestró el muy
desgraciado?
Clarissa
lo miró asombrada y le dijo:
—Yo la veo muy contenta. No está secuestrada, parece que se conocen
bien esos dos.
(Continuará).
Giorgio Germont estudió medicina en
la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad,
(2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA
BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en
español de la primera, titulada Mis
encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en
2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.
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