jueves, 3 de enero de 2019

Giorgio Germont. Que delicioso el puerco en Kefir

El secreto de Olga
Novela

Por Giorgio Germont

Capítulo 27. Que delicioso el puerco en Kefir

El día de la visita a San Vasily El Bendito, cuando David observaba a los cocineros preparando el puerco bañado en kefir, Olga estaba reunida con un grupo de rusos. Estaba entre ellos Boris Rostov y una mujer americana, una Elena algo… Olga no captó el apellido de la dama. Era muy delgada, había sido attaché de la embajada canadiense en Moscú. Una mujer excéntrica, estilo hippie: pelo largo y canoso, lentes atados al cuello con un collar muy largo de piedras de color y una túnica color azul casi morado, muy llamativa.
Elena preguntaba de varias cosas relacionadas con Rusia, de historia, la música, literatura. Elena tenía mucha curiosidad en asuntos políticos. Boris no le contestó al principio, pero la hippie era muy insistente y no tuvo más remedio que atenderla. Boris le contestaba para dar final a una conversación que para él era un tema trillado. Boris hablaba, su monólogo trastabillaba sin rumbo, habló del kefir, del pan negro y luego hizo un alto en Moscú, el golpe de estado de agosto del 1991, hizo un breve comentario:
―Yeltsin era pueblerino, no fue educado ni criado para ser el Czar. De seguro que en su niñez, como todos los rusos, sus tres valores más grandes eran Cristo, el Czar y Rossya, la madre patria. Pero en 1991, al Czar lo habían asesinado, Cristo estaba hincado de rodillas y la madre Rossya estaba en las manos de Yeltsin, desmoronándose a pedazos. Yeltsin fue incapaz de resolver este dilema. Se refugió en la botella y dejó el futuro del país en manos de su cúpula del Kremlin. Una banda de manipuladores con intereses creados predominantemente ex militares soviéticos.
Agregó que a través de los siglos, Rusia, como cultura, había sido capaz de controlar la mayoría de los demonios que la acosaban. Lo definió todo diciendo que la vida se vive en abonos. Hay muchos capítulos, ¿no es cierto? Vea usted a Rusia: lo más importante que se debe de comprender es que para ser ruso, uno debe aprender a sufrir en silencio. Aprender a soportar cualquier sufrimiento con la boca cerrada como lo hacen los demás, eso es lo que significa ser un ruso de verdad.
La mujer le preguntó:
—Boris, ¿a qué demonios se refiere, no a los demonios del infierno? No a Lucifer, ¿verdad?
Boris lanzó una carcajada y se puso rojo.
—Mira, Elena, primero estuvieron los zares y las cortes y todos fueron arrasados. Y luego llegaron los bolcheviques y derramaron harta sangre entre hermanos. Y apenas al encontrar el balance con Lenin, vino Hitler y quería esclavizar al mundo entero y matar a todo el que se le opusiera. Elena: recuerde que los soldados rusos tomaron por la fuerza el bunker del Führer en Berlín. Y luego el péndulo soviético azota con fuerza el reinado de Stalin. Impuso crueldad sin límite contra sus compatriotas. Su propia "Guerra fría" la dirimió en Siberia, allá congeló a los disidentes de la opinión pública. Pero todo cambia. Cuarenta años después, Gorbachev y el ebrio ese, Yeltsin, hicieron su acto de presencia. Nació la Perestroika. Las puertas de Rusia se abren al mundo y los primeros en comerse todas sus entrañas son los perros de la oligarquía Rusa que se empachan de ganar rublos con sobornos y a balazos.
Hoy la nueva Rusia está obsesionada en reinventarse a sí misma. Escribir su historia a partir de una hoja en blanco. Por supuesto que muchos especuladores se aprovecharon de la apertura, era imposible evitarlo. Aunque las masas pasaran hambres, la oligarquía manda. Pero esto no se ha terminado, La madre Rossyano está terminada, no está pulida. Es una obra en estado dinámico de maduración. Es más, le digo algo más: eso es lo que somos todos los humanos. Somos un proyecto de evolución dinámica, cada quien en su propia esfera, viviendo la vida en abonos”.
Ese fue el discurso de Boris. Elena la curiosa, la hippie de la túnica morada se quedó en paz al oír la explicación. Boris mientras tanto quería hablar en privado con Olga, pero se lo impidió la intromisión de la hippie.
Fue Raiza quien le aclaró la situación al oído a Olga. Le dijo que Boris estaba convencido que esa Elena era una espía disfrazada de oveja. Intentaba averiguar qué se estaba tramando Boris. El FBI había interceptado en el celular de Boris llamadas y mensajes de texto en clave a Dagestán y a Grozny. La hippie era una agente doble enviada por Rusia. Alguien ya le había puesto precio a la cabeza de Boris. Fue en ese momento que el sacerdote los llamó a todos a comer. El padre dio su bendición a los alimentos y la cena dio comienzo. Efectivamente, el asado de puerco en kefir estaba delicioso.
Esa noche salieron a bailar. Raiza los recogió en el hotel, pasaron frente a un edificio con una cruz azul de luz neón, en las calles Lamar y 34. Aquí está mi trabajo, dijo ella. Era un centro quirúrgico llamado Bailey Square, un edificio muy alumbrado y moderno. Este es mi tormento dijo la rusa. Aquí me encuentras de lunes a sábado, desde las 06:00 de la mañana, ganando el pan con el sudor de mi frente.
Luego los llevó al club nocturno Antoine’s. El bar estaba localizado al fondo del club, un edificio grande como una bodega. Había mucha concurrencia, el ambiente era ruidoso y lleno de humo. David estaba sentado en un sofá, en una sala de estar localizada contra la pared del club. Raiza estaba discutiendo con Slim:
Yo no sé por qué te pones así, Slim, tan fastidioso y grosero. Cuando tomas, no te puedo aguantar, me pones de mal humor.
Le hablaba sin verlo a la cara, veía al infinito y daba una chupada desesperada a su Marlboro ugh, meneaba la cabeza de fastidio. Su pareja no le contestaba nada. Slim estaba sentado hacia la derecha de David, sorbiendo lentamente de su cerveza, una Shiner. David se sentía un poco mareado, habían estado brindando con tragos de vodka. Olga se puso de pie y dijo:
Voy al baño. ¿Me acompañas? Ya no aguanto.
Movía las piernas juntando las rodillas y se sonrió. Raiza, le dijo:
—Ve tú, yo te alcanzo.
Olga se adelantó caminando de prisa, meneando sus caderas entre los parroquianos esparcidos. Algunos bailaban, otros disfrutaban en grupo de la música, que era excelente. David miró absorto a Olga a lo lejos, su caminar tan decidido con ritmo seductor. Raiza le dijo:
La quieres, a Olga, ¿no es cierto?
David dio un suspiro y se sorprendió de su propia respuesta.
—Sí, la quiero mucho.
Raiza apuntó:
Está un poco loca.
David sonrió.
Ya lo sé, pero así me gusta.
—Tú serías un buen esposo para ella, se ven felices cuando están juntos. Ella también te quiere, ¿ sabes ?
Creo que sí.
Slim se acercó a dar un beso a su pareja.
—Raiza, no te enojes, baby, no seas renegona.
Ella se volteó de lado, le ofreció la mejilla diciendo.
No me tienes muy contenta, Slimmy, eres muy fastidioso, me vuelves loca.
Lo reñía y le daba consejos enfrente de quien fuera, no le importaba la concurrencia. Olga regresó a donde el grupo e insinuó sus curvas sobre David. Se sentó muy cerca de él y lo abrazó. Cruzó la pierna sobre de él y le acercó su busto. La blusa muy ligera revelaba sus encantos.
—¿Qué te pasa mi Olya?
Nada, estoy borracha...Y muy feliz.
David le plantó un beso muy largo en los labios. Luego Olga
le dijo al oído:
Vamos al hotel, quiero besarte mucho.
David volteó a donde Slim y Raiza guardaban silencio. Habían dejado de reñir, estaban tomados de la mano. Justo en eso la voz de Thornetta partió el cuarto en dos, con un grito melódico.
No, no, no, no le pongan lápida a mi tumba…'
Un tema country que ella había hecho famoso en estilo de blues. Olga se asustó con el grito y no acertaba entender la letra de la canción.
— ¿Qué dice?
Thornetta Davis, que así era su apellido, era una escultura de ébano de voz muy gruesa y pelo ensortijado. Hacía temblar el edificio con su melodía tan penetrante y conmovedora. David se puso de pie y tomó a Olga de la mano.
Ven acá cariño. Ahora te explico. Esta canción me encanta. Vamos a bailar.
Subieron a la pista y entrelazaron sus cuerpos al ritmo de la melodía embrujadora de la cantante. Parecía que lloraba en vez de cantar.
Olga recargó su cabeza en el pecho de David; se movieron dulcemente al ritmo del saxofón y la guitarra. Escuchaban la voz:
No pongan lápida en mi tumba, toda mi vida he sido una esclava y estoy cansada, prefiero que me acuesten en el suelo y me dejen dormir. Déjenme en paz... solo quiero descansar... no pongan lápida en mi tumba... díganle a mamá que no me llore... díganle que ahí nos veremos de vez en cuando... no le pongan lápida a mi tumba.
David le explicaba a Olga la canción. Ella con los ojos cerrados y recargada en el pecho de su amante.
Me gusta canción, gusta mucho —respondió.
Al compás de la música, con sus muslos entrelazados en los de ella, meciéndola en sus brazos, David sintió una revelación: nunca en su vida había conocido un momento más feliz. Le invadió la paz y la tranquilidad. Supo que en Olga había encontrado su otra mitad, sintió un amor muy profundo por ella. Paró de bailar y sacó del bolsillo de su pantalón un anillo. Era una sortija de brillante, uno solitario modesto pero muy brilloso. Olga abrió los ojos con asombro. David se hincó en una rodilla y suplicó
—Cásate conmigo Olga. Te quiero mucho. ¡Hazme el hombre más feliz del mundo!
Las otras parejas se dieron cuenta de lo que estaba pasando y comenzaron a aplaudir y a gritar. David estaba de hinojos en una rodilla, sujetaba en sus manos los dedos de Olga y el anillo. La cantante gritó en el micrófono.
—¡Dile que sí, baby, dile que sí!
Olga sonrió y ayudó a colocar el anillo en su anular. Le ofreció los brazos:
—Sí, David, mi amor… si me caso contigo.
Se dieron un beso tan largo que las parejas de alrededor formaron un círculo y aplaudían con fuerza al presenciar el momento privado y a la vez tan público. Los enamorados no dejaban de besarse y sonreír. La cantante gritaba de júbilo y comenzó otra canción.
Cuando llegaron a la mesa, los felicitaron Raiza y Slim. Se despidieron.
Ya nos vamos.
Raiza protestó.
Es muy temprano, vamos a tomarnos una copa más. Les ofreció las copas y los cuatro hicieron un brindis.
Por Olga y por David, viva el amor eterno.
En el taxi, Olga lo miró conmovida, con una sonrisa en los labios y una lágrima en los ojos. Estaban abrazados en el asiento trasero, enredados uno en el otro. Olga insistía, un poco ebria:
Qué bonita esa canción, la de la esclava, me gustó mucho.
Llegaron al hotel, David pagó el taxi y entraron al cuarto 113.
(Continuará).


Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.

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