sábado, 19 de enero de 2019

Giorgio Germont. Un refugio en Lahijian

El secreto de Olga
Novela

Por Giorgio Germont

Capítulo 33. Un refugio en Lahijian

Mustafá le dio a Muhammad el nombre y dirección de un contacto donde podían encontrar refugio y allá se dirigieron nuestros marineros del Mar Caspio, un palacete en Lahijian. El palacio tenía una barda de tres metros que dejaba ver las copas de las palmeras y nada más. Al llegar al portón sobre la entrada flotaba una cámara de televisión. Antes de tocar la puerta, la verja se abrió por sí sola.
Los esperaba un guardia de gran estatura que portaba un rifle; uniformado de blanco y con una boina color rojo. Tenía grandes bigotes estilo Káiser Wilhelm y una prominente nariz aguileña. Los hizo entrar de inmediato haciendo hincapié en la seriedad de la visita y en la sospecha de que en cualquier momento alguien los pudiera descubrir. Muhammad habló unas palabras en arábico y otras en farsi con el guardia; en cualquier caso Mitya no entendió una palabra: no hablaba ninguno de los dos idiomas.
El amo y señor de la casa, Mohamed Tagizadeh, era un individuo de baja estatura, de cuerpo rotundo con una gran barriga donde acostumbraba descansar sus manos con los dedos entrelazados cuando se disponía a pronunciar un discurso o a empezar una conversación importante. Se peinaba el pelo con vaselina, todo peinado hacia atrás; era obvio que se lo pintaba con henna, que le daba un color violáceo, pero las raíces eran blancas. Cuando hablaba, tenía la costumbre de separarse de su interlocutor, establecer algo así como un perímetro que denotara el respeto que merecía su personalidad de gran eminencia. La cara la tenía picada por la viruela, la nariz era un gran tubérculo, como una batata o un pepino; su voz era gruesa y gutural y parecía emanar del fondo del ombligo de aquella barrigona.
Entonaba sus oraciones con el ritmo de un clérigo, algún sermoneador de fama extraordinaria; de hecho era un doctor en medicina, catedrático jubilado de la universidad de Teherán. Su mente habitaba en un paraje situado entre el Tigris y el Éufrates, vivía en el pasado, se negaba a mirar la fecha del día de hoy. Su calendario se había detenido en 1970, hablaba del Shah Reza Pahlavi como si apenas lo hubiera visto el día de ayer, como si no hubiera muerto. Sea como sea, de alguna forma, Mohamad había encontrado en Lahijian un sitio de reposo y tranquilidad para pasar su tercera edad rodeado de esposas y sirvientes. Acostumbraba a tener la mesa puesta, esperando visitas de altos dignatarios del Shah que por supuesto nunca se materializaban. Le interesaba mucho la historia y era versado en la poesía de Gibran Khalil Gibran. Recitaba de memoria largos pasajes del poeta así como páginas enteras del Corán para entretener a sus visitas o a sus propios sirvientes, según fuera el caso.
Adentro había un paraje de amplio jardín, una vereda de piedra laja y, al final del empedrado, una fuente. Por allá dentro caminaba suavemente un pavo real. Al acercarse al frente de la casa, una dama de blanco les hizo señas de que pasaran. Muhammad y Dmitry se miraron uno al otro, repararon en su aspecto tan desagradable después de tres días de navegación, se avergonzaban de entrar en esas condiciones.
Se abrió la puerta principal. Mohamed Tagizadeh salió y abrió los ojos enormemente al ver de cerca los dos metros de estatura y la corpulencia de Dmitry; un verdadero Goliat. Entraron a la estancia. Dmitry debió agacharse para atravesar el dintel.
Rompió el silencio el doctor. Primeramente se retiró varios pasos para tomar su distancia y en su voz muy grave e impresionante les dedicó un profundo “Saalam Aleikum".
En una salita de estar les sirvieron una bebida de té Chai, en vasos de porcelana. También un servicio de pistachos y dátiles como leve aperitivo. Dmitry estaba en silencio. El doctor pronunciaba un gran discurso en farsi al cual Muhammad simplemente asentía con la cabeza, sin decir palabra. Declaró el doctor que siempre había querido hacer algo importante por la causa del Islam. En su mundo de fantasía estaba llevando a cabo una obra sagrada al salvar a ese supuesto mártir del jihad, a Dmitry. La dama de blanco los llamó a pasar a sus aposentos para que se asearan y usaran unas vestimentas limpias que les había preparado.
Una vez aseados, pasaron al comedor. Los aguardaba una elegante mesa con aromas exóticos. La cena fue una delicia de manjares: arroz con almendras y pasas en paprika, cordero al horno, espadas de carne de novillo a las brasas, pan horneado en casa. La mesa tan abundante dejó satisfechos a los viajeros. El doctor le dijo confidencialmente a Dmitry que era dueño de una compañía naviera.
Te voy a mandar a Colombia en un buque petrolero. Así se acaban tus preocupaciones. Estoy seguro de que mis amigos de Medellín pueden apreciar a un guardaespaldas como tú. Tienen muchos negocios en América.
Al terminar la cena, el doctor despidió con mucha emoción a los visitantes. Les recitó sus surat favoritas del Corán a manera de bendición. Le entregó en secreto una bolsa de monedas de oro a Mitya para que sufragara sus necesidades en el camino. Luego hizo unas caravanas salameras y le dijo adiós,
—Hamdel Allah, Hamdel Allah, Allahu Akbar.
(Continuará).



Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.

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