domingo, 13 de enero de 2019

Giorgio Germont. El séptimo infierno

El secreto de Olga
Novela

Por Giorgio Germont

Capítulo 30. El séptimo infierno

Beslan, segundo y tercer día del asedio. Septiembre 3, 2004. Durante el día se oyó el rumor de que alguien importante se disponía a visitar la escuela y entrevistarse con los así llamados “boyviki”. Era el ex presidente de Ingushetia, Aslan Aushev, un personaje reconocido, quien hacía esa visita en son de paz. Después de múltiples negociaciones, los boyviki accedieron a soltar rehenes en señal de buena voluntad. Fueron liberadas 26 personas. Eran mujeres con sus pequeñitos en brazos; las madres se alejaron corriendo del edificio, afuera las esperaban sus familiares y cientos de vecinos que aplaudían el momento feliz. Se les veía hambrientas y sudorosas, vestidas con ropas ligeras, los bebés deshidratados, exhaustos.
Aushev dio a entender que era una muestra muy positiva por parte de los terroristas y auspició que el Kremlin les daría una respuesta positiva. Cuando el ex mandatario terminó su visita y trató de establecer comunicación con la cúpula rusa, no tuvo éxito en lo más mínimo. No le contestaron sus llamadas.
Al ver la actitud de silencio de los rusos, los terroristas no dejaron a nadie tomar agua ni probar bocado. Pokolnikov perdió la paciencia y estrelló su celular en el piso. Llamó de nuevo a la directora y le ordenó que hiciera llamadas telefónicas al Kremlin y a la jefatura de Gobierno de Ossetia del Norte. La maestra regresó de su oficina con una noticia poco alentadora.
Nadie contesta el teléfono, ninguno de los dos números responden.
Ese tres de septiembre, cuando cayó en cuenta de que las negociaciones entre los rusos y Shamil Basayev se estaban desmoronando, Mitya decidió salvar al hijo de Mikhailovna, el pequeño Soslan. Corrieron juntos atravesando el patio de la escuela y luego lo levantó en peso. Llevaba al niño sobre las espaldas, iban directamente hacia el portón, todo estaba silencio cuando de pronto los lanzallamas rusos explotaron y alcanzaron su blanco; el techo del gimnasio. Las bombas incendiarias penetraron através de las ventanas donde estaba toda la gente amontonada. El corrió hasta la salida, el chico se sujetaba de sus hombros. Vio de pronto tres fantasmas vestidos de negro que tumbaron la puerta y entraron al patio. Reconoció los uniformes del escuadrón Alfa. Dos de ellos corrieron de paso y uno se detuvo a acosarlos. Puso al niño en el suelo y le disparó dos veces al ruso con la Makarov.
El primer balazo le dio entre las cejas. El hombre dio un giro sobre su eje como si fuera un ave malherida, como un pajaro con un ala rota. Se desplomó en el piso apenas a tres pasos y daba giros en el suelo, agonizando. El segundo comando se regresó, los vio de frente y les apuntó con la Kalashnikov justo al momento en que Mitya sujetó y desvió el cañón. La descarga explotó. Aún podía ver el visage del soldado Ruso que les disparó a boca de jarro. La cara iluminada del soldado era como una migraña que le taladraba el cerebro, las centellas lo dejaron ciego, las explosiones le reventaron los tímpanos, Aun así, empujo la boca del rifle automático a la vez que tomó al soldado de la chamarra. El arma vomitaba fuego, Mitya sintió un puñetazo en su ojo izquierdo, se impulsó sobre el soldado y lo tiró al piso, cubriéndolo con su propio peso, lo aprisionó contra el polvo. Con la mano derecha lo pescó del cogote, apretando la manzana de Adan. Tenía el cuerpo del comando contra el piso. Se concentró con toda su fuerza y sintió el crujido de la garganta. Le fracturó la laringe y siguió sin soltarlo. El hombre se desvaneció por un instante y luego le vino un salvaje ataque de patadas y manotazos a lo loco.
El soldado buscaba hambriento una bocanada de aire, siquiera un suspiro. Dmitry lo soltó. El soldado escupió saliva con sangre, se sentó, se tomó la garganta como si se ahorcara el mismo. Trataba de tomar aire pero se ahogaba en su propia sangre. Profirió estertores de desesperación y quejas profundas desde el corazón “Agghh...ahhhmm...” sin poder respirar. Entonces le vino un vómito de sangre y vodka, una mezcla apestosa a jugo de bilis y licor. Se desplomó muerto. Mitya volteó y pudo ver detrás el cuerpo maltrecho de Soslan que se movía en espasmos lentos de agonía, su cabeza se convulsionaba de un lado a otro. Apreció entonces el boquete en la cara del niño, el ojo izquierdo era la boca de un volcán de color negro, la camisita blanca, ensangrentada. Dios mío, mató a Soslan...’. Se acerco a él, se puso de rodillas y lo levantó en sus brazos. Cuatro comandos entraron corriendo por la puerta. Uno vio a su camarada muerto y se detuvo, los otros tres se lanzaron a gran velocidad hacia los edificios.
Desde el piso, Dmitry tomo la bota del soldado y de un jalón lo tiró al suelo. Sintió en eso un culatazo salvaje en las costillas. Un disparo violento le estalló a Mitya junto al oído, sintió que su brazo izquierdo se movió como arrastrado por un poderoso ventarrón. Mitya estaba medio ciego, miraba la camisa sangrienta de Soslan. Tiró del pantalón del comando y lo enganchó en un abrazo del oso. Con sus 150 kilogramos de poder lo tenía sujetado firmemente, tenían entre los dos el cañon del rifle. El comando perdió el dedo del gatillo. La barba de Mitya estaba justamente rozando la nariz del soldado, lo miraba directamente a los ojos. Fue una movida muy agil, como en sus entrenamientos de lucha greco romana, la que hizo Dmitry. Con una mano lo jaló y se colocó directamente detrás del soldado. Pero ahora estaban los dos de pie. Mitya le sacaba totalmente una cabeza de altura al comando alfa. Le puso el brazo derecho en el cuello y se dejó caer para atras trayéndo consigo el peso del soldado sobre su propio cuerpo. Ahora lo apretó y lo apretó en el cuello sin dejarlo respirar, ahogandolo en una tenaza mortal. Lo tomó del casco, lo movio un instante a la derecha y luego lo torció salvajemente a la izquierda.
Las vertebras del cuello dieron un crujido pavoroso. Le doblo la cabeza y lo dejó así, con el cuello torcido, agonizando, encima de él, como una gallina descabezada. El soldado manoteaba pero estaba herido de muerte. Mitya lo tenía encima como parapeto contra las balas. Esperó unos minutos hasta que dejó de moverse. Le pareció una eternidad. Mitya dio un último vistazo incrédulo al cadáver de Soslan y se puso de rodillas junto a él. Solamente le quedaba una cosa que hacer, era correr. Y corrió y corrió y corrió. Al cruzar el dintel del portón estaba una Gazelle estacionada en la banqueta, la caja vacía. Mitya se subió y se recostó un momento en el piso del vehículo militar. Tenía solamente dos tiros en la recámara. La makarov era su seguro, su único destino. Los había guardado para darse un tiro en la sien.
De pronto estallaron tres bombas incendiarias más en los edificios y una gran llamarada se levantó al cielo, humo negro mezclado con lumbre. El Gazzelle empezó a rodar hacia adentro, lentamente, rumbo a los edificios de la escuela. Mitya saltó, se metio la pistola bajo el cinturón y sosteniendo su propio brazo izquierdo corrió como un venado. Iba agachado, doblado sobre sí mismo, pegado a la barda de la escuela. Corrió tan rápido que en un instante llegó al final de la Komynterna-skaya. Los vehiculos militares avanzaban a gran velocidad, dispuestos a tomar sus posiciones a la entrada de la escuela. Dmitry se refugió detrás del tronco de un Mirto muy grande. Miró con su único ojo bueno a su alrededor para decidir por donde avanzar. Ahí estaba, apenas a diez metros, una casita, del barrio humilde que rodeaba la escuela. Cruzó la calle, le dio una patada a la puerta y entró en un instante, la volvio a cerrar. Tomo dos respiraciones y grito Chto, ChtoNo hubo respuesta, la vivienda estaba sola.
El ruido de la batalla era como de explosiones de fuegos artificiales, cohetes y buscapiés explotando afuera. Se escuchaban armas ligeras. Las kalasnhnikovs, con sus descargas ritmicas, daban sus ra tas tas tas. De vez en cuando se escuchaban explosiones, tal vez una granada o una bazooka. Era una escena del infierno, un pandemonio. Mitya sabía a ciencia cierta que cada minuto que permaneciera inmóvil se acercaba al momento de su captura o se acercaba al momento de su muerte por suicidio. El brazo le ardía mucho. En la semi oscuridad, se dirigió a la parte de atrás de la vivienda y descubrió una portezuela de madera con una aldaba. Abrió la puerta y se encontró en un jardincito privado con plantas y macetas. La pared del fondo daba por una puerta a un callejon. Se acercó, dio vuelta a la manivela y se abrió. Mitya avanzó despacio por la calle, no quería llamar la atención. Un vez que pasó de la kominzkaya que colinda con el distrito de riego del rio Terez, se topó con una muchedumbre que apesadumbrada y a la vez despavorida se iba acercando a la escuela. Eran padres de famila, campesinos, gente del diario, obreros. Nadie le dio importancia verlo a el, un gigante entre los liliputienses. Estaban en un estado de shock absoluto, incrédulos del infierno que se había desatado en Beslan. El tranquilo pueblito parecía un frente de guerra. Al cruzar el distrito de riego, la calle estaba desierta. Desde ahi, Dmitry reconoció el edificio del gimnasio, donde tantas veces asistió a sus entrenamientos pre olímpicos.
Se acercó al edificio, estaba vacío y cerrado pero de ahí ya conocía muy bien todos los caminos y las veredas. Sabía que atrás de la linea de departamentos habitacionales del gobierno, estaba un rancho y campos de trigo y sorgo. Huertas de naranjas, ganado. Estaba ya en las afueras de la ciudad, tierras de cultivo. Había grandes abedules y pinabetes. Se había escapado. Lo comprendió al fin dando un gran suspiro. Tomó la ruta que le era conocida, corrió y corrió varias horas como un loco entre los sembrados y los arbustos. Se sabía de memoria todas las veredas, habían sido las rutas de su entrenamiento a campo traviesa. Le dolían los pies. Las vacas estaban ahí pero los rancheros no daban la cara, nunca había visto ese rancho tan desierto, los animales solos. A lo lejos se podía detectar perfectamente la posicion de la escuela: un hongo de humo negro continuaba subiendo entre las nubes, el espectro de la muerte flotaba languidamente, amo y señor de Beslan.


Amaneció fría la mañana después de todas las muertes; apenas si pudo pegar ojo. A las 05:00 Mikhailovna se preparó un té; diez minutos después se dirigió hacia la ribera del Terek, de pasada tocó la puerta y Tatiana salió de inmediato. Ddobrejah outra, se abrazaron las dos; enredadas en un suéter y una pañoleta se dieron prisa para llegar a la escuela. Los soldados estaban cambiando sus guardias, había cientos de vecinos que habían pasado la noche entera en las aceras, durmiendo en el suelo, aguardando a que finalmente se diera la lista de los fallecidos. El día anterior había sido testigo de encuentros muy emotivos de los afortunados que sobrevivieron. Los heridos fueron transportados a los hospitales. La inmensa proporción de la tragedia apenas empezaba a asentarse en las mentes, era un infierno.
Durante la mañana las brigadas médicas llegaron vestidas con batas blancas, guantes y mascarillas quirúrgicas. Se dieron a la tarea de recoger restos de las víctimas. Los empleados y empleadas de la cuadrilla tenían los ojos llenos de lágrimas, el olor a carne quemada y podredumbre era insoportable. El techo y los marcos de las puertas todavía tenían algunos hilillos de humo de lo que fue el tremendo incendio. Las paredes del gimnasio mostraban los boquetes que los tanques habían abierto en la pared, había ladrillos desmoronados en el piso.
Las madres que perdieron sus familias iniciaron una lista de sus desaparecidos, los soldados a las 11:00 de la mañana hicieron la primera lista oficial y la clavaron en un pizarrón. Un agente del gobierno de Ossetia levantaba un censo con los nombres de todos los desaparecidos. Mikhailovna aguardó en su turno en línea llorando como todas las demás hasta que pudo anotar con su propia mano Soslan Tomacz Sobolov, justo al lado del número 156.
Era septiembre 4. Así pasó el día entero, los camiones con tropas entraban al patio de la escuela y recogían cargas de restos humanos en bolsas negras de hule. Se fueron alejando poco a poco, para llevarlos a una morgue temporal que se fabricó en el aeropuerto estatal, la pista aérea en la capital de Ossetia, Vladikavkaz, a 30 kilómetros de Beslan.
(Continuará).


Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.

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