martes, 22 de enero de 2019

Giorgio Germont. Una enigmática sonrisa

El secreto de Olga
Novela

Por Giorgio Germont

Capítulo 34. Una enigmática sonrisa

Después de que vieron a la pareja de rusos en el caserío del aeropuerto, David y Clarissa volvieron al hotel a planear qué hacer. Pasaron la tarde discutiendo sin lograr decidir nada. David propuso que salieran a respirar aire puro, estaba como un demonio encerrado allí. Él tomó el volante, manejó por media hora, se dirigió directamente a la línea del condado y compró dos botellas de vodka y dos paquetes de cerveza. Regresaron al cuarto, pasó la tarde, comieron unos bocadillos.
David empezó a tomar y le vinieron a la mente todas las cosas que había hecho para ayudar a Olga. Se imaginaba que el esfuerzo que hizo era como haber escalado una gran montaña, como si al llegar a la cima sudoroso y agotado se hubiera encontrado un mensaje escrito expresamente para él. Una hoja doblada bajo una piedra. Al leer ese papelito el mensaje imaginario rezaba: “¡rgate al diablo David!
Vamos ya, Clarissa, ¡déjame ir a hablar con esa desgraciada! exclamó David exasperadamente.
Estás loco.
David agitaba las manos mientras le decía:
Te juro que esa bribona me debe una explicación. Ahí tiene mi auto, me robó el dinero y la cartera y me dejó varado sin misericordia. Estos desgraciados rusos ahora me van a escuchar. Vamos, anda.
Abrió la puerta y se dirigió al auto, no había poder humano que lo detuviera. Clarissa no tuvo más remedio que acceder, pero con la condición de que manejaría ella. Salieron del hotel a las 11:00 de la noche y se volvieron al aeropuerto.
David y Clarissa llegaron a cincuenta metros de la cabaña. Se estacionaron detrás de unos arbustos al margen de la brecha que conducía al callejón Cypress. Con los binoculares David observó el entorno y era evidente que ahí estaban adentro. El Mercedes Benz color negro y el Toyota Corolla se encontraban estacionados en la esquina de la calle Cypress y la avenida Emerald, frente a la cabaña. La choza destartalada eran en realidad dos casas móviles pegadas hechas de paneles despintados de madera y aluminio. El porche de la entrada tenía un techo en declive. Un farol amarillento alumbraba dos escalones de madera. Clarissa hizo un intento de disuadir a David de no acercarse más.
Te vas a meter en un lío muy gordo ¿No viste el tamaño del hombrón? ¡Ese fortachón nos va a matar! ¿Por qué no le dejas esto a la policía? Que ellos lo resuelvan.
No señor. Esto me lo van a explicar a mí en persona. Así contestó David con mucha autoridad, pues ya se había bebido unas cervezas, y continuó:
Ahora me explican todo. Según parece está secuestrada pero la veo feliz y sonriente junto a ese monstruo. No señor, ya me cansé de ser bueno. Esto lo vamos a discutir como gente civilizada.
—¡Como gente civilizada! subrayó exasperada Clarissa. Estás loco, ¡ese tipo es un matón!
Ahora me van a oír esos dos y me van a dar la cara dijo él golpeándose la mejilla con el revés de los cuatro dedos de la mano, es lo menos que pueden hacer. ¡Qué me den la cara!
Alejado unos veinte metros observó la cabaña por los binoculares. Se encendió una luz y a través de la ventana David pudo identificar a Olga quien gesticulaba y gritaba mientras discutía con alguien que no estaba a la vista. Si David hubiera estado presente en el dormitorio, si David hablara ruso hubiera escuchado y comprendido la escena. Con voces exasperadas la pareja sostenía una acalorada discusión. El hombre le había preguntado que cómo lo pudo encontrar en su escondite remoto, en Jasper. Ella respondió que Boris Rostov lo había localizado a través de un portal de mercenarios. Mitya se negaba a aceptar la explicación. Olga increpaba a Mitya acerca de los hechos de aquellos días en Beslan, en agosto y septiembre del 2004.
Explícame una vez más que pasó con mi hijo, quiero saberlo todo. ¿Por qué lo mataste?
Ya te dije que yo no lo maté. Lo mataron los rusos. ¿Recuerdas cuando te fui a ver ese martes por la tarde, cuando te hice el amor apasionadamente? Te deseaba con ansias porque sabía que al día siguiente ya iba a estar muerto. Era mi última ocasión de estar contigo.
—¿piensas que me hiciste el amor? Puerco salvaje, me violaste. Eso fue lo que hiciste. Eso no fue hacer el amor. Me golpeaste la cara, me dejaste amoratada.
Perdón, lo siento mucho. Fue un día de emociones muy fuertes y estaba bajo órdenes estrictas del mariscal de no decir nada.
Las órdenes de ese asesino a mí no me importan. Tu mataste a Soslan, por tu cobardía, con tu silencio.
Yo no lo maté, yo traté de salvarlo. Cuando vi que las cosas emperoraban me lo cargué en la espalda lo llevé a la puerta para escapar. Justo en eso empezó el ataque de los tanques rusos. En el fuego cruzado Soslan recibió ese balazo, ya casi estábamos a salvo.
—Tú lo podías haber salvado tres días antes Mitya ¡Monstruo salvaje! Me debías haber alertado o al menos debías haber tenido la hombría de morir ahí adentro tú mismo junto con Soslan y con esos asesinos, tus cómplices.
No fue culpa nuestra. Los rusos se negaron a dialogar, ellos fueron los que le dispararon a la escuela y a la gente, con sus lanzallamas.
Silencio, no digas una palabra más. Tú y tus compinches introdujeron los explosivos a donde había tantos niños inocentes, a sabiendas de que ponían a los rusos en una situación imposible de resolver sin derramar sangre. ¡Estúpidos! ¿Acaso pensaban que Putin los iba a dejar salir en libertad como si no hubiera pasado nada? ¡Estúpidos! ¿Cómo pudieron ser tan crueles y tan estúpidos?
Eso discutía la pareja cuando David avanzó rumbo a la cabaña y le dijo a Clarissa:
Aquí quédate tú si quieres.
Clarissa lo siguió de cualquier forma. David repetía su discurso en voz alta, lo que pensaba reclamarle a ella.

Esto es una burla, primero me dices que me quieres, que te vas a casar conmigo, vives en mi casa tres meses, y de la noche a la mañana te secuestra este ruso barbudo y juntos me roban mi auto, y me dejan en la calle como un idiota. No señor. Esto es una burla. ¡Ahora me van a escuchar a mí!”

Apenas dijeron sus labios las últimas palabras, David subió los dos escalones del frente, tocó enérgicamente dos veces y se puso las manos en jarras. Clarissa estaba dos pasos atrás de él, temblorosa, le corría sudor frío por la frente. Se escucharon ruidos adentro de la cabaña y se encendió la luz de la sala. David tocó la puerta con fuerza una vez más. Alguien abrió. Una cadena de seguridad dejó la hoja de madera entreabierta. Por el estrecho resquicio apareció la cara desencajada de Olga, con una palidez asombrosa. Se llevó la mano derecha a la cara, un solo ojo desorbitado miró fijamente a David.
Boshe Moi, David ¿Qué haces aquí?
Ella temblaba de pánico. Vestía un sedoso chemisse de color rojo revelando sus senos.
—¿Y esa prenda? dijo David furioso. ¿Por qué andas vestida con la ropa que yo te regalé? ¿No te da vergüenza? ¡Traidora!
Ella alzó los hombros con indiferencia y se alzó el corpiño. David se percató de que tenía un ojo amoratado.
—¿Qué es esto? Mira tu cara. ¿Qué está pasando Olga?
No te importa —gritó ella. Un error muy grande tú venir aquí. Más vale te retiras de inmediato, por tu propio bien.
David respondió al instante.
Yo no me muevo de aquí, quiero una explicación y que me devuelven mi carro y mis cosas.
Se escuchó de pronto un rugido, era como una explosión proveniente de la habitación.
Olen'ka, shto?
Entra en escena la bestia. Era un grandulón de más de dos metros, vestía calzones cortos y una camiseta sin mangas, los músculos parecían reventarle la ropa, una vena muy inflamada le corría por la mitad de la frente. Tenía los pelos largos hasta los hombros, un cabello que parecía de alambre y una hirsuta barba. Fijó la mirada en David y luego en Olga y les dijo en ruso:
¿Hah, schto?
David le contestó con firmeza.
Esto es un asunto privado que nos concierne solamente a Olga y a mí.
El hombre empujó a Olga y de un manazo arrancó la cadenilla de seguridad, la hoja de madera se abrió de par en par. A pesar de su tamaño, era muy ágil; en un instante se aproximó a David, lo tomó de la solapa y lo levantó en vilo. David abrió la boca para decir algo pero el hombrón lo metió a la choza y lo estrelló en la pared. El cuerpo de Davidoff rebotó en la pared y cayó estrepitosamente al piso de linóleo. El hombrón aguardó un instante y apenas David empezó a moverse lo atacó en el piso con una patada salvaje en la cara y luego en las costillas. El impacto causó que el torso de la víctima rotara sobre su eje como un títere. David quedó inconsciente boca abajo. Olga salió corriendo a la habitación. Clarissa estaba agarrada fuertemente del marco de la puerta, sin entrar, sin respirar, paralizada, observando la sangre que empezaba a brotar de la nariz de David.
El monstruo estaba parado encima del cuerpo de su víctima, esperando cualquier movimiento para seguirlo castigando. Un fogonazo deslumbró a Clarissa, se escuchó tremenda explosión. El cuerpo del gigante voló medio metro y cayó al suelo aplastando la humanidad de David contra el piso, un manchón de sangre apareció en la espalda. Se escuchó un segundo disparo y se estremeció de nuevo el hombre. Olga, pistola en mano, avanzó hacia ellos y a boca de jarro le disparó una vez más, en esta ocasión en la nuca. El olor a pólvora era insoportable, los tímpanos de Clarissa parecían haberse reventado. Estaba sorda. Un tremendo chillido inundaba su cerebro, Olga dio un profundo suspiro y volteó a ver a Clarissa, quien trastabilló hacia adelante para liberar a David de la masa sangrante y pesada de aquel hombre que agonizaba. Lo tomó de las manos y del pelo, se le mancharon los dedos de sangre. Logró con gran esfuerzo arrastrar a David y liberarlo del tremendo peso. Al despertar David, lo aguardaba una escena infernal. Todo era silencio.
Mataste a tu amigo... Olga, ¿qué significa todo esto?
—¿Mi amigo? Este salvaje no era amigo de nadie Olga lanzó un escupitajo al suelo. Este es un cerdo checheno, un terrorista. Me golpeaba, se aprovechó de mí y luego asesinó a mi hijo... su voz se quebró por un momentoEste demonio mató a mi Soslan.
—¿Quién es? —preguntó Clarissa con una voz apenas perceptible. Los vimos juntos ayer, él te besaba, lo abrazaste. ¿Era tu novio?
Este miserable es el terrorista fugitivo Dmitry Bajanjan. Yo lo conocía en Beslan, éramos amigos. Este cerdo entraba en mi casa, comía en mi mesa, gozaba de mi cuerpo y no le interesó salvar a mi hijo. Este maldito no merecía estar vivo.
Olga dio un paso atrás y se recargó en la pared.
Ahí está ya, lo maté.
Dio un gran suspiro, tenía el arma de Mitya en la mano. David se incorporó y le preguntó:
Ahora qué vas a hacer, Olga, en cualquier momento llega la policía, de seguro alguien escuchó los disparos.
—A mí qué me importa contestó la rusa.
Te van a deportar. Seguro que vas a la cárcel.
Yo no voy a cárcel. Yo me escapa.
— ¿A dónde vas a ir? preguntó David.
Olga se irguió medio desnuda en el centro de la sala con la mirada perdida en la distancia. El negligee de seda roja que dejaba entrever todos sus atributos femeninos y el ojo amoratado le daban un aspecto ridículo y desolado.
No voy a ninguna parte —gritó ella. Yo hace años que ya estoy muerta. Ya cobré mi venganza. Era todo lo que anhelaba. Tan solo de pensar en la muerte me siento feliz. La muerte, que dulzura, voy a ver a mi Soslan.
Una enigmática sonrisa se dibujó en sus labios y en el acto se llevó el cañón del arma a la boca, cerró los ojos y jaló el gatillo. En la explosión y la luz deslumbrante se derrumbó su cuerpo como se derrumba un edificio demolido. Una llovizna de sangre pintó el techo y la pared de rojo. En el suelo desplomada, moribunda, respiraba con el estertor de sus últimos suspiros.
Clarissa marco el número 911.
Policía —dijo la operadora—. ¿Tiene una emergencia?
Ha ocurrido una balacera cerca del aeropuerto en la calle Cypress. Hay dos muertos.
—¿Usted se encuentra bien? No cuelgue el teléfono. ¿Hay algún herido, requiere ambulancia?
Clarissa escuchó un golpe y volteó a la izquierda. David se había desmayado, presa de espasmos epilépticos, estaba tirado en el suelo, escupía sangre y espuma por la boca.
—¡Sí! —dijo ella— ¡Envíe una ambulancia de inmediato!



Giorgio Germont estudió medicina en la UACH, ejerce su profesión en Estados Unidos. Ha publicado tres novelas: Treinta citas con la muerte (2005), Dos miserables entre la luz y la oscuridad, (2011). Ambas recibieron sendos galardones como finalistas de los concursos USA BEST BOOK AWARDS en los años 2007 y 2011 respectivamente. Las versiones en español de la primera, titulada Mis encuentros con la muerte y la segunda con el mismo nombre se publicaron en 2012 por Editorial Perfiles. En 2016 publicó su novela Rayo azul.

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