martes, 1 de enero de 2019

Ivette Royval. El lobo feroz (versión corta)

El lobo feroz (versión corta)

Por Ivette Royval

A hlk por su frase memorable

Se conocieron en una cantina, en un antrucho que tenía un tufo a orines de gato mezclado con manteca y fritanga. Circe, con el cabello a tres tonos, veteado, jugaba con el tirante del sostén que le resbalaba por el brazo y sonreía.

Entró Luis, las manos y los labios anchos, toscos, como para ser mordidos. Ella lo vio y supo, siempre lo sabía, volvió a sonreír y esperó ser abordada:

Muero por deslizar verticalmente mi lengua entre tus labios ―le dijo, mientras le respiraba sobre el cuello y el lóbulo de la oreja.

Ella no contestó, solo acercó una silla y le convidó del tequila que estaba tomando. Luis se sentó y, mientras bebía, miraba los pies diminutos de Circe, las uñas pintadas de rosa pálido y el pie izquierdo balanceando una sandalia a punto de caérsele; más arriba, sus muslos tensos, ceñidos por una falda negra. Le desilusionaron un poco sus pechos infantiles, pero le encantaron los labios entreabiertos y el cabello como un flamazo quemándole los hombros.

Circe se levantó.

―¿Mejor nos vamos, no? ―lo dijo no como sugerencia, sino como una orden.

El asintió pero antes de levantarse le preguntó:

―¿Eres puta?

Ella soltó una carcajada que a Luis le pareció más bien siniestra.

―Supongo que sí. Pero no de las que cobran.

Salieron, él iba trastornado y la seguía con un poco de recelo, no caminaron mucho, la casa de la mujer estaba en el mismo barrio sórdido de la cantina. Ya solos, comenzó a desnudarla, la puso contra la pared y mordió uno de sus pechos aniñados… Circe jadeando le recordó lo que le había dicho:

―¿No que morías por libarme?

De nuevo asintió, la cargó y la recostó en el suelo. Le chupó los tobillos, luego las rodillas y se quedó atónito con la llama que también encontró en su sexo.

Finalmente abrevó de sus muslos untuosos...

Desde la calle se escucharon unos estertores terribles y los gritos de una mujer orgásmica.

Circe está de nuevo en el antro. En el puesto de enfrente, el matancero hierve aceite para cocinar al cerdo que le acaba de llegar.

Diciembre 2013



Ivette Royval fue licenciada en administración financiera por el Tec de Monterrey. Desde joven le apasionó la literatura y por esa razón cursó un semestre de letras españolas en la Facultad de Filosofía y Letras, estudios que abandonó por motivos personales. Durante varios años fue estudiante destacada en el taller literario de Enrique Servín.

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