martes, 15 de enero de 2019

Pastel de fresa. Martha Estela Torres Torres

Pastel de fresa


Por Martha Estela Torres Torres


Después de muchos meses lo encontré en una cafetería. El muy cínico me miró a los ojos, se hizo pendejo y no me saludó; irritada por su indiferencia lo llamé enérgicamente, lo que inevitablemente lo hizo voltear al sentir el impacto sonoro de su nombre.
Me miró con cara de incredulidad que no le iba nada bien, pero cuando identificó mi sonrisa que antes le gustaba no tuvo más remedio que acercarse; entonces jubilosa lo abracé como si hubiera pasado un siglo sin vernos y luego le ofrecí asiento junto a mí, retiré mis libros y dejé un espacio para su comodidad. Me dijo: “Es que espero a una amiga.” “Muy bien, Faustino —aclaré—, aquí la puedes esperar, me marcharé enseguida”. Aceptó finalmente al comprobar que no había mesas desocupadas. 
Se sentó como si le pesara el alma y no encontró nada importante qué decirme; preguntó por nuestros amigos de aquel tiempo. Me limité a sonreír a pesar de la dificultad que tengo para disimular mis emociones y de los nervios que ya me empezaban a fallar al pensar simplemente que la vida me ofrecía la oportunidad de utilizar el remedio que siempre traigo conmigo para provocar, si es necesario, la muerte definitiva en las horas intolerables de ansiedad que a veces arremeten contra mí desde que él me engañó.
Se aproximó un mesero y le ofreció el menú. Dijo: “Tráigame café, por favor”. Sonó su teléfono y contestó de inmediato, retirándose. Entonces pude con facilidad extraer un pequeño salero del bolso y aplicar discretamente abundante regaliz en polvo sobre la rebanada de pastel que aún no probaba.
Terminó de hablar y regresó animado, incluso de verme y platicar, pero ya no tenía caso, ya no valía el esfuerzo de aparentar lo que nunca sintió el desgraciado, aun cuando el destino tendiera sus redes hacia mí, y conste que yo nunca busqué una venganza, pero ¡las circunstancias siempre me favorecen!
—¿Gustas pastel? —le dije cariñosa— está muy rico.
—Sí, gracias, ¿y tú?
—Ya comí, este es de mi amiga, pero la llamaron de urgencia y se fue —mentí como él mentía.
      —Ah, muy bien, gracias —me dijo el cretino y glotón como siempre, pues de cuatro cucharadas se comió mi rebanada, dejandoalgunas partículas adheridas ridículamente a su bigote canoso. Cuando creí oportuno me incorporé, pensando en la fatalidad de su destino. Me daba pereza conocer los efectos de cerca o verlo sucumbir ahí, en ese lugar de ensueño entre personas elegantes y desconocidas.
Tomé mis libros y me despedí, pero cuando avancéunos pasos escuché su voz inconfundible, diciéndome:
—Espera, Circe, debo decirte algo.
Regresé despacio, arriesgándome de ser descubierta. Él agregó:
—Siempre te he amado, te busqué mucho. No quise hacerte daño.
Al escuchar esto, avance incrédula hacia la puerta con una lentitud desacostumbrada.
—Demasiado tarde, amor mío, pero tendrás tres o cuatro días de gracia —respondí en voz baja al recibir de lleno la frescura de la noche. Me detuve a mirar complaciente y satisfecha las estrellas más radiantes.
—Señorita, la cuenta —me alcanzó el mesero.
—Llévela al señor que aguarda en mi mesa.



Martha Estela Torres Torres tiene licenciatura en letras españolas y maestría en humanidades. Entre sus libros publicados están: Hojas de magnolia, La ciudad de los siete puentes, Arrecifes de sal, Cinco damas y un alfil, Pasión literaria y Árboles en mi memoria, Seis lustros de letras y La cólera del aire. Actualmente es profesora de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras y editora en la Universidad Autónoma de Chihuahua.

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