jueves, 5 de diciembre de 2019

Luis Nava Moreno. Dónde quedó la primavera

Dónde quedó la primavera


Por Luis Nava Moreno


Lo encontraron unos chiquillos, de pura casualidad.
Andaban en el monte desde temprano, con su puñadito de chivas. Ya tenía muchos días secándose al sol sobre una tierra blanca, arenosa, en lo alto de la lomita: era un cuerpo descarnado, con hormigas descoloridas. Tenía un pequeño crucifijo dorado que debió apretar entre sus manos apuñadas.
Quién fuera, no era de por allí; en aquellas tierras tan vastas y tan pobres no hay más que un que otro ranchito, y todos se conocen. ¿Quién era?
Cómo saberlo, ya ni cara tenía.
Nadie lo reclamó. Luego de los arreglos con las autoridades, fue sepultado en el camposanto de la cabecera municipal. Sobre el montículo de la tierra pusieron una cruz de madera sin pintura ni nombre.
Fue un verano caluroso, días largos, días de puro sol, de tierra seca. Aún no llegaban las primeras lluvias.
Entonces se supo que doña Atanasia, una vieja solitaria, callada, comadrona y curandera, iba a la Loma del Muerto y pasaba horas hurgando; con sus hábiles dedos cernía la tierra y apartaba montoncitos en su amplio pañuelo amarillo con estampados en negro. Termino a tiempo, dijo, antes de la primera lluvia.
Con el agua creció la yerba en el lomerío, menos en la del Muerto: ni yerba, ni hormigas; nada.
Fue cuando les dio por decir que el hombre seguramente murió en pecado; una falta tan grave que ni aún en esta orilla del mundo pudo ocultarse. Los chiveros, por si sí o por sí no, apartaban a sus animalitos, no vaya a ser que coman del mal y se mueren los inocentes.
―Habiendo tanto lugar para morirse, por qué se le ocurrió aquí, doña Anastasia, ¿por qué?
Querían que les quitara el miedo, pero ella no decía nada. Cerraba los ojos y acariciaba con la yema de los dedos aquella tierra que no tocó la lluvia.
Llegó el otoño. Atanasia recién terminaba de atender un parto. Era casi de noche cuando salió al crepúsculo escarlata. Sintió un golpe intenso que le dolió en todo el cuerpo, cayó de rodillas cruzando los brazos sobre sus pechos flácidos.
Después de aquello, la gente murmuró preocupada que se iban a aquedar sin comadrona. Nada ocurrió, solo comenzó a hablar sola, cosas de gente solitaria que envejece y comienzan a brotarle voces.
En el invierno, bajo un cielo de estrellas limpias y brillantes, Atanasia salió a sentarse en su rinconcito de noche para dejar libres los gritos retenidos en los sueños. Con una mano cernía despaciosa la tierra de la muerte, con la otra frotaba una crucecita dorada.



Luis Nava Moreno estudió letras españolas en la Universidad Autónoma de Chihuahua e hizo una maestría en novela en la Universidad Veracruzana. En los años setentas fundó junto con Silvano Flores la revista literaria Metamorfosis, que aún se publica en la Facultad de Filosofía y Letras. En 1980 fundó y dirigió Tragaluz, aventuras y resonancias dominicales. Ha ejercido los oficios de profesor, escritor, periodista, productor de videos; fue director de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Es autor del libro de poemas Tensión de lo finito. En 2017 la Editorial UACH publicó una magnífica segunda edición de este libro, bilingüe, corregida y aumentada.

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