Unas palabras en la salida del libro Calendario para las golondrinas
Por Ruby Myers
Hoy es un día muy significativo para mí: el 7 de diciembre de
1985, hace 34 años, a esta misma hora, estaba entrando a la iglesia de la
Sagrada Familia para casarme con el hombre de mi vida. A partir de entonces, y
por 27 años, recibí un ramo de flores cada 7 de diciembre. El contenido de los
mensajes fue cambiando conforme consolidábamos la familia que formamos juntos,
lo que nunca cambió fue la última frase, “te amo por siempre”. No tengo idea de
cuánto dura “por siempre”, de lo que doy fe es que el amor no se termina con la
muerte, solo se transforma.
El ramo de flores sigue llegando de manera puntual, ahora son mis
hijos los que se encargan de que así sea.
Por eso el primer agradecimiento, por justicia, debe ser para
Jaime, ya que con su muerte provocó el derrumbe de la vida que juntos construimos.
Cuando se asentaron el polvo y los escombros descubrí letras desparramadas por
todas partes, desde entonces me he dado a la tarea de recogerlas y apilarlas
una sobre otra para hacer una nueva casa donde vivir.
Como casi todos los sueños, cumplir este no fue fácil. Comprometió
la voluntad, el trabajo y la disciplina no solo míos, sino de muchas personas,
aunque sí debo reclamar la autoría de cualquier desastre que puedan encontrar
en su contenido.
Gracias a Luis Fernando Rangel, por su propuesta para hacer esta
publicación y regalarme el lujo de verla hecha realidad, por contagiar con su
entusiasmo a su hermano Ramón Rangel y a Alfredo Caro, todos ellos excelentes
poetas que forman la plana mayor de Sangre Ediciones. Gracias, chicos, por
distinguirme con el honor de formar parte de su repertorio, hicieron un
impecable trabajo.
Gracias infinitas a mi amigo el poeta Arturo Loera, que
literalmente arremangándose la camisa y armado de infinita paciencia, se dio a
la tarea de trabajar con toda la pasión y seriedad requeridas, para darle forma
coherente al reborujo que puse en sus manos, sacrificando sus tardes de sábado
para ayudarme a depurar mis versos. Y como si eso no fuera suficiente, además,
me hizo el honor de regalarme el precioso prólogo de este libro.
Gracias a mi amigo el también poeta y narrador Hugo Servando
Sánchez, que, en contra de todo pronóstico, en tan sólo 48 horas revisó
minuciosamente todo el contenido para hacerme sus comentarios finales.
Un domingo por la tarde en mi casa, ellos dos y el maestro Enrique
Servín, entre bocados de lasaña, tragos de cerveza y tazas de café, me palmearon
la espalda y celebraron conmigo el nacimiento de este libro. Gracias, Arturo y
Hugo, por regalarme una tarde que quedó inscrita en mi memoria como
inolvidable.
Una mención aparte en mis agradecimientos es para mi hijo Adrián,
quien hizo suyo este proyecto y haciendo gala de profesionalismo diseñó la
preciosa portada de este libro. Te amo hijo.
A todos ellos mi agradecimiento sin límite. Es por ellos que este
libro está hoy sobre la mesa.
También quiero dar gracias a todos y cada uno de los aquí
presentes por regalarme un poquito de su tiempo, sobre todo en sábado y en
temporada de posadas. Gracias. Sin ustedes, sin su apoyo, su calidez y su
cariño, cumplir este sueño no tendría para mí ningún sentido.
7 diciembre 2019
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