Arte de Alberto Carlos
Réquiem por los caballos
Por Alberto Carlos
Desde que la revolución se bajó del caballo y se subió
a los cádilacs, el noble animal entró en decadencia. La única caballada en
activo está flaca y se anda saliendo del corral para inscribirse en el handicap
de la próxima carrera de zancadillas, digo, de obstáculos. Ya no se puede decir
aquello de “montar en caballo de hacienda”, porque la única hacienda existente
es la de “Lolita” y esta no monta porque le respingan mucho por lo duro que
clava las espuelas. Las antiguas haciendas se convirtieron en latifundios y
ranchos para week end. Los vaqueros y rancheros andan en pik ups y sus hijos en
motos.
Los pocos charros existentes están jineteando las
cuotas de los obreros en los sindicatos. Los de la asociación de charros (no la
CTM) son de los pocos que todavía usan caballos, como materia prima para
fiestas cívicas y nada más. Otros charros, los mariachis, no montan ni en
bicicleta; todos están muy ocupados en Garibaldi y en México magia y encuentro con el demasiado carismático Raulito
Velazco.
Los únicos caballos de a de veras en uso los acaparan
los hipódromos y, según nos cuenta Barrios Gómez, la policía montada de Canadá.
Los caballos más en onda son los del cubilete y los que meten los meseros a la
clientela. En el dominó son mulas, la cosa queda en familia.
En Francia por lo menos se los comen, pero nadie los
monta ¡qué horror!, salvo María Félix en su cuadra de pura sangre allá en la
ciudad luz. Ella siempre supo montar muy buenos caballos... va con su
personalidad. No hay que olvidar el caballito de Carlos IV que va y viene en el
D. F. El noble bruto (lo de noble va por el caballo) ya pide esquina.
Como ya no se usan los caballos, los caballeros también
están en desuso. Lo de “damas y caballeros” es pura fórmula. Los Caballeros de
Colón debían llamarse los Marineros de Cristóbal, porque, si bien es cierto que
el descubridor de América se montó en su macho para salirse con la suya, jamás
montó a caballo y sí mucho en barco.
El único caballero rifante es don dinero, muy ligado a
los caballeros de industria que no son precisamente de la tabla redonda, sino
de la mesa puesta. Don Quijote, el caballero de la triste figura, sigue
cabalgando, aunque sea en ediciones de promoción en los supermercados.
Los caballeros de capa y espada al servicio de los
reyes, se volvieron guaruras de metralleta y chamarra al servicio de los
mandatarios.
En fin, este plañidero réquiem por los hermosos equinos
viene a cuento porque vi en un programa de televisión a una bella dama, en
pleno D. F., usar como medio de transporte un caballo jacarandoso y caracolero.
No paga tenencia, ni placas, ni revista; no la infraccionan y no necesita
ponerle monedas al estacionómetro. En cualquier hueco estaciona su animal y, lo
más importante: no contamina. Por lo demás, materialismo aparte, es una bella
estampa.
Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas,
avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su
vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas
y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la
literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la
calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el
suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de
Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.
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