sábado, 28 de diciembre de 2019

Alberto Carlos. Réquiem por los caballos

Arte de Alberto Carlos
Réquiem por los caballos

Por Alberto Carlos

Desde que la revolución se bajó del caballo y se subió a los cádilacs, el noble animal entró en decadencia. La única caballada en activo está flaca y se anda saliendo del corral para inscribirse en el handicap de la próxima carrera de zancadillas, digo, de obstáculos. Ya no se puede decir aquello de “montar en caballo de hacienda”, porque la única hacienda existente es la de “Lolita” y esta no monta porque le respingan mucho por lo duro que clava las espuelas. Las antiguas haciendas se convirtieron en latifundios y ranchos para week end. Los vaqueros y rancheros andan en pik ups y sus hijos en motos.
Los pocos charros existentes están jineteando las cuotas de los obreros en los sindicatos. Los de la asociación de charros (no la CTM) son de los pocos que todavía usan caballos, como materia prima para fiestas cívicas y nada más. Otros charros, los mariachis, no montan ni en bicicleta; todos están muy ocupados en Garibaldi y en México magia y encuentro con el demasiado carismático Raulito Velazco.
Los únicos caballos de a de veras en uso los acaparan los hipódromos y, según nos cuenta Barrios Gómez, la policía montada de Canadá. Los caballos más en onda son los del cubilete y los que meten los meseros a la clientela. En el dominó son mulas, la cosa queda en familia.
En Francia por lo menos se los comen, pero nadie los monta ¡qué horror!, salvo María Félix en su cuadra de pura sangre allá en la ciudad luz. Ella siempre supo montar muy buenos caballos... va con su personalidad. No hay que olvidar el caballito de Carlos IV que va y viene en el D. F. El noble bruto (lo de noble va por el caballo) ya pide esquina.
Como ya no se usan los caballos, los caballeros también están en desuso. Lo de “damas y caballeros” es pura fórmula. Los Caballeros de Colón debían llamarse los Marineros de Cristóbal, porque, si bien es cierto que el descubridor de América se montó en su macho para salirse con la suya, jamás montó a caballo y sí mucho en barco.
El único caballero rifante es don dinero, muy ligado a los caballeros de industria que no son precisamente de la tabla redonda, sino de la mesa puesta. Don Quijote, el caballero de la triste figura, sigue cabalgando, aunque sea en ediciones de promoción en los supermercados.
Los caballeros de capa y espada al servicio de los reyes, se volvieron guaruras de metralleta y chamarra al servicio de los mandatarios.
En fin, este plañidero réquiem por los hermosos equinos viene a cuento porque vi en un programa de televisión a una bella dama, en pleno D. F., usar como medio de transporte un caballo jacarandoso y caracolero. No paga tenencia, ni placas, ni revista; no la infraccionan y no necesita ponerle monedas al estacionómetro. En cualquier hueco estaciona su animal y, lo más importante: no contamina. Por lo demás, materialismo aparte, es una bella estampa.


 
Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas, avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.

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