Ya ni recados
Por Alberto Carlos
¿Todavía recibe usted alguna carta que no sea de Blanca
Sierra del Selecciones, o donde le ofrecen jalea real? Si le sucede, es usted
afortunado, porque el género epistolar anda de capa caída. La sana costumbre de
escribir cartas ya se ha perdido. Lástima. Bueno, pero ya ni recados, o
propios, como se llamaban. Mucho menos aquello de “querido diario...” Las
epístolas, propios y diarios, han sido un tesoro documental para historiadores y
biógrafos. Nuestra generación se está quedando indocumentada. Los historiadores
y biógrafos del futuro van a tener que echar mano de los currículum vitae
recluidos en archiveros de oficinas en donde se requieren para conseguir
chamba, o de archivos de la CIA en donde, se dice, estamos fichados todos los
semovientes. Por lo demás, estamos fuera de autos, como dicen los abogados.
Los carteros ya reparten puros avisos del abono
vencido, formas, de parte de “Lolita”, para el pago de las personas físicas, y
una que otra tarjeta postal de cuates vacacionantes para causarnos envidia.
Antes daba gusto escuchar al cartero. Ahora se pone uno a temblar: ¡Dios mío!
¿Será de la mueblería?, ¿será el recibo de la luz? No, es una tarjeta de los
Echáustegui que andan en España de viaje ahora y pague después. A veces nos cae
una misiva con ribetitos negros y el cartero pita la marcha fúnebre. Las malas
noticias no fallan. Jamás nos llega una carta donde nos comuniquen que fulano
de tal, amigo o pariente nuestro, se sacó la lotería o agarró chamba en el
gobierno, cosas equivalentes.
Las tarjetas de Navidad son “de fábrica” y,
generalmente, traen el mensaje en inglés. Las recibimos con el ánimo un tanto
alterado por aquello de tarjeta recibida, tarjeta correspondida. Se ve uno en
la necesidad de salir a comprar y escoger entre todo el tarjeterío, a cual más
horrendo, hacer cola en el correo y todavía esperar a ver si llegan.
Definitivamente, escribir cartas ya no es nuestro fuerte. En parte, el teléfono
es el culpable. Ojalá volviéramos a darle a la pluma para volver a alegrarnos
con el silbato del cartero.
Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas,
avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su
vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas
y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la
literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la
calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el
suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de
Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario